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Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi
Tags: #clásico, humor, aventuras
Pedro Sarmiento, el singular personaje al que llaman Periquillo, nos cuenta en primera persona las diversas aventuras en las que va pasando de amo en amo y de un oficio a otro, esta situación que desarrolla la obra es característica del género picaresco. Así comienza relatándonos su niñez, donde aparecen sus padres, sus primeras experiencias en escuelas y con maestros; luego, sus cursos universitarios de filosofía en el antiguo colegio de San Ildefonso y sus comentarios sobre la vida estudiantil y su posterior vida adulta donde se ve envuelto en situaciones comprometedoras. En esta novela, primera del género escrita en México y Latinoamérica, publicada en 1816, su autor, Fernández de Lizardi llama la atención sobre los males y lacras de la sociedad mexicana en su época. La intención es educar al pueblo, señalarle sus errores para así reformar y mejorar la sociedad.
José Joaquín Fernández de Lizardi
El Periquillo Sarniento
ePUB v1.0
Molcajete Salsero2012-07-21
Titulo original:
El Periquillo Sarniento
José Joaquín Fernández de Lizardi, 1816.
Ilustraciones y edición digital basadas en la 4a. edición de los cuatro tomos de la Librería de Galván, México, 1842.
Diseño portada: Molcajete Salsero
Editor original: Molcajete Salsero (v1.0 a v1.x)
ePub base v2.0
Tomo I
José Joaquín Fernández de Lizardi
…Nadie crea que es suyo el retrato, sino que hay muchos diablos que se parecen unos a otros.
El que se hallare tiznado, procure lavarse, que esto le importa más que hacer crítica y examen de
mi pensamiento, de mi locución, de mi idea, o de los demás defectos de la obra.
TORRES VILLARROEL
en su prólogo de la Barca de Aqueronte.
Don José Joaquín Fernández de
Lizardi es uno de los hombres cuyo saber y escritos hubieran sido el
lustre de su patria, si hubiera correspondido a la claridad y
prontitud de su talento y a su extraordinaria facilidad de escribir su
educación literaria; pero desgraciadamente para su país
fue abandonado a sí mismo en los primeros años de su
juventud, más que por indolencia, por las escasas facultades de
su padre que no le permitieron proporcionarle los mejores maestros, ni
ejercer sobre sus ocupaciones y estudios aquella incansable vigilancia
que es necesaria a los niños y a los jóvenes, hasta
vencer las escabrosidades, aridez y fastidiosa monotonía de la
instrucción primaria. Así es que, a pesar de que ya
más entrado en edad se dio con suma aplicación a la
lectura de libros buenos y malos indistintamente, no pudo adquirir
aquella instrucción sólida que dan los estudios bien
cimentados, seguidos con orden y distribuidos con arreglo, y forma el
juicio recto y seguro que caracteriza las producciones de los sabios,
resintiéndose de esta falta todos sus escritos, y de otra no
menos importante cual es la de corrección y lima de lo que
escribía, a la que nunca pudo sujetarse, según él
mismo confiesa al fin del último capítulo del
Periquillo, cuyas palabras dan bien a conocer su
carácter.
Yo mismo
(dice)
me avergüenzo de ver
impresos errores que no advertí al tiempo de escribirlos. La
facilidad con que escribo no prueba acierto. Escribo mil veces en
medio de la distracción de mi familia y de mis amigos; pero
esto no justifica mis errores, pues debía escribir con sosiego,
y sujetar mis escritos a la lima, o no escribir, siguiendo el ejemplo
de Virgilio o el consejo de Horacio; pero después que he
escrito de este modo, y después de que conozco por mi natural
inclinación que no tengo paciencia para leer mucho, para
escribir, borrar, enmendar, ni consultar despacio mis escritos,
confieso que no hago como debo, y creo firmemente que me
disculparán los sabios, atribuyendo a calor de mi
fantasía la precipitación culpable de mi pluma.
Pero no tratándose en estos apuntes de hacer un juicio
crítico de sus obras, nos contraeremos únicamente a los
límites que nos propusimos.
Nació nuestro escritor en esta capital el año de 1771
y se bautizó en la parroquia de San Miguel.
Su padre, de familia pobre pero honrada, ejercía la medicina
y no era sin duda de los facultativos más acreditados, cuando
tuvo que abandonar la ciudad y establecerse en el pueblo de
Tepozotlán de médico de aquel colegio por contrata.
Lo poco que ésta le rendía unido con el producto de
sus curaciones en el pueblo y sus contornos, bastaba para la
sustentación de su familia, sin carecer de nada de lo preciso;
pero sin quedarle sobrantes para emplear en lo superfluo, viviendo en
una moderada medianía.
Por esto, y por no haber en el pueblo establecimientos regulares de
educación, no pudo darla a su hijo tan esmerada como lo
exigía su talento, que desde muy temprano comenzó a
despuntar, dando indicios ciertos de que, cultivado, produciría
a su tiempo abundantes y sazonados frutos.
A los seis años de edad fue a la escuela, y apenas supo leer
y escribir cuando vino a esta capital a la casa del maestro
Enríquez, preceptor en ese tiempo de latinidad, en la que lejos
de su padre y como abandonado a sí mismo, los adelantos que
pudo adquirir fueron debidos a su talento natural, más bien que
al empeño del maestro que dividía la atención
entre todos sus discípulos, esmerándose con aquellos
cuyos padres, viviendo en México, no los dejaban de la
mano.
Concluida la gramática latina, pasó al colegio de San
Ildefonso a estudiar filosofía, siendo uno de los concurrentes
al curso de artes que abrió el doctor don Manuel Sánchez
y Gómez, entre cuyos discípulos no fue de los más
adelantados, pues no obtuvo los primeros lugares, ni mereció
las mejores calificaciones, faltándole de este modo los
cimientos para levantar después el edificio de una
sólida instrucción, cuya falta no pudo reponer cuando en
épocas posteriores se dedicó a la lectura con asidua
aplicación.
A los diez y seis años de edad, concluidos los cursos de
filosofía, recibió en esta universidad el grado de
bachiller, y un año después estuvo cursando
Teología.
Desde ese tiempo hasta principios de este siglo nada se sabe con
certeza de sus ocupaciones ni estudios, y ni aun del lugar fijo de su
residencia, aunque frecuentemente y en distintas épocas lo
vieron algunos amigos y conocidos suyos en Tepozotlán.
A los esfuerzos y constante empeño del ilustrado ministro
don Jacobo de Villaurrutia debió México el
establecimiento del único periódico que publicaba las
pequeñas producciones literarias que se le remitían,
comenzando a formar el gusto y excitando a los aficionados al estudio
de las bellas letras. En las dos pequeñas hojas en 4.º de
que se componía el
Diario de México
, se vieron
muchas poesías graciosas y artículos bien escritos sobre
distintas materias, criticándose en algunos con juicio y sales
picantes los vicios de los literatos y de las demás clases de
individuos de la sociedad.
Esta publicación, adecuada al gusto de los mexicanos, y
más la multitud de folletos en prosa y verso que se imprimieron
desde el año de 1808 con motivo de la coronación de
Fernando VII y de la invasión de los franceses en
España, en que se hizo punto de honor y como de moda regalar
cada día a Napoleón con algún requiebro, aunque
había la certeza de que tales finezas no habían de
llegar jamás a su noticia, aficionó a los mexicanos a
los negocios políticos y a publicar sus producciones por la
prensa.
Entre ellos don Joaquín Fernández Lizardi se
dedicó a escribir, y aunque no nos consta que fuese autor de
algunos de los folletos indicados, lo creemos sin temor de
equivocarnos; pero hasta el año de 1810 no se dio a conocer,
publicándose entonces sus
Letrillas satíricas
,
que tenía sin duda escritas desde antes.
Siguió entonces la prensa de México publicando
periódicos e infinidad de papeles sueltos contra los
insurgentes, llamándose así a los primeros caudillos de
nuestra independencia y a cuantos siguieron sus banderas. Como la
imprenta no estaba libre, y entonces se vigilaba más que nunca
la conducta de los americanos, que diariamente presenciaban
horrorizados ejecuciones sangrientas, ya se deja entender qué
clase de escritores serían los que se presentaban en la
palestra y cuáles sus dignas producciones.
Mariquita y Juan
soldado
,
La chichihua y el sargento
y otros
títulos por este estilo anunciaban mil insulsos diálogos
en prosa y verso en que se defendía la justicia del gobierno
español en la persecución de los excomulgados
insurgentes.
Ignoramos si en esta época dio al público nuestro
autor algún escrito; pero si lo hizo, no fue ciertamente a
favor de la dominación española, porque si en alguna
cosa tuvo siempre constancia, fue sin duda en promover de cuantos
modos estuvieron a su alcance la libertad de su patria.
El doctor Mora en su obra titulada
México y sus
revoluciones
asienta que Fernández Lizardi, conocido con
el nombre de
Pensador Mexicano
, fue jefe de una partida de
insurgentes; pero en esto hay sin duda equivocación, porque a
ser cierto, y habiendo caído en manos del gobierno
español, o lo hubiera mandado pasar por las armas, o
después de una larga prisión lo habría confinado
a Manila o a las Islas Marianas, o cuando menos lo hubiera indultado;
pero el año de 1812 estaba en libertad y expedito para
publicar, como lo hizo, los primeros números de su
Pensador
Mexicano
, obra que consta de 3 tomos en 4.º y que
le dio el nombre por el que fue conocido desde entonces.