Read El Periquillo Sarniento Online
Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi
Tags: #clásico, humor, aventuras
Ten, pues, entendido que no hay más que dos reglas:
la
suerte y la droga
. Aquélla es más lícita;
pero ésta es más segura.
En esto llegamos al juego, y Januario se sentó como siempre;
pero no jugó más que un peso; porque iba con
intención de poner el monte, pues según él
decía así llevaba nuestro dinero más defensa;
porque,
de enero a enero, el dinero es del montero
.
Así que se acabó la partida, pusimos nuestro
burlotillo, y ganamos diez o doce pesos, porque no fueron los pollos
gordos que esperaba; sin embargo, nos dimos por contentos y nos
fuimos.
Así pasamos con esta vuelta como seis meses ganando casi
todos los días, aunque fuera poco. En este tiempo
aprendí cuantas fullerías me quiso enseñar
Januario; compramos camas, alguna ropa más, y la pasamos como
unos marqueses.
Nada me quedó que observar en dicho tiempo en asunto de
juego. Conocí que es una verdad que es
el crisol de los
hombres
, porque allí descubren sus pasiones sin
rebozo, o a lo menos es menester estar muy sobre sí para no
descubrirlas, lo que es muy raro, pues el interés ciega, y en
el juego no se piensa más que en ganar.
Allí se observa el que es malcriado, ya porque se echa en la
mesa, se pone el sombrero, no cede el asiento ni al que mejor lo
merece, le echa el humo del cigarro en la cara a cualquiera que
está a su lado, por más que sea persona de respeto o de
carácter, y hace cuantas groserías quiere, sin el menor
miramiento. Lo peor es que hay un axioma tan vulgar como falso, que
dice que
en el juego todos son iguales
, y con este pareo ni
los malcriados se abstienen de sus groserías, ni muchas
personas decentes y de honor se atreven a hacerse respetar como
debieran.
De la misma manera que el grosero descubre en el juego su falta de
educación con sus majaderías y ordinarieces, descubre el
inmoral su mala conducta con sus votos y disparates; el embustero su
carácter con sus juramentos; el fullero su mala fe con sus
drogas; el ambicioso su codicia con la voracidad que juega; el
mezquino su miseria con sus poquedades y cicaterías; el
desperdiciado su abandono con sus garbos imprudentes; el
sinvergüenza su descoco con el arrojo con que pide a su sombra;
el vago… pero ¿qué me canso? Si allí se conocen todos
los vicios, porque se manifiestan sin disfraz. El provocativo, el
truhán, el soberbio, el lisonjero, el irreligioso, el padre
consentidor, el marido lenón, el abandonado, la buscona, la
mala casada, y todos, todos confiesan sin tormento el pie de que
cojean; y por hipócritas que sean en la calle, pierden los
estribos en el juego, y suspenden toda la apariencia de virtud,
dándose a conocer tales como son.
Malditas son las nulidades del juego. Una de ellas es la torpe
decisión que reina en él. Al que lleva dinero hasta le
proporcionan el asiento, y cuando acierta lo alaban por buen
punto y diestro jugador; pero al que no lo lleva, o se le arranca, o
no le dan lugar, o se lo quitan, y de más a más dicen
que es un
crestón
, término conque algunos
significan que es un tonto.
En fin, yo aprendí y observé cuanto había que
aprender y que observar en la carrera. Entonces me sirvió de
perjuicio, y ahora me sirve de haceros advertir todos sus funestos
resultados para apartaros de ella.
No os quisiera jugadores, hijos míos; pero en caso de que
juguéis alguna vez, sea poco, sea lo vuestro, sea sin droga;
pues menos malo será que os tengan por tontos, que no que
paséis plaza de ladrones; que no son otra cosa los
fulleros.
Muchos dicen que juegan
por socorrer su
necesidad
. Éste es un error. De mil que van al juego con
el mismo objeto, los novecientos noventa y nueve vuelven a su casa con
la misma necesidad, o acaso peores, pues dejan lo poco que llevan,
acaso se comprometen con nuevas drogas, y sus familias perecen
más aprisa.
Habréis oído decir, o lo oiréis cuando
seáis grandes, que muchos se sostienen del juego. Yo apenas
puedo creer que éstos sean otros que los que juegan con la
larga, como dicen, esto es, los tramposos y ladrones, que
merecían los presidios y las horcas mejor que los Pillos
Maderas y Paredes
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; porque de un
ladrón conocido por tal, pueden los hombres precaverse; pero de
éstos no.
Semejantes sujetos sí creo que se sostengan del juego alguna
vez; pero los hombres de bien, los que trabajan, y los que juegan,
como dicen,
a la buena de Dios
, lo tengo por un imposible
físico, porque el juego hoy da diez y mañana quita
veinte. Yo sé de todo, y os hablo con experiencia.
Otra clase de personas se sostienen del juego, especialmente
en México… ¿Nos oye alguno?… Pues sabed que éstos
son ciertos señores que, teniendo dinero con que buscar la vida
en cosas más honestas, y no queriendo trabajar, hacen comercio
y granjería del juego, poniendo su dinero en distintas casas
para que en ellas se pongan montes, que llaman partidas.
Como este modo de jugar es tan ventajoso para el que tiene fondo,
ordinariamente ganan, y a veces ganan tanto que algunos conozco que
ruedan coche y hacen caudales. ¿Qué tal será la cosa,
pues para acomodarse de
talladores o gurupíes
con sus
mercedes, se hacen más empeños que para entrar de
oficial en la mejor oficina, y con razón; porque el lujo que
éstos ostentan y la franqueza con que tiran un peso, no lo
puede imitar un empleado ni un coronel. Ya se ve, como que hay
señorito de éstos que tiene de sueldo diariamente seis,
ocho y diez pesos, amén de sus buscas, que ésas
serán las que quisieren.
También menudean los empeños y las súplicas
para que los señores monteros envíen dinero a las casas
para jugar, por interés de las gratificaciones que les dan a
los dueños de ellas, que cierto que son tales que bastan a
sostener regularmente a una familia pobre y decente.
Éstas son las personas que yo no negaré que se
mantienen del juego; pero ¡qué pocas son!, y si desmenuzamos el
cómo, es menester considerarlas criminales aun a estas pocas, y
después de creer de buena fe que juegan con la mayor
limpieza. Y si no, pregunto: ¿se debe reputar el juego como ramo de
comercio, y como arbitrio honesto para subsistir de él? O
sí, o no. Si sí, ¿por qué lo prohíben las
leyes tan rigorosamente? Y si no, ¿cómo tiene tantos patronos
que lo defienden por lícito con todas sus fuerzas? Yo lo
diré.
Si los hombres no pervirtieran el orden de las cosas, el juego,
lejos de ser prohibido por malo, fuera tan lícito que entrara a
la parte de aquella virtud moral que se llama Eutrapelia; pero
como su codicia traspasa los límites de la diversión, y
en estos juegos de que hablamos se arruinan unos a otros sin la
más mínima consideración ni fraternidad, ha sido
necesario que los gobiernos ilustrados metan la mano procurando
contener este abuso tan pernicioso, bajo las severas penas que tienen
prescritas las leyes contra los infractores.
El que tenga patronos que lo defiendan y prosélitos que los
sigan, no es del caso. Todo vicio los tiene sin que por eso pueda
calificarse de virtud; y tanto menos vigor tienen sus
apologías, cuanto que no las dicta la razón, sino su
sórdido interés y declarado egoísmo.
¿Quiénes son las gentes que apoyan el juego y lo defienden
con tanto ahínco? Examínese, y se verá que son
los fulleros, los inútiles y los holgazanes, ora
considérense pobres, ora ricos; y de semejante clase de
abogados es menester que se tenga por sospechosa la defensa, siquiera
porque son las partes interesadas.
Decir que el juego es lícito porque es útil a algunos
individuos es un desatino. Para que una cosa sea lícita no
basta que sea útil, es menester que sea honesta y no
prohibida. En el caso contrario, podría decirse que eran
lícitos el robo, la usura y la prostitución, porque le
traen utilidad al ladrón, al usurero y a la ramera. Esto fuera
un error, luego defender el juego por lícito con la misma
razón es también el mismo error.
Pero sin ahondar mucho se viene a los ojos que esta decantada
utilidad que perciben algunos no equivale a los perjuicios que causa a
otros muchos. ¿Qué digo no equivale? Es enormemente
perjudicialísima a la sociedad.
Contemos los tunos, fulleros y ladrones que se sostienen del juego;
agreguemos a éstos aquellos que sin ser ladrones hacen caudal
del juego; añadamos sus dependientes; numeremos las familias
que se socorren con las gratificaciones que les dan por
razón de casa; no olvidemos lo que se gasta en criados y
armadores
[103]
; advirtamos lo que unos
entalegan, lo que otros tiran, lo que éstos comen y lo que
gastan todos, sin pasar en blanco el lujo con que gasta, viste, come y
pasea cada uno a proporción de sus arbitrios; después de
hecha esta cuenta, calculemos el numerario cotidiano que
chuparán estas sanguijuelas del estado para sostenerse a costa
de él, y con la franqueza que se sostienen; y entonces se
verá cuántas familias es menester que se arruinen para
que se sostengan estos ociosos.
Para conocer esta verdad no es necesario ser matemático,
basta irse un día a informar de juego en juego, y se
verá que los más que ganan son los
monteros
[104]
. Pregúntese a cada uno
de los tahures o puntos ¿qué tal le fue?, y por cuatro o seis
que digan que han ganado, responderán cuarenta que perdieron
hasta el último medio que llevaban.
De suerte que esta proposición es evidente:
tantos
cuantos se sostienen del juego, son otras tantas esponjas de la
población que chupan la sustancia de los pobres.
Todas estas reflexiones, hijos míos, os deben servir para no
enredaros en el laberinto del juego, en el que, una vez metidos, os
tendréis que arrepentir quizá toda la vida; porque a
carrera larga rara vez deja de dar tamañas pesadumbres; y aun
los gustos que da se pagan con un crecido rédito de sinsabores
y disgustos como son las desveladas, las estragadas del
estómago, los pleitos, las enemistades, los compromisos, los
temores de la justicia, las multas, las cárceles, las
vergüenzas, y otros a este modo.
De todas estas cosas supe yo en compañía de Januario
y de algo más; porque por fin se nos arrancó. Comenzamos
a vender la ropita y todo cuanto teníamos, a
estar de
malas
, como dicen los hijos de Birjan, a mal comer, a desvelarnos
sin fruto, a pagar multas, etc., hasta que nos quedamos como antes, y
peores, porque ya nos conocían por fulleros, y nos miraban a
las manos con más atención que a la cara.
En medio de esta triste situación y para coronar la obra, el
pícaro Januario enredó a un payo para que pusiera un
montecito, diciéndole que tenía un amigo muy
hábil hombre de bien para que le tallara su dinero. El pobre
payo entró por el aro y quedó en ponerlo al día
siguiente. Januario me avisó lo que había pasado
diciéndome que yo había de ser el tallador.
Convenimos en que había de amarrar los albures de afuera
para que él alzara, y otro amigo suyo que había vendido
un caballo para apuntarse, pusiera y desmontara, y que concluida la
diligencia nos partiríamos el dinero como hermanos.
No me costó trabajo decir que sí, como que ya era tan
ladrón como él.
Llegó el día siguiente; fue Juan Largo por el payo;
me dio éste cien pesos y me dijo: amito, cuídelos, que
yo le daré una buena gala si ganamos. Quedamos en eso, le
respondí, y me puse a tallar a mi modo y según y como
los consejos de mi endemoniadísimo maestro.
En dos por tres se acabó el monte, porque el dinero del
caballo vendido eran diez pesos, y así en cuatro albures que
amarré y alzó Januario se llevó el dinero el
tercero en discordia.
Éste se salió primero para disimular, y a poco rato
Januario, haciéndome señas que me quedara. El pobre payo
estaba lelo considerando que ni visto ni oído fue su
dinero; sólo decía de cuando en cuando: ¡mire
señor qué desgracia!, ni me divertí; pero no
faltó un mirón que nos conocía bien a mí y
a Januario; advirtió los zapotes que yo había hecho, y
lo dijo al payo con disimulo y a mis escusas, que yo había
entregado su dinero.
Entonces el barbaján, con más viveza para vengarse
que para jugar, me llevó a su mesón con pretexto de
darme de comer. Yo me resistía, no temiendo lo que me iba a
suceder, sino deseando ir a cobrar el premio de mis gracias; pero no
pude escaparme; me llevó el payo al mesón, se
encerró conmigo en el cuarto y me dio tan soberbia tarea de
trancazos que me dislocó un brazo, me rompió la cabeza
por tres partes, me sumió unas cuantas costillas, y a no ser
porque al ruido forzaron los demás huéspedes la puerta y
me quitaron de sus manos, seguramente yo no escribo mi vida, porque
allí llega su último fin. Ello es que quedé a sus
pies privado de sentido, y fui a despertar en donde veréis en
el capítulo que sigue.
Vuelve en sí Perico y se encuentra en el
hospital. Critica los abusos de muchos de ellos. Visítalo
Januario. Convalece. Sale a la calle. Refiere sus
trabajos. Indúcelo su maestro a ladrón, él se
resiste y discuten los dos sobre el robo
Yo aseguro que si el payo me hubiera matado
se hubiera visto en trapos pardos, pues la ley lo habría
acusado de alevoso como que pensó y premeditó el hecho,
y me puso verde a palos sin defensa, cuya venganza por su crueldad y
circunstancias fue una vileza abominable; pero no se quedó
atrás la mía de haberle entregado a otros su dinero en
cuatro albures.
Alevosía y traición indigna fue la suya, y la
mía fue traición y vileza endiablada; mas con esta
diferencia: que él cometió la suya irritado y
provocado por la mía, y la que yo hice no sólo fue sin
agravio, sino después de ofrecida por él una buena
gala.