Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Ante lo cual ZZ Uno alzó a la criatura y la arrojó de nuevo al mar, con un fácil movimiento de un brazo. ZZ Tres dijo casualmente:
—Gracias por vuestro amable ofrecimiento, pero nosotros no utilizamos la comida. Quiero decir que no comemos, por supuesto.
Escoltados por unos doscientos jovianos armados, los robots descendieron por una serie de rampas a la ciudad subterránea. Si en la superficie la ciudad había parecido pequeña y en absoluto impresionante, abajo tenía la apariencia de una enorme megalópolis.
Montaron en vehículos de superficie que eran manejados por control remoto —puesto que ningún honesto joviano que se respetara a sí mismo arriesgaría su superioridad subiendo al mismo vehículo que una sabandija—, y conducidos a una respetable velocidad hasta el centro de la ciudad. Vieron lo suficiente de ella como para decidir que se extendía unos ochenta kilómetros de extremo a extremo, y se hundía en la corteza joviana al menos unos doce kilómetros.
ZZ Dos no sonó feliz cuando dijo:
—Si esto es un ejemplo del desarrollo joviano, entonces no vamos a poder presentar un informe esperanzador a nuestros amos humanos. Después de todo, aterrizamos en la enorme superficie de Júpiter al azar, con una posibilidad sobre mil de hacerlo cerca de un centro de población realmente importante. Esto debe ser, como dice el experto en códigos, simplemente una ciudad.
—Diez millones de jovianos —dijo ZZ Tres, abstraído—. La población total debe de ser de trillones, lo cual es una cifra alta, muy alta, incluso para Júpiter. Probablemente posean una civilización completamente urbana, lo cual quiere decir que su desarrollo científico debe de ser tremendo. Si poseen campos de fuerza…
ZZ Tres no poseía cuello, debido a que para conseguir una mayor resistencia las cabezas de los modelos ZZ estaban encajadas firmemente en el torso, con los delicados cerebros positrónicos protegidos por tres capas independientes de aleación de iridio de casi tres centímetros de grosor. Pero si hubiera tenido, hubiera agitado tristemente la cabeza.
Ahora se habían detenido en un espacio despejado. A todo su alrededor podían ver avenidas y estructuras llenas de jovianos, tan curiosos como cualquier multitud terrestre ante semejantes circunstancias.
El experto en códigos se acercó.
—Es el momento de retirarme hasta el próximo período de actividad —dijo—. Hemos ido hasta tan lejos como preparar alojamientos para vosotros, con gran trabajo, por supuesto, ya que las estructuras han debido ser demolidas y reedificadas. De todos modos, podréis dormir durante un cierto tiempo.
ZZ Tres agitó un modesto brazo y cliqueteó:
—Os damos las gracias, pero no teníais que haberos molestado. No nos importa quedarnos aquí mismo. Si vosotros deseáis dormir y descansar, hacedlo a vuestra comodidad. Nosotros os esperaremos. Porque nosotros —lo dijo casualmente— no dormimos.
El joviano no respondió nada, aunque si hubiera tenido rostro, su expresión hubiera debido ser interesante. Se marchó, y los robots se quedaron en el vehículo, con patrullas de bien armados jovianos, frecuentemente reemplazados, rodeándolos como guardianes.
Pasaron horas antes de que los guardias se apartaran para dejar paso al experto en códigos que regresaba. Junto con él iban otros jovianos, a los que presentó.
—Conmigo están dos oficiales del gobierno central que han consentido graciosamente en hablar con vosotros.
Uno de los oficiales conocía evidentemente el código, puesto que su cliqueteo interrumpió secamente al experto en códigos. Se dirigió a los robots:
—¡Sabandijas! Emerged del vehículo para que podamos veros.
Los robots se apresuraron a obedecer, y mientras ZZ Tres y ZZ Dos saltaban por el lado derecho del vehículo, ZZ Uno atravesó el lado izquierdo. La palabra «atravesó» es utilizada aquí literalmente, puesto que olvidó accionar el mecanismo que hacía descender una sección del lado de modo que ZZ Uno pudiera salir, y se llevó por delante aquel lado, más dos ruedas, y todo un eje. El vehículo se desmoronó, y ZZ Uno se quedó mirando los restos en medio de un embarazado silencio.
Finalmente, cliqueteó con timidez:
—Oh, lo siento tanto. Espero que no fuera un vehículo muy caro.
ZZ Dos añadió, disculpándose:
—Nuestro compañero es a menudo torpe. Debéis perdonarle.
Y ZZ Tres hizo un voluntarioso intento de arreglar de nuevo el vehículo.
ZZ Uno hizo otro esfuerzo por disculparse.
—El material del vehículo era más bien poco resistente. ¿Lo ven? —Alzó un trozo de quizá un metro cuadrado de plancha de plástico endurecido de ocho centímetros de grueso con ambas manos, y efectuó sobre ella una ligera presión. La plancha se partió instantáneamente en dos—. Claro que yo hubiera debido ser un poco más cuidadoso —reconoció.
El oficial del gobierno joviano dijo, aunque de una forma ligeramente menos seca:
—De todos modos el vehículo hubiera sido destruido, después de haberse visto contaminado por vuestra presencia. —Hizo una pausa y luego añadió—: ¡Criaturas! Nosotros los jovianos carecemos de la vulgar curiosidad relativa a los animales inferiores, pero nuestros científicos buscan hechos.
—Estamos completamente de acuerdo contigo —respondió alegremente ZZ Tres—. Nosotros también.
El joviano lo ignoró.
—Aparentemente, vosotros carecéis de órgano masasensitivo. ¿Cómo sois conscientes de los objetos distantes?
ZZ Tres se mostró interesado.
—¿Quieres decir que tu gente es directamente sensitiva a la masa?
—No estoy aquí para responder a vuestras preguntas…, vuestras temerarias preguntas… acerca de nosotros.
—Entonces supondré que los objetos de baja masa específica son transparentes para vosotros, incluso en ausencia de radiaciones. —Se volvió hacia ZZ Dos—. Así es como ven. Su atmósfera es tan transparente para ellos como el espacio para nosotros.
El cliqueteo joviano se reanudó:
—Responderéis a mi primera pregunta inmediatamente, o mi paciencia se agotará y ordenaré que seáis destruidos.
ZZ Tres replicó inmediatamente:
—Somos energisensitivos, joviano. Podemos ajustamos a voluntad a toda la escala electromagnética. En este momento, nuestra visión a larga distancia es debida a la radiación de radio-ondas que nosotros mismos emitimos, y a corta distancia vemos mediante… —Hizo una pausa, y le preguntó a Dos—: ¿Existe alguna palabra código para los rayos gamma?
—No que yo sepa —respondió Dos.
ZZ Tres continuó, dirigiéndose al joviano:
—A corta distancia vemos a través de otra radiación para la cual no existe ninguna palabra código.
—¿De qué está compuesto vuestro cuerpo? —preguntó el joviano.
ZZ Dos susurró:
—Probablemente lo pregunta porque su masa-sensibilidad no puede penetrar más allá de nuestra piel. Alta densidad, ya sabes. ¿Debemos decírselo?
ZZ Tres respondió, inseguro:
—Nuestros amos humanos no nos dijeron específicamente que guardáramos ningún secreto. —Y en código de radio, añadió, dirigiéndose al joviano—: Estamos compuestos principalmente por iridio. En cuanto al resto, cobre, estaño, un poco de berilio, y un montón de otras sustancias.
Los jovianos retrocedieron, y por el impreciso agitar de distintas porciones de sus absolutamente indescriptibles cuerpos dieron la impresión de estar discutiendo animadamente, aunque no emitían ningún sonido.
Y luego el oficial volvió:
—¡Seres de Ganímedes! Ha sido decidido que os mostraremos algunas de nuestras fábricas para que podáis comprobar algunos de nuestros grandes logros. Luego os permitiremos regresar a fin de que podáis difundir la desesperación entre el resto de sabandijas…, los demás seres del mundo exterior.
ZZ Tres le dijo a ZZ Dos:
—Observa el efecto de su psicología. Deben martillar constantemente su superioridad. Ante todo guardar las apariencias. —Y en el código de radio, añadió—: Os agradecemos esta oportunidad.
Pero ese guardar las apariencias era algo eficiente, como comprobaron pronto los robots. La demostración se convirtió en un tour, y el tour en una Gran Exhibición. Los jovianos les mostraron todo, les explicaron todo, respondieron ansiosamente a todas las preguntas, y ZZ Uno tomó centenares de desesperadas notas.
El potencial bélico de aquella ciudad calificada como poco importante era varias veces mayor que el de todo Ganímedes. Diez ciudades como aquella se pondrían por delante de todo el Imperio Terrestre. Y diez ciudades como aquella no debían de ser más que el filo de una uña de toda la fuerza que Júpiter era capaz de desplegar en su conjunto.
ZZ Tres se volvió cuando ZZ Uno le dio un codazo.
—¿Qué ocurre?
ZZ Uno dijo seriamente:
—Si poseen campos de fuerza, los amos humanos están perdidos, ¿no crees?
—Me temo que sí. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque los jovianos no están enseñándonos el ala derecha de este centro de producción. Puede que allí estén desarrollando los campos de fuerza. Es posible que deseen mantener el secreto. Deberíamos descubrirlo. Es lo más importante, ya sabes.
ZZ Tres miró sombríamente a ZZ Uno.
—Puede que tengas razón. No sirve de nada ignorar las cosas.
Estaban ahora en una enorme fundición, observando cómo eran producidas vigas de aleación de acero al silicio resistentes al amoniaco, de treinta metros de largo, a razón de veinte por segundo. ZZ Tres preguntó suavemente:
—¿Qué contiene esa otra ala?
El oficial del gobierno preguntó a los encargados del centro de producción, y explicó:
—Esa es la sección de altas temperaturas. Algunos procesos requieren altas temperaturas que la vida no puede soportar, de modo que deben ser controlados remotamente.
Abrió camino hacia una división a través de la cual podía sentirse el calor, e indicó una pequeña área redonda de material transparente. Había una hilera de ellas, a través de las cuales la brumosa luz roja de hileras de resplandecientes fraguas era visible a través de la densa atmósfera.
ZZ Uno clavó una mirada suspicaz en el joviano y cliqueteó:
—¿Te importaría que entrara ahí y echara un vistazo? Estoy muy interesado en todo esto.
—Te estás comportando de una forma infantil, Uno —dijo ZZ Tres—. Están diciendo la verdad. Oh, está bien, mete la nariz donde quieras si crees que es necesario. Pero no te entretengas mucho; tenemos que ir rápidos.
El joviano dijo:
—No habéis comprendido la temperatura que hay ahí dentro. Vuestro compañero va a morir.
—Oh, no —respondió ZZ Uno casualmente—. La temperatura no es ningún problema para nosotros.
Hubo una conferencia joviana, y luego una escena de agitada confusión cuando la vida del centro se vio paralizada por aquella emergencia poco habitual. Se dispusieron paneles de material absorbente del calor, y luego se abrió una puerta, una puerta que nunca había girado sobre sus goznes cuando las fraguas estaban en funcionamiento. ZZ Uno entró y la puerta se cerró tras él. Los oficiales jovianos se apiñaron tras las áreas transparentes para observar.
ZZ Uno se dirigió a la fragua más cercana y palpó su exterior. Como era demasiado bajo para mirar cómodamente dentro de ella, inclinó la fragua hasta que el metal fundido lamió el borde del contenedor. Lo miró con curiosidad, luego metió su mano en él y lo agitó un momento para comprobar su consistencia. Hecho esto, retiró su mano, la agitó para desembarazarse de las ardientes gotitas metálicas que habían quedado prendidas en ella, y secó el resto en una de sus seis piernas. Recorrió lentamente la hilera de fraguas, luego hizo señas de que deseaba salir.
Los jovianos se retiraron a una gran distancia cuando salió por la puerta, y lanzaron un fuerte chorro de amoniaco contra él, que silbó, burbujeó y humeó hasta que la temperatura de su cuerpo volvió a unos límites tolerables.
ZZ Uno ignoró la ducha de amoniaco y dijo:
—Decían la verdad. No hay campos de fuerza.
—¿Te das cuenta…? —empezó ZZ Tres.
Pero ZZ Uno interrumpió impacientemente:
—No sirve de nada entretenernos. Los amos humanos nos dieron instrucciones de que averiguáramos todo lo posible, y eso es lo que debemos hacer.
Se volvió hacia el joviano y cliqueteó, sin la menor vacilación:
—Escucha, ¿habéis desarrollado los jovianos campos de fuerza?
La brusquedad era, por supuesto, una de las consecuencias naturales de los menos desarrollados poderes mentales de ZZ Uno. ZZ Dos y ZZ Tres sabían aquello, de modo que contuvieron sus deseos de reprocharle aquella observación.
El oficial joviano se relajó lentamente de su extrañamente rígida actitud, que de alguna forma había dado la impresión de que no dejaba de mirar estúpidamente a una de las manos de ZZ Uno… la que se había metido en el metal fundido. Lentamente, el joviano dijo:
—¿Campos de fuerza? Entonces, ¿eso es lo que más os interesa?
—Sí —dijo enfáticamente ZZ Uno.
Hubo un repentino y patente aumento de la confianza por parte joviana, puesto que el cliquetear se hizo más enérgico:
—¡Entonces ven, sabandija!
Lo cual hizo que ZZ Tres dijera a ZZ Dos:
—¿Te das cuenta? Somos de nuevo sabandijas…, lo cual suena como si nos aguardaran malas noticias.
Y ZZ Dos admitió aquello sombríamente.
Ahora fueron conducidos al borde mismo de la ciudad, a una zona que los terrestres hubieran denominado los suburbios, y penetraron en una serie de estructuras muy integradas entre sí, que en la Tierra hubieran correspondido vagamente a una universidad.
No hubo explicaciones, sin embargo, y nadie las pidió tampoco. El oficial joviano abrió camino rápidamente, y los robots lo siguieron con la hosca convicción de que les esperaba lo peor.
Fue ZZ Uno quien se detuvo delante de una sección de pared abierta cuando los demás ya habían pasado.
—¿Qué es esto? —quiso saber.
La habitación estaba equipada con bancos estrechos y bajos, a lo largo de los cuales unos jovianos manipulaban hileras de extraños dispositivos, compuestos principalmente por potentes electroimanes de tres centímetros de ancho.
—¿Qué es esto? —preguntó ZZ Uno de nuevo.
El joviano se volvió y mostró su impaciencia.
—Es un laboratorio de investigación biológica para estudiantes. No hay nada aquí que te interese.
—Pero ¿qué es lo que están haciendo?
—Están estudiando la vida microscópica. ¿No has visto nunca un microscopio?