Read Dune. La casa Harkonnen Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (6 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
5.27Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Eres un idiota, Nord! —tronó Narvi, como si hubiera estado esperando la oportunidad de insultarle.

—Y tú eres un imbécil y un hombre muerto.

El embajador de Grumman se puso en pie, derribando la silla. Se movió con rapidez y precisión. ¿Había sido su ebriedad una excusa para provocar al hombre?

Lupino Ord desenfundó un cortador a rayos y disparó repetidas veces contra su adversario. ¿Había planeado provocar a su rival ecazi? Los cortadores desgarraron la cara y el pecho de Narvi, y le mataron antes de que los venenos de las afiladas hojas obraran su efecto.

Los comensales gritaron y salieron huyendo en todas direcciones. Unos lacayos sujetaron al tambaleante embajador y le arrebataron el arma. Margot estaba petrificada en su asiento, más estupefacta que aterrorizada.
¿En qué he fallado? ¿Hasta qué extremos llega esta animosidad entre Ecaz y la Casa Moritani?

—Encerradle en uno de los túneles subterráneos —ordenó Fenring—. Que esté vigilado en todo momento.

—¡Gozo de inmunidad diplomática! —protestó Ord con voz chillona—. No osaréis retenerme.

—Jamás deis por sentado de lo que soy capaz. —El conde contempló las caras sobresaltadas que le miraban—. Podría permitir que mis invitados os castigaran, ejerciendo así su propia… inmunidad, ¿ummm?

Fenring movió un brazo, y se llevaron al hombre, hasta que pudiera ser devuelto a Grumman sano y salvo.

Un equipo de médicos entró corriendo, los mismos que Fenring había visto antes en el desastre del invernadero. No pudieron hacer nada por el mutilado embajador de Ecaz.

Cuántos cadáveres han caído hoy
, pensó Fenring.
Y no he matado a nadie.

—Ummm —dijo a su mujer, de pie a su lado—. Temo que esto se convertirá en un… incidente. El archiduque Ecaz presentará una protesta oficial, y nadie sabe cómo reaccionará el vizconde Moritani.

Ordenó a los lacayos que se llevaran el cadáver de Narvi del salón. Muchos invitados habían huido a otras estancias de la mansión.

—¿Enviamos a buscar a la gente? —Apretó la mano de su esposa—. Odio que la velada termine así. Quizá podríamos llamar a los Jongleurs, para que les cuenten historias divertidas.

El barón Harkonnen se acercó a ellos, apoyado en su bastón.

—Es vuestra jurisdicción, conde Fenring, no la mía. Enviad un informe al emperador.

—Ya me ocuparé de ello —dijo Fenring, tirante—. Viajo a Kaitain por otro asunto, y proporcionaré a Shaddam los detalles necesarios. Y las excusas apropiadas.

4

En los días de la Vieja Tierra había expertos en venenos, personas de una inteligencia tortuosa duchas en lo que era conocido como «los polvos de la herencia».

Extracto de un videolibro, Biblioteca Real de Kaitain

Beely Ridondo, el chambelán de la corte, atravesó la puerta con una sonrisa de orgullo.

—Tenéis una nueva hija, vuestra Majestad Imperial. Vuestra esposa acaba de dar a luz una niña sana y hermosa.

En lugar de alegrarse, el emperador Shaddam IV maldijo por lo bajo y despidió al hombre.
¡Y van tres! ¿De qué me sirve otra hija?

Estaba de muy mal humor, peor que nunca desde la conspiración para expulsar a su decrépito padre del Trono del León Dorado. Shaddam entró en su estudio privado como una exhalación, y pasó bajo una antigua placa que rezaba «La ley es la ciencia definitiva», una tontería del príncipe heredero Raphael Corrino, un hombre que nunca se había molestado en ceñirse la corona imperial. Cerró la puerta a su espalda y acomodó su cuerpo anguloso en la butaca de respaldo alto que flotaba ante su escritorio.

Shaddam, un hombre de mediana estatura, tenía un cuerpo de músculos fofos y nariz aquilina. Llevaba sus largas uñas cuidadosamente manicuradas, y el pelo rojizo peinado hacia atrás con brillantina. Vestía un uniforme gris estilo Sardaukar con charreteras y adornos plateados y dorados, pero los adornos militares ya no le consolaban como antes.

Muchas cosas ocupaban su mente, además del nacimiento de otra hembra. Hacía poco, en un concierto de gala celebrado en uno de los estadios de pirámide invertida de Harmonthep, alguien había soltado un globo con una efigie gigantesca de Shaddam IV. Obscenamente insultante, la llamativa caricatura le daba aire de bufón. El globo había volado sobre las multitudes risueñas, hasta que los guardias dragón de Harmonthep lo habían reducido a añicos con sus fusiles. Hasta un idiota se daba cuenta del significado que encerraba aquel acto. Pese a las torturas e interrogatorios más exacerbados, ni siquiera los investigadores Sardaukar habían logrado averiguar quién era el responsable de la creación o lanzamiento de la efigie.

En otro incidente se habían garrapateado letras de cien metros de alto en la muralla de granito de Monument Canyon, en Canidar II: «Shaddam, ¿reposa tu corona con comodidad sobre tu cabeza puntiaguda?». En diferentes planetas de su imperio, habían desfigurado docenas de sus nuevas estatuas conmemorativas. Nadie había visto a los culpables.

Alguien le odiaba lo suficiente para hacer esto. Alguien. La pregunta continuaba atormentando su corazón, además de otras preocupaciones… incluyendo una inminente visita de Hasimir Fenring para informar sobre los experimentos secretos concernientes a la especia sintética que los tleilaxu estaban llevando a cabo.

Proyecto Amal.

Iniciada durante el reinado de su padre, muy pocas personas estaban enteradas de dicha investigación. El Proyecto Amal, tal vez el secreto mejor guardado del Imperio, podía proporcionar a la Casa Corrino una fuente inagotable y artificial de melange, la sustancia más preciosa del universo. Pero los malditos experimentos tleilaxu estaban exigiendo demasiados años, y la situación le irritaba más a cada mes que pasaba.

Y ahora… ¡una tercera hija! No sabía cuándo se tomaría la molestia de echar un vistazo a esta nueva e inútil niña, si es que alguna vez llegaba a hacerlo.

La mirada de Shaddam se desplazó a lo largo de la pared chapada, hasta una librería que contenía una holofoto de Anirul vestida de novia, junto a un grueso volumen de consulta sobre grandes desastres históricos. Tenía enormes ojos de gacela, de color avellana a cierta luz, más oscuros en otros momentos, que ocultaban algo. Tendría que haberse dado cuenta antes.

Era la tercera vez que esta Bene Gesserit de «rango oculto» fracasaba en su intento de darle un heredero varón, y Shaddam carecía de planes de emergencia para tal eventualidad. Su rostro enrojeció. Siempre podía dejar embarazadas a varias concubinas y confiar en que dieran a luz un hijo varón, pero como estaba casado legalmente con Anirul, se enfrentaría a tremendas dificultades políticas si intentaba proclamar heredero del trono imperial a un bastardo.

También podía matar a Anirul y tomar otra esposa (su padre lo había hecho bastantes veces), pero tal acción provocaría la ira de la hermandad Bene Gesserit. Todo se solucionaría si Anirul le diera un hijo, un varón sano al que pudiera designar heredero.

Tantos meses de espera, y ahora esto…

Había oído que las brujas podían elegir el sexo de sus hijos mediante manipulaciones en la química corporal. Estas hijas no podían ser un accidente. Las intermediarias de la Bene Gesserit que le habían endosado a Anirul le habían engañado. ¿Cómo osaban hacer eso al emperador de un millón de planetas? ¿Cuál era el verdadero propósito de Anirul? ¿Estaba recogiendo material para chantajearle? ¿Debía repudiarla?

Tamborileó con un lápiz sobre su escritorio de madera de Elacca, mientras contemplaba la imagen de su abuelo paterno, Fondil III. Conocido como «el Cazador» por su propensión a aniquilar cualquier vestigio de rebelión, Fondil no había sido menos temido en su propio hogar. Aunque el viejo había muerto mucho tiempo antes de que Shaddam naciera, sabía algo de los métodos y disposiciones de ánimo del Cazador. Si Fondil se hubiera topado con una esposa arrogante, habría encontrado una forma de deshacerse de ella…

Shaddam apretó un botón de su escritorio, y su chambelán personal volvió a entrar en el estudio. Ridondo hizo una reverencia y exhibió su calva brillante.

—¿Señor?

—Deseo ver a Anirul. Ahora.

—Está acostada, señor.

—No me obligues a repetir la orden.

Sin una palabra más, Ridondo desapareció por la puerta lateral con largos movimientos de araña.

Momentos después, una pálida y excesivamente perfumada dama de compañía apareció.

—Mi emperador —dijo con voz temblorosa—, mi señora Anirul desea que os comunique que se halla debilitada por el nacimiento de vuestra hija. Suplica de vuestra indulgencia que le permitáis continuar acostada. ¿Podríais considerar la idea de ir a verla, a ella y al bebé?

—Entiendo. ¿Suplica mi indulgencia? No me interesa ver a otra hija inútil, ni oír más excusas. Ésta es la orden de vuestro emperador: Anirul ha de venir ahora. Ha de hacerlo sola, sin la ayuda de ningún criado o artefacto mecánico. ¿Me he expresado con claridad?

Con suerte, caería muerta antes de llegar.

Aterrorizada, la dama de compañía hizo una reverencia.

—Como deseéis, señor.

Al cabo de poco, una Anirul de piel grisácea apareció en el umbral del estudio, aferrada a la columna de apoyo aflautada. Vestía un arrugado manto escarlata y oro que no llegaba a ocultar su camisón. Aunque sus pies le fallaban, mantenía la cabeza erguida.

—¿Qué puedes decir en tu defensa? —preguntó el emperador.

—El parto ha sido difícil, y estoy muy débil.

—Excusas, excusas. Eres inteligente como para saber a qué me refiero. Has sido lo bastante astuta para engañarme durante todos estos años.

—¿Engañaros? —Parpadeó, como si Shaddam hubiera perdido el juicio—. Perdonadme, Majestad, pero estoy cansada. ¿Por qué habéis de ser tan cruel, llamándome a vuestra presencia y negándoos a ver a vuestra hija?

Shaddam tenía los labios exangües, como si toda la sangre los hubiera abandonado. Sus ojos eran charcos serenos.

—Porque podrías darme un heredero varón, pero te niegas.

—Eso no es cierto, Majestad, sólo rumores.

Necesitó de toda su preparación Bene Gesserit para continuar de pie.

—Yo escucho informes de inteligencia, no rumores. —El emperador la miró con un ojo, como si pudiera verla con mayor detalle—. ¿Deseas morir, Anirul?

Ella pensó que tal vez iba a matarla.
La verdad es que no existe amor entre nosotros, pero ¿se arriesgaría a incurrir en la ira de la Bene Gesserit si acabara conmigo?
En el momento de su ascensión al trono, Shaddam había accedido a desposarla porque necesitaba la fuerza de una alianza con la Bene Gesserit en un clima político intranquilo. Ahora, después de una docena de años, Shaddam se sentía demasiado confiado en su puesto.

—Todo el mundo muere —dijo ella.

—Pero no de la forma que yo podría ordenar.

Anirul intentó no demostrar la menor emoción, y se recordó que no estaba sola, que su psique albergaba los recuerdos colectivos de multitudes de Bene Gesserit que la habían precedido y se conservaban en la Otra Memoria. Habló con voz serena.

—No somos las brujas tortuosas y malvadas que se dice.

No era verdad, por supuesto, si bien sabía que Shaddam sólo podía abrigar sospechas en sentido contrario.

El semblante de su marido no se suavizó.

—¿Qué es más importante para ti… tus hermanas o yo?

Anirul meneó la cabeza, contrita.

—No tenéis derecho a preguntarme eso. Jamás os he dado motivos para pensar que no soy leal a la corona.

Anirul levantó la cabeza con orgullo y se recordó el lugar que ocupaba en el largo historial de la Hermandad. Nunca admitiría que había recibido órdenes de la jerarquía Bene Gesserit de no dar a luz jamás un hijo varón de la estirpe Corrino. La sabiduría de sus hermanas resonó en su mente.
El amor debilita. Es peligroso, porque nubla la razón y nos distrae de nuestros deberes. Es una aberración, una desgracia, una infracción imperdonable. No podemos amar.

Anirul intentó distraer la ira de Shaddam.

—Aceptad a vuestra hija, señor, porque puede utilizarse para cimentar alianzas políticas importantes. Deberíamos negociar su nombre. ¿Qué os parece Wensicia? —Alarmada, tomó conciencia de una humedad tibia entre sus muslos. ¿Sangre? ¿Habían saltado los puntos? Gotas rojas estaban cayendo sobre la alfombra. Vio que Shaddam estaba mirando sus pies. Una nueva furia se reflejó en las facciones del emperador.

—¡Esa alfombra ha pertenecido a mi familia durante siglos!

No des señales de flaqueza. Es un animal… La voluntad controla la debilidad y devuelve la energía.
Se volvió poco a poco, dejando que cayeran unas gotas más, y después se alejó con paso inseguro.

—Teniendo en cuenta la historia de la Casa Corrino, estoy segura de que se ha manchado de sangre en otras ocasiones.

5

Se dice que, en todo el universo, no hay nada seguro, nada equilibrado, nada perdurable, que nada permanece en su estado original, que se producen cambios cada día, cada hora, cada momento.

Panoplia Propheticus
de la Bene Gesserit

Una solitaria figura se erguía al final del largo muelle que corría bajo el castillo de Caladan, perfilada contra el mar y el sol naciente. Tenía una cara estrecha de piel olivácea, con una nariz que le daba aspecto de halcón.

Una flota de barcas de pesca acababa de zarpar. Hombres vestidos con jerséis gruesos, chaquetones y sombreros de punto deambulaban por las cubiertas, preparando los aparejos. En el pueblo, hilillos de humo surgían de las chimeneas. Los lugareños lo llamaban la «ciudad vieja», el emplazamiento del poblado original, siglos antes de que se construyeran en la llanura situada bajo el castillo la elegante capital y el espaciopuerto.

El duque Leto Atreides, vestido informalmente con pantalones de pescar azules y una blusa blanca con el emblema del halcón rojo, aspiró una profunda bocanada de aire salado vigorizante. Aunque era el jefe de la Casa Atreides, representante de Caladan ante el Landsraad y el emperador, Leto gustaba de levantarse temprano con los pescadores, muchos de los cuales le tuteaban. A veces invitaban al duque a sus hogares, y pese a las objeciones del jefe de seguridad, Thufir Hawat, quien no confiaba en nadie, se reunía de vez en cuando con ellos para comer a base de cioppino.

El viento salado aumentó de intensidad y dibujó cabrillas en el agua. Tenía ganas de acompañar a los hombres, pero sus responsabilidades en el planeta eran demasiado abrumadoras. Y también había asuntos importantes a escala interplanetaria. Debía fidelidad al Imperio tanto como a sus súbditos, y se encontraba metido en el meollo de problemas complicados.

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
5.27Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Secrets & Surrender 3 by L.G. Castillo
The Wealding Word by Gogolski, A C
Bridge Too Far by Ryan, Cornelius
Dark Illusion by Christine Feehan
Murder 101 by Faye Kellerman
Aunt Dimity Takes a Holiday by Nancy Atherton
All the Weyrs of Pern by Anne McCaffrey
The Wanderers by Richard Price