El Periquillo Sarniento (34 page)

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Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi

Tags: #clásico, humor, aventuras

BOOK: El Periquillo Sarniento
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Yo te agradezco, amigo Januario, tus deseos de que yo tenga
algún modito con que comer, que cierto que lo necesito bien;
asimismo te agradezco, le dije, tus consejos y tus advertencias, pero
tengo algún temorcillo de que no me vaya a tocar una paliza o
cosa peor en una de éstas; porque, la verdad, soy muy tonto y
no veterano como tú, y pienso que al primer tapón he de
salir, tal vez, con las zurrapas que me cuesten caro, y cuando piense
que voy a traer lana, salga trasquilado hasta el cogote.

Se medio enfadó Januario con este miedo mío, y me
dijo: anda bestia, eres un para nada. ¡Qué paliza ni qué
broma! ¿Pues qué luego luego te han de correr la mácula?
Yo no me espantaré de que al principio te temblará la
mano para cogerte medio real, pero todo es hacerse, y después
te soplarás hasta los quince y veinte pesos,
quedándote muy fresco
[81]
, y yo te
diré cómo. Ya sabes que los principios son dificultosos;
vencidos éstos, todo se hace llevadero. Entra con valor a la
carrera de los
cócoras
, que en verdad que es demasiado
socorrida, sin temer palizas, ni trompadas de ninguno, pues ya has
oído decir que a los atrevidos favorece la fortuna, y a los
cobardes los repele; tú ya estás no sólo
abandonado de ella, sino bien repelado, ¿quieres verte peor? Fuera de
que, supón que a ti o a mí nos arman una campaña
al cabo de tres o cuatro meses que hayamos comido, bebido y gastado a
costa de los tahures; ¿luego nos han de dar? ¿No pueden recibir
también de nuestras manos? Y por último, pon que salimos
rotos de cabeza, o con una costilla desencajada, con algún
riesgo se alquila casa, no todo ha de ser vida y dulzura, y en ese
caso quedan los recursos de los médicos y de los
hospitales. Con que, Perico, manos a la obra, sal de miserias y de
hambre, que el que no se arriesga no pasa la mar.

A más de que en la clase de ingeniadas hay otros arbitrios
más provechosos y quizá con menos
peligro. Dímelos por tu vida, le dije, que ya reviento por
saberlos.

Uno de ellos, me dijo Januario, es comedirse a
tallar
o
ayudar a barajar a otros, y este arbitrio suele proporcionar una buena
gratificación o
gurupiada
[82]
, si el amo es
liberal y gana; y aunque no sea franco ni gane, el gurupié no
puede perder nunca su trabajo, como no sea tonto, pues en
sabiendo
irse a profundis
seguido, sale la
cuenta y muy bien, pero es menester hacerlo con salero, pues si no, va
uno muy expuesto.

¿Cómo es eso, le pregunté, de
irse a
profundis
, que no entiendo muy bien los términos
facultativos de la profesión?
Irse a profundis
, dijo
mi maestro, es esconderse el dinero del monte que se pueda, poco a
poco, mientras baraja el compañero, fingiendo que se rasca, que
se saca el polvero, que se saca un cigarro, que se compone el
pañuelo y haciendo todas las diligencias que se juzguen
oportunas para el caso; pero esto ya dije, es menester hacerlo con
mucho disimulo, y haciéndolo así, la menor gurupiada te
valdrá ocho o diez pesos.

También es otro arbitrio que tengas en el juego un amigo de
confianza, como yo, y sentándose éste junto a ti, a cada
vez que se descuide el dueño del dinero, le das cuatro pesetas
fingiendo que lo cambias un peso. Este dinero lo juega el
compañero con valor; si se le arranca, lo vuelves a habilitar
con nuevas pesetas; cuando le pagues, le das siempre dinero de
más para engordar la polla, sin miedo ninguno, pues como el
dueño del monte te tenga por hombre de bien, harás de
él cera y pabilo. Si está ganando, el dinero lo
deslumbrará, y si está perdiendo, la misma
pérdida lo cegará, de manera que jamás
reflexionará en tu diligencia, que mil veces es excelente, pues
yo he visto otras tantas desmontar entre el gurupié y
el
palero
(que así se llaman estos compañeros)
con el mismo dinero del monte. En este caso no salen los dos juntos,
sino separados, para no despertar la malicia y en cierto lugar se
unen, se parten la ganancia, y aleluya.

El tercero, más liberal y pronto arbitrio, es entregar todo
el monte en un albur, si el compañero tiene plata para pagarlo;
y si no la tiene, en distintos albures, que al fin resulta el mismo
efecto que es desmontar. Pero para esto es preciso que así el
gurupié como el palero sean muy diestros, y todo consiste en la
friolera de amarrar los albures, poner la baraja al mismo en
disposición de que conociendo por dónde está el
mollete, alce por él, y salgan los albures puestos, teniendo
entre los dos compactado con anticipación si se ha de apostar a
la judía, o a la contrajudía, a la de fuera o a la de
adentro, o la una y una, para no equivocarse y perder el dinero
tontamente, que eso se llama
hacer burro con bola en
mano
.

Para entrar en esta carrera y poder hacer progresos en ella, es
indispensable que sepas
amarrar, zapotear, dar boca de lobo, dar rastrillazo, hacer la
hueca, dar la empalmada, colearte, espejearte
y otras cositas tan
finas y curiosas como éstas, que aunque por ahora no las
entiendas, poco importa
[83]
, yo te las
enseñaré dentro de quince o veinte días, que como
tú te apliques y no seas tonto, con ese tiempo basta para que
salgas maestro con mis lecciones.

Mas es de advertir que para salir con aire en las más
ocasiones es necesario que trabajes con tus armas, y así es
indispensable que sepas hacer las barajas. Ésa es otra, dije yo
muy admirado, pues ¿no ves que eso es un imposible respecto a que me
falta lo mejor que es el dinero? ¿Pero para qué quieres dinero
para eso?, me preguntó Januario. ¿Cómo para qué?,
le dije, para moldes, papel, pinturas, engrudo, prensas, oficiales y
todo lo que es menester para hacer barajas; y fuera de esto, aunque lo
tuviera no me arriesgaría a hacerlas, ¿no ves que donde nos
cogieran, nos despacharían a un presidio por
contrabandistas?

Riose a carcajada suelta Juan Largo de mi simplicidad, y me dijo:
se echa de ver que eres un pobre muchacho inocente, y que
todavía tienes la leche en los labios. Camote, para hacer las
barajas como yo te digo no son menester tantas cosas ni dinero
como tú has pensado. Mira, en la bolsa tengo todos los
instrumentos del arte; y diciendo esto me manifestó unos
cuadrilonguitos de hoja de lata, unas tijeritas finas, una poquita de
cola de boca y un panecito de tinta de China.

Quedeme yo azorado al ver tan poca herramienta, y no acababa de
creer que con sólo aquello se hiciera una baraja; pero mi
maestro me sacó de la suspensión diciéndome:
tonto, no te admires, el hacer las barajas en el modo que te digo no
consiste en pegar el papel, abrir los moldes, imprimirlas y
demás que hacen los naiperos, ése es oficio
aparte. Hacerlas al modo de los jugadores, quiere decir hacerlas
floreadas, esto se hace sin más que estos pocos instrumentitos
que has visto, y con sólo ellos se recortan ya anchas, ya
angostas, ya con esquinas que se llaman
orejas
, o bien se
pintan o se raspan (que dicen vaciar) o se trabajan
de
pegues
, o se hacen cuantas habilidades uno sabe o quiere;
todo con el honesto fin de dejar sin camisa al que se descuide.

La verdad hermano, dije yo, todos tus arbitrios están muy
buenos, pero son unos robos y declarados latrocinios, y creo que no
habrá confesor que los absuelva. ¡Vaya, vaya, dijo Januario
meneando la cabeza, pues estás fresco! ¿Conque ahora que andas
ahí todo descarriado, sin casa, sin ropa, sin qué comer,
y sin almena de que colgarte, vas dando en escrupuloso? ¡Majadero!
¿Pues si eres tan virtuoso para qué te saliste del convento?
¿No fuera mejor que te estuvieras allí comiendo de coca y con
seguridad, y no andar ahora de aquí para allí y
muriéndote de hambre?

Vamos, que ciertamente he sentido la saliva que he gastado contigo,
y las luces que te he dado por tu bien, y por no verte
perecer. Bestia, si todos pensaran en eso, si reflexionaran en que el
dinero que así ganan es robado, que debe restituirse, y que si
no lo hicieren así se los llevará el diablo, ¿crees
tú que hubiera tanto haragán que se mantuviera del juego
como se mantienen? ¿Te parece que éstos juegan suerte y
verdad, y así se mantienen? No, Perico, éstos juegan con
la larga
[84]
, y siempre con su pedazo de
diligencia, si no ¿cómo se habían de sostener?
Ganarían un día del mes y perderían veinte y
nueve, pues ya has oído decir que el juego más quita que
da, y esto es muy cierto en queriendo ser muy escrupuloso, porque el
que limpio juega, limpio se va a su casa; pero por esta razón
estos señoritos mis camaradas y compañeros, antes de
entrar en el giro de la fullería, lo primero que hacen es
esconder la conciencia debajo de la almohada, echarse con las petacas,
y volverse corrientes. Bien que no he conocido uno que no tenga su
devoción. Unos rezan a las Ánimas, otros a la
Santísima Virgen, éste a San Cristóbal,
aquél a Santa Gertrudis, y finalmente esperamos en el
Señor que nos ha de dar buena
muerte
[85]
. Conque no seas tonto,
Periquillo, elige tu devoción particular, y anda hombre, anda,
no tengas miedo; peor será que pegues la boca a una
pared
[86]
, porque donde tú no lo
busques, estás seguro que haya quien te dé ni un lazo
para que te ahorques. Ya has visto lo que te acaba de pasar con tus
tíos. Conque si entre los tuyos no hallas un pedazo de pan,
¿qué esperanzas te quedan en adelante? Ahora estoy yo en
México que soy tu amigo y te puedo enseñar y adiestrar;
si dejas pasar esta ocasión, mañana me voy, y te quedas
a pedir limosna, porque no a todos los
hábiles
les
gusta enseñar sus habilidades, temerosos de no criar
cuervos que a ellos mismos tal vez mañana u otro día les
saquen los ojos. En fin, Perico, harto te he dicho. Tú
sabrás lo que harás, que yo lo hago no más de
pura caridad
[87]
.

Como por una parte yo me veía estrechado de la necesidad, y
sin ser útil para nada, y por otra los proyectos de Januario
eran demasiado lisonjeros, pues me facilitaba nada menos que el tener
dinero sin trabajar, que era a lo que yo siempre había
aspirado, no me fue difícil resolverme; y así le di las
gracias a mi maestro, reconociéndolo desde aquel instante por
mi protector, y prometiéndole no salir un punto de la
observancia de sus preceptos, arrepentido de mis escrúpulos y
advertencias, como si debiera el hombre arrepentirse jamás de
no seguir el partido de la iniquidad; pero lo cierto es que así
lo hacemos muchas veces.

Durante esta conversación advirtió Januario que yo
tenía los labios blancos, y me dijo: tú, según me
parece, no has almorzado. Ni tampoco me he desayunado, le
respondí, y cierto que ya serán las dos y media de la
tarde. Ni la una ha dado, dijo Januario, pero el reloj de los
estómagos hambrientos siempre anda adelantado, así como
se atrasa el de los satisfechos. Por ahora no te aflijas,
vámonos a comer.

¡Santa palabra!, dije yo entre mí, y nos marchamos.

Aquél era el primer día, que yo experimentaba todo el
terrible poder de la hambre, y quizá por eso luego que puse el
pie en el umbral de la fonda, y me dio en las narices el olor de los
guisados, se me alegró el corazón de manera que
pensé que entraba por lo menos en el Paraíso
terrenal.

Sentámonos a la mesa, y Januario pidió con mucho
garbo dos comidas de a cuatro reales y un cuartillo de vino. Yo me
admiré de la generosidad de mi amigo, y temeroso no fuera
a salir con alguna de las suyas después de haber comido, le
pregunté si tenía con qué pagar, porque lo que
había pedido valía siquiera un par de pesos. Él
se sonrió y me dijo que sí, y para que comiese yo sin
cuidado, me mostró como seis pesos en dinero doble y
sencillo.

En esto fueron trayendo un par de tortas de pan con sus cubiertos,
dos escudillas de caldo, dos sopas, una de fideos y otra de arroz, el
puchero, dos guisados, el vino, el dulce y el agua; comida ciertamente
frugal para un rico, pero a mí me pareció de un rey, o
por lo menos de un embajador, pues si a buena hambre no hay mal pan,
aunque sea malo, cuando el pan es de por sí bueno, debe parecer
inmejorable por la misma regla. Ello es que yo no comía, sino
que engullía, y tan aprisa que Januario me dijo: espacio,
hombre, espacio que no nos han de arrebatar los platos de delante.

Entre la comida menudeamos los dos el vino, lo que nos puso
bastante alegres; pero se concluyó, y para reposarla sacamos
tabaco y seguimos platicando de nuestro asunto.

Yo con más curiosidad que amistad le pregunté a mi
mentor que ¿dónde vivía? A lo que él me
respondió que no tenía casa ni la había menester,
porque todo el mundo era su casa.

¿Pues dónde duermes?, le dije. Donde me coge la noche, me
respondió, de manera que tú y yo estamos iguales en
esto, y en ajuar y ropa, porque yo no tengo más que lo
encapillado.

Entonces asombrado le dije: ¿pues cómo has gastado con tanta
liberalidad? Eso, respondió, no lo extrañes, así
lo hacemos todos los
cócoras
y jugadores cuando
estamos de
vuelta
, quiero decir, cuando estamos gananciosos,
como yo, que anoche con una parada con que me armé, y
la
fleché
con valor, hice doce pesos; porque yo soy
trepador cuando me toca, esto es, apuesto sin miedo, como que nada
pierdo aunque se me arranque, y tengo la puerta abierta para otra
ingeniada.

Quizá por eso, dije yo, he oído decir a los monteros
que más miedo tienen a un real dado o arrastrado en mano de
los
cócoras
como tú, que a cien pesos de un
jugador. Por eso es, dijo Juan Largo, porque nosotros como
siempre
vamos en la verde
, esto es, no arriesgamos nada, poco
cuidado se nos da que después de acertar ocho albures con
cuatro reales a la dobla, en el noveno nos ganen ciento veinte pesos;
porque si lo ganamos, hacemos doscientos cincuenta y seis, y si lo
perdemos, nada perdemos nuestro, y en este caso ya sabemos el camino
para hacer nuevas diligencias.

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