Read El Periquillo Sarniento Online
Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi
Tags: #clásico, humor, aventuras
Horrorizan estas maldiciones; pero y qué,
¿habrá hijos tan inicuos, ingratos y desalmados que las
merezcan? Esto mismo dudó Solón, y por eso cuando dio
leyes a los atenienses y les señaló castigo a todos los
delitos, no lo señaló al hijo ingrato y
parricida
[56]
, diciendo que no se persuadía pudiera
haber tales hijos. ¡Ah! Nosotros no podemos fingirnos esta duda,
porque vemos mil hijos que ni merecen este nombre, según son de
perversos o ingratos con sus padres.
Por el contrario, prodiga Dios las bendiciones de los hijos buenos,
amantes y obedientes a sus generadores. Dice
que vivirán
largo tiempo sobre la tierra, que la bendición del padre afirma
las casas de los hijos
, esto es, su felicidad temporal.
Que
de la honra que tributaren al padre, resultará la gloria del
hijo o su buen nombre. Que el Señor se acordará del buen
hijo en el día de su tribulación, que atenderá
sus oraciones, que les perdonará su pecados
, y en fin,
que les acompañará la bendición de Dios
eternamente.
Es tan justo, debido y natural el amor, respeto y gratitud que los
hijos deben a los padres, que los mismos paganos que no conocieron al
verdadero Dios, ni se impusieron en sus bendiciones y amenazas, nos lo
dejaron recomendado no sólo con sus plumas sino con sus
obras.
¡Qué amor el de aquella joven romana que estando su
padre preso y sentenciado a morir de hambre, se dio arbitrio para
alimentarlo por una rendija de la puerta de la cárcel! Y
¿con qué? Con la leche de sus pechos. Acción tan
tierna que, sabida por los jueces, le granjeó el indulto al
infeliz anciano.
¡Qué respeto el de aquellos dos nobles hijos Cleoves y
Vitón, que faltando los caballos, ellos tiraron la carroza y
condujeron hasta las puertas del templo a su madre la sacerdotisa!
Acción que elogió Cicerón, y la aplaudieron tanto
los romanos que veneraron como a dioses a aquellos dos tan reverentes
hijos.
¡Qué piedad la de Eneas que ardiendo la ciudad de
Troya en la noche fatal de su exterminio, cuando todo era espanto,
terror y confusión, y no tratando todos sino de librarse de la
muerte, él corre donde estaba su viejo padre Anchises, lo pone
sobre sus hombros, vuela con él por entre las llamas, y le
asegura la vida diciéndole:
Ea, ven a mi cerviz, que yo en mis hombros
te tengo de librar, oh padre amado,
sin que tan dulce carga en ningún tiempo
me agrave ni la estime por trabajo.
Sea después lo que fuere, que hora el riesgo
o la dicha será común a entrambos. -Virg. En. 2.
Estos heroicos ejemplos ¿no embelesan, no
encantan, no enternecen a los buenos hijos? Y a los malos ¿no
los avergüenzan y confunden? Estas brillantes acciones no fueron
hechas por unos santos cristianos, ni por unos anacoretas del Yermo,
sino por unos gentiles, por unos paganos, que no gozaron la luz del
Evangelio, ni tuvieron noticia de sus infalibles promesas, y sin
embargo amaban, veneraban y socorrían a sus padres hasta el
extremo que habéis visto, sin más guía que la
naturaleza, y sin más interés que la complacencia
interior que es uno de los frutos de la virtud.
Pero los malos hijos no sólo no veneran a sus padres, sino
que los insultan, y lejos de socorrerlos y alimentarlos, les disipan
cuanto tienen, los abandonan y los dejan perecer en la
miseria. ¡Ay de tales hijos!, y ¡ay de mí!, que fui
uno de ellos, y a fuerza de disgustos y sinsabores di con mi pobre
madre en la sepultura, como lo veréis en el capítulo
primero del tomo que sigue.
FIN DEL TOMO PRIMERO
Tomo II
José Joaquín Fernández de Lizardi
…Nadie crea que es suyo el retrato, sino que hay muchos diablos
que se parecen unos a otros. El que se hallare tiznado, procure
lavarse, que esto le importa más que hacer crítica y
examen de mi pensamiento, de mi locución, de mi idea, o de los
demás defectos de la obra.
TORRES VILLARROEL
en su prólogo de la Barca de Aqueronte.
Ha de estar usted para saber, señor lector, y saber para
contar, que estando yo la otra noche sólo en casa, con la pluma
en la mano anotando los cuadernos de esta obrilla, entró un
amigo mío de los pocos que merecen este nombre,
llamado
Conocimiento
, sujeto de abonada edad y profunda
experiencia, a cuya vista me levanté de mi asiento para hacerle
los cumplidos de urbanidad que son corrientes.
Él me los correspondió, y sentándose a mi
derecha me dijo: continúe usted en su ocupación, si es
que urge, que yo no más venía a hacerle una visita de
cariño.
No urge, señor, le dije, y aunque urgiera la
interrumpiría de buena gana por dar lugar a la grata
conversación de usted, ya que tengo el honor de que me visite
de cuando en cuando; y aun esta vez lo aprecio demasiado por
aprovechar la ocasión de suplicarle me informe qué se
dice por ahí de
Periquillo Sarniento
, pues usted
visita a muchos sabios, y aun a los más rudos suele honrarlos
algunas veces como a mí.
¿Usted me habla de esa obrita reciente, cuyo primer tomo ha dado
usted a luz? Sí, señor, le respondí, y me
interesa saber qué juicio forma de ella el público para
continuar mis tareas, si lo forma bueno, o para abandonarlo en el caso
contrario.
Pues oiga usted amigo, me dijo el
Conocimiento
, es
menester advertir que el público es todos y ninguno, que se
compone de sabios e ignorantes, que cada uno abunda en su
opinión, que es moralmente imposible contentar al
público, esto es, a todos en general, y que la obra que celebra
el necio, por un accidente merece la aprobación del sabio,
así como la que éste aplaude, por maravilla la celebra
el necio.
Siendo éstas unas verdades de Pedro Grullo, sepa usted que
su obrita corre en el tribunal del público casi los mismos
trámites que han corrido sus compañeras, quiero decir,
las de su clase. Unos la celebran más de lo que merece, otros
no la leen para nada, otros la leen y no la entienden, otros la leen y
la interpretan, y otros finalmente, la comparan a los
Annales
de Volusio o al espinoso cardo que sólo puede agradar al
áspero paladar del jumento.
Estas cosas debe usted tenerlas por sabidas, como que no ignora que
es más fácil que un panal se libre de la golosina de un
muchacho, que la obra más sublime del agudo colmillo de
Zoylo.
Es verdad, señor, que lo sé, y sé que mis
obrillas no tienen cosa que merezca el más ligero aplauso, y
esto lo digo sin gota de hipocresía, sino con la sinceridad que
lo siento; y admiro la bondad del público cuando lee con
gusto mis mamarrachos a costa de su dinero, disimulando benigno lo
común de los pensamientos, lo mal limado del estilo, tal vez
algunos yerros groseros, y entonces no puedo menos que tenerlos a
todos por más prudentes que a Horacio, pues éste
decía en su
Arte poética
, que en una obra buena
perdonaría algunos defectos:
Non ego paucis offendar
maculis
; y también dijo que hay defectos que merecen
perdón:
Sunt delicta tamen quibus ignovisse velimus
;
pero mis lectores, a cambio de tal cual cosa que le sale a gusto en
mis obritas, tienen paciencia para perdonar los innumerables defectos
en que abundan. Dios se los pague y les conserva con docilidad de
carácter.
Tampoco soy de los que aspiran a tener un sinnúmero de
lectores, ni apetezco los vítores de la plebe ignorante y
novelera. Me contento con pocos lectores, que siendo sabios no me
haría daño su aprobación, y para no cansar a
usted cuando le digo esto, me acuerdo del sentir de los señores
Horacio, Juan Owen e Iriarte, y digo con el último en su
fábula del Oso bailarín:
Si el sabio no aprueba, malo;
y si el necio aplaude, peor.
-Fáb. III.
Es verdad que apetecería tener no ya muchos
lectores, sino muchos compradores, a lo menos tantos cuantos se
necesitan para costear la impresión y compensarme el tiempo que
gasto en escribir. Con esto que no faltara, me daría por
satisfecho, aunque no tuviera un alabador; acordándome de lo
que acerca de ellos y los autores dice el célebre Owen en uno
de sus epigramas.
Bastan pocos
[57]
, basta uno
en quien aplausos desee,
y si ninguno me lee,
también me basta ninguno.
Mas sin embargo de estas advertencias, yo quisiera saber
cómo se opina de mi obrita para hacer las cuentas con mi bolsa,
pues, no vaya usted a pensar que por otra cosa.
Pues amigo, me dijo el
Conocimiento
, tenga usted el
consuelo que hasta ahora yo más he oído hablar bien de
ella que mal. ¿Luego también hay quien hable mal de ella?, le
pregunté.
¿Pues no ha de haber?, me dijo, hay o ha habido quien hable mal de
las mejores obras, ¡y se había de quedar
Periquillo
riendo de los habladores! Pero ¿qué dicen de Perico?, le
pregunté, y él me contestó: dicen que este Perico
habla más que lo que se necesita, que lleva traza de no dejar
títere con cabeza a quien no le corte su vestido, que a
título de crítico es un murmurador eterno de todas las
clases y corporaciones del estado, lo que es una grandísima
bellaquería, que ¿quién lo ha metido a pedagogo del
público para, so color de declamar contra los abusos,
satisfacer su carácter mordaz y maldiciente? Que si su fin era
enseñar a sus hijos, por qué no lo hizo como
Catón Censorino,
que doctrinaba a su hijo
con buen corazón,
y no con sátiras, críticas y chocarrerías; que
si el publicar tales escritos es por acreditarse de editor, con ellos
mismos se desacredita, pues pone su necedad de letra de molde; y si es
por lucro que espera sacar de los lectores, es un arbitrio odioso e
ilegal, pues nadie debe solicitar su subsistencia a costa de la
reputación de sus hermanos; y por último, que si el
autor es tan celoso, tan arreglado, y opuesto a los abusos, ¿por
qué no comienza reformando los suyos, pues no le faltan?
¡Ay señor Conocimiento!, exclamé lleno de miedo. ¿Es
posible que todo eso dicen? Sí, amigo, todo eso dicen.
¿Pero quién lo dice, hermanito de mi corazón?
¿Quién lo ha de decir, contestó el Conocimiento, sino
aquéllos a quienes les amargan las verdades que usted les hace
beber en la copa de la fábula? ¿Quiere usted que hable bien de
Periquillo
un mal padre de familias, una madre consentidora
de sus hijos, un preceptor inepto, un eclesiástico relajado,
una coqueta, un flojo, un ladrón, un fullero, un
hipócrita, ni ninguno de cuantos viciosos usted pinta? No
amigo, éstos no hablarán bien de la obra, ni de su autor
en su vida; pero tenga usted entendido que de esta clase de rivales
saca un grandísimo partido, pues ellos mismos, sin pensarlo,
acreditan la obra de usted y hacen ver que no miente en nada de cuanto
escribe; y así siga usted su obrita, despreciando esta clase de
murmuraciones (porque no se llaman ni pueden llamarse
críticas). Repita de cuando en cuando lo que tantas veces tiene
protestado y estampado, esto es, que no retrata jamás en sus
escritos a ninguna persona determinada, que sólo ridiculiza el
vicio con el mismo loable fin que lo han ridiculizado tantos y tan
valientes ingenios de dentro y fuera de nuestra España,
y para que más lo crean, repítales con el divino Canario
(Iriarte):
A todos y a ninguno
mis advertencias tocan;
quien las siente se culpa,
el que no, que las oiga.
Y pues no vituperan
señaladas personas,
quien haga aplicaciones
con su pan se lo coma.
-Fáb. I.
Diciendo esto se fue el Conocimiento (porque era el
Conocimiento universal
), añadiendo que estaba haciendo
falta en algunas partes, y yo tomé la pluma y escribí
nuestra conversación, para que usted, amigo Lector, haga boca y
luego siga leyendo la historieta del famoso
Periquillo
.