Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—Si se conoce quién es el enemigo —protestó Avalon—. Uno no puede matar gente al azar.
—¿Por qué no? Lo hacemos en todas las guerras. Cuando bombardeamos las ciudades alemanas y japonesas durante la Segunda Guerra Mundial, ¿no sabíamos que morirían millares y millares de personas totalmente inocentes, incluyendo niños pequeños? ¿Pensamos acaso que nuestras bombas eran lo bastante selectivas para matar únicamente a los malvados?
—Toda Alemania y todo Japón estaban luchando contra nosotros; aunque sólo fuera pasivamente apoyando a los Gobiernos alemán y japonés —observó Avalon.
—¿Y usted cree que el terrorismo puede sobrevivir sin al menos la aprobación pasiva o la conformidad de la sociedad en la que existe? —preguntó Rubin.
En aquel momento James Drake, que había estado escuchando la conversación con incomodidad manifiesta dijo:.
—Caballeros, mi invitado está subiendo las escaleras. ¿Podríamos suspender el debate por ahora y no volver á él tampoco? ¡Por favor! —Luego, se apresuró a advertir—: Henry, mi invitado no bebe. ¿Podría traerle un gran vaso de cola dietética? Con poco hielo.
Henry, el camarero perpetuo de los banquetes de los Viudos Negros, hizo una ligera señal afirmativa con la cabeza justo en el momento en que el invitado entraba en el comedor.
Era un hombre alto, de piel oscura, con una gran nariz curvada y ojos azules que contrastaban de modo sorprendente con su color moreno. Su cabello, todavía abundante, se estaba volviendo gris. Representaba unos cincuenta años.
—Lamento llegar tarde, Jim —se disculpó tomando la mano de Drake—. El tren se portó como si el horario no tuviera nada que ver con él.
—No es demasiado tarde, Sandy —lo tranquilizó—. Permítame que le presente a los Viudos Negros. Este es Alexander Mountjoy, caballeros.
Uno por uno, los Viudos Negros se adelantaron para estrecharle la mano. Finalmente llegó Henry con su alto vaso.
Mountjoy lo olió y dirigió una sonrisa a su amigo.
—Usted advirtió al camarero, por lo que veo.
Drake asintió.
—Y ahora debo añadir que nuestro camarero se llama Henry y es un miembro especialmente valioso de nuestro club.
La comida fue cordial. Melón, seguido por una espesa sopa de verduras, un excelente asado de costillar con patatas y brécoles, y pastel de manzana con queso para postre.
Rubin, que había abandonado los temas generales, optó por mencionar la contribución de Charles Dickens a la evolución de la moderna novela de detectives. Para ello, hizo una disquisición rigurosa sobre
La casa lúgubre
que, de todos los que se sentaban a la mesa, tan sólo él había leído. Drake, que se mostraba muy aliviado por este nuevo rumbo de la conversación, apuntó que el detective de Dickens había llegado una generación después de Edgar Alan Poe y que, si las descripciones de Rubin eran correctas, Dickens no se había aprovechado en absoluto de la obra de Poe.
Esto provocó un gruñido de desprecio por parte de Rubin, quien señaló a Wilkie Collins y Emile Gaboriau. En un momento crucial, Drake mencionó a Arthur Conan Doyle. Entonces Mountjoy intervino alegremente y la conversación se hizo general.
A la hora del café, Drake produjo el tintineo habitual en el vaso de agua y dijo:
—Manny ha consumido su participación de charla de la noche por ahora, de modo que, si no le importa, Mario, puede hacerse cargo del interrogatorio. Confío en que usted mantenga tranquilo a Manny.
Gonzalo se ajustó la chaqueta de suaves franjas verdes, se aseguró de que llevaba la corbata bien colocada, se apoyó en el respaldo de la silla y preguntó:
—¿A qué se dedica usted, Mr. Mountjoy?
Mountjoy parecía saciado y observaba satisfecho cómo Henry escanciaba el brandy.
—Soy un entusiasta de Sherlock Holmes —contestó— y miembro de los «Baker Street Irregular». Lo cual debería ser justificación suficiente para
esta
tropa, ¿no es así?
Gonzalo dudó.
—No lo sé. En realidad, Manny es el único realmente interesado en misterios porque escribe acerca de ellos, o hace algo que él llama escribir, y con ello se gana la vida más o menos.
—Levantó la mano, con la palma extendida hacia Rubin, quien se movió en su asiento y dio todas las señales de querer estallar en un discurso—. Intente otra cosa.
—En ese caso —dijo Mountjoy—, podría mencionar que soy presidente de un colegio pero no sé si alguna fracción perceptible de la población mundial consideraría eso como una dedicación de mi existencia.
—Todos nosotros somos personalidades académicas, de un modo o de otro —afirmó Avalon—, y podríamos estar dispuestos a considerar ese asunto discutible.
Mountjoy sonrió.
—Si el colegio le ha enseñado a usted a hablar de esa manera, eso es una mancha negra contra mí.
Gonzalo preguntó con clara decepción:
—¿Presidente de un colegio? ¿Eso es todo?
Las cejas de Mountjoy se elevaron.
—Bien, el puesto puede que no absorba mi dedicación; pero no podría pensar en él como una cosa trivial. Tratar con los estudiantes y con el profesorado; con administradores, con posibles donantes y con el público en general es más que suficiente. ¿Qué quiere decir con «eso es todo»?
Gonzalo lo aclaró.
—Quiero decir que si usted trabaja para el Gobierno de algún modo.
—No; me he librado de eso.
—¿Nunca ha estado relacionado con ninguna investigación del Gobierno?
—No, naturalmente que no.
—Bien —dijo Gonzalo—. En ese caso, ¿cuál es la razón por la cual Drake nos pidió que no debatiéramos el asunto de los rehenes delante de usted?
—¡Oh, por el amor de Dios! —explotó Drake—. Si yo les pedí que no lo hicieran, ¿por qué saca usted el tema?
Era imposible que Mountjoy se pusiera pálido, pero adoptó un aspecto rígido y dijo enfadado:
—¡Jim!
Drake meneó la cabeza.
—Lo siento, Sandy. La conversación trataba de rehenes antes de que usted viniera. Tenía que tratar de eso, considerando lo que ha estado pasando en la nación. Pero yo les pedí que olvidaran el tema.
—Y yo quiero saber por qué —insistió Gonzalo con terquedad.
—No puedo decir el porqué —declaró Drake—. Pero yo quise apartar el tema de la mesa. Como anfitrión…
—Ni siquiera como anfitrión puede usted hacer eso —le reprochó Gonzalo—. La principal condición de las comidas del club es que no existen temas prohibidos en el interrogatorio.
Ni siquiera el anfitrión puede establecer límites. Es… es inconstitucional.
Avalon, moviendo el vaso de brandy que tenía en su mano habló con aire pensativo.
—Mario tiene una observación que hacer. Mr. Mountjoy, puedo asegurarle que nada de lo que se diga dentro de estas paredes se repetirá nunca fuera de ellas. El sentido de la confidencia es muy fuerte, e incluye a nuestro excelente camarero, Henry. ¿Le sirve de ayuda?
—No, no —contestó Mountjoy—. Yo no tengo secretos; pero el Gobierno, sí. Estoy absolutamente convencido del honor y la sinceridad de todas las personas que se hallan aquí, pero el Gobierno no se convence con tanta facilidad como yo.
—Usted dijo que no trabajaba para el Gobierno —le recordó Gonzalo.
—No lo hago; pero ha sucedido que me he enredado con él igualmente, y sin desearlo yo.
Thomas Trumbull dijo con suavidad:
—Yo
estoy
empleado por el Gobierno y se me confiaron secretos en mi época. Yo respondo también de esos caballeros.
Habría sido mucho mejor que hubiéramos evitado ese tema; pero, en un interrogatorio totalmente libre, éste habría surgido más tarde o más temprano, y quizás habría sido preferible que Jim hubiera traído a usted como invitado en otro momento.
Pero usted está aquí, y la pregunta de Mario nos pone cara a cara con el tema. Si cree, Mr. Mountjoy, que no puede debatir el asunto, entonces las reglas del club ponen fin a la cena, cosa que todos lamentaríamos. ¿Hay alguna cosa que usted
pueda
decirnos? Si decidimos que sirve como respuesta satisfactoria a la pregunta, podemos abandonar el tema y pasar a otros asuntos.
—La cuestión es ésta —señaló Gonzalo—: ¿Por qué no podemos debatir el tema de los rehenes delante de usted? Es sólo para recordárselo.
Mountjoy se quedó un momento pensativo, con la cabeza inclinada y la barbilla tocando su pecho. Cuando levantó la vista, sus ojos eran amigables y tenía un aspecto normal.
—Yo se lo diré, si ustedes son tan amables que no me preguntan los nombres, los lugares y los detalles que no me es permitido dar. Les he dicho que soy presidente de un colegio.
Bien, algunos miembros del profesorado fueron secuestrados hace varios meses por los terroristas.
—Pero no hay ningún secreto en ello —interrumpió Rubin—.
Salió en todos los periódicos. Está claro que usted es el presidente de…
—¡Por favor! —protestó Mountjoy—. No me importa lo seguros que estén ustedes de conocer los detalles del caso. Por favor, han de darse cuenta de que puede ser que no los tengan todos y que yo no puedo confirmar ni negar ninguna cosa.
Simplemente escuchen lo que digo. Varios miembros del profesorado fueron secuestrados. Están mantenidos como rehenes. Un rehén que tenían, y tengo que reprimirme mucho para evitar decir si era uno de los miembros del profesorado o no, fue muerto. Al parecer fue torturado primero.
»Así pues, el tema de los secuestros me afecta de modo personal, dado que conozco a los rehenes y es preocupante para mí, de modo oficial, porque he sido preguntado hasta la saciedad por organismos del Gobierno sobre varios aspectos del acontecimiento. ¿Les satisface lo que les digo, caballeros?
¿Podemos pasar a otros temas?
—No —insistió Gonzalo—. ¿Por qué le sometieron a usted a tan largos interrogatorios? ¿Qué tenía usted que ver con ello?
—¿Con la toma de rehenes? Nada en absoluto.
—Con el asunto en general. Usted ha dicho que fue interrogado sobre varios aspectos del tema. ¿Qué aspectos? ¿Por qué limitarlo a la toma de rehenes?
—No sé a qué se refiere usted.
—¿Qué tiene de difícil la pregunta? Quiero decir que por qué fue usted extensamente interrogado. ¿Si no fue acerca de la toma de rehenes entonces, acerca de qué fue?
—No puedo responder a la pregunta.
—En ese caso, no me siento satisfecho.
Drake intervino:
—Vamos, Mario, no sea un loco obstinado.
—No soy un loco obstinado. Tengo una idea. Existe alguna cosa implicada además de la toma de rehenes. Mountjoy ha dicho que las entrevistas no tenían nada que ver con eso; pero se referían a varios aspectos del asunto, lo cual significa que hay otros aspectos además de la toma de rehenes. Creo que debe haber alguna especie de negocio inacabado en todo esto.
Si no fuera así, no se llevaría tan a la chita callando.
Apostaría
algo a que existe un problema de alguna clase, algún enigma, algún misterio. ¿Qué hay acerca de eso, Mr. Mountjoy?
—No tengo nada que decir sobre el tema —repuso Mountjoy en tono frío.
—Ocurre —observó Gonzalo— que este club ha resuelto muchos enigmas en el pasado. Podríamos ayudarle a usted ahora.
Mountjoy miró a Drake de modo inquisitivo.
Drake aplastó su cigarrillo hasta extinguirlo y corroboró:
—Es verdad, pero no podemos garantizar el resolver ninguno en especial.
Mountjoy murmuró:
—Ojalá pudieran resolver esto.
—Ah —exclamó Gonzalo—, entonces es que
hay
un misterio.
Eh, Tom, dígale que podemos ayudarle y dígale que puede confiar en nosotros sin límites.
Trumbull señaló:
—Ya le he explicado que puede confiar en todos nosotros…
Si existe algún problema, Mountjoy, y si está preocupado por él, entonces Mario tiene razón. Quizá podamos ayudar.
Mountjoy continuó:
—Bien, veamos lo que puedo decirles.
Miró fijamente a los Viudos Negros, quienes permanecieron silenciosos. Apenas se movían.
Por fin Mountjoy explicó:
—El rehén que fue muerto no era exactamente inocente, al menos a los ojos de los terroristas. Normalmente los rehenes que se toman son sólo periodistas, u hombres de negocios o profesores…, personas cuyo único valor para los secuestradores es el de servir como prenda. Son manejables y el Gobierno norteamericano y la gente quieren que vuelvan. Por eso se discuten las condiciones. El rehén que mataron, y al que no puedo nombrar ni decir a ustedes nada acerca de su persona, estaba trabajando para el Gobierno, y los terroristas podían considerarlo un espía, un agente secreto o algo parecido. Lo mataron bien porque lo consideraron un castigo justo por el delito de pertenecer al otro bando, o se les murió de forma accidental durante el proceso de tortura con objeto de conseguir información. La cuestión es: ¿cómo sabían que valía la pena torturarlo? No torturan a todos sus rehenes como cosa rutinaria. Por el contrario, suelen tratarlos todo lo bien que pueden, porque un rehén muerto no tiene ningún valor para ellos; y porque cualquier rehén que se encuentre en unas condiciones que no sean buenas, sólo sirve para inflamar la opinión pública norteamericana y puede animar a los Estados Unidos a represalias más violentas, algo que, como es lógico, no desean.
»La creencia general es que alguien lo identificó. Para resumir, que hay implicado algún traidor de alguna especie. El rehén muerto había confiado su verdadera misión a alguien por alguna razón, o la había dejado entrever sin darse cuenta, y alguien lo había delatado. La cuestión, naturalmente, es quién.
Por supuesto, el Gobierno quiere saberlo; no sólo con objeto de vengar la muerte castigando al traidor, sino porque si el traidor queda a sus anchas, está en una posición en la cual su traición puede continuar. Ya entienden.
»Yo me vi metido en ello a causa de que las circunstancias del secuestro de los miembros del profesorado, ésos en particular y no otros, hicieron que pareciera claro que el traidor es también miembro del claustro. Hay un buen razonamiento detrás de eso, pero yo no puedo transmitírselo a ustedes.
Simplemente digo que ésa es la conclusión… Tenemos un traidor dentro del profesorado.
»Fui entrevistado extensamente sobre el asunto, y también lo fueron otras personas, y parece que la conclusión va a parar a que el traidor es uno de los cuatro miembros del claustro.