Read El Periquillo Sarniento Online
Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi
Tags: #clásico, humor, aventuras
Ésta es una verdad terrible, pero es una verdad que no
negará ningún sacerdote sabio. Yo lo que veo (y que
confirma mi opinión en el particular) es que los sacerdotes
virtuosos, santos y doctos, son muy escrupulosos para confesar y
dirigir monjas y otras almas espirituales, y cuando las dirigen son
muy eficaces para no dejar de la mano la sonda de la doctrina y la
prudencia. A más de esto, consultan con el teólogo por
esencia, con Dios digo, en los ratos de oración que tienen, y
como saben que deben hacer cuantas diligencias humanas estén en
su arbitrio para conseguir el acierto, consultan las dudas que tienen
con otros varones sabios y espirituales. Esto veo, y esto me hace
creer lo contingente que será el acierto de la dirección
espiritual de unas almas místicas fiado a unos pobres
clérigos casi legos, que apenas saben lo muy preciso para decir
misa y absolver al penitente en virtud de la promesa de
Jesucristo.
De manera, hijo mío, que estoy firmemente persuadido que si
la Iglesia santa pudiera hacer que todos sus ministros fueran
teólogos y santos, no omitiría sacrificio alguno para
conseguirlo; pero la escasez de varones y talentos tales como los
necesarios, hace que provea a los fieles de aquellos que se encuentran
tal cual útiles para la simple administración de los
Sacramentos.
Aún hay más. Ya te dije que los sacerdotes son los
maestros de la ley. A ellos toca privativamente la explicación
del dogma y la interpretación de las Sagradas Escrituras. Ellos
deben estar muy bien instruidos en la revelación y
tradición en que se funda nuestra fe, y ellos en fin, deben
saber sostener a la faz del mundo lo sólido e incontrastable de
nuestra tanta religión y creencia.
Pues ahora, supongamos un caso remoto, pero no
imposible. Supongamos, digo, que un pobrecito vicario de éstos
de que hablamos, o un religioso hebdomadario, o que llaman de
misa
y olla
, tiene con un hereje una disputa acerca de la certeza de
nuestra religión, de la justicia de su dogma, de lo divino de
sus misterios, de la realidad del cumplimiento de las
profecías, de lo evidente de la venida del Mesías, del
cómputo de las semanas de Daniel o cosa semejante (advirtiendo
que los herejes que promueven o entran en estas disputas, aunque son
ciegos para la fe, no lo son para las ciencias. He vivido en puerto de
mar, y he conocido y tratado algunos), ¿cómo
conocerán sus sofismas? ¿Cómo eludirán sus
argumentos? ¿Cómo distinguirán su malicia de la
fuerza intrínseca de la razón? ¿Y cómo
podrá salir de sus labios la verdad triunfante y con el brillo
que le es tan natural? Ello es cierto que si sólo el
Ferrer
, el
Cliquet
, el
Lárraga
u
otro sumista de moral semejante fueran bastantes para contrarrestar a
los herejes, no sé cómo hubiera salido San
Agustín con los maniqueos, San Gerónimo con los
donatistas, ni otros santos padres con otras chusmas de herejes y
heresiarcas a quienes combatieron y confundieron con brillantez y
solidez de argumentos.
De todo lo dicho debes concluir, Pedro mío, que para ser un
digno sacerdote no sobra con saber lo muy preciso; es necesario
imbuirse y empaparse en la sólida teología, y en las
reglas o leyes eclesiásticas que son los cánones de la
Iglesia.
«Agrega a esto, que es tan peculiar al sacerdocio la
literatura, que a mediados del siglo XIII no eran promovidos al
clericato sino los literatos, según la novela de Justiniano 6,
cap. 4 y 123, cap. 12. De modo que Juliano el antecesor
escribía:
El que no es literato no puede ser
clérigo.
Sucedió que para significar un hombre
docto y literato, empezó a usarse el nombre de
clérigo
, y el de
lego
para denotar un
ignorante o que no sabía las letras, de donde provino
también que a los legos doctos se les daba el título de
clérigos
; y por el contrario, los eclesiásticos
no literatos eran llamados también
legos
.
Se le
llama clérigo
(son palabras de Oderico Vital en el
lib. 3)
porque está imbuido en el conocimiento de las
letras y de las demás artes.
En la Crónica Andrense
leemos también las siguientes palabras:
Con la anuencia de
algunos romanos, hizo que se le subordinase cierto español muy
clérigo llamado Burdino.
Y en la historia de los obispos
de Eistet:
Este obispo Juan fue gran clérigo en el Derecho
Canónico
, esto es, gran letrado. El mismo significado se
observa que tuvo antiguamente en la lengua francesa, pues
clerc
quería decir lo mismo que
docto
, como
también
clergie
lo mismo que ciencia y
doctrina.»
Toda esta erudición y alguna más, la recogió
el señor Muratori en su opúsculo titulado:
Reflexiones sobre el buen gusto
, cap. 7, fol. 70, 71 y 72,
donde lo podrás ver, confirmando que para merecer el nombre de
clérigo, es menester ser literato; y de lo contrario, el que no
lo sea, no será un padre
clérigo
, sino un padre
lego
.
Harto te he dicho, y así si quieres ser eclesiástico,
dime ¿qué te resuelves a estudiar?
Viéndome yo tan atacado, no hubo remedio, respondí a
mi padre que estudiaría teología, y a los dos
días ya era yo cursante teólogo, y vestía los
hábitos clericales.
No tardé mucho en ver en la universidad a mi amigo Pelayo, a
quien di parte de todo lo que me había ocurrido con mi padre, y
cómo yo, no pudiendo escaparme de sus insinuaciones,
elegí estudiar teología. Ello será un perdedero
de tiempo, supuesto que no te gusta el estudio, me dijo mi amigo; pero
si no hay otro remedio, ¿qué se ha de hacer? A veces es
preciso contemporizar con los viejos ideáticos, aunque uno no
quiera, aunque sea para engañarlos, mientras se realizan
nuestros proyectos. Mi padre también es del tenor siguiente: ha
dado en que estudie cánones
a fortiori
, esto es,
quieras que no quieras, y aun me habla de licenciaturas y borlas; pero
yo que no soy vanidoso, no pienso en eso; lo que quiero es acabar mis
cánones bien o mal, alcanzar el gradillo, ordenarme y quitarme
de libros ni quebraderos de cabeza. Tú puedes hacer lo mismo:
aguanta tus cursos de universidad con la paciencia que un purgado, y
cuando menos lo pienses te hallarás hecho un bachiller
teólogo, que para el caso de que digan que lo eres, con eso
basta.
Ni es menester que te des mala vida ni te derritas los sesos sobre
los libros. Estudia de carrera lo que te señale tu
catedrático, enséñate a manejar el
ergo
por imitación, y frecuenta la universidad, porque los cursos
importan, hijo; los cursos son más precisos que la ciencia
misma, para lograr el grado.
Bien saben y sabemos que a lo que vamos los más estudiantes
a la universidad no es a aprender nada, sino a
cuajar
un rato
unos con otros; pero lo cierto es que el que no tiene su
certificación de haber cursado el tiempo prefinido por
estatuto, no se graduará, aunque sea más teólogo
que Santo Tomás; y si la tiene, él será
bachiller, aunque no sepa quién es Dios por el padre Ripalda;
pero ello es que así la vamos pasando, y así la
pasaremos tú y yo con más descanso.
Yo apenas falto de la universidad tal cual vez; pero del colegio
sí me deserto con frecuencia. Los domingos, jueves y fiestas
de guardar, no tenemos clase por el colegio, y yo
salo
[35]
uno o dos días a la semana, ya
verás qué poco me mortifico.
Esto es lo que harás tú, si quieres que no se te haga
pesado el estudio de la teología. Acompáñate
conmigo, arráncale a tu padre los realitos que puedas, y
confía de mí en que no sólo te pasarás
buena vida, sino que te civilizarás, porque advierto que eres
un mexicano payo, y yo te quiero sacar de barreras. Sí, yo te
llevaré a varias casas de señoritas finas que tengo de
tertulias, aprenderás a danzar, a bailar, a contestar con las
gentes decentes. Fuera de esto, te sentaré en los estrados y
haré que te comuniques con las damas, porque el trato con las
señoras ilustra demasiado. Últimamente, te
enseñaré a jugar al billar, malilla de campo, tresillo,
báciga y albures, que todas estas habilidades son partes de un
mozo fino e ilustrado, y de este modo nos la pasaremos buena. Al cabo
de un año tú no te conocerás, y me darás
las gracias por los buenos oficios de mi amistad.
El cielo vi abierto con el plan de vida que me propuso Pelayo,
porque yo no aspiraba a otra cosa que a holgar y divertirme; y
así le di las gracias por el interés que tomaba en mis
adelantos, y desde aquel día me puse bajo su dirección y
tutela.
Él inmediatamente trató de cumplir con sus deberes,
llevándome a varias tertulias que frecuentaba en algunas casas
medianamente decentes, y en las que vivían señoritas de
título, como
la Cucaracha
,
la Pisa-bonito
,
la Quebrantahuesos
y otras de igual calaña.
Ya se deja entender que los tertulios y tertulias debajo de capas,
casacas y enaguas, eran muchachas y jóvenes de primera tijera,
esto es, mozos y mozas estragados, libertinos y tunos de
profesión.
Con tan buenas compañías y la dirección de mi
sapientísimo Mentor, dentro de pocos meses salí un buen
bandolonista, bailador incansable, saltador eterno, decidor,
refranero, atrevido y
lépero
[36]
a toda
prueba.
Como mi maestro se había propuesto civilizarme e ilustrarme
en todos los ramos de la caballería de la moda, me
enseñó a jugar al billar, tresillo, tute y juegos
carteados; no se olvidó de instruirme en las cábulas del
bisbís
[37]
, ni en los ardides para jugar albures
según arte, y no así, así, a la buena de Dios, ni
a lo que la suerte diera; pues me decía:
que el que limpio
jugaba limpio se iba a su casa
, sino siempre con su pedazo de
diligencia.
Un año gasté en aprender todas estas maturrangas;
pero eso sí, salí maestro y capaz de poner
cátedra de fullería y
leperaje
a lo decente;
porque hay dos clases de tunantismo: una soez y arrastrada como la de
los enfrazadados y borrachos que juegan a la rayuela o a la taba en
una esquina, que se trompean en las calles, que profieren unas
obscenidades escandalosas, que llevan a otras
leperuzcas
descalzas y hechas pedazos, y se emborrachan públicamente en
las pulquerías y tabernas, y éstos se llaman pillos y
léperos
ordinarios.
La otra clase de tunantismo decente, es aquella que se compone
de mozos decentes y extraviados que con sus capas, casaquitas y
aun perfumes, son unos ociosos de por vida, cofrades perpetuos de
todas las tertulias, cortejos de cuanta coqueta se presenta,
seductores de cuanta casada se proporciona, jugadores, tramposos y
fulleros siempre que pueden;
cócoras
[38]
de
los bailes, sustos de los convites, gorrones intrusos,
sinvergüenzas, descarados, necios
a nativitate
,
tarabillas perdurables y máquinas vestidas, escandalosas y
perjudiciales a la desdichada sociedad en que viven; y estos tales son
pillos y
léperos
decentes, y de esta clase de
pillería
digo que pude haber puesto cátedra
pública, según lo que aproveché con las lecciones
de mi maestro y el ejemplo de mis concursantes en el corto espacio de
un año.
El pobre de mi padre estaba muy ajeno de mis indignos
adelantamientos, y muy pagado de Martín Pelayo, que visitaba mi
casa con frecuencia, porque ya os he dicho que vuestro abuelo era de
tan buen entendimiento como corazón. En efecto, era hombre de
bien y virtuoso, y como tales personas son fáciles de
engañarse por las astucias de los malvados, entre yo y mi amigo
teníamos alucinado a mi buen padre; porque yo era un gran
pícaro, y Pelayo era otro pícaro más que yo; y
así entre los dos hacíamos cera y pabilo de las
creederas de mi padre, que tenía por un mozo muy fino,
arreglado y buen estudiante al tal tuno de Martín, y
éste a mis excusas hacía delante de mis padres unos
elogios encarecidísimos de mi talento y aplicación, con
lo que les clavaba más la espina, esto es, a mi padre, que a mi
madre no era menester nada de eso, porque como me amaba sin prudencia,
mis mayores maldades las disculpaba con la edad, y mis menores me las
pasaba por gracias y travesuras.
Pero así como la moneda falsa no puede correr mucho tiempo
sin descubrir o su mal trojel o su liga, así la maldad no puede
pasar muchos días con la capa de la hipocresía sin
manifestar su sordidez. Puntualmente sucedió lo mismo conmigo,
pues mi padre, un día que yo no lo pensaba, me preguntó
que ¿cuándo era mi acto? ¿O que si estaba en
disposición de tenerlo? Ciertamente, que si como me
preguntó eso, me hubiera preguntado ¿que si estaba apto
para bailar una contradanza? ¿Para pervertir una joven?
¿O para amarrar un alburito? No me tardo mucho en responder
afirmativamente, pero me hizo una pregunta difícil, porque yo,
con mis quehaceres, no pude dedicarme a otro estudio, de suerte que mi
Biluart estaba limpio y casi intacto.
Sin embargo, era preciso responder alguna cosa, y fue que mi
catedrático no me había dicho nada, que se lo
preguntaría. No, me dijo mi padre, no le preguntes nada, que yo
lo haré. En mala hora se encargó mi padre de semejante
comisión, porque fue al segundo día al colegio, y le
preguntó a mi maestro que ¿en qué estado estaba
yo de estudio? Y que si estaba capaz de sustentar un acto, lo hiciese
favor de avisárselo para hacer sus diligencias para los
gastos.
Mi maestro, tan veraz como serio, le contestó: amigo, yo
deseaba que usted me viera para decirle que su niño no promete
las más leves esperanzas de aprovechar, no porque carezca de
talento, sino por falta de aplicación. Es muy abandonado, rara
semana deja de faltar uno o dos días a la clase, y cuando
viene, es a enredar y a hacer que pierdan el tiempo los otros
colegiales. En virtud de esto, ya usted verá cuál
será su aptitud, y cuáles sus adelantos. A más de
esto, yo le he advertido ciertas amistades y malas inclinaciones que
me hacen temer la ruina próxima de esto mozo, y así
usted como buen padre vele sobre su conducta, y vea en qué le
ocupa con sujeción; porque si no, el muchacho se le
pierde, y usted ha de dar a Dios cuenta de él.