Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Jarvik miró desconcertado a los Viudos Negros reunidos y comentó:
—¿Por qué será que este tema acaba siempre por salir? Es un punto delicado, cierto; no obstante, puedo hablar de él sin problema. Ocurre sólo que se trata de algo que está totalmente desprovisto de interés para cualquiera que no sea yo.
—Eso no se puede decir nunca —observó Gonzalo, riendo.
Henry volvió a llenar los copas de brandy. Jarvik suspiró y comenzó así:
—Soy un hombre tranquilo, como quizás han notado. Me dicen que esto se ve. Hay algo irónico en el hecho de que tengo que vivir y trabajar en Manhattan; pero hemos de ganarnos la vida.
»De momento estoy soltero; no tengo esposa ni hijos que mantener, al menos por ahora, y puedo permitirme algún capricho de cuando en cuando. Así, dos o tres veces al año me tomo una semana de vacaciones y me voy a un lugar de recreo en la parte alta del río Hudson. Es una gran mansión irregular con una atmósfera victoriana. La clientela está compuesta en su mayoría por gente de mediana edad, o personas mayores, y todas las cosas del lugar son serias y respetables. Incluso la gente joven que va allí se siente impresionada, o quizás
oprimida
por la atmósfera, y se comporta con circunspección.
»Esto significa que es tranquilo hasta cierto punto y, por la noche, en particular, es tranquilísimo. Infunde calma y serenidad. Me gusta y, como es lógico, intento escapar del ruido que existe. La gente quiere hablar, después de todo, y, dado que siempre hay cientos de personas en la casa, la conversación puede subir de tono. También existen vehículos…, camiones, cortadoras de césped…
»Sin embargo, el lugar está situado en una finca de miles de hectáreas y senderos, algunos de los cuales son muy rústicos en verdad. Para mí, representa un placer especial pasear por esos senderos donde sólo veo árboles y enormes peñas traídas por los glaciares, sentarme en una de las mirandas que bordean las carreteras, contemplar lo salvaje agreste del panorama y escuchar el silencio. Se oye, sin duda, el canto de los pájaros, el moverse de las hojas… Pero eso no importa. Son sonidos naturales que subrayan el silencio.
»Pero, vaya a donde vaya, cuando me siento, más tarde o más temprano, por lo general más temprano, acabo por oír voces humanas. Son grupos que van por los caminos cercanos o que siguen el que yo acabo de tomar. Siempre lo encuentro irritante y me siento invadido. Es una tontería, lo sé. Después de todo, yo no soy más que uno entre centenares. No obstante, me creía con derecho a no ser estorbado. Me levantaba y seguía vagando, buscando siempre un lugar tranquilo, un lugar realmente silencioso… Y no lo encontraba nunca.
»Una vez, mientras estaba sentado en uno de mis observatorios favoritos, pasó un hombre; me miró, dudó un momento y dijo en un medio susurro:
»—¿Puedo quedarme con usted?
»Yo asentí. No podía negarme, aunque en seguida me incomodó. No podía levantarme e irme sin caer en la más intolerable descortesía.
»Después de haber permanecido allí en absoluto silencio durante unos cinco minutos, el inevitable sonido de una conversación llegó desde la carretera y se oyó una explosión de risa femenina. Mi improvisado compañero hizo un gesto y dijo:
»—¿Verdad que es molesto?
»Mi corazón se inclinó en su favor en seguida. Moví la cabeza y comenté:
»—No hay modo de librarse de ello.
»Él observó:
»—Puede hacerlo en su lugar.
»Se detuvo como si le hubieran atrapado hablando demasiado. Pero yo esperé con expresión indagadora, aunque no dije nada. Él continuó:
»—Existe un lugar que yo descubrí hace tres o cuatro años… ¿Le gustaría verlo?
»—¿Es silencioso?
»—Oh, sí.
»—Entonces, me encantará.
»—Venga conmigo.
»Se levantó y miró a su alrededor como si se estuviera orientando. Era un hermoso día de sol, con el cielo de un azul claro, sin nubes, y no demasiado caluroso; así que, cuando él comenzó a andar, yo le seguí complacido.
»Yo no tenía ganas de hablar, pero acabé por decir:
»—No le he visto a usted por aquí.
»—Suelo hallarme fuera, paseando por los caminos.
»—Yo también —comenté con el corazón entusiasmándose cada vez más—. Me llamo Ted Jarvik —dije, tendiéndole la mano.
»Él la tomó y me la estrechó calurosamente.
»—Llámeme Caballo Negro —me dijo.
»De repente, caminó directamente hacia el interior del bosque y comenzó a revolver entre las matas. Yo me sentí contento de llevar pantalones largos. Si hubiera hecho más calor, podía haber ido en pantalón corto, y habría sido arañado por las matas y atacado por los insectos. Tal como iba la cosa, yo seguí, obediente.
»No podía averiguar a dónde iba él. No había ningún sendero y estábamos gateando por peñascos como si estuviéramos haciendo montañismo. A pesar del frescor del día, yo iba resoplando, tenía mucho calor y ya hacía rato que sudaba. Por fin nos detuvimos un poco bajo los abetos y mi compañero dijo:
»—Habitualmente me paro aquí para tomar aliento. En estos días empleo más tiempo.
»Yo jadeaba un poco, agradeciendo la pausa, y dije:
»—¿Cómo sabe usted adónde vamos?
»—Por las señales. Un árbol que tiene justo ese aspecto. Una roca con una muestra particular de musgo. Me doy cuenta de esas cosas automáticamente y no las olvido. Es sólo una habilidad. No me pierdo nunca». Yo me lamenté:
»—Usted tiene suerte. Yo no poseo en absoluto sentido de la orientación. Me pierdo sin remedio en los pasillos del hotel.
Las doncellas tienen que llevarme de la mano y conducirme a mi habitación.
»Mi compañero se rió y dijo:
»—Estoy seguro de que usted tiene muchos talentos. Mi incapacidad para perderme es el único que yo tengo.
»—Me ha dicho que su nombre es Caballo Negro. Usted no es indio, ¿verdad? ¿Un americano nativo?
»Yo le estaba mirando fijamente. Él tenía tan poco aspecto de indio como yo.
»—No es mi nombre. Yo solamente dije que usted me llamara de ese modo. Ya ve, creo que si uno realmente quiere salir de vacaciones, debe desprenderse de todo el bagaje de su vida ordinaria. Yo he de dar mi nombre auténtico en el hotel porque tengo que hacer una reserva y necesito utilizar mí tarjeta de crédito; pero, mientras estoy aquí, no quiero que me llamen por mi nombre. Tampoco deseo hablar de mis negocios. Simplemente no quiero reconocer ninguna parte de mi personalidad habitual. Lo que yo sea oficialmente, eso se queda en Manhattan. No está aquí.
»Me sentí impresionado por ello.
»—Es una idea interesante. Yo debería hacer lo mismo. No es que sea muy sociable cuando subo aquí.
»Él me preguntó:
»—¿Ha descansado un poco? Vayamos, pues. No nos queda mucho.
»Intenté observar dónde giraba y vigilar las señales, pero fue inútil. No soy persona observadora. Para mí, un árbol es un árbol y una roca es una roca, sin más detalles… Pero luego nos deslizamos hacia un hueco y Caballo Negro susurró:
»—Ya estamos.
»Yo miré alrededor. Las rocas nos rodeaban casi por todas partes. Había árboles que crecían entre ellas por aquí y por allí.
Florecían los heléchos. Hacía fresco, mucho fresco, un fresco que se agradecía. Y, por encima de todo lo demás, había silencio.
No se oía ni un sonido. Algún movimiento de hojas; el débil zumbido de un insecto. Alguna que otra vez, el breve canto de un pájaro. Pero había silencio, un silencio curativo en un mundo que era una cacofonía de ruido, grande, larga, eterna.
»Había un saliente rocoso a una altura conveniente, y mi compañero lo indicó con un gesto. Nos sentamos y dejé que el silencio me inundara. ¿Qué es lo que decía el poema? «Cubrió mi espíritu febril con un toque de calma infinita».
»Permanecimos allí durante media hora. En todo ese tiempo no dije nada, y mi compañero tampoco. No hubo sonido humano de ninguna clase. Ni risa distante, ni murmullo de conversación lejana, ni vibración de ningún motor de explosión. Nada. Nunca había experimentado una sensación así.
»Finalmente, mi compañero se levantó y sin decir nada, por gestos, planteó la cuestión de si debíamos irnos entonces. De mala gana, y por el mismo sistema, contesté que podíamos hacerlo.
»Nos fuimos. Nos alejamos unos cuatrocientos metros antes de que yo me atreviera a hablar.
»—¿Cómo encontró ese lugar tranquilo? —pregunté.
»Me contestó:
»—De forma accidental; pero, desde que lo descubrí, he vuelto al menos media docena de veces. Me gusta. Es un lugar fuera del acceso de todos los caminos y, por lo que sé, no está en ninguno de los mapas del hotel. Es un rincón escondido sin descubrir, que sólo yo conozco, creo…, y ahora usted.
»—Gracias por mostrármelo —dije, con infinita gratitud—.
Uno no pensaría que había un lugar no pisado por los humanos en un sitio como éste.
»—¿Por qué no? —repuso Caballo Negro—. Supongo que por todo el mundo existen pequeñas zonas no perturbadas por el ser humano, a veces en lugares que tienen mucho movimiento y están muy poblados en conjunto. Hay menos de los que acostumbraba a haber, estoy seguro, y quizás algún día habrán desaparecido todos… Pero todavía no, todavía no.
»Sin vacilar, me condujo de nuevo a una de las sendas principales. Volvimos a arrastrarnos sobre rocas y raíces, a través de la maleza, y en las dos ocasiones me pareció que íbamos colina arriba…, pero volvimos al mismo punto de partida. Le dije adiós, le di otra vez las gracias y nos estrechamos la mano. Regresé a la habitación, me arreglé y me dispuse para la comida.
»No le vi en el comedor, aunque miré, y, de hecho, no le volví a ver durante todo el resto de la estancia. Para decirlo escuetamente, no he vuelto a verlo más.
»El día después de que él me hubiera llevado hasta el lugar tranquilo, intenté volver por mi cuenta. Me llevé un libro y algunos bocadillos que había pedido en la cocina, con la intención de permanecer allí la mayor parte de la jornada, si el tiempo ayudaba; pero, naturalmente, no lo hice. No tuve suerte en absoluto. Creo que me equivoqué en la primera curva.
»No me rendí, sin embargo. Después de volver a la ciudad, seguí soñando con aquel lugar tranquilo y, en cuanto pude arreglarlo, volví a aquel paraje de vacaciones, estudié el mapa y marqué la zona que creía que debía contenerlo. Podía hacer el camino hasta el mirador donde había encontrado a Caballo Negro y, desde allí, organicé un programa sistemático de exploración.
»No saqué nada de ello. Nunca pude encontrar aquel lugar.
Por mucho que intentara recordar los giros y vueltas, por mucho que me engañara con la creencia de que reconocía uno de aquellos árboles o rocas agostados, por más cenagales que atravesara, por más riscos sobre los que tropezara, no fui a parar a ninguna parte. Logré picaduras y arañazos; quemaduras, contusiones y torceduras. Lo que no logré fue llegar a aquel lugar.
»Creo que se ha convertido en una obsesión para mí. Ocurre que conozco el pasaje de
The Lost Chord
y supongo que comencé a oírlo en mi cabeza con los cambios de palabras adecuados.
He buscado, pero he buscado en vano. Ese lugar divino perdido, desde el cual llegóel espíritu del silencio que entródentro de mí.
»Y supongo que lo canturreo cuando las cosas se ponen tumultuosas y caóticas.
Hubo una profunda pausa cuando Jarvik terminó. Hasta que Halsted dio su opinión.
—Supongo que usted necesita a ese tipo que le llevó allí para que vuelva a conducirlo otra vez al lugar, para que usted pueda señalar lo mejor posible cada giro de cada encrucijada.
Gonzalo vaciló.
—Supongo que el tipo realmente existió. Usted no lo soñó, ¿verdad?
Jarvik frunció el ceño.
—Créanme, no lo soñé. Ni era un enanito que me llevara al país de las hadas. La cosa ocurrió exactamente como les he contado. El problema es que él tenía un gran sentido de la orientación y yo no lo tengo en absoluto.
—Entonces, usted debería tratar de encontrarlo —dijo Rubin categóricamente—, si es que de verdad está bloqueado en medio del vacío.
—Bien —convino Jarvik—. Estoy de acuerdo. Debería encontrarlo. Ahora, díganme cómo. No sé su número de habitación.
No sé su nombre. No se me ocurrió intentar identificarlo en la recepción aquella noche ni al día siguiente.
Meneó la cabeza y pareció debatir consigo mismo si seguir o no. Luego, se encogió de hombros y continuó:
—Yo podría contarles también lo obsesionado que me he vuelto. La última vez que estuve en aquel lugar, pasé la mitad del día con los diversos empleados de la recepción intentando conseguir una lista de las personas que habían estado en el hotel el día que me llevó a aquel lugar silencioso.
»Costó mucha negociación y mucho escudriñar por los archivos, y luego ellos fueron tan amables que prepararon para mí una lista alfabética que contenía doscientos cuarenta y nueve nombres. Me lo hicieron porque era un cliente habitual y porque repartí cincuenta dólares entre ellos.
»No incluyeron las direcciones, porque dijeron que eso iba contra las normas y que, si les cogían haciéndolo, serían despedidos y puestos en las listas negras, y quién sabe qué más.
Tuve que arreglarme con la relación de nombres. Realicé un último esfuerzo para encontrar el lugar al día siguiente…, y fracasé, naturalmente, y luego pasé el resto de mi estancia estudiando la lista de huéspedes.
»Ya ven, los he aprendido de memoria. No a propósito, naturalmente. Simplemente los memoricé. Puedo decirlos por el orden alfabético en que fueron puestos. Ocurre que tengo una memoria así. —Caviló un poco—. Si mi sentido de la orientación fuese tan bueno como mi memoria para temas triviales puestos en una lista…, es decir, si mi sentido de la observación pudiera darme pequeñas variaciones que recordara luego, supongo que no estaría en el apuro en el que me encuentro.
Drake preguntó, frunciendo el ceño a través del humo de su cigarrillo:
—¿Cómo podría ayudarle la lista de nombres?
Jarvik respondió:
—La primera cosa que se me ocurrió fue que el nombre falso que utilizaba debía obedecer a alguna razón oculta. ¿Por qué tendría que llamarse Caballo Negro? Posiblemente, porque las iniciales eran las mismas que las de su nombre auténtico. Así, pues, fui repasando la lista y había solamente un D. H.
(Dark Horse) y el nombre era Dora Harboard. Bien, fuera quien fuera mi amigo, no era una mujer, así que esto quedaba excluido.