Read El Periquillo Sarniento Online
Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi
Tags: #clásico, humor, aventuras
Consolose mi madre con esta receta, y desde entonces sólo se
trató de ponerme a estudiar, y me empezaron a habilitar de ropa
negra, arte de la lengua latina y demás necesarias
menudencias.
No parece sino que hablaba mi padre en profecía,
según que todo sucedió como lo dijo. En efecto,
tenía mucho conocimiento de mundo y un juicio perspicaz; pero
estas cualidades se perdían, las más veces, por
condescender nimiamente con los caprichos de mi madre.
Muy bueno y muy justo es que los hombres amen a sus mujeres y que
les den gusto en todo cuanto no se oponga a la razón; pero no
que las contemplen tanto que por no disgustarlas, atropellen con la
justicia, exponiéndose ellos, y exponiendo a sus hijos a
recoger los frutos de su imprudente cariño como me
sucedió a mí. Por eso os provengo para que viváis
sobre aviso, de manera que améis a vuestras esposas tiernamente
según Dios os lo manda y la naturaleza arreglada os lo inspira;
mas no os afeminéis como aquel valientísimo
Hércules, que después que venció leones,
jabalíes, hidras y cuanto se le puso por delante, se
dejó avasallar tanto del amor de Omfale que ésta lo
desnudó de la piel del león Nemeo, lo vistió de
mujer, lo puso a hilar, y aun le reñía y castigaba
cuando quebraba algún huso, o no cumplía la tarea que le
daba. ¡Qué vergonzosa es semejante afeminación aun
en la fábula!
Las mujeres saben muy bien aprovecharse de esta loca pasión,
y tratan de dominar a semejantes maridos de mantequilla.
Cólera da ver a muchos de estos que no conociendo ni
sabiendo sostener su carácter y superioridad, se abaten hasta
ser los criados de sus mujeres. No tienen, secreto por importante que
sea, que no les revelan, no hacen cosa sin tomarles parecer, ni dan un
paso sin su permiso. Las mujeres no han menester tanto para querer
salirse de su esfera, y si conocen que este rendimiento del hombre se
lo han granjeado con su hermosura, entonces desenrollan de una vez
todo su espíritu dominante, y ya tenéis en cada una de
éstas una Omfale, y en cada hombre abatido un Hércules
marica y sinvergüenza. En este caso, cuando las mujeres hacen lo
que se les antoja a su arbitrio, cuando tienen a los hombres en nada,
cuando los encuernan, cuando los mandan, los injurian y aun les ponen
las manos, como lo he visto muchas veces, no hacen más sino
cumplir con su inclinación natural, y castigar la vileza de sus
maridos o amantes sin prevenirlo.
Dios nos libre de un hombre que tiene miedo a su mujer, que es
preciso que le tome su parecer para ir a hacer esto o aquello, que
sabe que le ha de dar razón de adonde fue y de donde viene, y
que si su mujer grita y se altera, él no tiene más
recurso que apelar a los mimos y caricias para contentarla. Estos
hombres, indignos de nombre tan superior, están siempre
dispuestos a ser unos descendientes del cabrío, y unos padres
de familia ineptísimos; porque ellos no dirigen a sus hijos,
sino ellas. Los mismos muchachos advierten temprano la superioridad de
las madres, y no tienen a sus padres el menor miramiento; y más
cuando notan que si cometen alguna picardía por la que el padre
los quiere castigar, con acogerse a la madre, ésta los
defiende, y si se ofrece, arma una pendencia al padre, y se queda
cometida la culpa y eludida la pena.
No sin razón dijo Terencio que las madres ayudan a sus hijos
en las iniquidades, y estorban el que sus padres los corrijan. Lo que
os pondré en una estrofita para que la tengáis en la
memoria.
Suelen ayudar las madres
a la maldad de sus hijos,
impidiendo que los padres
les den el justo castigo.
Es verdad que ni mi padre ni mi madre eran de los
hombres afeminados, ni de las mujeres altivas que he dicho. Mi padre
algunas veces se sostenía, y mi madre jamás se alteraba
ni se alzaba, como dicen, con el santo y la limosna; lo que
sucedía era que cuando no le valían sus insinuaciones y
sus ruegos para hacer a mi padre desistir de su intento, apelaba a las
lágrimas, y entonces era como milagro que no se saliera con la
suya; porque las lágrimas de una mujer hermosa y amada son
armas eficacísimas para vencer al hombre más
circunspecto.
Sin embargo, algunas ocasiones se sostenía con el mayor
vigor. Era bueno que siempre hubiera conservado igual carácter;
mas los hombres no somos dueños de nuestro corazón a
todas horas, aunque siempre debiéramos serlo.
Finalmente, llegó el día en que me pusieron al
estudio, y éste fue el de don Manuel Enríquez, sujeto
bien conocido en México, así por su buena conducta, como
por su genial disposición y asentada habilidad para la
enseñanza de la gramática latina, pues en su tiempo
nadie le disputó la primacía entre cuantos preceptores
particulares había en esta ciudad; mas por una tenaz y general
preocupación que hasta ahora domina, nos enseñaba mucha
gramática y poca latinidad. Ordinariamente se contentan los
maestros con enseñar a sus discípulos una multitud de
reglas que llaman
palitos
, con que hagan unas cuantas
oracioncillas, y con que traduzcan el Breviario, el Concilio de
Trento, el catecismo de San Pío V, y por fortuna algunos
pedacillos de la
Eneida
y Cicerón.
Con semejante
método salen los muchachos habladores y no latinos
, como
dice el padre Calasanz en su
Discernimiento de ingenios
. Tal
salí yo, y no podía salir mejor. Saqué la cabeza
llena de reglitas, adivinanzas, frases y equivoquillos latinos; pero
en esto de inteligencia en la pureza y propiedad del idioma, ni
palabra. Traducía no muy mal y con alguna facilidad las
homilías del Breviario, y los párrafos del Catecismo de
los curas; pero Virgilio, Horacio, Juvenal, Persio, Lucano,
Tácito y otros semejantes, hubieran salido vírgenes de
mi inteligencia si hubiera tenido la fortuna de conocerlos, a
excepción del primer poeta que he nombrado, pues de éste
sabía alguna cosita que le había oído traducir a
mi sabio maestro. También supe medir mis versos, y lo que era
hexámetro, pentámetro, etc.; pero jamás supe
hacer un dístico.
A pesar de esto, y al cabo de tres años acabé mis
primeros estudios a satisfacción, pues me aseguraban que era yo
un buen gramático, y yo lo creía más que si lo
viese. ¡Válgate Dios por amor propio y cómo nos
engañas a ojos vistas! Ello es que yo hice mi Oposición
a toda gramática, y quedé sobre las espumas, mi maestro
y convidados muy contentos, y mis amados padres más huecos que
si me hubiera opuesto a la magistral de México y la hubiera
obtenido.
Siguiéronse a esta función,
las galas, los abrazos, los agradecimientos a mi maestro, y mi salida
del estudio; aunque yo no debo salirme sin deciros otras cositas que
aprendí y repasé en aquellos tres años. Como
allí no había un corto número de niños,
como en mi buena escuela, sino que había infinidad de muchachos
entre pupilos y capenses, todos hijos de sus madres, y de tan
diferentes genios y educaciones, y yo siempre fui un maleta de
primera, tuve la maldita atingencia de escoger para mis amigos a los
peores; y me correspondieron fielmente y con la mayor facilidad; ya se
ve, que cada oveja ama su pareja, y esto es corriente, el asno no se
asocia con el lobo, ni la paloma con el cuervo, cada uno ama su
semejante. Así yo no me juntaba con los niños sensatos,
pundonorosos y de juicio, sino con los maliciosos y extraviados, con
cuyas amistades y compañías cada día me remataba
más, como os sucederá a vosotros y a vuestros hijos, si
despreciando mis lecciones no procuráis o hacerlos que tengan
buenos amigos, o que no tengan ninguno, pues es infalible el axioma
divino que nos dice:
con el santo serás santo; y te
pervertirás con el perverso.
Así me sucedió
puntualmente, bien que yo ya estaba pervertido; pero con la
compañía de los malos estudiantes me acabé de
perder enteramente.
Paréceme que al leer estos renglones exclamáis:
¿cómo se mudó tan presto nuestro padre? Pues en
la última escuela en que estuvo, ¿no había
olvidado las malas propiedades que había adquirido en la
primera? ¿Cómo fue esta metamorfosis tan violenta? Hijos
míos, las buenas o malas costumbres que se imprimen en la
niñez, echan muy profundas raíces, por eso importa tanto
el dirigir bien a las criaturas en sus primeros años. Los
vicios que yo adquirí en los míos, ya por el chiqueo de
mi madre, las adulaciones de las viejas mis parientas, el indolente
método de mi maestro, el pésimo ejemplo y
compañía de tanto muchacho desreglado, y sobre todo
esto, por mi natural perverso y mal inclinado, profundizaron mucho en
mi espíritu, me costó demasiado trabajo irme deshaciendo
de ellos a costa de no pocas reprensiones y caricias de mi buen
maestro, y del continuo buen ejemplo que me daban los otros
niños. Me parece que si nunca me hubieran faltado semejantes
preceptos y condiscípulos, no me hubiera vuelto a extraviar,
sino que hubiera asentado una conducta acendrada y religiosa, pero
¡ah! que no hay que fiar en enmiendas forzadas o pasajeras,
porque en faltando el respeto o el fervor, se lleva el diablo esta
clase de enmiendas, y quedamos con nuestro vestido antiguo o tal vez
peores.
Así lo experimenté yo, bien a mi costa. Estaban mis
pasiones sofocadas, no muertas; mi perversa inclinación estaba
como retirada, pero aún permanecía en mi corazón
como siempre; mi mal genio no se había extinguido, estaba
oculto solamente como las brasas debajo de la ceniza que las cubre; en
una palabra, yo no obraba tan mal y con el descaro que antes, por el
amor y respeto que tenía a mi prudente maestro, y por la
vergüencilla que me imponían los demás niños
con sus buenas acciones; pero no porque me faltaban ganas ni
disposición.
En efecto, luego que me separé de estos testigos, a quienes
respetaba, y me uní otra vez a otros compañeros tan
disipados como yo, volví a soltar la rienda a mis pasiones;
corrieron éstas con el desenfreno propio de la edad, y se
salieron del círculo de la razón, así como un
río se sale de madre cuando le faltan los diques que lo
contienen.
Sin duda era el muchacho más maldito entre los más
relajados estudiantes; porque yo era el
Non plus
ultra
[25]
de los bufones y chocarreros. Esta sola
cualidad prueba que no era mi carácter de los buenos, pues en
sentir del sabio Pascal,
hombre chistoso, ruin
carácter
. Ya sabéis que en los colegios estas
frases,
parar la bola
,
pandorguear
,
cantaletear
, y otras, quieren decir:
mofar
,
insultar
,
provocar
,
zaherir
,
injuriar
,
incomodar
y
agraviar
por todos
los modos posibles a otro pobre; y lo más injusto y opuesto a
las leyes de la virtud, buena crianza y hospitalidad es que estos
graciosos hacen lucir su habilidad infame sobre los pobres
niños nuevos que entran al colegio. He aquí cuán
recomendables son estos truhanes majaderos para que atados a un pilar
del colegio sufrieran cien azotes por cada
pandorga
de
éstas; pero lo sensible es que los
catedráticos
,
pasantes
,
sotaministros
y demás personas de autoridad en tales
comunidades, se desentienden del todo de esta clase de delito, que lo
es sin duda grave, y pasa por
muchachada
, aun cuando se
quejan los agraviados, sin advertir que esta su condescendencia
autoriza esta depravada corruptela, y ella ayuda a acabar deformar los
espíritus crueles de los estragadores como yo, que veía
llorar a un niño de estos desgraciados, a quienes
afligía sumamente con las injurias y befa que les hacía,
y su llanto, que me debía enternecer y refrenar, como que era
el fruto del sentimiento de unas criaturas inocentes, me servía
de entremés y motivo de risa, y de redoblar mis befas con
más empeño.
Considerad por aquí cuál sería mi bella
índole, cuando tenía la fama de ser el mejor
pandorguista
de todo el colegio, y decían mis
compañeros que yo le paraba la bola a cualquiera; que era lo
mismo que decir que yo era el más indigno de todos ellos, y que
ninguno, bueno o malo, dejaría de incomodarse si escuchaba en
su contra mi maldita lengua. ¿Os parece, hijos míos,
esta circunstancia algo favorable? ¿Con ella sola no
advertís mi depravado espíritu y condición?
Porque el hombre que se complace en afligir a otro su semejante, no
puede menos que tener un alma ruin y un corazón protervo. Ni
valga decir que lo hacen unos muchachos, pues esto lo que prueba es
que si aun desde muchachos son malos, de grandes serán peores,
si Dios y la razón no los modera, lo que no es muy
común. Yo tuve una multitud de condiscípulos, y por
observación he visto que es raro el que ha salido bueno de
entre estos genios burlones con exceso; y lo peor es que hay mucho de
esto en nuestros colegios.
Por estos principios conoceréis que era perverso en todo. En
fin, entré a estudiar filosofía.
Escribe Periquillo su entrada al curso de artes,
lo que aprendió, su acto general, su grado, y otras
curiosidades que sabrá el que las quisiere saber