El Periquillo Sarniento (4 page)

Read El Periquillo Sarniento Online

Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi

Tags: #clásico, humor, aventuras

BOOK: El Periquillo Sarniento
13.43Mb size Format: txt, pdf, ePub

¿Y a quién piensas dedicar tu obrita?, me
preguntó mi amigo. A aquel señor que yo considerase se
atreviera a costearme la impresión. ¿Y a cuánto
podrán abordar sus costos?, me dijo. A cuatro mil y ciento y
tantos pesos, por ahí, por ahí. ¡Santa
Bárbara!, exclamó mi amigo todo azorado. ¿Una
obrita de cuatro tomitos en cuarto cuesta tanto? Sí, amigo, le
dije, y ésta es una de las trabas más formidables que
han tenido y tendrán los talentos americanos para no lucir como
debieran en el teatro literario. Los grandes costos que tienen en el
reino que lastarse en la impresión de las obras abultadas,
retraen a muchos de emprenderlas, considerando lo expuestos que
están, no sólo a no lograr el premio de sus fatigas,
sino tal vez a perder hasta su dinero, quedándose
inéditas en los estantes muchas preciosidades que darían
provecho al público y honor a sus autores.

Esta desgracia hace que no haya exportación de ninguna obra
impresa aquí; porque haz de cuenta que mi obrita ya impresa y
encuadernada, tiene de costo por lo menos ocho o diez pesos; pues
aunque fuera una obra de mérito, ¿cómo
había yo de mandar a España un cajón de
ejemplares, cuando si aquí es cara, allí lo sería
excesivamente? Porque si a diez pesos de costos se agregaban otros dos
o tres de fletes, derechos y comisión, ya debería valer
sobre trece pesos; para ganar algo en este comercio era preciso vender
los ejemplares a quince o diez y seis pesos, y entonces
¿quién la compraría allá?

¡Válgame Dios!, dijo mi amigo; ésa es una
verdad; pero eso mismo debe retraerte de solicitar
mecenas. ¿Quién ha de querer arriesgar su dinero para
que imprimas tu obrita? Vamos, no seas tonto, guárdala o
quémala, y no pienses en hallar protección, porque
primero perderás el juicio.

Ya parece que veo que gastas el dinero que no tienes en hacer poner
en limpio y con mucha curiosidad tus cuadernos; que echas el ojo para
dedicarlos al conde H, creyendo que porque es conde, que porque es
rico, que porque es liberal, que porque gasta en un coche cuatro mil
pesos, en un caballo quinientos, en un baile mil, el un juego cuanto
quiere, admitirá benigno tu agasajo, te dará las
gracias, te ofrecerá su protección, te facilitará
la imprenta, o te dará cuando menos una buena galita como
dijiste. Fiado en esto, vas a su casa, rastreas a sus parientes,
indagas su origen, buscas en el diccionario de Moreri alguna gran casa
que tenga alusión con su apellido, lo encajas en ella quiera
que no quiera; levantas mil testimonios a sus padres, lo haces
descender de los Godos, y le metes en la cabeza que es de sangre real
y pariente muy cercano de los
Sigericos, Torismundos, Theudiselos
y Athanagildos
; a bien que él no los conoció, ni
nadie se ha de poner a averiguarlo. Últimamente, y para decirlo
de una vez y bien claro, trabajas cuanto puedas para hacerle una
barba
de primera clase; y ya concluida la dedicatoria, vas
muy fruncido y se la pones a sus plantas. Entonces el señor que
ve aquel celemín de papel escrito, y que sólo por no
leerlo, si se lo mandaran, daría cualquier dinero, se
ríe de tu simpleza. Si está de mal humor, o no te
permite entrar a verlo, o te echa noramala luego que penetra tu
designio; pero si está de buenas, te da las gracias y te dice
que hagas lo que quieras de la dedicatoria; pero que los
insurgentes… que las guerras y las actuales críticas
circunstancias no le permiten serte útil por entonces para
nada.

Sales tú de allí todo mohíno, pero no
desesperado. Vas y acometes con las mismas diligencias al
marqués de K, y te pasa lo mismo; ocurres al rico G, y te
acontece lo propio; solicitas al canónigo T; ídem; hasta
que cansado de andar por todo el alfabeto, y de trabajar
inútilmente mil dedicatorias te aburres y desesperas, y das con
tu pobre trabajo en una tienda de aceite y vinagre. Es gana, hijo,
los pobres no debemos ser escritores, ni emprender ninguna tarea que
cueste dinero.

Cabizbajo estaba yo oyendo a mi amigo con demasiada
confusión y tristeza, y luego que acabó le dije
arrancando un suspiro de lo más escondido de mi pecho:
¡hay hermano de mi alma!, tú me has dado un
desengaño, pero al mismo tiempo una gran pesadumbre. Si
tú me has abierto los ojos estrellándome en ellos una
porción de verdades que por desgracia son irrefragables; y lo
peor es que todo ello para en que yo pierdo mi trabajo; pues aunque
soy limitado, y por lo mismo, de mis tareas no se puede esperar
ninguna cosa sublime, sino bastante humilde y trivial, créeme,
esta obrita me ha costado algún trabajo, y tanto más,
cuanto que soy un
chambón
y la he trabajado sin
herramienta.

Esto lo dirás por la falta de libros. Por eso lo digo; ya
verás que esto ha multiplicado mis afanes; y será buen
dolor que después de desvelarme, de andar buscando un libro
prestado por allí y otro por acullá, después de
tener que consultar esto, que indagar aquello, que escribir, que
borrar algo, etc., cuando yo esperaba socorrer de algún modo
mis pobrerías con esta obrita, se me quede en el cuerpo por
falta de protección… ¡voto a los diablos!, más
valía que se me hubieran quedado treinta purgas y veinte
lavativas… Calla, me dijo mi amigo, que yo te voy a proponer unos
Mecenas que seguramente te costearán la impresión.

¡Ay hombre!, ¿quiénes son?, dije yo lleno de
gusto. Los lectores, me respondió el amigo. ¿A
quiénes con más justicia debes dedicar tus tareas, sino
a los que leen las obras a costa de su dinero? Pues ellos son los que
costean la impresión, y por lo mismo sus Mecenas más
seguros. Conque aliéntate, no seas bobo, dedícales a
ellos tu trabajo y saldrás del cuidado.

Le di las gracias a mi amigo; él se fue; yo tomé su
consejo, y me propuse desde aquel momento dedicaros, Señores
Lectores, la
Vida
de tan mentado
Periquillo
Sarniento
, como lo hago.

Pero a usanza de las dedicatorias y a fuer de lisonjero o
agradecido, yo debo tributaros los más dignos elogios,
asegurado de que no se ofenderá vuestra modestia.

Y entrando al ancho campo de vuestros timbres y virtudes,
¿qué diré de vuestra ilustrísima cuna,
sino que es la más antigua y llena de felicidades en su origen,
pues descendéis no menos que del primer monarca del
universo?

¿Qué diré de vuestras gloriosas
hazañas, sino que son tales, que son imponderables e
insabibles?

¿Qué de vuestros títulos y dictados, sino que
sois y podéis ser, no sólo tú ni vos, sino
usías, ilustrísimos, reverendísimos,
excelentísimos y qué sé yo si
eminentísimos, serenísimos, altezas y majestades? Y en
virtud de esto, ¿quién será bastante a ponderar
vuestra grandeza y dignidad? ¿Quién elogiará
dignamente vuestros méritos? ¿Quién podrá
hacer ni aun el diseño de vuestra virtud y vuestra ciencia?
¿Ni quién, por último, podrá numerar los
retumbantes apellidos de vuestras ilustres casas, ni las
águilas, tigres, leones, perros y gatos que ocupan los
cuarteles de vuestras armas?

Muy bien sé que descendéis de un ingrato, y que
tenéis relaciones de parentesco con los Caínes
fratricidas, con los idólatras Nabucos, con las prostitutas
Dalilas, con los sacrílegos Baltazares, con los malditos Canes,
con los traidores Judas, con los pérfidos Sinones, con los
Cacos ladrones, con los herejes Arrios, y con una multitud de
pícaros y pícaras que han vivido y aún viven en
el mismo mundo que vosotros.

Sé que acaso seréis algunos plebeyos, indios,
mulatos, negros, viciosos, tontos y majaderos.

Pero no me toca acordaros nada de esto, cuando trato de captar
vuestra benevolencia y afición a la obra que os dedico; ni
menos trato de separarme un punto del camino trillado de mis maestros
los dedicadores
, a quienes observo desentenderse de los
vicios y defectos de sus Mecenas, y acordarse sólo de las
virtudes y lustre que tienen para repetírselos y
exagerárselos.

Esto es, oh serenísimos Lectores, lo que yo hago al
dedicaros esta pequeña obrita que os ofrezco, como tributo
debido a vuestros
reales…
méritos.

Dignaos, pues, acogerla favorablemente, comprando cada uno seis o
siete capítulos cada día
[13]
, y
suscribiéndoos por cinco o seis ejemplares a lo menos, aunque
después os deis a Barrabás por haber empleado vuestro
dinero en una cosa tan friona y fastidiosa; aunque me
critiquéis de arriba a bajo, y aunque hagáis cartuchos o
servilletas con los libros; que como costeéis la
impresión con algunos polvos de añadidura, jamás
me arrepentiré de haber seguido el consejo de mi amigo; antes
desde ahora para entonces y desde entonces para ahora, os escojo y
elijo para únicos Mecenas y protectores de cuantos mamarrachos
escribiere, llenándoos de alabanzas como ahora, y pidiendo a
Dios que os guarde muchos años, os dé dinero, y os
permita emplearlo en beneficio de los autores, impresores, papeleros,
comerciantes, encuadernadores y demás dependientes de vuestro
gusto.

Señores… etc.

Vuestro… etc.

El Pensador

El prólogo de Periquillo Sarniento

Cuando escribo mi vida, es sólo con la sana
intención de que mis hijos se instruyan en las materias sobre
que los hablo.

No quisiera que salieran estos cuadernos de sus manos, y así
se los encargo; pero como no sé si me obedecerán, ni si
se les antojará andar prestándolos a éste y al
otro, me veo precisado (para que no anden royendo mis podridos huesos,
ni levantándome falsos testimonios) a hacer yo mismo y sin
fiarme de nadie, una especie de
Prólogo
; porque los
prólogos son tapaboca de los necios y maliciosos, y al mismo
tiempo son, como dijo no sé quién, unos remedios
anticipados de los libros, y en virtud de esto digo: que esta obrita
no es para los sabios, porque éstos no necesitan de mis pobres
lecciones; pero sí puede ser útil para algunos muchachos
que carezcan, tal vez, de mejores obras en que aprender, o
también para algunos jóvenes (o no jóvenes) que
sean amigos de leer novelitas y comedias; y como pueden faltarles o no
tenerlas a mano algún día, no dejarán de
entretenerse y pasar el rato con la lectura de mi vida
descarriada.

En ella presento a mis hijos muchos de los escollos en donde
más frecuentemente se estrella la mocedad cuando no se sabe
dirigir, o desprecia los avisos de los pilotos experimentados.

Si les manifiesto mis vicios no es por lisonjearme de haberlos
contraído, sino por enseñarles a que los huyan
pintándoles su deformidad; y del mismo modo, cuando les refiero
tal cual acción buena que he practicado, no es por granjearme
su aplauso, sino por enamorarlos de la virtud.

Por iguales razones expongo a su vista y a su consideración
vicios y virtudes de diferentes personas con quienes he tratado,
debiendo persuadirse a que casi todos cuantos pasajes refiero son
ciertos, y nada tienen de disimulado o fingido sino los nombres, que
los he procurado disfrazar por respeto a las familias que hoy
viven.

Pero no por esto juzgue ninguno que yo lo retrato; hagan cuenta en
hora buena que no ha pasado nada de cuanto digo, y que todo es
ficción de mi fantasía; yo les perdonaré de buena
gana el que duden de mi verdad, con tal que no me calumnien de un
satírico mordaz. Si se halla en mi obrita alguna sátira
picante, no es mi intención zaherir con ella más que al
vicio, dejando inmunes las personas, según el amigo
Marcial:

Hunc servare modum nostri novere libelli:
parcere personis, dicere de vitiis.

Así, pues, no hay que pensar que
cuando hablo de algún vicio, retrato a persona alguna, ni aun
con el pensamiento, porque el único que tengo es de que deteste
el tal vicio la persona que lo tenga, sea cual fuere, y hasta
aquí nada le hallo a esta práctica ni a este deseo de
reprensible. Mucho menos que no escribo para todos, sino sólo
para mis hijos que son los que más me interesan, y a quienes
tengo obligación de enseñar.

Pero aun cuando todo el mundo lea mi obra, nadie tiene que
mosquearse cuando vea pintado el vicio que comete, ni atribuir
entonces a malicia mía lo que en la realidad es perversidad
suya.

Este modo de criticar, o por mejor decir, de murmurar a los
autores, es muy antiguo, y siempre ejercitado por los malos. El padre
San Gerónimo se quejaba de él, por las imposturas de
Onaso, a quien decía:
si yo hablo de los que tienen las
narices podridas y hablan gangoso, ¿por qué
habéis de reclamar luego, y decir que lo he dicho por
vos?

De la misma manera digo: si en esta mi obrita hablo de los
malos
jueces, de los escribanos
criminalistas
, de
los abogados
embrolladores
, de los médicos
desaplicados
, de los padres de familia
indolentes
,
etc., etc., ¿por qué al momento han de saltar contra
mí los jueces, escribanos, letrados, médicos y
demás, diciendo que hablo mal de ellos, o de sus facultades?
Esto será una injusticia y una bobería, pues al que se
queja, algo le duele, y en este caso, mejor es no darse por entendido,
que acusarse, sin que haya quien le pregunte por el pie de que
cojea.

Comencé al principio a mezclar en mi obrilla algunas
sentencias y versos latinos; y sin embargo de que los doy traducidos a
nuestro idioma, he procurado economizarlos en lo restante de mi dicha
obra; porque pregunté sobre esto al señor Muratori, y me
dijo que
los latines son los tropezones de los libros
para
los que no los entienden.

El método y el estilo que observo en lo que escribo, es el
mío natural y el que menos trabajo me ha costado, satisfecho de
que la mejor elocuencia es la que más persuade, y la que se
conforma más naturalmente con la clase de la obra que se
trabaja.

No dudo que así por mi escaso talento, como por haber
escrito casi
currente cálamo
, abundará la
presente en mil defectos, que darán materia para ejercitarse la
crítica menos escrupulosa. Si así fuere, yo prometo
escuchar a los sabios con resignación, agradeciéndoles
sus lecciones a pesar de mi amor propio, que no quisiera dar obra
alguna que no mereciera las más generales alabanzas; aunque me
endulza este sinsabor saber que pocas obras habrá en el orbe
literario que carezcan de lunares en medio de sus más
resplandecientes bellezas. En el astro más luminoso que nos
vivifica, encuentran manchas los astrónomos.

Other books

Unable to Resist by Cassie Graham
Shadowed Ground by Vicki Keire
Final Cut by Franklin W. Dixon
War In Heaven by C. L. Turnage
Breakwater by Carla Neggers
Valley of the Shadow by Peter Tremayne