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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (50 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
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Como si imaginara un sueño, Leto cerró los ojos. Jessica recorrió su mejilla con un dedo y lo apoyó sobre sus labios para silenciar cualquier palabra. Sus ojos verdes danzaron.

—Vuestro estado es perfectamente aceptable para mí, mi señor.

Cuando aflojó los cierres de su camisa, Leto suspiró y dejó que ella le llevara a la cama. Agotado de mente y cuerpo, desgarrado por la culpa, se tendió de bruces sobre las sábanas que olían a pétalos de rosa y coriandro. Dio la impresión de que se hundía en la suave tela, y se dejó arrastrar.

Las delicadas manos de Jessica se deslizaron por su piel desnuda, y masajeó los músculos tensos de su espalda, como si lo hubiera hecho miles de veces. Para Jessica fue como si aquel momento hubiera estado programado desde el principio de los tiempos.

Por fin, Leto se volvió a mirarla. Cuando sus ojos se encontraron, ella vio fuego de nuevo en ellos, pero esta vez sin ira. Tampoco se apagó. La tomó en sus brazos y se fundieron en un beso apasionado.

—Me alegro de que hayáis venido, mi duque —dijo ella, recordando todos los métodos de seducción que la Hermandad le había enseñado, pero descubrió que le quería, que hablaba en serio.

—No tendría que haber esperado tanto, Jessica —dijo el duque.

Mientras Kailea lloraba, sentía más ira por su fracaso que pena por dejar escapar a Leto. La había decepcionado mucho. Chiara le había recordado una y otra vez su noble cuna, el futuro que merecía. Kailea temía que esas esperanzas se hubieran esfumado para siempre.

La Casa Vernius no estaba muerta del todo, y su supervivencia tal vez dependiera de ella. Era más fuerte que su hermano, cuyo apoyo a los rebeldes era poco más que castillos en el aire. Sentía la absoluta convicción de que la Casa Vernius sólo sobreviviría gracias a sus esfuerzos, y a la larga por mediación de su hijo Victor.

Estaba decidida a conseguir para él la posición social que le correspondía por derecho de nacimiento. Todo su amor, todos sus sueños, dependían del futuro del niño.

Por fin, ya bien entrada la noche, se sumió en un sueño inquieto.

Durante las siguientes semanas, Leto buscó a Jessica cada vez con mayor frecuencia y empezó a considerarla su concubina. A veces irrumpía en su habitación sin decir palabra y le hacía el amor con feroz intensidad. Después, saciado, la abrazaba durante horas y hablaba.

Gracias a sus talentos Bene Gesserit, Jessica le había estudiado durante dieciséis meses, y había llegado a conocer los problemas de Caladan. Conocía las dificultades diarias que Leto Atreides afrontaba como gobernador del planeta, administrador de una Gran Casa, miembro del Landsraad, siempre atento a las maquinaciones políticas y diplomáticas del Imperio.

Jessica sabía muy bien lo que debía decir, cómo aconsejarle sin insistir… Poco a poco, Leto la fue considerando algo más que una amante.

Jessica intentaba no pensar en Kailea Vernius como una rival, pero la otra mujer se había equivocado al intentar doblegar la voluntad del noble. Nadie podía obligar al duque Atreides a hacer nada.

A veces, Leto le hablaba de su difícil convivencia con Kailea mientras daban largos paseos por los senderos del acantilado.

—Tenéis todo el derecho, mi señor. —El tono de la joven era suave, como una brisa de verano sobre el mar de Caladan—. Pero parece muy triste. Ojalá pudiéramos hacer algo por ella. Ella y yo podríamos llegar a ser amigas.

Leto la miró con expresión perpleja, mientras el viento desordenaba su cabello oscuro.

—Tú eres mucho mejor que ella, Jessica. Kailea sólo siente odio por ti.

Jessica había visto el profundo dolor de la mujer ixiana, las lágrimas que intentaba contener, las miradas envenenadas que le lanzaba.

—Es posible que las circunstancias distorsionen vuestro punto de vista. Desde la caída de la Casa Vernius, su vida ha sido difícil.

—Y yo procuré endulzarla. Puse en peligro la fortuna de mi familia cuando alojé a Rhombur y ella al ser declarada renegada su Casa. He sido muy considerado con Kailea, pero siempre quiere más.

—En una época sintió afecto por vos —dijo Jessica—. Es la madre de vuestro hijo.

Leto sonrió con ternura.

—Victor… Ay, ese niño ha hecho que valieran la pena todos los momentos pasados con su madre. —Contempló el mar en silencio—. Tu sabiduría es superior a tu edad, Jessica. Quizá lo intente una vez más.

Ella no sabía qué le había pasado, por qué le había enviado de nuevo a los brazos de Kailea. Mohiam la habría reprendido por ello. Pero ¿cómo podía dejar de animarle a pensar con afecto en la madre de su hijo, una mujer a la que había amado? Pese a su adiestramiento Bene Gesserit, que exigía un control absoluto sobre las pasiones, Jessica se sentía muy unida a su amante. Tal vez demasiado.

Pero también existía otra ligazón, que se remontaba a mucho tiempo atrás. Gracias a sus habilidades reproductivas Bene Gesserit, podría haber manipulado el esperma de Leto y sus óvulos durante la primera noche que pasaron juntos, para así concebir la hija que sus superioras le habían ordenado engendrar. ¿Por qué no había cumplido las órdenes? ¿Por qué lo estaba dilatando?

Jessica experimentaba un torbellino interior que nublaba su percepción del problema. Creía que diversas fuerzas pugnaban por hacerse con el control. Por un lado, sin duda, la Bene Gesserit, una presencia susurrante que la instaba a cumplir sus obligaciones, sus votos. Pero ¿cuál era la fuerza opuesta? No era Leto. No, era algo mucho más grande e importante que el amor de dos personas en un inmenso universo.

Pero no tenía ni idea de cuál era.

Al día siguiente, Leto visitó a Kailea en los aposentos de la torre, donde pasaba casi todo el tiempo, ensanchando el abismo que les separaba. Guando entró, ella se volvió hacia él, dispuesta a otro estallido de ira, pero Leto se sentó en un sofá, a su lado.

—Siento que nuestros puntos de vista sean diferentes, Kailea. —Cogió sus manos con firmeza—. No puedo cambiar de opinión acerca del matrimonio, pero eso no significa que no te quiera.

Ella se soltó, suspicaz.

—¿Qué pasa? ¿Jessica te ha echado de su cama?

—En absoluto. —Leto pensó en contar a Kailea lo que la otra mujer le había dicho, pero desechó la idea. Si Kailea pensaba que Jessica estaba detrás de aquella decisión, no la aceptaría—. He tomado medidas para enviarte un regalo, Kailea.

Ella sonrió, bien a su pesar. Había pasado mucho tiempo desde que Leto la obsequiaba con chucherías caras.

—¿Qué es? ¿Joyas?

Extendió la mano hacia el bolsillo de la chaqueta, donde Leto acostumbraba a esconder anillos, broches, brazaletes y collares para ella. En los primeros tiempos, él la había animado a buscar nuevos regalos en su ropa, un juego que solía dar paso a otras cosas.

—Esta vez no —dijo él con una sonrisa agridulce—. Estás acostumbrada a un hogar familiar mucho más elegante que mi austero castillo. ¿Recuerdas la sala de baile del Gran Palacio de Ix, con sus paredes color añil?

Kailea le miró perpleja.

—Sí, una obsidiana de un azul muy peculiar. Hace años que no veo nada semejante. —Su voz adquirió un tono nostálgico y distante—. Recuerdo que de niña, con mi vestido de baile, me miraba en las paredes translúcidas. Las numerosas capas provocaban que los reflejos parecieran fantasmas. Las luces de las arañas brillaban como estrellas en la galaxia.

—He decidido instalar un revestimiento de obsidiana azul en la sala de baile del castillo de Caladan —anunció Leto—, y también en tus aposentos. Todo el mundo sabrá que lo hice por ti.

Kailea no sabía qué pensar.

—¿Es para calmar tu conciencia? —Era un desafío a que la contradijera—. ¿Crees que es tan fácil?

Él negó con la cabeza lentamente.

—He superado la ira, Kailea, y sólo siento afecto por ti. Tu obsidiana azul ya ha sido encargada a un mercader de Hagal, aunque tardará unos meses en llegar.

Caminó hacia la puerta y se detuvo. Ella siguió en silencio. Por fin, respiró hondo como si hablar le costara un gran esfuerzo.

—Gracias —dijo cuando él salía.

55

Un hombre puede luchar contra el mayor enemigo, emprender el viaje más largo, sobrevivir a la herida más grave, y no obstante sentirse indefenso en las manos de la mujer que ama.

Sabiduría zensunni de la Peregrinación

Liet-Kynes, casi sin aliento debido a la impaciencia, se obligó a proceder con calma, a no cometer errores. Aunque entusiasmado por obtener la mano de Faroula, si no se preparaba como debía para el desafío del
minha
, podía encontrar la muerte en lugar de una esposa.

Con el corazón palpitante, se puso su destiltraje y comprobó las conexiones y cierres para no perder ni una gota de humedad. Hizo el equipaje, incluyendo agua y comida extra, y llevó a cabo un inventario de los objetos que contenía su fremochila: destiltienda, parabrújula, manual, planos, snork de arena, herramientas de compresión, cuchillo, prismáticos, estuche de reparaciones.

Por fin, Liet añadió los garfios de doma y martilleadores que necesitaría para llamar a un gusano que le trasladara, a través de la Gran Extensión y el Erg Habbanya, hasta la Cresta Habbanya.

La Cueva de las Aves era un punto de parada aislado para los fremen que viajaban, para los que no tenían un sietch permanente. Faroula habría partido dos días antes, tras convocar a un gusano, algo que pocas mujeres fremen eran capaces de hacer. Sabría que la cueva estaba vacía. Estaría allí esperando a Liet, o a Warrick, al que llegara primero.

Liet se atareaba en el cuarto contiguo a los aposentos de sus padres. Su madre oyó sus frenéticos movimientos a una hora muy avanzada y apartó a un lado las cortinas.

—¿Por qué te estás preparando para viajar, hijo mío?

Él la miró.

—Voy a ganarme una esposa, madre.

Frieth sonrió.

—Así que Faroula ha lanzado el desafío.

—Sí, y he de darme prisa.

Frieth comprobó los cierres de su destiltraje y ató la fremochila a su espalda, mientras Liet desdoblaba planos impresos en papel de especia, con el fin de revisar una geografía que sólo conocían los fremen. Estudió la topografía del desierto, los afloramientos rocosos, las depresiones saladas. Informes climáticos mostraban las zonas más propicias a tormentas y huracanes.

Sabía que Warrick le llevaba ventaja, pero su impetuoso amigo no habría tomado tantas precauciones. Warrick se lanzaría al desafío y confiaría en sus habilidades fremen, pero los problemas inesperados exigían tiempo y recursos para resolverlos, y Liet invirtió aquellos minutos de retraso en ahorrar tiempo más tarde.

Su madre le besó en la mejilla.

—Recuerda que el desierto no es tu amigo ni tu enemigo… tan sólo un obstáculo. Utilízalo en tu provecho.

—Sí, madre. Warrick también lo sabe.

No encontraron por ninguna parte a Pardot Kynes, cosa muy normal. Liet podía ir y venir del sietch de la Muralla Roja antes de que el planetólogo llegara a comprender siquiera la importancia de la contienda de su hijo.

Cuando salió del sietch y se detuvo sobre la escarpada colina, Liet examinó las arenas iluminadas por las lunas. Oyó la vibración de un martilleador lejano.

Warrick ya había puesto manos a la obra.

Liet bajó corriendo la empinada pendiente hacia la depresión, pero se detuvo una vez más. Los gusanos de arena poseían amplios territorios que defendían ferozmente. Warrick ya estaba llamando a uno de los gigantescos animales, y pasaría mucho tiempo antes de que Liet pudiera atraer a un segundo gusano hacia la misma zona.

En consecuencia, subió a la colina y descendió por el otro lado, en dirección a una depresión poco profunda. Liet confiaba en procurarse una bestia mejor que la de su amigo.

Mientras descendía la pendiente, ayudándose con pies y manos, Liet estudió el paisaje que se extendía ante él y descubrió una larga duna encarada hacia el desierto. Sería un buen sitio donde esperar. Plantó un martilleador y lo puso en funcionamiento sin temporizador. Tendría varios minutos para atravesar la arena y ascender la duna. En la oscuridad sería difícil ver las ondulaciones que indicaban la aproximación de un gusano.

Cuando oyó el tump tump tump del artilugio, sacó herramientas de la mochila, extendió las varas fustigadoras y los garfios de doma y finalmente ciñó las aguijadas a su espalda. En todas las ocasiones anteriores en que había convocado gusanos, había contado con vigías y auxiliares, gente que le ayudaba si surgían dificultades, pero esta vez Liet-Kynes tenía que hacerlo solo. Completó cada fase según el ritual familiar, y se dispuso a esperar.

Al otro lado de la colina, Warrick ya habría montado y correría a través de la Gran Extensión. Liet confiaba en que podría recuperar el tiempo perdido. Tardaría dos, tal vez tres días en llegar a la Cueva de las Aves… y en ese tiempo podían pasar muchas cosas.

Hundió los dedos en la arena y adoptó una inmovilidad absoluta. No soplaba viento, no se oía otra cosa que el martilleador, hasta que por fin percibió el estático siseo de la arena en movimiento, el estruendo del gigante que reptaba bajo las dunas, atraído por el latido regular del martilleador. El gusano se fue acercando, precedido por una cresta de arena.

—Shai-Hulud ha enviado a un gran Creador —dijo Liet con un largo suspiro.

El gusano se desvió hacia el martilleador. Su enorme lomo segmentado se alzaba sobre la arena, incrustado de desechos.

Liet siguió un momento más paralizado, y luego corrió con ganchos de doma en ambas manos. Pese a los tampones del destiltraje, olió a sulfuro, roca quemada y los potentes ésteres acres de la melange que rezumaba el gusano.

Corrió junto al animal, mientras este se zampaba el martilleador. Antes de que el gusano pudiera enterrarse de nuevo, Liet arrojó uno de los ganchos y clavó su extremo reluciente en el borde de un segmento. Tiró con todas sus fuerzas y abrió el segmento, para dejar al descubierto la carne rosada, demasiado blanda para tocar las arenas abrasivas. Luego se agarró bien.

Para evitar irritaciones en la herida abierta entre los segmentos, el gusano rodó hacia arriba, arrastrando a Liet con él. Extendió la otra mano, clavó un segundo gancho y lo hundió más en el segmento. Tiró de nuevo para ensanchar el boquete.

El gusano se elevó en un acto reflejo, acobardado por aquella nueva ofensa.

Por lo general, en el caso de haber otros jinetes fremen, estos abrían más segmentos, pero Liet iba solo. Hundió las botas en la dura carne de Shai-Hulud, se alzó un poco más y luego plantó separadores para mantener abierto el segmento. El gusano surgió de la arena, y Liet clavó su primera aguijada para obligar al gusano a dar media vuelta y dirigirse hacia la Gran Extensión.

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