Read El Periquillo Sarniento Online
Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi
Tags: #clásico, humor, aventuras
No me tengas miedo, que no soy tu verdugo; trátame con
miramiento, pero al mismo tiempo con confianza, considerándome
como padre y como amigo.
Acá hay disciplinas, y de alambre, que arrancan los pedazos;
hay palmetas, orejas de burro, cormas, grillos y mil cosas feas; pero
no las verás muy fácilmente, porque están
encerradas en una covacha. Esos instrumentos horrorosos que anuncian
el dolor y la infamia, no se hicieron para ti ni esos niños que
has visto, pues estáis criados en cunas no ordinarias,
tenéis buenos padres, que os han dado muy bella
educación, y os han inspirado los mejores sentimientos de
virtud, honor y vergüenza, y no creo ni espero que jamás
me pongáis en el duro caso de usar de tan repugnantes
castigos.
El azote, hijo mío, se inventó para castigar
afrentando al racional, y para avivar la pereza del bruto que carece
de razón; pero no para el niño decente y de
vergüenza que sabe lo que le importa hacer, y lo que nunca debe
ejecutar, no amedrentado por el rigor del castigo, sino obligado por
la persuasión de la doctrina y el convencimiento de su propio
interés.
Aun los irracionales se docilitan y aprenden con sólo la
continuación de la enseñanza, sin necesidad de
castigo. ¿Cuántos azotes te parece que les habré
dado a estos inocentes pajaritos para hacerlos trinar como los oyes?
Ya supondrás que ni uno; porque ni soy capaz de usar tal
tiranía, ni los animalitos son bastantes a resistirla. Mi
empeño en enseñarlos y su aplicación en aprender
los han acostumbrado a gorjear en el orden que los oyes.
Con que si unas avecitas no necesitan azote para aprender, un
niño como tú, ¿cómo lo habrá
menester?… ¡Jesús!… ni pensarlo. ¿Qué
dices? ¿Me engaño? ¿Me amarás?
¿Harás lo que te mande? Sí señor, le dije,
todo enternecido, y le besé la mano, enamorado de su dulce
genio. Él entonces me abrazó, me llevó a su
recámara, me dio unos bizcochitos, me sentó en la cama,
y me dijo que me estuviera allí.
Es increíble lo que domina el corazón humano un
carácter dulce y afable, y más en un superior. El de mi
maestro me docilitó tanto con su primera lección, que
siempre lo quise y veneré entrañablemente, y por lo
mismo lo obedecía con gusto.
Dieron las doce, me llamó mi maestro a la escuela para que
las rezara con los niños; acabamos y luego nos permitió
estar saltando y enredando todos en buena compañía; pero
a su vista, con cuyo respeto eran nuestros juegos inocentes. Entre
tanto fueron llegando los criados y criadas por sus respectivos
niños, hasta que llegó la de mi casa y me llevó;
pero advertí que mi maestro le volvió el libro que yo
tenía para leer, y le dio una esquelita para mi padre, la que
se reducía a decirle que llevara yo primeramente los compendios
de Fleuri o Pinton, y cuando ya estuviera bien instruido en aquellos
principios, sería útil ponerme en las manos el
Hombre feliz
, los
Niños célebres
, las
Recreaciones del hombre sensible
, u otras obritas semejantes;
pero que nunca convenía que yo leyera
Soledades de la
vida
, las
novelas de Sayas
,
Guerras civiles de
Granada
, la
historia de Carlo Magno y doce pares
, ni
otras boberas de éstas, que lejos de formar, cooperan a
corromper el espíritu de los niños, o disponiendo su
corazón a la lubricidad, o llenando su cabeza de
fábulas, valentías y patrañas
ridículas.
Mi padre lo hizo según quería mi maestro, y con tanto
más gusto cuanto que conocía que no era nada vulgar.
Dos años estuve en compañía de este hombre
amable, y al cabo de ellos salí medianamente aprovechado en los
rudimentos de leer, escribir y contar. Mi padre me hizo un vestidito
decente el día que tuve mi examen público. Se
esforzó para darle una buena gala a mi maestro, y en efecto la
merecía demasiado. Le dio las debidas gracias, y yo
también con muchos abrazos, y nos despedimos.
Acaso os habrá hecho fuerza, hijos míos, que habiendo
yo sido de tan mal natural por mi educación, física y
moral sin culpa, sino por un excesivo amor de mi madre, y
habiéndome corrompido más con el perverso ejemplo de los
muchachos de mi primera escuela, hubiera transformádome en un
instante de malo en regular, (porque bueno jamás lo he sido)
bajo la dirección de mi verdadero maestro; pero no lo
extrañéis porque tanto así puede la buena
educación reglada por un talento superior y una prudencia
vigilante, y lo que es más, por el buen ejemplo que es la pauta
sobre que los niños dirigen sus acciones casi siempre.
Así que, cuando tengáis hijos, cuidad no sólo
de instruírlos con buenos consejos, sino de animarlos con
buenos ejemplos. Los niños son los monos de los viejos; pero
unos monos muy vivos: cuanto ven hacer a sus mayores, lo imitan al
momento, y por desgracia imitan mejor y más pronto lo malo que
lo bueno. Si el niño os ve rezar, él también
rezará; pero las más veces con tedio y
durmiéndose. No así si os oye hablar palabras torpes e
injuriosas; si os advierte iracundos, vengativos, lascivos, ebrios o
jugadores; porque esto lo aprenderá vivamente, advertirá
en ello cierta complacencia, y el deseo de satisfacer enteramente sus
pasiones, lo hará imitar con la mayor prolijidad vuestros
desarreglos; y entonces vosotros no tendréis cara para
reprenderlos; pues ellos os podrán decir: esto nos
habéis enseñado, vosotros habéis sido nuestros
maestros, y nada hacemos que no hayamos aprendido de vosotros
mismos.
Los cangrejos son unos animalitos que andan de lado; pues como
advirtiesen esta deformidad algunos cangrejos civilizados, trataron de
que se corrigiera este defecto; pero un cangrejo machucho dijo:
señores, es una torpeza pretender que en nosotros se corrija un
vicio que ha crecido con la edad. Lo seguro es instruir a nuestra
juventud en el modo de andar derechos, para que enmendando ellos este
despilfarro, enseñen después a sus hijos y se logre
desterrar para siempre de nuestra posteridad este maldito modo de
andar. Todos los cangrejos
nemine discrepante
[20]
celebraron el arbitrio. Encargose su ejecución a los cangrejos
padres, y éstos con muy buenas razones persuadían a sus
hijos a andar derechos; pero los cangrejitos decían,
¿a ver cómo, padres?
Aquí era ello. Se
ponían a andar los cangrejos y andaban de lado, contra todos
los preceptos que les acababan de dar con la boca. Los cangrejillos,
como que es natural, hacían lo que veían y no lo que
oían, y de este modo se quedaron andando como
siempre. Ésta es una fábula respecto a los cangrejos;
mas respecto a los hombres es una verdad evidente; porque como dice
Séneca,
se hace largo y difícil el camino que
conduce a la virtud por los preceptos; breve y eficaz por el
ejemplo.
Así, hijos míos, debéis manejaros delante de
los vuestros con la mayor circunspección, de modo que
jamás vean el mal, aunque lo cometáis alguna vez por
vuestra miseria. Yo, a la verdad, si habéis de ser malos (lo
que Dios no permita) mas os quisiera hipócritas que
escandalosos delante de mis nietos, pues menos daño
recibirán de ver virtudes fingidas, que de aprender vicios
descarados. No digo que la hipocresía sea buena ni perdonable;
pero del mal el menos.
No sólo los cristianos sabemos que nos obliga este buen
ejemplo que se debe dar a los hijos. Los mismos paganos conocieron
esta verdad. Entre otros es digno de notarse Juvenal cuando dice en la
Sátira XIV lo que os traduciré al castellano de este
modo.
Nada indigno del oído o de la vista
el niño observe en vuestra propia casa.
De la doncella tierna esté muy lejos
la seducción que la haga no ser casta,
Y no escuche jamás la voz melosa
de aquel que se desvela en arruinarla.
Gran reverencia al niño se lo debe,
y si a hacer un delito te preparas,
no desprecies sus años por ser pocos,
que la malicia en muchos se adelanta;
antes si quieres delinquir, tu niño
te debe contener aun cuando no habla,
pues tú eres su censor, y tus enojos,
por tus ejemplos moverá mañana.
(Y has de advertir que tu hijo en las costumbres
se te ha de parecer como en la cara.)
Cuando él cometa crímenes horribles
no perdiendo de vista tus pisadas,
tú querrás corregirlo y castigarlo,
y llenarás el barrio de alharacas.
Aún más harás, si tienes facultades,
lo desheredarás lleno de saña;
¿pero con qué justicia en ese caso
la libertad de padre le alegaras
cuando tú que eres viejo a su presencia
tus mayores maldades no recatas?
Después que pasaron unos cuantos
días que me dieron en mi casa de asueto y como de gala, se
trató de darme destino. Mi padre, que como os he dicho, era un
hombre prudente y miraba las cosas más allá de la
cáscara, considerando que ya era viejo y pobre, quería
ponerme a oficio; porque decía que en todo caso más
valía que fuera yo mal oficial que buen vagamundo; mas apenas
comunicó su intención con mi madre, cuando…
¡Jesús de mi alma! ¡Qué aspavientos y
qué extremos no hizo la santa señora? Me quería
mucho, es verdad; pero su amor estaba mal ordenado. Era muy buena y
arreglada; mas estaba llena de vulgaridades. Decía a mi padre:
¿mi hijo a oficio? No lo permita Dios. ¿Qué
dijera la gente al ver al hijo de don Manuel Sarmiento aprendiendo a
sastre, pintor, platero u otra cosa? Qué ha de decir,
respondía mi padre; que don Manuel Sarmiento es un hombre
decente, pero pobre, y muy hombre de bien, y no teniendo caudal que
dejarle a su hijo, quiere proporcionarle algún arbitrio
útil y honesto, para que solicite su subsistencia sin
sobrecargar a la república de un ocioso más, y este
arbitrio no es otro que un oficio. Esto pueden decir y no otra
cosa. No señor, replicaba mi madre toda electrizada, si usted
quiere dar a Pedro algún oficio mecánico, atropellando
con su nacimiento, yo no, pues aunque pobre, me acuerdo que por mis
venas y por las de mi hijo corre la ilustre sangre de los Ponces,
Tagles, Pintos, Velascos, Zumalacárreguis y Bundibaris. Pero
hija, decía mi padre, ¿qué tiene que ver la
sangre ilustre de los Ponces, Tagles, Pintos, ni de cuantos colores y
alcurnias hay en el mundo, con que tu hijo aprenda un oficio para que
se mantenga honradamente, puesto que no tiene ningún
vínculo que afiance su subsistencia? ¿Pues qué,
instaba mi madre, le parece a usted bueno que un niño noble sea
sastre, pintor, platero, tejedor o cosa semejante? Sí, mi alma,
respondía mi padre con mucha flema; me parece bueno y muy
bueno, que el niño noble, si es pobre y no tiene
protección, aprenda cualquier oficio, por mecánico que
sea, para que no ande mendigando su alimento. Lo que me parece malo es
que el niño noble ande sin blanca, roto o muerto de hambre por
no tener oficio ni beneficio. Me parece malo que para buscar
qué comer, ande de juego en juego, mirando dónde se
arrastra un muerto
[21]
, dónde dibuja una apuesta, o
logra por favor una gurupiada
[22]
. Me parece más malo
que el niño noble ande al medio día espiando
dónde van a comer para echarse, como dicen, de apóstol,
y yo digo de gorrón o sinvergüenza, porque los
apóstoles solían ir a comer a las casas ajenas
después de convidados y rogados, y éstos tunos van sin
que los conviden ni les rueguen; antes a trueque de llenar el
estómago son el hazme reír de todos, sufren mil
desaires, y después de tanto, permanecen más pegados que
unas sanguijuelas, de suerte que a veces es necesario echarlos
noramala con toda claridad. Esto sí me parece malo en un noble;
y me parece peor que todo lo dicho y malísimo en extremo de la
maldad imaginable, que el joven ocioso, vicioso y pobre ande estafando
a éste, petardeando a aquél y haciendo a todos las
trácalas que puede, hasta quitarse la máscara, dar en
ladrón público, y parar en un suplicio ignominioso o en
un presidio. Tú has oído decir varias de estas
pillerías, y aun has visto algunos cadáveres de estos
nobles, muertos a manos de verdugos en esta plaza de México.
Tú conociste a otro caballerito noble y muy noble, hijo de una
casa solariega, sobrino nada menos que de un primer ministro y
secretario de estado; pero era un hombre vicioso, abandonado y sin
destino; (por calavera) consumó sus iniquidades matando a un
pobre maromero en la cuesta del Platanillo, camino de Acapulco, por
robarle una friolera que había adquirido a costa de mil
trabajos. Cayó en manos de la Acordada, se sentenció a
muerte, estuvo en la capilla, lo sacó de ella un virrey por
respeto del tío, y permanece preso en aquella cárcel ya
hace una porción de años
[23]
. He aquí
el triste cuadro que presenta un hombre noble, vicioso y sin
destino. Nada perdió el lustre de su casa por el villano
proceder de un deudo pícaro. Si lo hubieran ahorcado, el
tío hubiera quedado como quedó en el candelero; porque
así como nadie es sabio por lo que supo su padre, ni valiente
por las hazañas que hizo; así tampoco nadie se infama ni
se envilece por los pésimos procederes de sus hijos.
He traído a la memoria este caso horrendo, y
¡ojalá no sucedieran otros semejantes!, para que veas a
lo que está expuesto el noble que fiado en su nobleza no quiere
trabajar, aunque sea pobre.