Read El Periquillo Sarniento Online
Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi
Tags: #clásico, humor, aventuras
En otra parte dice:
verisímilmente se ha reducido al
trato de gente soez y un tanto mediana
. ¿Conque los
sacerdotes, los religiosos, oficiales, militares, médicos y
demás que hacen papel en mi obrita, para este rigidísimo
censor nada valen, y cuando más, y haciéndoles mucho
favor los considera como
gente un tanto mediana
?
¡Caramba y cómo se empeña en honrarlos!
Dice también
que los vicios de las gentes distinguidas
son menos groseros, sus defectos menos chocantes, porque están
encubiertos con la civilidad y política, y de esta suerte es
más trabajoso apropiarles un papel
ridículo
. ¡Qué dos mentiras!, y perdone la
claridad.
Una de ellas es que sean menos groseros y chocantes los defectos y
vicios de las gentes distinguidas. Cuando los tienen chocan más
y se hacen más vergonzosos. Tal vez disculpamos los vicios de
la gente plebeya, considerando sus ningunos principios y grosera
educación. En la gente distinguida no encontramos esta
disculpa, de consiguiente nos son más chocantes sus
defectos. La brillantez con que nacieron, la fortuna que logran y el
empleo que obtienen, sólo sirve de hacerlos más
visibles. No puede una ciudad estar escondida sobre un monte, ni
pueden los vicios encubrirse en una persona altamente colocada. El
adulterio de David, la prostitución de Salomón, el
sacrilegio de Baltazar, la soberbia de Nabuco, etc., etc., no
habrían escandalizado tanto si hubieran sido cometidos por unos
plebeyos oscuros; pero fueron reyes los delincuentes y esto
bastó para que fuesen estos delitos fatales a sus pueblos y su
noticia llegara hasta nosotros.
Si el señor
Ranet
quiso decir que los vicios de las
personas distinguidas y generalmente de los ricos se disimulan, se
callan y aun se aplauden, eso ya lo sabemos, y hasta los niños
de la escuela cantan que
Cuando el rico se emborracha
y el pobre en su compañía,
la del pobre es borrachera,
la del rico es alegría.
Mas este aplauso, este disimulo de los
vicios del rico sólo cabe entre sus viles aduladores y
corrompidos mercenarios; los hombres de bien siempre los conocen,
jamás los alaban ni dejan de ver sus defectos con
repugnancia.
Al mismo tiempo es mucho más fácil ridiculizarlos. Su
misma elevación presta el motivo. A mí se me
haría más notable y me causaría más risa
ver que un conde cogía el tenedor como rejón para
ensartar la pieza, que si viera comer a un indio con todos los cinco
dedos. Ambos faltarían en este caso a la urbanidad; pero en el
conde sería más chocante la grosería y por lo
mismo más ridícula.
Dice también el señor
Ranet
(hablando de
mí):
los grandes señores lo ofuscan, o no tiene el
valor o el talento de rasgar sus exterioridades para sacar sus
extravagancias.
Aquí es menester poner… y decirle claro
que no lo entiende. ¿Pues qué quería este
señor que Periquillo ponga en ridículo el retrato de un
embajador, de un príncipe, de un cardenal, de un soberano?
¿Cómo había de ser eso si en este reino no hay
esta clase de señores? Está muy bien dirá; pero a
lo menos se podían haber sacado las extravagancias de un
obispo, de un obispo, de un oidor, de un prebendado, de un gobernador,
etc… Muchas gracias le daría yo por el consejo; aunque no me
determinaría a tomarlo.
Lo que más incomoda a este señor es que
el arte
que gobierna toda la obra, es el de bosquejar
(según
dice)
cuadros asquerosos, escenas bajas… y que
verisímilmente me he reducido al trato de gente
soez
. ¡Válgate Dios por inocencia! ¿Que no
advertirá este censor que cuando así se hace, es
necesario, natural, conforme al plan de la obra y con arreglo a la
situación del héroe? Un joven libertino, holgazán
y perdulario, ¿con qué gentes tratará
comúnmente, y en qué lugares lo acontecerán sus
aventuras? ¿Sería propio y oportuno introducirlo en
tertulia con los padres fernandinos, ponerlo en oración en las
santas escuelas, o andando el
Via Crucis
en el convento de
San Francisco?
Pero además de que no siempre se presenta en escenas bajas,
ni siempre trata con gente soez, cuando se ve en estos casos es
naturalmente, y por lo mismo éste no es defecto, sino requisito
necesario según el fin que se propuso el autor. Hasta hoy nadie
ha motejado que Cervantes introdujera a su héroe tratando con
mesoneros y rameras, con cabreros y perillanes, ni han criticado al
verlo riñendo con un cochero, burlado de unos sirvientes
inferiores, apedreado por pastores y galeotes, apaleado por los
yangüeses, etc. Era natural que a un loco acontecieran estos
desaguisados entre esa gente, así como a un joven perdido es
natural que le acontezcan, entre la misma, iguales lances que a
Periquillo
[6]
.
La objeción de que
un hospital, un sepulcro, ni un
calabozo se puedan presentar bajo un aspecto ridículo
, es
harto trivial. Los mismos lugares cierto que no prestarán
motivos de risa, pero sí se pueden poner en ellos los vicios
bajo un aspecto ridículo, y si no se pueden poner
¿cómo yo los he puesto? Del acto a la potencia vale el
argumento, y esto lo saben los muchachos. ¿Habrá quien
no se ría al oír las aventuras de Periquillo en su
prisión, en el hospital y cuando el robo del cadáver?
¿Falta en estos lugares la sátira contra el vicio y la
moralidad necesaria como fruto de las mismas desgracias del
héroe? ¿Son más espantosos los presos, los
enfermos, y los cadáveres que los demonios y los espectros?
Pues con éstos tuvo que hacer el ingenioso Villarroel para
moralizar y divertir a sus lectores.
Más satisfecho que Arquímedes cuando halló la
resolución del problema de la corona, lo parece a mi censor que
me va a dar el último golpe y a hacer ver de una vez como mi
obra es la peor del universo por confesión de mi misma
boca.
Acaba
(dice de mí)
acaba de abjurar todos
los preceptos del arte como si fueran los dogmas del
Alcorán…
¿Y por qué habla así?
Porque yo en las advertencias preliminares de mi
Quijotita
digo que, tratando de conciliar mi interés particular con la
utilidad común, atropello
muchas veces
[7]
con las reglas del arte cuando me ocurre alguna idea que me parece
conveniente ponerla de este o del otro modo.
Esto sí que es
insultar a las gentes
, exclama el señor
Ranet
con
su acostumbrado patriotismo, y sigue con el mismo espíritu
lamentándose de que por mi culpa, por mi gravísima
culpa,
¡ya perdimos hasta el uso del buen lenguaje!
No
hay tal cosa.
Yo no atropello con todas las reglas del arte, y sería un
necio si presumiera de ello. Los que entienden el arte saben muy bien
qué reglas traspaso, cuándo y con qué
objeto. Suelo prescindir de aquellas reglas que me parecen embarazosas
para llegar al fin que me propongo, que es la instrucción de
los ignorantes
[8]
. Por ejemplo: sé que una de las
reglas es que la moralidad y la sátira vayan envueltas en la
acción y no muy explicadas en la prosa; y yo falto a esta regla
con frecuencia, porque estoy persuadido de que los lectores para
quienes escribo necesitan ordinariamente que se les den las
moralidades mascadas y aun remolidas, para que les tomen el sabor y
las puedan pasar, si no saltan sobre ellas con más ligereza que
un venado sobre las yerbas del campo. Aun hoy necesitan muchas gentes
un comentario para entender el
Quijote
, el
Gil Blas
y otras muchas obras como éstas, en que sólo encuentran
diversión.
Por otra parte, estoy seguro de que mi intención es buena,
que los pobres ignorantes como yo, me lo agradecen y que los sabios
dispensarán, acordándose con Horacio, de que hay
defectos que es necesario perdonar, y otros en que incurren los
escritores o por un descuido o por efecto de la miseria humana.
Sunt delicta tamen, quibus ignovisse velimus.
Non ego pancis
offendar maculis, quae aut incuria fudit
aut humana parum cavit natura…
In Art. poet.
Finalmente, la general aceptación
con que mi Periquillo ha sido recibido en todo el reino, la
calificación honrosa que le dispensaron los señores
censores, los elogios privados que ha recibido de muchas personas
literatas
[9]
, el aprecio con que en el día se ve, la
ansia con que se busca, el excesivo precio a que las compran y la
escasez que hay de ella, me hacen creer no sólo que no es mi
obrita tan mala y disparatada como ha parecido al señor
Ranet
y al
Tocayo de Clarita
, sino que he cumplido
hasta donde han alcanzado mis pobres talentos, con los deberes de
escritor. Éstos son según Horacio
enseñar al
lector y entretenerlo
.
Omne tullit punctum, qui miscuit utile dulci
lectorem delectando, pariterque monendo.
Y si es cierto lo que dice este poeta de que el
libro que reúne en sí estas dos condiciones, da dinero a
los libreros, pasa los mares y eterniza el nombre del autor:
Hic meret aera liber sociis; hic et mare transit,
et longum noto scriptori prorrogat aevum.
Yo he tenido la fortuna de ver en mi
Periquillo las dos primeras señales. Los libreros han ganado
dinero con él comprándolo con estimación y
vendiéndolo con más, lo que están haciendo en el
día
[10]
. Ha navegado la obra para España, para
la Habana y para Portugal con destino de imprimirse allí; me
aseguran que los ingleses la han impreso en su idioma y que en
México hay un ejemplar
[11]
. Con que ya he visto en mi
Periquillo algunas señas de buen libro, a pesar de la juiciosa
crítica del señor
Ranet
. Sobre si ha de durar
mi nombre o no, no me he de calentar la cabeza. Famas póstumas
son muy buenas; pero no se va con ellas a la tienda. No aspiro a la
gloria de autor inmortal, porque sé que al fin me he de morir,
ni me envanezco con ningunos aplausos.
Non ego ventosae plebis suffragia venor.
Todo esto es aire, y mi amor propio no es
tanto que me haga creer que hay en mis pobres escritos un
mérito verdadero y relevante. Ellos son mis hijos; no soy
hipócrita ni me pesa de que los aprecien los demás; pero
no por esto dejo de conocer que están llenos de defectos como
hijos al fin de mis escasas luces. Lo que acabo de decir de Periquillo
no es efecto de vanidad ni porque lo quiero remontar hasta las nubes;
lo he dicho por defenderlo, como que soy su padre, de los testimonios
y calumnias con que lo denigra el señor
Ranet
, y para
que vea que si él y otros cuatro piensan así, el
público ilustrado de todo el reino piensa de otra manera, y le
hace más favor del que merece.
Dios le dé a usted paciencia con nosotros, señor
Editor, que bastante la necesita. De usted afectísimo,
etc.
El Pensador mexicano, José Joaquín
Fernández de Lizardi.
P. D.: Nos hemos desentendido de la
crítica contra las estampas, y de los favores que nos hace el
señor
Ranet
llamándonos
necios, habladores,
etc.
, porque todo esto entra en la paja que nos propusimos
aventar desde el principio.
Es menester tener presente que esta obra se escribió e
imprimió en el año de 1816, bajo la dominación
española, estando el autor mal visto de su gobierno por
patriota, sin libertad de imprenta, con sujeción a la censura
de oidores, canónigos y frailes; y lo que es más que
todo, con la necia y déspota Inquisición encima. Aunque
en las advertencias generales se disculpan las largas digresiones, nos
tomamos la licencia de acortarlas, así como la de omitir unas
notas y añadir otras, con algunas variantes que
advertirá si quiere y puede el curioso lector.
Otra.
Las notas con que se ha aumentado la presente
edición, para que no se confundan con las anteriores,
llevarán al fin una
E.
Señores míos: Una de las cosas que me
presentaban dificultades para dar a luz la
Vida de Periquillo
Sarniento
, era elegir persona a quien dedicársela, porque
yo he visto infinidad de obras de poco y mucho mérito adornadas
con sus dedicatorias al principio.
Esta continuación o esta costumbre continuada, me hizo creer
que algo bueno tenía en sí, pues todos los autores
procuraban elegir Mecenas o patronos a quienes dedicarles sus tareas;
creyendo que el hacerlo así, no podía menos que
granjearles algún provecho.
Me confirmé más en esta idea cuando leí en un
librito viejo que ha habido quienes han pactado dedicar una obra a un
sujeto, si le daba tanto; otro que dedicó su trabajo a un
potentado, y después la consagró a otro con distinto
nombre; Tomás Fuller, famoso historiador inglés, que
dividía sus obras en muchos tomos, y a cada tomo le solicitaba
un magnate; otros que se han dedicado a sí mismos sus
producciones; y otros, en fin, que han consentido que el impresor de
sus obras se las dedique.
En vista de esto, decía yo a un amigo: no, mi obra no puede
quedarse sin dedicatoria; eso no viviendo Carlos. ¿Qué
dijera de mí el mundo, al ver que mi obrota no tenía al
frente un excelentísimo, ilustrísimo, o por lo menos un
señor usía que la hubiera acogido bajo su
protección?
Fuera de que no puede menos que tener cuenta el dedicar un libro a
algún grande o rico señor; porque ¿quién
ha de ser tan sinvergüenza que deje dedicarse una obra;
desempolvar los huesos de sus abuelos; levantar testimonios a sus
ascendientes; rastrear sus genealogías; enredarlos con los
Pelayos y Guzmanes; mezclar su sangre con la de los reyes del Oriente;
ponderar su ciencia aun cuando no sepa leer; preconizar sus virtudes,
aunque no las conozca; separarlo enteramente de la común masa
de los hombres y divinizarlo en un abrir y cerrar de ojos? Y por
último, ¿quién será, repetía yo al
amigo, tan indolente, que viéndose lisonjeado a roso y a
velloso
ante faciem populi
[12]
, y no menos que en
letras de molde, se maneje con tanta mezquindad que no me costee la
impresión, que no me consiga un buen destino, o cuando todo
turbio corra, que no me manifieste su gratitud con una docenita de
onzas de oro para una capa, pues no merece menos el ímprobo
trabajo de inmortalizar el nombre de un Mecenas?