Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Petri contemplaba el exterior por la ventana.
—¿Cómo pudo Peller hacer todo eso? Un hombre… que viaja de polizón en un crucero de la flota sin ser descubierto y roba el mensaje en las narices de toda la tripulación y destroza la nave. ¿Cómo lo hizo? Y nunca lo sabremos; a excepción de los escasos hechos de su informe.
—Tenía sus órdenes —dijo Willums, bloqueando los controles y dando media vuelta—. Yo mismo se las llevé a Plutón. ¡Consiga el mensaje! ¡Destruya el
Grahul
en el Gobi! ¡Lo hizo! ¡Eso es todo! —se encogió de hombros con cansancio.
La atmósfera de depresión se hizo más intensa hasta que el propio Tymball la rompió con un gruñido:
—Olvidémoslo. ¿Se han ocupado de todo en la nave destruida?
Los otros dos asintieron a la vez. La voz de Petri reflejó su espíritu práctico:
—Se eliminaron todas las pistas de Peller y fueron atomizadas. Nunca detectarán la presencia de un ser humano entre las ruinas. El mismo documento se reemplazó por la copia que teníamos preparada, y se quemó cuidadosamente para evitar cualquier sospecha. Incluso fue impregnada con la cantidad exacta de sales de plata que contiene el sello oficial del emperador tirano. Me jugaría la cabeza a que ningún lasiniano sospechará que la caída no fue un accidente o que el mensaje no fue destruido a causa de ella.
—¡Bien! Por lo menos tardarán veinticuatro horas en localizar la nave siniestrada. Es un trabajo difícil. Ahora deme el mensaje.
Cogió la funda metaloide casi con reverencia. Estaba ennegrecida y doblada, todavía un poco caliente. Y entonces, con un salvaje movimiento de la muñeca, rompió la tapa.
El documento que extrajo se desenrolló con un sonido crujiente. En la esquina inferior izquierda estaba el enorme sello de plata del propio emperador lasiniano —el tirano que, desde Vega, regía una tercera parte de la galaxia—. Iba dirigido al virrey del Sol.
Los tres terrícolas contemplaron solemnemente la fina letra impresa. La desagradablemente angular escritura lasiniana brillaba con luz roja bajo los rayos del sol poniente.
—¿Ven como yo tenía razón? —susurró Tymball.
—Como siempre —asintió Petri.
La noche no llegó completamente. El color negro-púrpura del cielo se intensificó ligeramente y las estrellas brillaron imperceptiblemente, pero aparte de eso la estratosfera no se diferenciaba entre la ausencia y la presencia del Sol.
—¿Ha decidido cuál será el próximo paso? —preguntó Willums, vacilante.
—Sí…, hace mucho tiempo. Mañana iré a visitar a Paul Kane, con esto.
—¡El loara Paul Kane! —gritó Petri.
—¡Ese… ese loarista! —exclamó simultáneamente Willums.
—El loarista —convino Tymball—. ¡Es nuestro hombre!
—Diga mejor que es el lacayo de los lasinianos —gruñó Willums—. Kane, el jefe del loarismo, es por consiguiente el jefe de los traidores humanos que predican sumisión a los lasinianos.
—Así es. —Petri estaba pálido, pero más calmado—. Los lasinianos son nuestros enemigos declarados y debemos enfrentarnos a ellos en una lucha limpia…, pero los loaristas son sabandijas. ¡Gran espacio! Preferiría encontrarme a la merced del tirano virrey en persona que tener cualquier cosa que ver con esos repugnantes estudiantes de la historia antigua, que ensalzan la pasada gloria de la Tierra y son culpables de su degradación presente.
—Les juzga con demasiada severidad —Había una sombra de sonrisa en los labios de Tymball—. Ya he tenido tratos con este dirigente del loarismo con anterioridad.
—Oh… —contuvo las exclamaciones de sorprendida consternación que siguieron—, fui muy discreto en cuanto a ello. Ni siquiera ustedes dos lo supieron, y, como ven, Kane todavía no me ha delatado. Entonces no tuve éxito, pero aprendí un poco. ¡Escúchenme!
Petri y Willums se acercaron, y Tymball prosiguió con entonación tajante y desapasionada.
—La primera campaña galáctica de los lasinianos concluyó hace dos mil años, inmediatamente después de la conquista de la Tierra. Desde entonces, no se ha reanudado la agresión, y los planetas humanos independientes de la galaxia están muy satisfechos con el mantenimiento del
statu quo
. Ellos mismos están demasiado divididos como para desear una nueva lucha. El loarismo sólo está interesado en su propia supervivencia ante las intromisiones de nuevas corrientes de pensamiento, y para ellos no tiene mucha importancia que sean los lasinianos o los humanos los que gobiernen la Tierra, siempre que el loarismo prospere. En realidad, nosotros —los nacionalistas— quizá representemos para ellos un peligro mucho mayor en este aspecto que los lasinianos.
Willums sonrió tétricamente.
—No hay duda de que así es.
—Entonces, admitiendo esto, es natural que el loarismo asuma el papel de pacificador. Sin embargo, si conviniera a sus intereses, se unirían a nosotros en un abrir y cerrar de ojos. Y esto —golpeó el documento que tenía delante— es lo que les convencerá de dónde residen sus intereses.
Los otros dos guardaron silencio.
Tymball continuó:
—Disponemos de poco tiempo. No más de tres años, quizá no más de dos. Y sin embargo ya saben las posibilidades de éxito que hoy día tendría una rebelión.
—Lo lograríamos —rezongó Petri, y prosiguió en tono apagado—, si los únicos lasinianos con los que tuviéramos que enfrentarnos fueran los de la Tierra.
—Exactamente. Pero pueden pedir ayuda a Vega, y nosotros no podemos pedirla a nadie. Ninguno de los planetas humanos acudiría en nuestra defensa, tal como ocurrió hace quinientos años. Y ésa es la razón por la que debemos tener al loarismo de nuestra parte.
—¿Y qué hicieron los loaristas hace quinientos años durante la Rebelión Sangrienta? —preguntó Willums, con un odio amargo reflejado en la voz—. Nos abandonaron para salvar su precioso pellejo.
—No nos encontramos en una posición adecuada para recordar aquello —dijo Tymball—. Tendremos su ayuda ahora… y después, cuando todo haya concluido, nuestras cuentas con ellos…
Willums volvió a los controles.
—¡Nueva York dentro de quince minutos! —Y después—: Pero sigue sin gustarme. ¿Qué pueden hacer esos asquerosos loaristas? ¡Las cáscaras desecadas no sirven más que para traiciones y trivialidades!
—Constituyen la última fuerza unificadora de la humanidad —replicó Tymball—. Bastantes débiles e indefensos, pero la única oportunidad de la Tierra.
Ahora estaban penetrando en la más espesa atmósfera inferior, y el silbido de aire que provocaban se hizo más estridente.
Willums conectó los cohetes de frenado al atravesar una capa de nubes grises. Allí, en el horizonte, se veía el gran resplandor difuso de la ciudad de Nueva York.
—Comprueben que sus pases estén en perfecto orden para la inspección lasiniana y oculten el documento. De todos modos, no nos registrarán.
El loara Paul Kane se recostó en su ornamentado sillón. Los delgados dedos de una de sus manos jugaban con un pisapapeles de marfil que había sobre su mesa. Sus ojos evitaban los del hombre más bajo y grueso que tenía delante, y su voz, mientras hablaba, adquiría inflexiones solemnes.
—No puedo seguir protegiéndole, Tymball. Hasta ahora lo he hecho por el lazo de una humanidad común que hay entre nosotros, pero… —Su voz se desvaneció.
—¿Pero? —apremió Tymball.
Los dedos de Kane seguían manoseando el pisapapeles.
—Este último año los lasinianos se han vuelto más duros. Se muestran casi arrogantes. —De repente levantó la vista—. Usted ya sabe que no soy un agente completamente libre, y no poseo la influencia y el poder que usted parece creer que tengo.
Volvió a bajar los ojos, y una nota de preocupación se adueñó de su voz.
—Los lasinianos sospechan. Están empezando a vislumbrar los trabajos de una conspiración clandestina bien organizada, y nosotros no podemos permitirnos el lujo de vernos envueltos en ella.
—Lo sé. En caso de necesidad, están dispuestos a sacrificarnos del mismo modo que sus predecesores sacrificaron a los patriotas de hace cinco siglos. Una vez más, el loarismo representará su noble papel.
—¿Hasta qué punto son buenas sus rebeliones? —fue la cansada repuesta—. ¿Acaso los lasinianos son mucho peores que la oligarquía de humanos que dirige Santanni o el dictador que gobierna Trántor? Si los lasinianos no son humanos, por lo menos son inteligentes. El loarismo puede vivir en paz con sus gobernantes.
Y ahora Tymball sonrió. No había nada humorístico en ello, más bien una ironía burlona. Extrajo una pequeña carta de su manga.
—Lo cree así, ¿verdad? Tenga, lea esto. Es una copia fotostática reducida de… No, no la toque…, léala mientras yo la sostengo, y…
Sus demás comentarios se vieron ahogados por el súbito alarido del otro. El rostro de Kane se contrajo alarmantemente convirtiéndose en una máscara de horror, mientras trataba de agarrar el duplicado que mantenían fuera de su alcance.
—¿Dónde lo ha conseguido? —Apenas reconoció su propia voz.
—¿Qué importa eso? Lo tengo, ¿verdad? Y ha costado la vida de un hombre valiente, y una nave de la escuadra de Su Reptilesca Eminencia. Creo que no puede usted abrigar ninguna duda en cuanto a su autenticidad.
—¡No…, no! —Kane se llevó una temblorosa mano a la frente—. Es la firma y el sello del emperador. Es imposible falsificarlos.
—Ya ve, Excelencia —había sarcasmo en el tratamiento—, la renovación de la campaña galáctica es una cuestión de dos años, o tres, a partir de ahora. El primer paso de la campaña se dará en el curso de este mismo año… y a causa de este primer paso —su voz adquirió una dulzura venenosa—, se ha enviado esta orden al virrey.
—Déjeme pensar un momento. Déjeme pensar —Kane se derrumbó en el sillón.
—¿Acaso tiene necesidad de hacerlo? —gritó Tymball, despiadadamente—. Esto no es más que la constatación de lo que le predije hace seis meses, y a lo que usted no prestó atención. La Tierra, como mundo humano, será destruida; su población, diseminada por grupos en las porciones lasinianas de la galaxia; cualquier resto de ocupación humana, destruida.
—¡Pero la Tierra! La Tierra, el hogar de la raza humana; el principio de nuestra civilización…
—¡Exactamente! El loarismo se muere y la destrucción de la Tierra lo matará. Y una vez desaparecido el loarismo la última fuerza unificadora habrá sido destruida, y los planetas humanos, invencibles si estuvieran unidos, serán borrados, uno por uno, en la segunda campaña galáctica. A menos que…
La voz del otro era monótona.
—Sé lo que va a decirme.
—No más de lo que le dije antes. La humanidad debe unirse, y sólo puede hacerlo alrededor del loarismo. Necesita una causa por la que luchar, y esa causa debe ser la liberación de la Tierra. Yo encenderé la chispa aquí en la Tierra y usted ha de convertir a la porción humana de la galaxia en un polvorín.
—Usted desea una guerra total…, una cruzada galáctica —Kane hablaba en un susurro—. Pero nadie sabe mejor que yo que una guerra total ha sido imposible durante estos miles de años —Se echó a reír súbitamente, con amargura—. ¿Sabe lo débil que es hoy el loarismo?
—No hay nada tan débil que no pueda reforzarse. Aunque el loarismo se ha debilitado desde sus grandes días, durante la primera campaña galáctica, sigue teniendo su organización y su disciplina; las mejores de la galaxia. Y sus dirigentes son, en general, hombres capaces, y lo digo por usted. Un grupo de hombres inteligentes concienzudamente centralizado, que trabaje a fondo, puede hacer mucho. Debe hacer mucho, pues no tiene elección.
—Déjeme —dijo Kane, débilmente—, ahora no puedo hacer más. He de pensar —Su voz se desvaneció, pero uno de sus dedos señalaba hacia la puerta.
—¿Para qué sirven sus pensamientos? —gritó Tymball irritado—. ¡Necesitamos hechos!
Y con esto, se fue.
La noche había sido horrible para Kane.
Su rostro estaba pálido y deshecho; sus ojos, vacíos y brillantes de fiebre. Sin embargo, habló en voz alta y firme.
—Somos aliados, Tymball.
Tymball sonrió sombríamente, estrechó durante un momento la mano que Kane le tendía, y la soltó.
—Sólo por necesidad, Excelencia. Yo no soy amigo suyo.
—Yo tampoco lo soy suyo. Pero hemos de trabajar juntos. Ya he dado las órdenes iniciales y el Consejo Central las ratificará. En esta dirección, por lo menos, no preveo dificultades.
—¿Cuándo se producirán los resultados?
—¿Quién sabe? El loarismo aún dispone de sus medios de propaganda. Todavía hay quienes escucharán por respeto, y otros por temor, e incluso algunos por la mera fuerza de la propaganda. Pero ¿quién puede decirlo? La humanidad se ha dormido y el loarismo también. Hay poco sentido antilasiniano, y será difícil levantarlo de la nada.
—El odio nunca es difícil de levantar —y el mofletudo rostro de Tymball pareció extrañamente severo—. ¡Emocionalismo! ¡Propaganda! E incluso en su estado de debilidad, el loarismo es rico. Las masas pueden corromperse con palabras, pero los que ocupan puestos importantes requerirán un poco de metal amarillo.
Kane levantó una mano con cansancio.
—No dice nada nuevo. Esa línea de deshonor era la política humana ya en el confuso amanecer de la historia, cuando sólo esta pobre Tierra era humana y aun así se dividió en segmentos opuestos. —Después, amargamente—: ¡Pensar que hemos de volver a las tácticas de aquella bárbara edad!
El conspirador se encogió cínicamente de hombros.
—¿Conoce alguna mejor?
—E incluso así, con toda esa vileza, podemos fracasar.
—No, si nuestros planes están bien hechos.
El loara Paul Kane se puso en pie de un salto y cerró las manos frente a él.
—¡Loco! ¡Usted y sus planes! ¡Sus sutiles, secretos, solapados y tortuosos planes! ¿Acaso cree que conspiración es rebelión, o rebelión, victoria? ¿Qué puede hacer usted? Puede descubrir información y llegar secretamente a las raíces, pero no puede dirigir una rebelión. Yo puedo organizar y preparar, pero no puedo dirigir una rebelión.
Tymball parpadeó.
—Preparación… una preparación perfecta…
—… No es nada, se lo digo yo. Se pueden tener todos los ingredientes químicos necesarios, y todas las condiciones adecuadas, y sin embargo es posible que no haya reacción. En psicología, particularmente psicología del vulgo, como en química, es necesario tener un catalizador.
—Por todos los espacios, ¿qué quiere decir?