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Authors: Lucía Etxebarria

Tags: #Intriga

El contenido del silencio (27 page)

BOOK: El contenido del silencio
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—Y ¿cómo acabaron las dos en aquella casa? ¿Era de Heidi?

—Eso parece... No está muy claro. Bueno, como creo que ya te expliqué, no se puede edificar en la península de Jandía porque la zona está declarada parque natural. Los únicos que han podido construir allí son aquellos cuyos padres o abuelos vivían en Cofete, y que pudieron exhibir algún título de propiedad o similar. En esos casos rehabilitaron las antiguas casas de majoreros. Pero eso no se empezó a hacer hasta los años ochenta. La de la alemana estaba lo suficientemente apartada como para que casi nadie se preguntara de quién era en realidad. Nadie la ocupaba. La señora podía aparecer de cuando en cuando, pero era muy discreta, llegaba con el Land Rover cargado con suficiente comida y avituallamiento como para mantenerse sin necesidad de aparecer por el guachinche de Cofete y nadie le prestaba mayor atención, porque por allí pasan solamente los excursionistas de turno, los que van a acampar en la playa o a visitar la casa. Y la casa era de Gustav Winter, no pertenecía a ningún majorero.

El camarero, muy ceremonioso, llegó con los dos vasos de un caliente color ambarino, y la cuenta. Sin mirar siquiera el importe, Virgilio dejó su tarjeta sobre la factura y, con un gesto displicente de la mano, le hizo entender a Gabriel que invitaba.

—¿De Gustav Winter? ¿Del presunto nazi que construyó la casa grande?

—La casa Winter, sí, exactamente. Te dije que en 1962 Winter vendió la península de Jandía, pero no la parcela de la casa. En esa parcela estaba incluida la casa que la señora ocupaba. El caso es que, por lo que parece, la alemana dice que la casa es suya, que su padre se la compró a Winter, y asegura que tiene las escrituras de propiedad. No las tenía consigo en el momento de la detención, evidentemente. Pero los abogados de los herederos de Winter niegan ese hecho y dicen que, si hay una escritura, debe de ser una falsificación. En fin, un lío.

—Y todos estos años, ¿nadie se había fijado en la alemana? ¿Nadie la conocía? Es raro...

—Tú mismo viste que, escondida entre los bancales y construida con la misma piedra seca de éstos, la casa está perfectamente camuflada. Además, está situada en un lugar por el que apenas pasa nadie. Tiene una planta pequeña, dos habitaciones y un lavadero, y eso es lo que nosotros vimos desde fuera. Pero lo que no pudimos apreciar es que la casa no es sino la punta de un iceberg. ¿Recuerdas que le dije que antes de irse de la casa Winter se tapiaron los sótanos? Bien, nunca se sabrá la extensión de aquellos sótanos o si contaban o no con un túnel hasta el mar, pero la casa en la que encontramos a la alemana también está edificada sobre un sótano. Sospecho que, durante años, se han podido guardar armas en él, es el escondite perfecto porque nunca imaginarías que existe.

—¿Armas? ¿Qué quieres decir? —Gabriel le pegó un buen trago al güisqui. Empezaba a marearse.

—Verás... Como todo el mundo sabe a estas alturas, la tal Heidi fue detenida hace muchos años en Alemania porque formaba parte de un grupúsculo nazi que se dedicaba a imprimir y repartir folletos negacionistas. La detuvieron, pagó la fianza y, cuando estaba a la espera de juicio, huyó de .Alemania antes de que éste tuviera lugar. De alguna manera llegó a Canarias y consiguió un pasaporte y una identidad nueva. Ya os dije que ese tipo de trapicheos y de nuevas identidades eran moneda corriente en los años cincuenta e incluso sesenta en España, pero el caso de esa mujer, de Heidi como se llame, porque tiene varios pasaportes con varias identidades diferentes, es muy particular. —Se detuvo para pegarle un trago a su güisqui, imprimiendo una pausa dramática al discurso, y Gabriel pensó, por enésima vez, que aquel hombre, en lugar de mantener conversaciones, impartía conferencias en tono doctoral, incluso en situaciones presuntamente distendidas como aquélla—. Verás, te conté que la Kameradenwerk era una asociación de excombatientes que se ayudaban entre sí, pero en este caso no ayudaron a un excombatiente, sino a la hija de uno: de Rudolf Barth. El nombre original de la alemana no era Heidi; en realidad se llama Isolde Barth.

—¿Isolde? Joder, qué nombre tan horrible.

—Bueno, su padre era un alto dignatario nazi, ¿qué le iba a gustar más que un nombre wagneriano?

—¿Cómo has dicho que se llamaba el padre?

—Barth, Rudolf Barth.

—Lo siento, pero el nombre no me suena.

—Un nazi conocido. Quizá no lo suficiente para que a ti te suene, pero sí reconocible para muchos. Parece que Barth había restaurado la antigua casa de medianero con la intención de crear un refugio en caso de necesidad. Si un hombre necesitaba esconderse del mundo, Cofete era el lugar ideal. Es fácil subsistir allí siempre que se disponga de una escopeta. Hay agua potable gracias al aljibe y a los numerosos manantiales, y el clima es excelente. Hay tuneras y marisco en abundancia. Y, por la noche, siempre se pueden quemar las numerosas aulagas disponibles para hacer fuego.

—¿Qué son aulagas?

—Unos arbustos que crecen sólo en lugares secos y rocosos V que prenden en seguida porque tienen poca hoja verde. Allí, en Jandía, hay también abundancia de caza, conejos y perdices. Imagino que Barth, que se había refugiado en Canarias con un nombre falso, había mantenido la casa como posible refugio en caso de necesidad. Tengo la sospecha de que muy probablemente la Kameradenwerk usó durante años ese refugio para esconder a perseguidos en caso de estar tramitándoles una nueva documentación o preparándoles el viaje hacia África o Sudamérica.

—Y esa sospecha, ;se podrá probar algún día? —Otro trago de güisqui, y la sensación de que la realidad se iba diluyendo, o convirtiéndose sólo en narración.

—No lo sé. De momento lo que se sabe es que Heidi mantuvo la casa durante años bien encalada y adecentada, con la misma idea. Porque en caso de tener problemas podía refugiarse allí durante varios meses. Como son numerosos los turistas alemanes que viajan a Cofete en excursiones de Land Rover, nadie se fijaría mucho en dos turistas alemanas. Amén de que la zona está casi despoblada, ¿quién podía verlas? En los sótanos de la casa había latas de conserva suficientes corno para que Heidi y Ulrike pudieran aguantar varios meses en Jandía. Después, una vez se hubiera calmado la tormenta mediática, y cuando los aeropuertos estuvieran menos controlados, ambas tenían planeado huir a Sudamérica. O, bueno, eso es lo que cree al menos la policía, porque ellas no han abierto la boca.

—Y su padre, ¿cómo has dicho que se llamaba?

—Rudolf Barth.

—¿Quién era exactamente? ¿Un carnicero estilo Adolf Eichmann? ¿Uno de esos que estaban en la lista del Mossad?

—No es uno de los nombres más conocidos entre la alta cúpula de poder nazi, pero sí fue uno de los más poderosos. Barth era uno de los altos magos de la Sociedad de Thule, un grupo esotérico proveniente de la logia ocultista Germanenorden.

—Me estoy liando. Mi alemán es pobre, y mis conocimientos históricos también...

—Sí, perdona, cuando me pongo profesoral, me embalo y no paro. Sé que a veces nadie me entiende. Verás, todos los grandes hombres del Reich, todos los que detentaron poder, habían pertenecido a sociedades esotéricas y ocultistas. Y Rudolf Barth no era una excepción. Barth trabajaba directamente con la Das Ahnenerbe y la Amherge. Y, antes de que me preguntes de qué hablo, ya te lo aclaro yo: la primera era la Sociedad para la Herencia de los Antepasados, dedicada a la arqueología, la etnografía y la antropología. Y la segunda fue un centro de estudios esotéricos sobre la herencia aria, el centro que junto con la Das Ahnenerbe organizó y financió las expediciones antropológicas al Tibet y Asia Central, así como el estudio de diversas expediciones a Canarias. Unas para visitar las pirámides de Huimar, y otras, esto es lo importante, a... Fuerteventura.

—¿Fuerteventura? Y ¿por qué? ¿Qué tiene que ver esta isla con el ocultismo? ¿O con la herencia aria?

—Mucho, aunque no lo parezca. Esta puede ser una de las islas más antiguas del mundo. Desde luego es la más antigua de este archipiélago, por eso la llaman la Isla Madre. Y, además, aquí se reportan muchos fenómenos paranormales. No sé si has oído hablar, por ejemplo, de la luz de Mafasca...

—Nunca.

—Bueno..., pues es una luz. Eso, una luz que acompaña al viajero por los senderos solitarios de la isla de Fuerteventura. Aparece de pronto, desaparece de pronto. Creo que algún equipo ha llegado a grabarla, incluso... Y lleva siglos en la isla...

—Y ¿qué se supone que es? ¿Un ovni? ¿Un espíritu?

—No se sabe. Una presencia sobrenatural, dicen. Aquí se cree que es el espíritu de un muerto que se quedó sin cruz en la tumba porque unos caminantes que tenían frío quemaron los maderos de la misma para hacer una fogata... Leyendas locales, ya sabes... Es que en esta isla hay mucha tradición de espíritus y aparecidos. Hay una casa en Tacande en la que se oyen ruidos extraños, y arrullos, por no hablar de la montaña mágica de Tindaya. ¿Tampoco has oído hablar nunca de ella?

—No. —Gabriel seguía bebiendo despacio, a trago apretado, afirmado en el vidrio frío y sacándole al güisqui su piel líquida.

—Pues es una montaña espectacular que se erige en medio de una planicie y que de lejos parece una pirámide, como un gran templo natural en forma de cono alzado sobre el cielo. Por eso erigían los egipcios las pirámides, porque representaban la conexión de la tierra con el firmamento, el
axis mundi
que enlaza el mundo de las divinidades con el mundo de los hombres. La idea la tomaron de los mesopotámicos, que no consiguieron hacer pirámides pero sí zigurats. Y esos edificios intentaban lograr la conexión entre el dios Sol y la Madre Tierra, que se unirían de forma mágica en la cima.

—O sea, que estamos en una isla mágica, es eso lo que me quieres decir... Y por eso Heidi venía a retirarse aquí. Quiero decir, Isolde, o como se llame.

—Sí. Sospecho que su padre estaba obsesionado con la isla. Ya te he dicho que la alta cúpula nazi era una obsesa de los temas ocultistas y esotéricos. No sé si sabes que, según la biografía del propio Albert Speer, Hitler declaró la guerra tras una aurora boreal porque estaba obsesionado con la astrologia, y lo consideró una señal. El cielo era rojo, y todos los altos cargos de la cúpula nazi, que contemplaban el espectáculo desde la terraza del Berghof, tenían la cara y las manos teñidos de ese color, y el Führer entendió que ése era el baño de sangre que iba a instaurar el Reich de los Mil Años.

—¿Eso va en serio?

—Viene en las memorias de Albert Speer, no puede haber fuente más fiable. El 21 de agosto de 1939, una aurora boreal extraordinariamente intensa cubrió de luz roja el legendario Utenberg durante más de una hora. Y Hitler, dirigiéndose a uno de los asistentes militares, observó: «Esto parece un baño ele sangre, no podremos evitar la violencia.» Como esa misma mañana Stalin había ratificado el pacto de no agresión germano-soviético, Hitler creyó que estaba reservado a un destino tan alto que nadie podría causarle ningún mal.

—Me vas a perdonar, pero me parece un poco increíble que alguien decida declarar una guerra sólo porque cree ver un signo en el cielo... Suena a novela de Jeffrey Archer.

—Pero fue así. Los contemporáneos de Hitler han ratificado que desde joven le obsesionaban temas esotéricos: religiones orientales, ocultismo, hipnosis, astrologia...

—Vaya, como mi hermana Cordelia... Otro iluminado. ¿Me estás diciendo que mi hermana Cordelia empezó por leer a Blake y acabó neonazi?

—Pues no exactamente, pero, si me lo permites, tendría que explicarte más cosas para que llegues a entenderlo.

—¿Vas a contarme otra historia como la de la casa Winter?

—Algo parecido, si me dejas.

—Todo oídos. Será un placer. No es que tenga mucho más que hacer esta mañana, la verdad.

—Perfecto. Sigo hablándote de Hitler. Braunauarm-Inn, su pueblo natal en Austria, era un hervidero de espiritistas y videntes. En realidad, toda la Alemania meridional, Suiza, Austria..., era un semillero de ocultistas por entonces. Fue precisamente en ese contexto en el que Jung redactó la teoría del inconsciente colectivo. Él pensaba que los médiums se ponían en contacto con ese inconsciente Pero vuelvo a irme por las ramas, según mi costumbre.

—La verdad es que tu erudición es asombrosa.

—Leo mucho, probablemente demasiado, por eso estoy tan fascinado con toda esta historia, con que la líder de una secta fuera nada más y nada menos que la hija de Barth, intentando mantener viva la sociedad secreta en la que creía su padre. Es como una novela.

—Y esa sociedad secreta, ¿era una sociedad nazi?

—Bueno, no sé si sabes que Hitler estuvo a punto de ser sacerdote, o eso decía él; había sido monaguillo. Pero en realidad no era católico, sino esoterista pagano. Ariosófico, para ser más exactos.

—Vuelvo a perderme. ¿Qué significa ariosófico?

—Pues el ariosolismo es un movimiento, no diría yo que cultural ... ¿cómo lo defino? Un sistema ideológico, más bien. Lo sistematizó otro austríaco, Guido von List, cuya ideología bebía directamente del resurgimiento general del ocultismo en Alemania y Austria que tuvo lugar a fines del siglo xix y principios del siglo XX, inspirado por el paganismo germano y por el romanticismo alemán. Se supone que el ariosofismo recopilaba la sabiduría oculta tradicional aria. No sé cómo explicártelo..., es como si metieras en una batidora la masonería, la teosofía, Wagner, las antiguas sagas nórdicas, las leyendas germanas (que en gran parte son una invención literaria del movimiento romántico alemán), el gótico alemán, los rosacruces, la cábala germánica, la gnosis... ¡Ah! Y el vegetarianismo también, por eso Hitler era vegetariano estricto. En fin..., como si batieras todas las teorías esotéricas o espirituales que pudieran correr por la Europa de entonces y crearas tu propia teología. No sé si teología es la palabra adecuada, porque List no creía exactamente en una divinidad, sino en un destino universal de una raza, la aria, y un pueblo, el germánico. O sea, que creía que las personas debían fundirse en grandes colectividades luchando por el bien común. El franquismo utilizaba la misma idea: un destino en lo universal. En cualquier caso, el ariosofismo constituyó la base ideológica de las tesis nazis.

—Y Hitler creía en esa ideología, religión, secta o lo que fuera...

—Hitler era ariosófico pero, por lo que sé, nunca perteneció a la Sociedad de Thule. Sí que pertenecieron, por ejemplo, Himmler, Rudolf Hess, Alfred Rosenberg, el ministro de los Territorios Ocupados del Este, o Hans Frank, el gobernador nazi en Polonia... Todos ejecutados en los juicios de Nuremberg.

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