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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (4 page)

BOOK: Dune. La casa Harkonnen
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Pero no eran mejor que ovejas, y nunca lo habían sido. Tendría que haberlo sabido.

Escupió sangre y saliva en el suelo con absoluto desprecio, se tambaleó hacia la puerta y salió.

3

Los secretos constituyen un aspecto importante del poder. El líder eficaz los esparce con el fin de mantener la disciplina entre los hombres.

Príncipe R
APHAEL
C
ORRINO
,
Discursos sobre el liderazgo en un imperio galáctico
, 12.ª edición

El hombre con cara de hurón se erguía como un cuervo al acecho en el segundo nivel de la Residencia de Arrakeen. Contemplaba el espacioso atrio.

—¿Estás seguro de que están enterados de nuestra pequeña velada, ummm? —Sus labios estaban agrietados a causa del aire seco, desde hacía años—. ¿Todas las invitaciones han sido entregadas en persona? ¿El populacho ha sido informado?

El conde Hasimir Fenring se inclinó hacia el delgado jefe de su guardia personal, Geraldo Willowbrook, que estaba a su lado. El hombre, con su uniforme escarlata y oro, asintió, y entornó los ojos para protegerlos de la brillante luz que entraba a chorros a través de las ventanas prismáticas, protegidas mediante escudos de fuerza.

—Será una gran celebración del aniversario de vuestra llegada al planeta, señor. Los mendigos ya se están aglomerando ante la puerta principal.

—Ummm, bien, muy bien. Mi esposa se sentirá complacida.

En la planta baja, un chef llevaba un servicio de café hacia la cocina. Olores de comida se elevaban hacia los dos hombres, sopas y salsas exóticas preparadas para la extravagante fiesta de la noche, brochetas de carpe de animales que jamás habían vivido en Arrakis.

Fenring aferró una balaustrada de tamarindo tallado. Un techo gótico arqueado se alzaba dos pisos por encima de sus cabezas, con vigas de madera de Elacca y claraboyas de plaz. Aunque musculoso, no era un hombre grande, y se encontraba empequeñecido por la inmensidad de la casa. Él mismo había ordenado la construcción del techo, y de otro idéntico en el comedor. La nueva ala este también era de su invención, con sus elegantes cuartos de invitados y opulentas piscinas privadas.

En la década que cumplía como Observador Imperial en el planeta desierto, había impulsado un sinfín de construcciones. Después de su forzado exilio de la corte de Kaitain, tenía que dejar su impronta como fuera.

Desde el invernadero en construcción, cerca de los aposentos privados que compartía con lady Margot, oyó el zumbido de herramientas eléctricas, junto con los cánticos de los obreros. Cortaban portales en forma de arco de herradura, colocaban fuentes secas en huecos, adornaban paredes con mosaicos geométricos de alegres colores. Para traer buena suerte, uno de los goznes que sostenían una puerta muy ornamentada tenía la forma de la mano de Fátima, amada hija de un antiguo profeta de la Vieja Tierra.

Fenring estaba a punto de despedir a Willowbrook, cuando un sonoro estruendo hizo temblar el suelo. Los dos hombres corrieron por el pasillo curvo, flanqueado de librerías. Criados picados por la curiosidad asomaron la cabeza desde habitaciones y elevadores.

La puerta del invernadero oval estaba abierta, y revelaba una masa de metal y plaz enmarañados. Uno de los obreros requería a gritos la presencia de un médico, haciéndose oír por encima de los chillidos. Todo un andamio flotante se había venido abajo. Fenring juró que administraría en persona un castigo apropiado, en cuanto la investigación descubriera al chivo expiatorio más conveniente.

Fenring entró en la sala y alzó la vista. Vio un cielo amarillo limón a través del marco metálico abierto del techo arqueado. Sólo se habían instalado unas pocas ventanas con cristales filtrantes. Otras se veían destrozadas entre los restos del andamio. Habló con tono de irritación.

—Un momento de lo más desafortunado, ¿ummm? Esta noche se lo iba a enseñar a nuestros invitados.

—Sí, de lo más desafortunado, conde Fenring, señor.

Willowbrook miró mientras los obreros empezaban a buscar víctimas entre los escombros.

Médicos con uniforme caqui entraron corriendo en la zona del accidente. Uno de ellos atendió a un hombre con la cara ensangrentada, al cual acababan de rescatar de los escombros, mientras dos hombres ayudaban a levantar una pesada hoja de plaz caída sobre otras víctimas. El andamio había aplastado al capataz.
Estúpido
, pensó Fenring.
Pero afortunado, teniendo en cuenta lo que yo le habría hecho por este desastre.

Fenring consultó su crono. Faltaban dos horas para que llegaran los invitados. Hizo un gesto a Willowbrook.

—Aísla esta zona. No quiero que llegue ningún ruido desde aquí durante la fiesta. Eso no transmitiría el mensaje pertinente, ¿ummm? Lady Margot y yo hemos preparado las festividades de la velada con todo cuidado, hasta el último detalle.

Willowbrook frunció el entrecejo, pero se cuidó muy mucho de desafiar las órdenes.

—Así se hará, señor. En menos de una hora.

Fenring hervía de rabia. En realidad, le importaban un pimiento las plantas exóticas, y había accedido a esta cara remodelación sólo como concesión a su esposa Bene Gesserit, lady Margot. Aunque ella sólo había pedido una modesta cámara estanca con plantas en su interior, Fenring, siempre ambicioso, la había transformado en algo mucho más impresionante. Concibió planes para recoger muestras raras de flora procedentes de todo el Imperio.

Si el invernadero pudiera terminarse algún día…

Se serenó y saludó a Margot en la entrada abovedada, justo cuando ella regresaba de los laberínticos mercados de souk de la ciudad. La mujer, una esbelta rubia de ojos verdegrisáceos, figura perfecta y facciones impecables, le superaba casi en una cabeza. Vestía un manto aba diseñado para resaltar su figura, la tela negra salpicada de polvo de las calles.

—¿Has encontrado los nabos de Ecaz, querida?

El conde contempló con avidez los dos pesados paquetes, envueltos en grueso papel de especia marrón, que sostenían dos sirvientes. Como se había enterado de la llegada de un mercader aquella tarde, a bordo de un Crucero, Margot había corrido a Arrakeen para comprar las buscadas hortalizas. Fenring intentó mirar bajo los envoltorios de papel, pero ella le apartó la mano con una palmada juguetona.

—¿Todo está preparado, querido?

—Ummm, todo va bien —dijo él—. Sin embargo, esta noche no podremos visitar tu nuevo invernadero. Está demasiado desordenado para nuestros invitados.

Lady Margot, mientras esperaba a recibir a los invitados importantes, se erguía en el atrio de la mansión, adornado en su nivel inferior chapado en madera con retratos de emperadores Padishah, que se remontaban hasta el legendario general Faykan Corrin, que había luchado en la Jihad Butleriana, y el culto príncipe Raphael Corrino, así como Fondil III el Cazador y su hijo Elrood IX.

En el centro del atrio, una estatua de oro plasmaba al emperador actual, Shaddam IV, con el uniforme de gala Sardaukar y una espada ceremonial alzada. Era una de las muchas obras costosas que el emperador había encargado en la primera década de su reinado. Había numerosos ejemplos más alrededor de la residencia y sus terrenos, regalos del amigo de la infancia de su marido. Si bien los dos hombres se habían peleado en la época de la ascensión de Shaddam al trono, poco a poco se habían ido reconciliando.

A través de las dobles puertas que aislaban del polvo entraban damas vestidas con elegancia, acompañadas por hombres ataviados con esmóquines posbutlerianos negros como ala de cuervo y uniformes militares de variados colores. Margot llevaba un vestido largo hasta el suelo, de tafetán de seda con lentejuelas esmeralda en el corpiño.

Cuando un pregonero uniformado anunciaba a sus invitados, Margot los saludaba. Entraban en el gran salón, donde se oían muchas carcajadas, conversaciones y tintineo de vasos. Animadores de la Casa Jongleur realizaban números circenses y cantaban canciones ingeniosas para celebrar los diez años de los Fenring en Arrakis.

Su marido bajó la gran escalera desde el segundo piso. El conde Fenring vestía un retroesmoquin azul oscuro con una banda púrpura sobre el pecho, hecho a medida para él en Bifkar. Se agachó para que el hombre la pudiera besar en los labios.

—Entra y da la bienvenida a nuestros invitados, querido, antes de que el barón monopolice todas las conversaciones.

Fenring esquivó a paso ligero a una ávida duquesa de aspecto desaliñado, procedente de uno de los subplanetas Corrino. La duquesa pasó un detector de venenos sobre su copa de vino antes de beber, y luego guardó el aparato en un bolsillo de su vestido de baile.

Margot siguió con la vista a su marido, que se encaminaba a la chimenea para hablar con el barón Harkonnen, que detentaba en la actualidad el feudo de Arrakis y su rico monopolio de especia. La luz de un fuego cegador, potenciado por prismas de crisol, dotaba a las hinchadas facciones del barón de un aspecto siniestro. Tenía muy mal aspecto.

Durante los años que Fenring y ella llevaban en el planeta, el barón les había invitado a cenar en su fortaleza o a presenciar luchas de gladiadores, con esclavos de Giedi Prime. Era un hombre peligroso y pagado de sí mismo. El barón se apoyaba en un bastón dorado cuya cabeza recordaba a la boca de un gusano de arena de Arrakis.

Margot había visto que la salud del barón declinaba drásticamente durante la pasada década. Padecía una misteriosa enfermedad muscular y neurológica que le hacía engordar. Por sus hermanas Bene Gesserit sabía el motivo de sus problemas físicos, que habían recaído sobre él cuando había violado a la reverenda madre Gaius Helen Mohiam. No obstante, el barón jamás había averiguado la causa de su aflicción.

La propia Mohiam, otra invitada cuidadosamente seleccionada para este acontecimiento, pasó ante la línea de visión de Margot. La canosa reverenda madre llevaba un manto aba oficial con un collar incrustado de diamantes. Saludó con una sonrisa tensa. Envió un mensaje y una pregunta con un sutil movimiento de dedos. «¿Qué noticias hay para la madre superiora Harishka? Dame detalles. Debo informarla».

Los dedos de Margot respondieron: «Progresos sobre el asunto de la Missionaria Protectiva. Sólo rumores, nada confirmado. Hermanas desaparecidas todavía sin localizar. Mucho tiempo. Puede que estén todas muertas».

Mohiam no pareció complacida. Había trabajado en una ocasión con la Missionaria Protectiva, una valiosísima división de la Bene Gesserit que difundía contagiosas supersticiones en planetas alejados. Mohiam le había dedicado muchos años de juventud, en su papel de mujer de ciudad, que diseminaba información y potenciaba supersticiones que podían beneficiar a la Hermandad. Mohiam nunca había sido capaz de infiltrarse en la cerrada sociedad fremen, pero a lo largo de los siglos muchas otras hermanas habían ido a las profundidades del desierto para mezclarse con los fremen… y habían desaparecido.

Puesto que estaba en Arrakis en su calidad de consorte del conde, habían pedido a Margot que confirmara el trabajo sutil de la Missionaria. Hasta el momento sólo había escuchado informes sin confirmar, acerca de reverendas madres que se habían unido a los fremen y pasado a la clandestinidad, así como rumores de rituales religiosos estilo Bene Gesserit entre las tribus. Al parecer, un sietch aislado tenía una mujer santa; viajeros cubiertos de polvo habían hablado en una tienda de café de cierta ciudad sobre un mesías claramente inspirado por la Panoplia Propheticus… pero ninguna de estas informaciones llegaba de los fremen. El pueblo del desierto, como su planeta, parecía impenetrable.

Quizá los fremen asesinaron sin más a las mujeres Bene Gesserit y robaron el agua de sus cuerpos.

«A estas otras se las ha tragado la arena», comunicaron los dedos de Margot.

«Da igual, encuéntralas». Con un cabeceo que interrumpió la silenciosa conversación, Mohiam atravesó la sala en dirección a una puerta lateral.

—Rondo Tuek —gritó el pregonero—, el mercader de agua.

Margot se volvió y vio a un hombre de cara ancha, pero nervudo, que cruzaba el vestíbulo con un extraño paso oscilante. Mechones grises colgaban a los lados de su cabeza y delgadas franjas surcaban su cráneo. Tenía los ojos grises muy separados.

—Ah, sí… El contrabandista.

Las lisas mejillas de Tuek enrojecieron, pero una amplia sonrisa hendió su rostro cuadrado. Agitó un dedo en su dirección, como un profesor amonestando a un estudiante.

—Soy un suministrador de agua que trabaja a destajo para extraer humedad de los casquetes polares.

—Sin la diligencia de su familia, estoy segura de que el Imperio se derrumbaría.

—Mi señora es demasiado generosa.

Tuek hizo una reverencia y entró en el gran salón.

En las afueras de la residencia, los mendigos se habían congregado con la esperanza de que el conde tuviera uno de sus raros gestos de benevolencia. Otros espectadores habían ido para observar a los mendigos, y contemplaban con anhelo la fachada ornamentada de la mansión. Vendedores de agua, con el atuendo tradicional teñido de vivos colores, agitaban sus campanillas y lanzaban el misterioso grito de «Soo-soo Sook!». Junto a las puertas, guardias prestados por las tropas Harkonnen y obligados a llevar el uniforme imperial para el acontecimiento, mantenían a raya a los indeseables y abrían paso a los invitados. Era un circo.

Cuando el último de los invitados esperados llegó, Margot lanzó un vistazo a un antiguo crono empotrado en la pared, adornado con figuras mecánicas y delicados carillones. Llevaban una media hora de retraso. Corrió al lado de su marido y susurró en su oído. Fenring envió un mensajero a los Jongleurs, y guardaron silencio, una señal conocida para los invitados.

—¿Podéis hacer el favor de prestarme atención, ummm? —gritó Fenring. Lacayos vestidos con aparatosidad llegaron para escoltar a los asistentes—. Nos reuniremos de nuevo en el comedor.

Conforme a la tradición, el conde y la condesa Fenring desfilaron detrás del último de los invitados.

A cada lado del amplio portal que daba acceso al comedor había jofainas de losas incrustadas de oro, decoradas con complejos mosaicos que contenían los emblemas de la Casa Corrino y la Casa Harkonnen, de acuerdo con la necesidad política. El emblema que identificaba al anterior gobernante de Arrakis, la Casa Richese, había sido borrado con grandes esfuerzos para sustituirlo por el grifo azul de los Harkonnen. Los invitados se detenían ante las jofainas, hundían las manos en el agua y tiraban un poco al suelo. Después de secarse las manos, arrojaban las toallas a un montón cada vez más grande.

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