Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—¿Puede usted dirigir una rebelión? —gritó Kane—. Una cruzada es una guerra de emoción. ¿Puede usted controlar las emociones? Usted, un conspirador, no mantendría el fuego de una contienda abierta ni un sólo instante. ¿Puedo yo dirigir la rebelión? ¿Yo, un viejo y un hombre de paz? Entonces, ¿quién ha de ser el líder, el catalizador psicológico, que tome la inservible arcilla de su preciosa «preparación» y le insufle vida?
Los músculos de la barbilla de Russel Tymball temblaron.
—¡Derrotismo! ¿Tan pronto?
La respuesta fue cruel:
—¡No! ¡Realismo!
Hubo un silencio airado y Tymball giró sobre sus talones y se fue.
Era medianoche, hora local de la astronave, y las festividades nocturnas alcanzaban su punto máximo. El gran salón del trasatlántico
Flaming Nova
estaba lleno de figuras que danzaban, reían y brillaban, volviéndose más joviales a medida que la noche transcurría.
—Esto me recuerda los asuntos triplemente malditos de los que me hará ocupar mi mujer cuando vuelva a Lacto —murmuró Sammel Maronni a su compañero—. Creí que me escaparía de alguno, por lo menos aquí en el hiperespacio, pero evidentemente no ha sido así. —Dio un sordo gruñido y contempló a la concurrencia con una mirada de débil desaprobación.
Maronni iba vestido a la última moda, desde la cinta púrpura de la cabeza hasta las sandalias azul cielo, y parecía sumamente incómodo. Su corpulenta figura estaba enfundada en una túnica de color rojo brillante demasiado ajustada y los ocasionales tirones a su ancho cinturón demostraban que era consciente de su mal aspecto.
Su compañero, más alto y delgado, llevaba el inmaculado uniforme blanco con la soltura que da una larga experiencia, y su imponente figura contrastaba fuertemente con el aspecto algo ridículo de Sammel Maronni.
El exportador lactoniano era consciente de este hecho.
—Maldito sea, Drake, tiene un buen empleo. Se viste como una persona importante y no hace nada más que sonreír y contestar a los saludos. ¿Cuánto le pagan por ello?
—No lo bastante. —El capitán Drake levantó una de sus cejas grises y miró irónicamente al lactoniano—. Me gustaría que usted tuviera mi empleo por una semana más o menos. Al cabo de ese tiempo ya estaría harto. Si cree que cuidar a gordas damiselas viudas y esnobs de cabello rizado es un lecho de rosas, le invito a que lo pruebe —murmuró malhumoradamente para sí durante un momento, y después se inclinó cortésmente hacia una enjoyada vieja regañona que le sonreía—. Es lo que ha encanecido mis cabellos y surcado de arrugas mi cara, ¡por Rigel!
Maronni sacó un largo cigarro «Karen» de la bolsa que colgaba de su cintura y lo encendió con placer.
Lanzó una nube de humo verde manzana al rostro del capitán y sonrió pícaramente.
—Aún no he conocido a ningún hombre que hablara bien de su trabajo, aunque éste sea una ganga como el suyo, viejo pillo. Ah, si no me equivoco, la encantadora Ylen Surat va a caer sobre nosotros.
—¡Oh, diablos rosas de Sirio! Casi no me atrevo a mirar. ¿Es esa vieja bruja que viene en nuestra dirección?
—Exactamente… ¡y vaya suerte que tiene usted! Es una de las mujeres más ricas de Santanni, y viuda, también. El uniforme las subyuga, supongo. ¡Lástima que yo esté casado!
El capitán Drake contrajo el rostro en una mueca horrible.
—Ojalá se le cayera una lámpara encima.
Y con esto se volvió, trocando su expresión por una de dulce satisfacción en sólo un instante.
—Pero, señora Surat, creía que nunca tendría el placer de saludarla.
Ylen Surat, que ya hacía años había pasado de los sesenta, se rió como una niña.
—Repórtese, viejo galanteador, o me hará olvidar que he venido a regañarle.
—Espero que no esté nada mal. —A Drake le dio un vuelco el corazón. No era la primera vez que soportaba las quejas de la señora Surat. Normalmente, todo solía estar mal.
—Hay muchas cosas que están mal. Acaban de decirme que dentro de cincuenta horas aterrizaremos en la Tierra… si así es como se pronuncia.
—Totalmente correcto —dijo el capitán Drake, algo más tranquilo.
—Pero es una escala que no estaba prevista cuando embarcamos.
—No, no lo estaba. Pero luego… verá, es cuestión de rutina. Nos iremos diez horas después del aterrizaje.
—Pero esto es insoportable. Me retrasará un día completo. He de llegar a Santanni esta misma semana, y los días son preciosos. Además, nunca he oído hablar de la Tierra. Mi guía —extrajo un libro con tapas de piel de su bolso y lo hojeó furiosamente— ni siquiera la menciona. Estoy segura de que nadie tiene interés en parar ahí. Si usted persiste en malgastar el tiempo de los pasajeros en una escala totalmente inútil, tendré que hablar de ello con el presidente de la línea. Le recuerdo que tengo algo de influencia en casa.
El capitán Drake suspiró imperceptiblemente. No era la primera vez que le recordaban el «algo de influencia» de Ylen Surat.
—Mi querida señora, tiene usted razón, toda la razón, absolutamente toda… pero no puedo hacer nada. Todas las naves de las líneas Sirio, Alpha Centauri y Cygni 61 deben detenerse en la Tierra. Es un acuerdo interestelar, y ni siquiera el presidente de la línea, por mucho que lamentara su protesta, podría cambiar la ruta.
—Además —interrumpió Maronni, que creyó llegado el momento de acudir en ayuda del acosado capitán—, creo que llevamos dos pasajeros que se dirigen a la Tierra.
—Así es. Lo había olvidado. —El rostro del capitán Drake se animó un poco—. ¡Ahí tiene! Resulta que tenemos una razón concreta para esta escala.
—¡Dos pasajeros entre más de mil quinientos! ¡Vaya una razón!
—Es usted injusta —dijo Maronni con sutileza—. Al fin y al cabo, la raza humana proviene de la Tierra. Supongo que ya lo sabía, ¿verdad?
Ylen Surat enarcó unas cejas evidentemente postizas.
—¿Sí?
La desconcertada expresión de su rostro se trocó en otra de desprecio.
—Oh, bueno, eso fue hace miles y miles de años. Ahora ya no tiene importancia.
—La tiene para el loarismo y los dos pasajeros que desean aterrizar son loaristas.
—¿Pretende decirme —se burló la viuda— que, en esta era ilustrada, aún hay gente que estudia «nuestra cultura antigua»? ¿No es de eso de lo que siempre hablan?
—De eso es de lo que Filip Sanat siempre habla —se rió Maronni—. Hace pocos días me lanzó un sermón sobre este mismo tema. Y fue interesante. La mayor parte de lo que dijo era verdad.
Asintió con ligereza y continuó:
—Es muy inteligente, ese Filip Sanat. Hubiera podido ser un buen científico u hombre de negocios.
—Habla de meteoros y se los oye zumbar —dijo el capitán, de repente, e hizo una inclinación de cabeza hacia la derecha.
—¡Bueno! —balbuceó Maronni—. Allí está. Pero… pero ¿qué diablos está haciendo aquí?
Realmente, Filip Sanat tenía un aspecto bastante, incongruente mientras permanecía enmarcado en el umbral más distante. Su túnica larga y oscura —característica de los loaristas— era una mancha tétrica en un escenario alegre. Sus melancólicos ojos se volvieron hacia Maronni y levantó inmediatamente la mano en señal de reconocimiento.
Los asombrados bailarines, le abrieron paso automáticamente, siguiéndole con una mirada larga y curiosa. Se podía oír la estela de susurros que dejaba tras de sí. Sin embargo, Filip Sanat no se dio cuenta de ello. Con los ojos inflexiblemente fijos delante de él y una expresión impasible, llegó junto al capitán Drake, Sammel Maronni e Ylen Surat.
Filip Sanat saludó calurosamente a los dos hombres y después, en respuesta a una presentación, se inclinó gravemente ante la viuda, que le contemplaba con sorpresa y manifiesto desprecio.
—Perdóneme por molestarle, capitán Drake —dijo el joven en voz baja—. Sólo quería saber a qué hora saldremos del hiperespacio.
El capitán extrajo de su bolsillo un cronómetro.
—Una hora a partir de este momento.
—¿Y entonces estaremos…?
—Fuera de la órbita del planeta IX.
—Es decir, Plutón. Así que el Sol estará a la vista cuando entremos en el espacio normal, ¿verdad?
—Así será, si mira en la dirección correcta… hacia la proa de la nave.
—Gracias.
Filip Sanat hizo ademán de alejarse, pero Maronni le detuvo.
—Quédate, Filip. No pensarás abandonarnos, ¿verdad? Estoy seguro de que la señora Surat está ansiosa por hacerte unas cuantas preguntas. Ha demostrado gran interés por el loarismo. —En los ojos del lactoniano se observaba una mirada maliciosa.
Filip Sanat se volvió atentamente hacia la viuda, que, sorprendida por el momento, permanecía muda, y entonces se recobró.
—Dígame, joven —exclamó—, ¿quedan realmente personas como usted? Loaristas, quiero decir.
Filip Sanat se sobresaltó y observó con bastante rudeza a su interlocutora, pero no perdió el don de la palabra. Con tranquila claridad, dijo:
—Todavía quedan personas que tratan de mantener la cultura y la forma de vida de la antigua Tierra.
El capitán Drake no pudo evitar un comentario irónico:
—¿Incluso bajo el dominio de la cultura de los maestros lasinianos?
Ylen Surat lanzó un grito ahogado.
—¿Quiere decir que la Tierra es un mundo lasiniano? ¿Lo es? ¿Lo es? —Su voz se convirtió en un chillido asustado.
—Naturalmente —contestó el asombrado capitán, arrepentido de haber hablado—. ¿No lo sabía?
—Capitán —había histerismo en la voz de la mujer—, no debe usted aterrizar. Si lo hace, le crearé dificultades… muchas dificultades. No me expondré a las hordas de esos horribles lasinianos… esos espantosos reptiles de Vega.
—No tiene nada que temer, señora Surat —observó Filip Sanat, fríamente—. La inmensa mayoría de la población terrestre es humana. Sólo el uno por ciento, que gobierna, es lasiniano.
—Oh… —hizo una pausa, y después, de forma hiriente, dijo—: Bueno, no creo que la Tierra sea tan importante, si ni siquiera está gobernada por humanos. ¡El loarismo! ¡Una estúpida pérdida de tiempo es como yo lo llamo!
El rostro de Sanat enrojeció súbitamente, y por un momento pareció luchar en vano por hablar. Cuando lo hizo, fue en un tono de gran agitación:
—Tiene usted un punto de vista muy superficial. El hecho de que los lasinianos controlen la Tierra no tiene nada que ver con el problema fundamental del loarismo, que…
Giró sobre los talones y se fue.
Sammel Maronni lanzó un largo suspiro mientras contemplaba a la figura que se alejaba.
—Le ha dado en un punto doloroso, señora Surat, nunca le había visto renunciar de este modo a discutir o intentar explicar algo.
—No tiene mal aspecto —dijo el capitán Drake.
Maronni se rió entre dientes.
—Ni por asomo. Ese joven y yo somos del mismo planeta. Es un típico lactoniano, como yo.
La viuda se aclaró la garganta con mal humor.
—Oh, cambiemos de tema. Ese hombre parece haber lanzado una sombra sobre toda la habitación. ¿Por qué llevan esas horribles túnicas de color púrpura? ¡Tan poco elegantes!
El loara Broos Porin levantó la vista al entrar su joven acólito.
—¿Bien?
—Dentro de menos de cuarenta y cinco minutos, loara Broos.
Y dejándose caer en un sillón, Sanat apoyó su rostro congestionado y ceñudo en un puño cerrado.
Porin contempló al otro con una afectuosa sonrisa.
—¿Has vuelto a discutir con Sammel Maronni, Filip?
—No, no exactamente. —Se enderezó de un salto—. Pero ¿para qué sirve, loara Broos? Allí, en el nivel superior, hay cientos de humanos, irreflexivos, vestidos alegremente, riendo, divirtiéndose; y ahí afuera está la Tierra, abandonada. Entre todos los viajeros de la nave, sólo nosotros dos vamos allí para ver el mundo de nuestros antiguos días.
Sus ojos evitaron los del hombre de más edad y su voz adquirió un matiz de amargura.
—Y hubo un tiempo en que miles de humanos, procedentes de todos los rincones de la galaxia, aterrizaban cada día en la Tierra. Los grandes días del loarismo se han acabado.
El loara Broos se echó a reír. Nadie hubiera pensado que su ceñuda figura abrigara una risa tan enérgica.
—Ésta debe ser por lo menos la centésima vez que te oigo decir esto. ¡Tonto! Llegará un día en que la Tierra volverá a ser recordada. La gente aún volverá a acudir en tropel. Vendrán por miles y millones.
—¡No! ¡Se ha acabado!
—¡Bah! Los agoreros profetas de la fatalidad han dicho eso una y otra vez a lo largo de la historia. Pero todavía no se ha demostrado que estuvieran en lo cierto.
—Esta vez se demostrará. —Los ojos de Sanat brillaron súbitamente—. ¿Sabe por qué? Porque la Tierra ha sido profanada por los conquistadores reptiles. Una mujer acaba de decirme, una mujer insustancial, estúpida y vacía, que no cree que la Tierra sea tan importante si ni siquiera está gobernada por humanos. Ha dicho lo que millones deben decir inconscientemente, y yo no he tenido palabras para refutárselo. Ha sido un argumento que no podía refutar.
—¿Y cuál sería tu solución, Filip? Vamos, ¿la has pensado?
—¡Expulsarlos de la Tierra! ¡Convertirla una vez más en un planeta humano! Hace dos mil años luchamos con ellos durante la primera campaña galáctica, y los detuvimos cuando parecía que iban a absorber la galaxia. Hagamos una segunda campaña y les enviaremos de regreso a Vega.
Porin suspiró y movió la cabeza.
—¡Vaya un exaltado que eres! Ningún loarista ha dejado de serlo al hablar de este tema. El tiempo te curará y te apaciguará. ¡Mira, muchacho! —el loara Broos se levantó y agarró al otro por los hombros— El hombre y el lasiniano son inteligentes, y son las dos únicas razas inteligentes de la galaxia. Son hermanas en mente y en espíritu. Estad en paz con ellos. No odiéis, pues el odio es la emoción más irracional. En lugar de eso, esforzaos en comprender.
Filip Sanat miraba fijamente al suelo y no dio muestras de haber oído. Su mentor chasqueó la lengua en señal de amable reprobación.
—Bueno, cuando seas más viejo lo entenderás. Ahora, olvídate de todo esto, Filip. Recuerda que estás a punto de realizar la ambición de todos los loaristas verdaderos. Dentro de dos días llegaremos a la Tierra, y su suelo estará bajo nuestros pies. ¿No es bastante para que te sientas feliz? ¡Piénsalo! Cuando regreses, serás recompensado con el título de «loara»: Serás alguien que ha visitado la Tierra. Te prenderán el sol dorado en el hombro.