Cuentos completos (276 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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ZZ Tres interrumpió, explicando:

—Sí lo ha visto, pero no de este tipo. Nuestros microscopios están diseñados para organismos energi-sensitivos y actúan por refracción de la energía radiante. Evidentemente vuestros microscopios actúan sobre una base de masa-expansión. Realmente ingenioso.

ZZ Uno preguntó:

—¿Puedo inspeccionar algunos de vuestros especimenes?

—¿De qué os va a servir? No podéis utilizar nuestros microscopios debido a vuestras limitaciones sensoriales, y lo único que hará eso será obligarnos a descartar todos estos especimenes por el hecho de que os hayáis acercado a ellos sin ninguna razón justificable.

—Pero yo no necesito ningún microscopio —explicó ZZ Uno, sorprendido—. No me cuesta nada ajustarme yo mismo a visión microscópica.

Se dirigió al banco más cercano, mientras los estudiantes en la habitación se apiñaban en el rincón más alejado en un intento de evitar la contaminación. ZZ Uno apartó a un lado el microscopio e inspeccionó atentamente la muestra. Retrocedió, desconcertado, luego examinó otra…, y una tercera…, y una cuarta.

Regresó y se dirigió al joviano.

—Se supone que todas están vivas, ¿no? Quiero decir, esas pequeñas cositas parecidas a gusanos.

—Por supuesto —dijo el joviano.

—Es extraño…, ¡cuando las miro, mueren!

Tres lanzó una repentina exclamación y dijo a sus dos compañeros:

—Hemos olvidado nuestra radiación de rayos gamma. Salgamos de aquí, Uno, o mataremos a toda la vida microscópica de esta habitación.

Se volvió hacia el joviano.

—Me temo que nuestra presencia es fatal a las formas de vida más débiles. Será mejor que nos vayamos. Esperamos que los especimenes no sean difíciles de reemplazar. Y, ahora que pienso en ello, será mejor que no permanezcáis demasiado cerca de nosotros, o nuestras radiaciones pueden afectaros perjudicialmente. Supongo que seguís sintiéndoos bien, ¿verdad? —preguntó.

El joviano siguió su camino en un orgulloso silencio, pero fue fácil advertir que desde aquel momento dobló la distancia que los separaba de ellos.

No fue dicho nada más hasta que los robots se hallaron en una enorme estancia. En su centro había varios enormes lingotes metálicos suspendidos en medio del aire —es decir, para ser más precisos, flotando sin ningún soporte visible—, desafiando la enorme gravedad joviana.

El joviano cliqueteó:

—Este es nuestro campo de fuerza en su forma definitiva, tal como ha sido perfeccionado recientemente. Dentro de esa burbuja ha sido practicado el vacío, de tal modo que soporta todo el peso de nuestra atmósfera más una cantidad de metal equivalente a dos naves espaciales grandes. ¿Qué es lo que decís a eso?

—Que el viaje espacial es ahora una posibilidad para vosotros —dijo ZZ Tres.

—Exactamente. Ningún metal ni plástico tiene la fuerza suficiente como para contener nuestra atmósfera contra un vacío, pero un campo de fuerza sí puede… y la burbuja de un campo de fuerza será nuestra nave espacial. Dentro de este mismo año las estaremos fabricando por cientos de miles. Entonces caeremos en enjambre sobre Ganímedes para destruir a las sabandijas que se autotitulan inteligentes y que intentan disputarnos el dominio del universo.

—Los seres humanos de Ganímedes nunca han intentado… —empezó a decir ZZ Tres, ligeramente ultrajado.

—¡Silencio! —restalló el joviano—. Ahora regresad y decidles lo que habéis visto. Sus propios débiles campos de fuerza…, como el que equipa vuestra nave…, no resistirán contra los nuestros, porque nuestras naves más pequeñas poseerán cientos de veces el tamaño y la fuerza de las vuestras.

ZZ Tres dijo:

—Entonces no hay nada más que podamos hacer aquí, y regresaremos, como tú dices, con la información. Si puedes llevarnos de vuelta a nuestra nave, os diremos adiós. Pero incidentalmente, sólo a título de información, hay algo que parece que vosotros no habéis comprendido. Los humanos de Ganímedes tienen campos de fuerza, por supuesto, pero nuestra nave en particular no está equipada con uno de ellos. No lo necesitamos.

El robot se volvió e hizo un gesto a sus compañeros para que le siguieran. Por un momento ninguno habló, luego ZZ Uno murmuró afligidamente:

—¿No podemos intentar destruir este lugar?

—No servirá de nada —dijo ZZ Tres—. Nos superan en número. Es inútil. En una década terrestre los amos humanos habrán desaparecido. Es imposible resistirse a Júpiter. Son demasiado poderosos. Mientras los jovianos permanecieron atados a su superficie, los humanos estuvieron a salvo. Pero ahora que poseen campos de fuerza… Todo lo que podemos hacer es comunicar la noticia. Preparando algunos escondites, unos cuantos podrán sobrevivir, al menos durante un tiempo.

La ciudad estaba detrás de ellos. Habían salido a la gran llanura junto al lago, y su nave era un punto oscuro en el horizonte, cuando el joviano dijo de pronto:

—Criaturas, ¿decís que no lleváis con vosotros ningún campo de fuerza?

ZZ Tres respondió, sin el menor interés:

—No lo necesitamos.

—Entonces, ¿cómo resiste vuestra nave el vacío del espacio sin estallar a causa de la presión atmosférica interna? —Y agitó un tentáculo en un mudo gesto hacia la atmósfera joviana que gravitaba sobre ellos con una fuerza de un millón de kilogramos por centímetro cuadrado.

—Bueno —explicó ZZ Tres—, eso es simple. Nuestra nave no contiene atmósfera interna. La presión interior y exterior siempre están equilibradas.

—¿Incluso en el espacio? ¿El vacío en vuestra nave? ¡Estáis mintiendo!

—Puedes inspeccionar nuestra nave si lo deseas. No hay ningún campo de fuerza, y no es hermética. ¿Qué tiene eso de maravilloso? Nosotros no respiramos. Nuestra energía la obtenemos directamente de la fuerza atómica. La presencia o la ausencia de presión de aire constituye muy poca diferencia para nosotros, y nos sentimos completamente cómodos en el vacío más absoluto.

—¡Pero el cero absoluto!

—No nos afecta. Regulamos nuestro propio calor. No nos afectan las temperaturas externas. —Hizo una pausa—. Bien, podemos volver por nosotros mismos a la nave. Adiós. Transmitiremos a los humanos de Ganímedes vuestro mensaje… ¡Guerra a muerte!

Pero el joviano dijo:

—Esperad. Vuelvo dentro de un momento.

Se dio la vuelta, y se dirigió a la ciudad.

Los robots se lo quedaron mirando, y luego aguardaron en silencio.

Pasaron tres horas antes de que regresara, y cuando lo hizo, estaba prácticamente sin aliento. Se detuvo a los habituales tres metros de los robots, pero luego siguió acercándose a ellos de una forma curiosamente arrastrante. No habló hasta que su piel gris parecida al caucho estuvo casi tocándoles, y entonces sonó el código de radio, humilde y respetuoso.

—Honorables señores, me he puesto en contacto con el jefe de nuestro gobierno central, que conoce ahora todos los hechos, y puedo aseguraros que lo único que Júpiter desea es la paz.

—¿Perdón? —preguntó ZZ Tres, sin comprender.

El joviano se apresuró a explicar:

—Estamos dispuestos a reanudar nuestras comunicaciones con Ganímedes, y nos complace garantizar que no efectuaremos ningún intento de aventurarnos en el espacio. Nuestro campo de fuerza será usado únicamente en la superficie joviana.

—Pero… —empezó ZZ Tres.

—Nuestro gobierno se sentirá complacido de recibir a cualquier otro representante que los honorables hermanos humanos de Ganímedes deseen enviar. Si vuestras señorías condescienden ahora en aceptar la paz…

Un escamoso tentáculo se tendió hacia ellos, y ZZ Tres, completamente desconcertado, lo agarró. ZZ Dos y ZZ Uno hicieron lo mismo cuando otros dos tentáculos se tendieron hacia ellos.

El joviano dijo solemnemente:

—Esto sella una paz eterna entre Júpiter y Ganímedes.

La nave espacial con más agujeros que un colador estaba de nuevo en el espacio. La presión y la temperatura habían descendido de nuevo a cero, y los robots contemplaban el enorme globo de Júpiter que iba reduciendo lentamente su tamaño.

—Eran definitivamente sinceros —dijo ZZ Dos—, y eso es muy halagador, pero no acabo de comprender su cambio de actitud.

—Creo —observó ZZ Uno— que los jovianos recobraron el buen sentido justo a tiempo, y se dieron cuenta de la increíble maldad que sería causar daño a un amo humano. Es natural.

ZZ Tres suspiró y dijo:

—Mira, se trata simplemente de un asunto de psicología. Esos jovianos poseían un complejo de superioridad de un kilómetro de grueso y, cuando vieron que no podían destruirnos, lo único que podían hacer era guardar las apariencias. Todas sus exhibiciones, todas sus explicaciones, no eran más que una forma de bravata, destinada a impresionarnos y situarnos en el estado adecuado de humillación ante su poder y superioridad.

—Entiendo todo eso —interrumpió ZZ Dos—, pero…

—Pero las cosas funcionaron por caminos insospechados —prosiguió Tres—. Todo lo que hicieron fue comprobar que nosotros éramos más fuertes que ellos, que no nos ahogábamos, que no necesitábamos comer ni dormir, que el metal fundido no nos afectaba. Incluso nuestra propia presencia era fatal para la vida joviana. Nuestro último gran golpe fue el campo de fuerza. Y cuando descubrieron que nosotros no lo necesitábamos en absoluto, y podíamos vivir en el espacio a una temperatura de cero absoluto, se desmoronaron. —Hizo una pausa, y añadió filosóficamente—: Cuando un complejo de superioridad como el suyo se desmorona, se desmorona de arriba a abajo.

Los otros dos pensaron en aquello, y luego ZZ Dos dijo:

—Pero sigue sin tener sentido. ¿Por qué debería preocuparles lo que nosotros podamos o no podamos hacer? Solamente somos robots. No somos aquellos con los que tienen que luchar.

—Ese es precisamente el punto crucial, Dos —dijo suavemente ZZ Tres—. No fue hasta que hubimos abandonado Júpiter que pensé en ello. ¿Te das cuenta? Por simple omisión, y de una forma completamente no intencionada, olvidamos decirles que nosotros éramos simplemente unos robots.

—Ellos nunca nos lo preguntaron —dijo ZZ Uno.

—Exactamente. ¡De modo que pensaron que éramos seres humanos, y que todos los demás seres humanos eran como nosotros! —Miró una vez más a Júpiter, pensativamente, y añadió—: ¡No es extraño que decidieran desistir!

Cronogato (1942)

Time Pussy

Esto me lo contó hace mucho tiempo el viejo Mac, que vivía en una choza en lo alto de la ladera opuesta, en la montaña vecina a mi antigua casa. Había sido prospector minero en los Asteroides durante la fiebre (de prospecciones) del 1937, y ahora se pasaba la mayor parte del tiempo alimentando a sus siete gatos

—¿De dónde le viene su amor a los gatos, señor Mac? —le pregunté un día.

El viejo minero me miró y se rascó la barbilla.

—Mire usted —respondió—, me recuerdan a los animalitos que tenía en Palas. Eran muy parecidos a los gatos —el mismo tipo de cabeza, digamos— y no he visto en mi vida otros tan inteligentes. ¡Todos murieron!

Sentí pena, y así lo dije. Mac exhaló un profundo suspiro.

—No he visto otros tan inteligentes —repitió—. Eran mininos cuatridimensionales.

—¿Cuatridimensionales, señor Mac? Pero… la cuarta dimensión es el tiempo.

Esto lo había aprendido yo el año anterior, en tercer curso.

—De modo que tiene algunos estudios, ¿eh? —Sacó la pipa y la llenó pausadamente—. Claro, la cuarta dimensión es el tiempo. Aquellos mininos tenían unos treinta centímetros de largo, quince de alto y diez de ancho, y se extendían hasta la mitad, más o menos, de la semana próxima. Esto son cuatro dimensiones, ¿verdad? Si les acariciabas la cabeza, ellos quizá no moviesen la cola hasta el día siguiente. Algunos de los mayores no empezaban a moverla hasta dos días después. ¡De veras!

Yo tenía una expresión dubitativa, pero no dije nada. Mac continuó:

—Además, eran los mejores perros guardianes de toda la creación. Tenían que serlo. Si descubrían a un ladrón o a un tipo peligroso, aullaban como condenados. Y si uno veía a un ladrón hoy, empezaba a chillar ayer, de manera que siempre estábamos advertidos con veinticuatro horas de anticipación.

La boca se me abrió sola.

—¿De verdad?

—¡Se lo juro! ¿Sabe cómo solíamos alimentarlos? Esperábamos que se durmieran, y sabíamos que entonces estaban ocupados en digerir la comida. Aquellos gatitos transtemporales, digerían la comida tres horas, invariablemente, antes de haberla ingerido, dado que sus estómagos retrocedían este lapso en el tiempo. De modo que cuando se dormían, nosotros mirábamos la hora, les preparábamos el alimento y se lo dábamos tres horas después, exactamente.

Había encendido ya la pipa, y chupaba a placer. Movió la cabeza tristemente.

—Con todo, una vez me equivoqué. Pobre Cronogatito. Se llamaba «Joe» y era precisamente mi preferido. Una mañana se durmió a las nueve y, no sé por qué, yo me hice la idea de que eran las ocho. Naturalmente, le llevé la comida a las once. Lo busqué por todas partes, pero no lo encontré.

—¿Qué había pasado, señor Mac?

—Pues que no se podía esperar que las entrañas de ningún Cronogatito resistieran el desayuno sólo dos horas después de haberlo digerido. Habría sido pedir demasiado. Por fin lo encontré bajo la caja de las herramientas, en el cobertizo exterior. Se había arrastrado allá y había perecido de indigestión una hora antes. ¡Pobrecito! En lo sucesivo, siempre me ponía el despertador; así no volví a cometer aquella equivocación.

Tras estas palabras hubo un silencio breve, triste. Luego dije, en un respetuoso susurro:

—Antes, usted ha dicho que murieron todos. ¿Perecieron todos de esta misma manera?

Mac movió la cabeza solemnemente.

—¡No! Solían contagiarse nuestros resfriados y morían algo así como entre una semana y diez días antes de haberse contagiado. Para empezar, ya no había muchos gatitos de aquéllos; un año después de haber llegado los mineros a Palas no quedaban sino unos diez, y todavía éstos bastante débiles y enfermizos. Lo malo era, compañero, que cuando morían se hacían cisco; se corrompían muy aprisa. Especialmente el transformador que tenían en el cerebro y que era lo que los hacía portarse de aquella manera. El caso nos costó millones de dólares.

—¿Cómo fue, señor Mac?

—Vea usted, unos científicos de la Tierra tuvieron noticia de nuestros gatitos y de que probablemente morirían todos antes de que ellos pudieran llegar allá, en el próximo empalme. De modo que nos ofrecieron un millón de dólares por cada gatito que les conserváramos.

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