El Periquillo Sarniento (18 page)

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Authors: José Joaquín Fernández de Lizardi

Tags: #clásico, humor, aventuras

BOOK: El Periquillo Sarniento
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Tampoco te persuado que te dediques a otros estudios que se llaman
bellas letras, porque son más deleitables al entendimiento que
útiles a la bolsa. Supongamos que eres un gran retórico
y más elocuente que Demóstenes: ¿de qué te
servirá si no puedes lucir tu oratoria en una cátedra o
en unos estrados?, que es como decirte, si no eres sacerdote o
abogado. Supón también que te dedicas al estudio de las
lenguas, ya vivas, ya muertas, y que sabes con primor el idioma
griego, el hebreo, el francés, el inglés, el italiano y
otros, esto solo no te proporcionará subsistir.

Pero con más eficacia te apartara yo de la poesía, si
la quisieras emprender como arbitrio; porque el trato con las musas es
tan encantador como infructuoso. Comúnmente cuando alguno
está muy pobre dice que
está haciendo
versos
. Parece que estas voces
poeta
y
pobre
son sinónimas, o que el tener la habilidad de poetizar es un
anatema para perecer. Algunos familiares del Pindo han logrado labrar
su fortuna por su numen, pero han sido pocos en realidad. Virgilio fue
uno de ellos, que fue protegido de Augusto; pero no se hallan
fácilmente Augustos ni Mecenas que patrocinen Virgilios; antes
muchos otros que han tenido las dos circunstancias que Horacio
requiere para la poesía, que son
numen
y
arte
, han pedido limosna cuando se han atenido a esta
habilidad, y otros más prudentes se han apartado de ella,
mirándola como un comercio pernicioso a su mejor
colocación; tal fue don Esteban Manuel Villegas, cuyas
Eróticas
tenemos. Por esto te aconsejo en esta parte
con las mismas palabras de Bocángel.

Si hicieres versos, haz pocos,
por más que te asista el genio,
que aunque te lo aplauda el gusto
ha de reñirlo el talento.

Que es como decirte: aunque tengas gusto de hacer
versos, aunque éstos sean buenos y te los celebren, haz pocos,
no te embeleses ni te distraigas en este ejercicio, de suerte que no
hagas otra cosa; porque entonces, si no eres rico, ha de
reñirlo el talento, pues la bolsa lo ha de sentir, y la moneda
andará reñida contigo como con casi todos los poetas. El
padre del gran Ovidio le decía que no se dedicara a las Musas,
poniéndole por causal la pobreza que se podía esperar de
ellas, pues le acordaba que Homero siendo tan celebrado poeta
murió pobre.
Nullas reliquit opes.

No es esto decirte que son inútiles la poesía y las
demás ciencias que te he dicho; antes muchas de ellas son no
sólo útiles, sino necesarias a ciertos profesores. Por
ejemplo, la dialéctica, la retórica y la historia
eclesiástica, son necesariasísimas al teólogo; la
química, botánica y toda la física es
también precisa para el médico; la lógica, la
oratoria y la erudición en la historia profana, son
también no sólo adornos, sino báculos forzosos
para el que quiera ser buen abogado. Últimamente, el estudio
de las lenguas ministra a los literatos una exquisita y copiosa
erudición en sus respectivas facultades, que no se logra sino
bebiéndose en las fuentes originales, y la dulce poesía
les sirve como de sainete o refrigerio que les endulza y alegra el
espíritu fatigado con la prolija atención con que se
dedican a los asuntos serios y fastidiosos; pero estos estudios
considerados con separación de las principales facultades, (si
se deben separar) sólo serán un mero adorno,
podrán dar de comer alguna vez, pero no siempre, a la menos en
América, donde faltan proporción, estímulos y
premios para dedicarse a las ciencias.

Con que de todo esto sacamos en conclusión, que un pobre
como tú que sigue la carrera de las letras para tener con
qué subsistir, se ve en necesidad de ser o sacerdote
teólogo o canonista; o siendo secular, médico o abogado;
y así, ya puedes elegir el género de estudio que te
agrade, advirtiendo antes que en el acierto de la elección
consistirá la buena fortuna que te hará feliz en el
discurso de tu vida.

Yo no exijo de ti una resolución violenta ni
despremeditada. No, hijo mío, ésta no es puñalada
de cobarde. Ocho días te doy de plazo para que lo pienses
bien. Si tienes algunos amigos sabios y virtuosos, comunícales
las dudas que te ocurran, aconséjate con ellos,
aprovéchate de sus lecciones, y sobre todo, consúltate a
ti mismo, examina tu talento e inclinación, y después
que hagas estas diligencias, resolverás con prudencia la
carrera literaria que pienses abrazar. En inteligencia, que si de tus
consultas y examen deduces que no serás buen letrado ni
sacerdote, ni secular, no te apures ni te avergüences de
decírmelo, que por la gracia de Dios, yo no soy un padre
ridículo, que he de incomodarme porque me participes el
desengaño que saques por fruto de tus reflexiones. No, Pedro
mío, dime, dime con toda franqueza tu nuevo modo de pensar; yo
te puse el arte de Nebrija en la mano, por contemporizar con tu madre,
mas ahora que ya eres grande, quiero contemporizar contigo, porque
tú eres el héroe de esta escena, tú eres el
más interesado en tu logro, y así tu inclinación
y tu aptitud para esto o para aquello, se debe consultar, y no la de
tu madre ni la mía.

No soy yo de los padres que quieren que sus hijos sean
clérigos, frailes, doctores o licenciados, aun cuando son
ineptos para ello o les repugna tal profesión. No, yo bien
sé que lo que importa es que los hijos no se queden flojos y
haraganes, que se dediquen a ser útiles a sí y al
estado, sin sobrecargar la sociedad contándose entre los vagos,
y que esto no solamente las ciencias lo facilitan, también hay
artes liberales y ejercicios mecánicos con que adquirir el pan
honradamente.

Y así, hijo mío, si no te agradan las letras, si te
parece muy escabroso el camino para llegar a ellas, o si penetras que
por más que te apliques has de avanzar muy poco, viniendo a
serte infructuoso el trabajo que impendas en instruirte, no te
aflijas, te repito. En ese caso tiende la vista por la pintura, o por
la música; o bien por el oficio que te acomode. Sobran en el
mundo sastres, plateros, tejedores, herreros, carpinteros, bateojas,
carroceros, canteros y aun zurradores y zapateros que se mantienen con
el trabajo de sus manos. Dime, pues, qué cosa quieres ser, a
qué oficio tienes inclinación, y en qué giro te
parece que lograrás una honrada subsistencia; y créeme
que con mucho gusto haré por que lo aprendas, y te
fomentaré mientras Dios me diere vida; entendido que no hay
oficio vil en las manos de un hombre de bien, ni arte más ruin,
oficio u ejercicio más abominable que no tener arte, oficio ni
ejercicio alguno en el mundo. Sí, Pedro, el ser ocioso e
inútil es el peor destino que puede tener el hombre; porque la
necesidad de subsistir y el no saber cómo ni de qué, lo
ponen como con la mano en la puerta de los vicios más
vergonzosos, y por eso vemos tantos drogueros, tantos rufianes de sus
mismas hijas y mujeres, y tantos ladrones; y por esta causa
también se han visto y se ven tan pobladas las cárceles,
los presidios, las galeras y las horcas.

Así pues, hijo mío, consulta tu genio e
inclinación con espacio, para abrazar éste o el otro
modo con que juzgues prudentemente que subsistirás los
días que el cielo te conceda, sin hacerte odioso ni gravoso a
los demás hombres tus hermanos, a quienes debes ser
benéfico en cuanto puedas, que esto exige la legítima
sociedad en que vivimos.

Pero también debes advertir que aunque tú has de ser
el juez que te examine, por la misma razón has de ser muy recto
sin dejarte gobernar por la lisonja, pues entonces perderás el
tiempo, tus especulaciones serán vanas, y te
engañarás a ti mismo, si no pruebas tu capacidad y
analizas tu genio como si fuera el de un extraño, y sin hacerte
el más mínimo favor. El gran Horacio aconseja en su
Arte Poética
a los escritores
que para escribir
elijan aquella materia que sea más conforme a sus fuerzas, y
vean el peso que puedan tolerar sus hombros, y el que
resistan.

Pues es cierto que si las fuerzas exceden a la carga, ésta
se sobrellevará; mas si la carga es mayor que las fuerzas,
rendirá al hombre, quien vergonzosamente caerá bajo su
peso.

Es una verdad que se introduce sin violencia dentro de nuestros
corazones, que
no todos lo podemos todo
; pero la
lástima es que aunque conocemos su evidencia, la conocemos
respecto de los demás; mas no respecto de nosotros
mismos. Cuando alguno emprende hacer esto o aquello y le sale mal,
luego decimos: ¡Oh!, pues si se mete a lo que no entiende,
¿no es preciso que yerre? Pero cuando nosotros
emprendemos, creemos que somos capaces de salirnos con la nuestra,
¿y si erramos? ¡Oh!, entonces nos sobran mil disculpas a
nuestro favor para cubrirnos de las notas de imperitos o
atolondrados.

Por esto no me cansaré de repetirte, hijo mío, que
antes de abrazar esta o la otra facultad literaria, esta o aquella
profesión mecánica, etc., lo pienses bien, veas si eres
o no a propósito para ello; pues aun cuando te sobre
inclinación, si te falta talento, errarás lo que
emprendas sin ambas cosas, y te expondrás a ser objeto de la
más severa crítica.

Cicerón fue el depósito de la elocuencia romana;
tenía inclinación a la poesía, pero no aquel
talento propio para ella que llaman
estro
, lo que fue causa
de que cometiese una ridícula cacofonía, o mal sonido de
palabras en aquel verso que censuró con otros Quintiliano.

O fortunatam natam me consule Romam.

Y Juvenal dijo que si las
Filípicas
con que irritó el ánimo de Antonio las hubiera dicho con
tan mala poesía, nunca hubiera muerto degollado.

El célebre Cervantes fue un grande ingenio, pero desgraciado
poeta; sus escritos en prosa le granjearon una fama inmortal (aunque
en esto de pesetas, murió pidiendo limosna. Al fin fue de
nuestros escritores); pero de sus versos, especialmente de sus
comedias, no hay quien se acuerde. Su grande obra del
Quijote
no le sirvió de parco para que no lo
acribillaran por mal poeta, a lo menos Villegas en su séptima
elegía dice hablando con su amigo:

Irás del Helicón a la conquista
mejor que el mal poeta de Cervantes,
donde no le valdrá ser Quijotista.

Este par de ejemplitos te asegurará de las
verdades que te he dicho. Conque anda, hijo, piénsalas bien, y
resuelve que es lo que has de ser en el mundo; porque el fin es que no
te quedes vago y sin arbitrio.»

Fuese mi padre y yo me quedé como tonto en vísperas;
porque no percibía entonces toda la solidez de su doctrina. Sin
embargo, conocí bien que su merced quería que yo
eligiera un oficio o profesión que me diera de comer toda la
vida; mas no me aproveché de este conocimiento.

En los siete días de los ocho concedidos de plazo para que
resolviera, no me acordé sino de visitar a los amigos y pasear,
como lo tenía de costumbre, apadrinado del consentimiento de mi
cándida madre; pero en el octavo me dio mi padre un
recordoncito, diciéndome: «Pedrillo, ya sabrás
bien lo que has de decir esta noche acerca de lo que te
pregunté hoy hace ocho días.» Al momento me
acordé de la cita, y fui a buscar un amigo con quien consultar
mi negocio.

En efecto lo hallé; pero ¡qué amigo!, como
todos los que yo tenía, y los que regularmente tienen los
muchachos desbaratados, como yo era entonces. Llamábase este
amigo Martín Pelayo, y era un bicho punto menos maleta, que
Juan Largo. Su edad sería de diez y nueve a veinte años,
jugadorcillo más que Birjan, enamorado más que Cupido,
más bailador que Batilo; más tonto que yo, y más
zángano que el mayor de la mejor colmena. A pesar de estas
nulidades, estaba estudiando para
padre
, según
decía, con tanta vocación en aquel tiempo para ser
sacerdote como la que yo tenía para verdugo; sin embargo, ya
estaba tonsurado y vestía los hábitos clericales, porque
sus padres lo habían encajado al estado eclesiástico a
fuerza, lo mismo que se encaja un clavo en la pared a martillazos, y
esto lo hicieron por no perder el rédito de un par de
capellanías gruesas que había
heredado. ¡Qué mal estoy, y estaré toda mi vida
con los mayorazgos y las capellanías heredadas!

Pero de cualquier modo, éste fue el eximio doctor, el hombre
proyecto, y el sabio virtuoso que yo elegí para consultar mi
negocio, y ya ustedes verán que bien cumpliría, con las
buenas intenciones de mi padre. Así salió ello.

Luego que yo le informé de mis dudas y le dije algo de lo
que mi padre me predicó, se echó a reír y me
dijo: eso no se pregunta. Estudia para clérigo como yo, que es
la mejor carrera, y cierra los ojos. Mira: un clérigo es bien
visto en todas partes, todos lo veneran y respetan aunque sea un
tonto, y le disimulan sus defectos; nadie se atreve a motejarlos ni
contradecirlos en nada; tiene lugar en el mejor baile, en el mejor
juego, y hasta en los estrados de las señoras no parece
despreciable; y por último, jamás le falta un peso,
aunque sea de una misa mal dicha en una carrera. Conque así
estudia para clérigo y no seas bobo. Mira tú: el otro
día, en cierta casa de juego se me antojó no perder un
albur, a pesar de que vino el as contrario delante de mi carta, y me
afiancé con la apuesta, esto es, con el dinero mío y con
el ajeno. El dueño reclamaba y porfiaba con razón que
era suyo; pero yo grité, me encolericé, juré, me
cogí el dinero y me salí a la calle, sin que hubiera uno
que me dijera
esta boca es mía
, porque el que menos,
me juzgaba diácono, y ya tú ves que si este lance me
hubiera sucedido siendo médico o abogado secular, o me salgo
sin blanca, o se arma una campaña de que tal vez no hubiera
sacado las costillas en su lugar. Conque otra vez te digo, que
estudies para clérigo y no pienses en otra cosa.

Yo le respondí: todo eso me gusta y me convence demasiado;
pero mi padre me ha dicho que es preciso que estudie teología,
cánones, leyes o medicina; y yo, la verdad, no me juzgo con
talentos suficientes para eso. No seas majadero, me respondió
Pelayo. No es menester tanto estudio ni tanto trabajo para ser
clérigo, ¿tienes capellanía? No tengo, le
respondí. Pues no le hace, prosiguió él,
ordénate a título de idioma; ello es malo, porque los
pobres vicarios son unos criados de los curas, y tales hay que
les hacen hasta la cama; pero esto es poco, respecto a las ventajas
que se logran, y por lo que toca a lo que dice tu padre de que es
necesario que estudies teología o cánones para ser
clérigo, no lo creas. Con que estudies unas cuantas
definiciones del Ferrer o de Lárraga, te sobra; y si estudiares
algo de Cliquet, o del curso Salmaticense, ¡oh!, entonces ya
serás un teólogo moralista consumado, y serás un
Séneca para el confesonario, y un Cicerón para el
púlpito, pues podrás resolver los casos de conciencia
más arduos que hayan ocurrido y puedan ocurrir, y
predicarás con más séquito que los Masillones y
Burdalúes, que fueron unos grandes oradores, según me
dice mi catedrático, que yo no los conozco ni por el forro.

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