Cuentos completos (558 page)

Read Cuentos completos Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
7.7Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sí —convino MacShannon—. El FBI tiene que investigar cualquier cosa que se le lleve, incluso en épocas fáciles.

Imagínese en la cumbre de la manía de McCarthy… Luego, también, resultó que Benham, este vecino mío, tenía un puesto en la industria de videojuegos y estaba en situación de conocer unas pocas cosas que el Pentágono deseaba claramente que fueran conservadas en secreto. En realidad, fue mi comprensión final de este hecho lo que suscitó mi propio interés por los ordenadores, de modo que en cierto modo, le debo mi carrera presente a Benham. En cualquier caso, fui escuchado y se quedaron con la carta. Me dieron un recibo, aunque no era mía.

—Estaba en posesión suya —observó Rubin—, y le pertenecía, dado que su amo anterior la había tirado y abandonado, convirtiéndola en propiedad de cualquiera que la cogiese.

—En cierto modo —explicó MacShannon—, entré en una asociación distante con el FBI, porque me pidieron que vigilara a Benham e informase de cualquier otra cosa que considerase insólita o sospechosa. Esto me convirtió en un espía vulgar; lo cual, mirando hacia atrás, hace que me sienta un poco incómodo; pero yo tenía el convencimiento de que se trataba de un agente enemigo, y era un poco romántico en aquel entonces.

—Y usted podía haber sido contagiado por la época —opinó Avalon.

—No me sorprendería —asintió MacShannon—. En aquel momento, naturalmente, no sabía de cierto lo que estaba haciendo el FBI; pero, al final, me hice amigo del agente con el que había hablado la primera vez, en particular cuando se fue viendo que Benham era en verdad otra cosa distinta a la que parecía, de modo que el agente no pudo dejar de pensar en mí favorablemente.

Rubin concluyó:

—Entonces el sobre escondido resultó ser importante, supongo.

—Déjenme contarles, por orden, cómo sucedieron las cosas —rogó MacShannon—. Investigaron la carta que les di, buscando alguna especie de clave. Lo que a mí me parecía insignificante podía tener un sentido oculto. No pudieron encontrar ninguno. Tampoco hallaron escritura escondida o cualquier cosa técnicamente avanzada, y eso hizo que mi historia fuera más persuasiva, dado que yo, desde el principio, sin duda, había insistido en la importancia del sobre.

»Tomaron por costumbre interceptar la correspondencia de Benham y abrirla, leerla, volverla a cerrar y enviarla de nuevo.

Observé el proceso en una ocasión y me causó una sensación horrorosa. Me pareció muy poco norteamericano. No había modo de decir, al acabar, que la carta había sido abierta, o que se había manipulado de algún modo, y yo, desde entonces, nunca he podido confiar del todo en mi propio correo. ¿Quién sabe si alguien estaba estudiándolo sin mi conocimiento?

Rubin comentó secamente:

—Si pensamos así, las llamadas telefónicas pueden ser escuchadas, las habitaciones pueden ser provistas de micrófonos secretos, las conversaciones al aire libre pueden ser oídas.

Vivimos en un mundo falto de intimidad.

—Estoy seguro de que tiene razón —convino MacShannon—.

En cualquier caso, ellos tenían un particular interés en cualquier carta que Benham recibiera de la joven cuyo escrito había cogido yo. Éstas tenían sus propios puntos de interés para un entrometido, porque, tal como finalmente mi amigo el agente me explicó, estaba claro que había un asunto de amor que estaba brotando allí. Las cartas se iban haciendo más apasionadas y decididas; pero las de la mujer, al menos, siempre eran garabatos breves y continuaban mostrando que no había ninguna gran capacidad intelectual en ellas.

Drake sonrió.

—La capacidad intelectual no es siempre lo que persigue un hombre.

Halsted preguntó:

—¿Cuánto tiempo siguió la investigación?

—Meses —respondió MacShannon—. Fue un asunto intermitente.

—Oiga —objetó Gonzalo—, si la carta se refería a un asunto amoroso podía no ser importante. Los agentes están en la tarea de recoger y transmitir información. Y no van a enamorarse.

—¿Por qué no? —exclamó Avalon sentencioso—. El amor llega cuando quiere, a veces a las personas que menos se espera y en las situaciones más improbables. Ésta es la razón por la cual Eros, el dios del amor, suele representarse como ciego.

—No es eso lo que quiero decir —protestó Gonzalo—. Naturalmente que pueden enamorarse; pero no utilizarían sus comunicaciones oficiales, si pueden llamarse así, como vehículo.

Tratarían del amor en su momento, por hablar un poco a su manera, dejarían tranquilos los mensajes importantes.

MacShannon opinó:

—No, si los mensajes auténticos estuvieran en el sobre.

Cuanto más intrascendente fuera la carta en sí, mejor. ¿Por qué no expresar un asunto amoroso, incluso un asunto amoroso sincero, en la misma carta? ¿Quién pensaría en mirar los sobres en los casos en que la carta misma parece tan importante al que la escribe y al que la lee? Si yo no le hubiera visto conservar el primer sobre…

—Bien —intervino Trumbull, un poco impaciente—, sigamos con ello. Tengo alguna conexión con el contraespionaje y estoy seguro de que investigaron los sobres.

—Lo hacían, en verdad —afirmó MacShannon—. Cada uno de ellos, tanto si eran de la joven como si no. Al menos, el agente me dijo que lo hacían, y yo no tenía ninguna razón para creer que mintiera. Por supuesto que yo me preguntaba, en aquel momento, si lo que estaban haciendo era legal. Me parecía muy poco norteamericano, tal como he dicho.

—Sin duda era ilegal —observó Trumbull—. No tenían ninguna prueba de acción delictiva. Conservar un sobre vacío puede parecer sorprendente, pero no es un delito. Sin embargo, la seguridad nacional perdona multitud de pecados y hace la vista gorda, de cuando en cuando, ante un poco de ilegalidad.

—Es malo en principio —gruñó Rubin—. Un poco de ilegalidad conduce a mucha y en menos de nada sería como la Gestapo.

—No hemos llegado a eso todavía —dijo Trumbull—, y existe un rígido freno sobre estas organizaciones.

—Sí, cuando las cogen —comentó Rubin.

—Las cogen lo bastante a menudo como para que se mantengan dentro de unos límites. Vamos, Manny, dejemos continuar a MacShannon. Nos está contando que el FBI inspeccionaba los sobres.

—En efecto, lo hacían —afirmó MacShannon—. Despegaban los sellos para ver lo que había debajo. Estudiaban cualquier cosa escrita que hubiera en el sobre hasta el último detalle y sometían el papel a todas las pruebas conocidas. Incluso lo sustituían por sobres nuevos que ellos hacían exactos a los viejos, con la excepción de que introducían pequeños cambios sin importancia. Querían ver si el sobre nuevo tenía algo mixtificado que redujera su mensaje a una tontería.

Drake observó:

—Se tomaron muchas molestias por una cosa tan endeble como el relato de usted.

—Se lo pueden agradecer a McCarthy —aclaró MacShannon de forma escueta—. Pero nunca encontraron nada ni en las cartas ni en los sobres.

Rubin intervino:

—Espere, Mr. MacShannon, cuando usted comenzó esta historia, dijo que como resultado de su interés por los sobres usted descubrió a un espía cabal. ¿Lo hizo o no lo hizo?

—Lo hice —afirmó MacShannon con vehemencia—. Lo hice.

—¿Va usted a decirnos —preguntó Rubin— que, como resultado de la investigación, otra persona fue atrapada como espía?

—No, no. Fue Benham. Benham.

—Pero usted acaba de decir que las cartas y los sobres no mostraban nada. Lo ha dicho, ¿no?

—Yo no dije exactamente que no mostraban nada; lo que dije fue que él FBI no encontró nada en la correspondencia.

Sin embargo, ellos no se limitaron a eso. Trabajaron en el otro extremo: su empleo. Inspeccionaron su carrera en el trabajo, lo mantuvieron bajo vigilancia oculta y finalmente encontraron lo que estaba haciendo y con quién. Llegué a la conclusión de que se había roto un anillo importante de espías y escuché algunas palabras agradables por parte del FBI. Nada oficial, naturalmente; pero fue la gran emoción de mi vida. Y yo debía todo ello, en cierto modo,, a haber coleccionado matasellos cuando era muchacho.

Hubo quizá menos satisfacción en las caras de los Viudos Negros reunidos que en la de MacShannon.

Avalon inquirió:

—¿Qué pasó con la joven? ¿Con el amor de Benham? ¿También la pescaron a ella?

Por un momento, MacShannon pareció dudar.

—No estoy seguro del todo —reconoció—. Nunca me lo dijeron. Mi impresión, en aquel momento, fue que había pruebas insuficientes en el expediente de ella, dado que no sacaron nada de las cartas o los sobres… Pero ésa es la única cosa que me preocupa. Yo cogí a Benham porque él había conservado aquel sobre. ¿Por qué no pudieron ellos encontrar nada en los sobres? Si Benham y los demás tenían algún sistema secreto de comunicación en el cual el FBI no logró penetrar, quién sabe qué daño se ha hecho desde entonces por este medio.

Halsted comentó:

—Quizás el FBI no encontró nada en el sobre porque no había nada que encontrar allí. Los espías no son espías todos los minutos de su vida. Quizás el asunto amoroso era tan sólo un asunto amoroso.

El buen humor de MacShannon, hasta entonces infalible, comenzó a evaporarse. Tenía un aspecto un poco sombrío cuando preguntó:

—Pero entonces, ¿por qué conservó aquel sobre? Siempre vamos a parar a eso. No estamos hablando de una persona corriente, sino de un espía, un espía auténtico. ¿Por qué tendría que desechar una carta con tanta despreocupación, de modo que cualquiera pudiese cogerla, y conservar un sobre vacío? Tiene que haber una razón. Si existe una razón inocente que no tiene nada que ver con su profesión, ¿cuál es?

Avalon dijo suavemente:

—Supongo que usted mismo nunca ha pensado que exista una razón adecuada, Mr. MacShannon.

—Ninguna, salvo que el sobre llevara un mensaje de alguna especie —respondió MacShannon.

—Sospecho —dijo Rubin— que usted no ha intentado pensar en lo que hemos estado llamando una explicación inocente, Mr. MacShannon. Quizás estaba muy satisfecho con su teoría del mensaje.

—En ese caso, piense usted mismo en una razón alternativa, Mr. Rubin —le pidió MacShannon, desafiante.

—Espere —intervino Halsted—. Mr. MacShannon no pensó al principio que fuera cosa de espías. Primero pensó que Benham estaba coleccionando matasellos…, o posiblemente sellos, por lo que se ve. Supongamos que aquella primerísima idea fuera correcta.

MacShannon observó:

—No, no infravaloren al FBI. Yo había mencionado mi primer pensamiento y, en una ocasión, se las arreglaron para registrar su apartamento. No había señal alguna de manía coleccionista de ninguna clase. Ciertamente, no había ninguna colección de sobres. Eso fue lo que me dijeron.

—Podía usted habernos informado de eso —se quejó Rubin.

—Acabo de hacerlo —contestó MacShannon—; pero no es importante. La probabilidad de que guardase el sobre con propósitos coleccionistas era tan pequeña que no tenía sentido entretenerse con ella… Pues bien, ¿ha encontrado usted alguna otra explicación para el hecho de que conservase el sobre, Mr.

Rubin? ¿O alguno de ustedes?

Drake sugirió:

—Podía haber sido una acción realizada sin pensar. La gente hace cosas por costumbre, las cosas más tontas. Su Mr. Benham quería guardar la carta y desechar el sobre y, sin pensar, hizo lo contrario.

—No puedo creer eso —declaró MacShannon.

—¿Por qué no? Se llama estar distraído —comentó Drake—.

Posteriormente, cuando encontró que había conservado el sobre, pudo haber bajado para recuperar la carta y advertir que ya no estaba.

MacShannon opinó:

—Un hombre cuya carrera es el espionaje, sin duda no es distraído. No duraría mucho tiempo en ello si lo fuese. Además, sabía lo que estaba haciendo. Leyó la carta y la arrugó al momento y la desechó. Entonces miró el sobre pensativo y lo guardó con cuidado. Sabía muy bien lo que estaba haciendo.

—¿Está usted seguro? —preguntó Drake—. Sucedió hace treinta y seis años. Con todos los respetos, usted puede ser sincero recordando lo que usted quiere recordar.

—En absoluto —se opuso MacShannon fríamente—. Era la emoción más grande de mi vida y yo pasé mucho tiempo pensando en ello. Mi memoria es precisa.

Drake se encogió de hombros.

—Si usted insiste, es imposible discutir, naturalmente.

MacShannon observó, una tras otra, las caras que estaban alrededor de la mesa.

—Bueno…, ¿quién tiene una explicación alternativa? No era ninguna colección. Ninguna distracción. ¿Qué más…? Y no había ninguna atadura sentimental para el que escribía. Podía haber sido un asunto amoroso después, pero esa carta que Benham desechó era claramente la primera que él recibía. Él acababa de conocerla. E incluso si fue amor a primera vista, algo que él no me pareció propenso a que le ocurriese, habría guardado la carta, no el sobre.

Hubo silencio alrededor de la mesa, y MacShannon exclamó:

—¡Me ha preocupado este tema durante todos estos años!

¿Qué había en el sobre que hizo fracasar al FBI? Tendré que seguir preguntándomelo durante el resto de mi vida.

—Espere —dijo Avalon—. La comunicación, si es que había alguna en realidad, podía haber estado solamente en el primer sobre, el que conservó, y el que el FBI presumiblemente no vio nunca. Todos los demás pueden haber sido limpios e intrascendentes.

La barbita de MacShannon tembló ante eso.

—Lo dejaré a Mr. Trumbull —aclaró—. Ha dicho que estuvo relacionado con el contraespionaje. ¿Hay algún conspirador que abandone un sistema de comunicación una vez se ha comprobado que es bueno?

Trumbull contestó:

—No es una ley cósmica; pero los trucos no se abandonan con facilidad, es cierto. Sin embargo, puede que no haya sido muy bueno a la larga. Ese sobre que conservó pudo ser el último de una serie en la que se empleaba una técnica que se estaba volviendo arriesgada. Podía, entonces, haber sido abandonada.

—¡Puede! ¡Puede que lo haya sido! —convino MacShannon con la voz elevándose hasta un chillido—. Tenemos dos hechos ciertos. Aquel hombre
era
un espía. Aquel hombre
guardó
un sobre vacío. Encontremos una explicación a por qué un espía tendría que guardar un sobre vacío, una explicación que no sea una pura especulación.

De nuevo hubo silencio en la mesa; MacShannon sonrió sardónico y concluyó:

—No existe tal explicación, salvo que llevase un mensaje.

Other books

Poisonous Desires by Selena Illyria
The Wild Marsh by Rick Bass
Wild Thing by Dandi Daley Mackall
Broken by Willow Rose
The Courtesan by Carroll, Susan
The Human Body by Paolo Giordano