Cuentos completos (554 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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»Entonces pensé que quizá las iniciales estaban invertidas.

Así que busqué un H. D. y no había ninguno. Entonces busqué los nombres solos. Muchas personas estaban anotadas, digamos, como Ira y Hortense Abel, para citar los primeros nombres de la lista. Me pareció que debía eliminarlos, especialmente si tenían hijos. Eso me dejó con diecisiete hombres solos. Al principio pensé que era un gran avance.

»Pero entonces me di cuenta de que Caballo Negro no me había hecho ninguna indicación de que estuviera solo. Podía muy bien haber tenido esposa e hijos en su habitación, o fuera, asistiendo a la partida de
mah-jongg
que se estaba jugando en el salón de tertulia aquella tarde.

Trumbull sugirió:

—Usted podía intentar una
forcé majeure.
Seguir todos los nombres masculinos de la lista y ver si uno de ellos era Caballo Negro. Quién sabe, podía tener suerte la primera vez que probara. Y usted sabe que vive en Manhattan. Él se lo dijo. Para empezar, inténtelo con la guía telefónica.

Jarvik señaló:

—Una de las personas de la lista es S. Smith. Me espanta la idea de cuántos Smith existen en la guía telefónica con la S como primera inicial. Además, si recuerdo bien, él dijo que lo que fuera oficialmente se había quedado olvidado en Manhattan. Me parece que quería decir que trabajaba en Manhattan; pero no necesariamente que vivía allí. Podía vivir en cualquiera de los cinco distritos o en Nueva Jersey, o en Connecticut, o Westchester.

»Miren, ya he pensado en una
forcé majeure.
Sólo para mostrárselo a ustedes, se me ocurrió que podía contratar a alguien en cualquier campo de aviación cercano para que me llevase hasta el lugar de vacaciones de modo que pudiera ver el sitio desde arriba. Pero sé que no lo reconocería visto desde el aire en una pasada rápida. Y aunque lo hiciera, tendrían que llevarme a aterrizar otra vez al aeropuerto y, si entonces intentase alcanzar el lugar tranquilo desde el suelo, fracasaría de nuevo.

»Pensé que quizá podría alquilar un helicóptero y, si reconocía el lugar, hacer que me descendieran por medio de alguna especie de cuerda mientras el helicóptero se mantenía en la vertical. Es ridículo, sin embargo. No tendría valor para colgarme de un helicóptero aunque reconociera el lugar y luego, después de dejarlo, ¿qué pasaría si no podía encontrar el camino de vuelta? No era fácil utilizar el helicóptero cada vez que quisiera ir, ¿no es cierto?

Gonzalo observó:

—¡Caballo Negro! ¿No es un término de carreras?

—En su origen —memorizó Avalon—. Se refiere a algún caballo de potencial desconocido que pueda tener una oportunidad remota de ganar, especialmente si entra en una carrera en la que todos los demás caballos son valores conocidos.

—¿Por qué caballo
negro?
—preguntó Halsted.

—Imagino —contestó Avalon— que indica lo mínima que es la información. Después de todo, la mayoría de los caballos son oscuros. Además, «negro» da la impresión de misterio, de algo desconocido.

—Bien —dijo Gonzalo—, quizás ese tipo tiene alguna conexión con el juego de las carreras.

Jarvik aceptó con aspereza:

—Bueno, supongamos que la tiene. ¿En qué me ayuda eso para encontrarlo?

—Además —observó Trumbull—, me parece que la expresión «caballo negro» se ha extendido para significar a alguien que entra en una competición sin ser un elemento conocido en ella. En boxeo, tenis; en política, incluso.

—¿Y eso de qué me sirve para encontrarlo? —se desalentó Jarvik.

Avalon suspiró hondo y dijo:

—Mr. Jarvik, ¿por qué no contemplamos
The Lost Chord
desde otra perspectiva? Roger Halsted señaló que un órgano complejo puede tener muchas, muchas variedades de sonidos y que un sonido se podía perder entre muchos. Pero, sin duda, este modo de mirarlo es demasiado simplista.

»Cualquier sensación consiste en la sensación misma, de forma objetiva; y en la persona que recibe la sensación, de manera subjetiva. Un acorde es siempre el mismo acorde, si está medido por un instrumento que analiza su función de onda. Sin embargo, el sonido que uno
oye
puede variar con el humor y las circunstancias inmediatas del que escucha.

»La persona que toca el órgano en el poema estaba «fatigada y desconcertada». Por esa razón, el sonido tuvo un efecto particular sobre él. «Suavizaba la pena y el dolor» que él podía haber estado sintiendo. A partir de entonces, cuando buscaba el acorde de nuevo, su humor podía ser de expectación ansiosa, de minuciosa atención. Aunque volviera a oír el mismo sonido, el
mismo
sonido precisamente, no le impresionaría de igual manera y él consideraría que no era el que escuchó en aquel otro momento. No es de extrañar que lo buscara en vano. Estaba intentando repetir no solamente el acorde, sino a sí mismo tal como se había sentido.

Jarvik preguntó:

—¿Qué es lo que dice?

—Estoy diciendo, Mr. Jarvik —respondió Avalon—, que quizás usted debería dar menos importancia al lugar. Usted lo encontró en un día perfecto. Lo descubrió porque otra persona lo guió hasta allí, de modo que usted estaba, en cierto sentido, despreocupado. Si lo encuentra de nuevo, es muy posible que ocurra en un día menos ideal…, cuando haga más calor, o más frío, o esté más nublado. Usted mismo estará buscando ansiosamente, no se encontrará cómodo. El resultado es que puede que no sea el mismo lugar que usted recuerda. Se sentirá amargamente decepcionado. ¿No sería mejor quedarse con el recuerdo y dejar de buscarlo?

Jarvik inclinó la cabeza y por unos pocos instantes pareció perdido en sus pensamientos. Luego, dijo:

—Gracias, Mr. Avalon. Creo que tiene razón. Si fracaso en dar con ese lugar, intentaré seguir su consejo y recrearme en su evocación. Sin embargo…, me gustaría, si puedo, encontrarlo una vez más, sólo para cerciorarme. Después de todo, Caballo Negro lo halló muchas veces, y lo disfrutó todas ellas.

—Caballo Negro sabía cómo ir allí —observó Avalon—. Su propio humor era bastante constante y podía ser que él escogiera siempre días en los que el tiempo fuese adecuado.

—Incluso así —insistió Jarvik con terquedad—, me gustaría encontrarlo, si hubiese manera de conseguirlo.

—Pero, al parecer, no la hay —le recordó Avalon—. Debe admitirlo.

—No lo sé —concluyó Mario—. Nadie ha preguntado a Henry.

—En este caso —arguyó Avalon con tozudez—, ni siquiera Henry puede hacer nada. No hay nada a qué agarrarse.

—¿Qué podemos perder? —preguntó Mario—. Henry, ¿qué puede decirnos?

Jarvik, que había estado escuchando atónito, se volvió entonces a Rubin y, sacudiendo el pulgar sobre el hombro, murmuró muy quedo:

—¿El camarero?

Rubin se puso el dedo en los labios y movió ligeramente la cabeza.

Henry, que había estado escuchando absorto, dijo:

—Debo indicar que estoy completamente de acuerdo con Mr. Avalon respecto a la naturaleza subjetiva de los encantos del lugar y no me gustaría estropear a Mr. Jarvik un recuerdo idílico. Sin embargo…

—¡Aja! —exclamó Gonzalo—. Adelante, Henry.

Henry sonrió a su manera familiar y continuó:

—Sin embargo, la única cosa a la que podemos agarrarnos es «caballo negro», a la que todo el mundo se ha estado agarrando, por lo que veo. ¿Puedo preguntar, Mr. Jarvik, si por casualidad había alguien en la lista llamado Polk…, un nombre no muy común. ¿Un James Polk, quizá?

Jarvik abrió mucho los ojos.

—¿Está usted bromeando?

—No, en absoluto. ¿Puedo pensar que
había
un nombre así?

—Existe un J. Polk, ciertamente. Podría ser James.

—Entonces, quizás es su hombre.

—Pero, ¿por qué?

—Mr. Trumbull explicó: «Creo que la expresión "caballo negro" se usa en la política». Y sospecho que es de uso común en el día de hoy. Un caballo negro es un político en el que nunca se piensa en relación con el nombramiento por parte de un partido importante; y que, sin embargo, es nombrado como manera de romper lo que, de otra forma, parece un punto muerto insuperable. En la actualidad, los caballos negros aparecen rara vez, porque la nominación es decidida por las elecciones primarias. Sin embargo, en 1940, sin ir más lejos, Wendell Willkie era un caballo negro nombrado por el Partido Republicano.

»El nombre aparece usado la mayoría de las veces en la historia norteamericana aplicándose al primerísimo candidato de un partido que era un caballo negro. En 1884, los demócratas estaban todos dispuestos a nominar al ex presidente Martin Van Buren; pero éste necesitaba una mayoría de dos tercios y la intransigente oposición del Sur lo impidió. Por puro aburrimiento, la convención se volvió hacia el senador de Tennessee, James Knox Polk, a quien nadie había considerado en relación con la nominación. Fue el primer candidato caballo negro y siguió hasta ganar las elecciones. Fue un Presidente de un solo mandato, pero bastante bueno.

—Tiene razón —reconoció Rubin—. Usted lo sabe todo, Henry.

—No, Mr. Rubin —protestó el camarero—; pero tenía un vago recuerdo de ello y, mientras seguía la discusión, busqué en el estante de nuestros libros de consulta. Puede ser que el J.

Polk de la lista de Mr. Jarvik sea un descendiente lineal o colateral, razón por la cual él tomó el nombre de Caballo Negro.

—Es sorprendente —murmuró Jarvik.

—Sin embargo —observó Henry—, si todavía puede tener dificultades para encontrarlo, Mr. Jarvik, e incluso lo encuentra, puede ocurrir que no sea ya la misma persona y que, incluso en el caso de que lo sea, usted acabe decepcionado de aquel lugar tranquilo. No obstante…, le deseo suerte.

POSTFACIO

Mi querida esposa, Janet, y yo tenemos como nuestro lugar favorito de vacaciones Mohonk Mountain House, que está situado a unos ciento cincuenta kilómetros de nuestra casa en New Paltz, Nueva York. Tiene zonas amplias por las que podemos pasear. Janet lo hace porque le gusta estar en soledad; y yo lo hago porque me gusta estar con Janet.

Una vez, encontramos un lugar donde nos pareció estar totalmente aislados y donde, durante unos pocos minutos mágicos, pareció que la Humanidad todavía no había sido inventada.

Pero existe una diferencia entre Janet y yo. A ella le producen placer aquel lugar y aquellos momentos en sí mismos solamente, con un amor puro y santo sin mezcla ninguna. Yo, por otro lado pensaba: «Apostaría cualquier cosa a que puedo sacar una historia de Viudos Negros de esto». Y lo hice, y ustedes acaban de leerla.

El relato apareció por primera vez en el número de marzo de 1988 del Ellery Queen's Mystery Magazine.

El trébol de cuatro hojas (1990)

“The Four-Leaf Clover”

Si se tenían en cuenta las circunstancias, podía haberse predicho que cuando los Viudos Negros se encontraran en el restaurante «Milano» para celebrar su banquete mensual, el único tema de la conversación serían las audiencias del Irán-Contra.

Cada uno de los Viudos Negros tenía algo que decir, uno acerca de la mirada de muchachito ofendido de Oliver North y su atractivo para las mujeres de mediana edad; otro respecto a la memoria selectiva de John Poindexter. James Drake, que era el anfitrión del banquete, comentó que, entre North y Poindexter, habían empañado gravemente la presidencia de Reagan, a la cual todos los demócratas juntos no habían logrado hacer ni siquiera un arañazo. ¿Por qué, pues, estaban los republicanos de la derecha convirtiendo en héroes a aquella pareja de Laurel y Hardy?

Fue Emmanuel Rubin quien, tal como se esperaba, llevó el tema al asunto de los rehenes y los principios.

—La cosa es —comentó—, ¿cómo negociar asuntos que implican pérdidas de vidas, o pérdidas potenciales de vidas, o incluso sólo un problema de cárcel? ¿Debe el interés nacional ir detrás del rescate de rehenes? Si ése es el caso, ¿cómo nos atreveríamos a llevar a cabo una lucha armada? En cualquier movimiento semejante, incluso uno tan sencillo y seguro como atacar el poderoso ejército de Granada o bombardear la gran fortaleza de Trípoli, nosotros sufrimos muertes y corremos el riesgo de que nos hagan prisioneros.

Geoffrey Avalon, mirando al metro y medio de Rubin desde la altura de su metro ochenta y cinco, dijo:

—Ustedes están hablando de la acción militar. Los rehenes son personas civiles, que persiguen una vida pacífica, que son cogidos sin razón por gángsters y rufianes. ¿No pagarían
ustedes
cualquier precio y abandonarían cualquier principio para conseguir la libertad de alguien a quien amaran? ¿No pagarían un rescate a los secuestradores para evitar que mataran a sus esposas?

—Sí, naturalmente que lo haría —admitió Rubin con los ojos relampagueando a través de sus gruesas gafas—.
Yo
lo haría, como individuo. Pero, ¿iba a esperar que doscientos treinta millones de norteamericanos sufrieran un debilitamiento del interés nacional porque
yo
estuviera sufriendo? Ni siquiera un Presidente norteamericano tiene derecho a hacerlo. Y
eso
fue la equivocación de Reagan. No pensemos que la toma de rehenes es una aberración de la paz. No lo es. Estamos en guerra con el terrorismo y los rehenes son prisioneros de guerra. No pensaríamos en dar armas al enemigo para comprar otra vez a nuestros prisioneros de guerra. Hubiera sido una traición hacer eso en cualquier otra guerra en la que hayamos luchado.

—El terrorismo no es como cualquier otra guerra —gruñó Thomas Trumbull—, y ustedes no pueden establecer una analogía punto por punto.

—En realidad —intervino Roger Halsted—, toda esta charla acerca del interés nacional es irrelevante. Sin duda el terrorismo es un problema global que sólo cederá a una acción global.

Mario Gonzalo exclamó:

—¡Oh, ya lo creo, global! ¿Cómo se organiza una solución global cuando cada nación está deseosa de hacer un trato con los terroristas, con las esperanzas de que la dejen en paz y se vayan al infierno sus vecinos?

—Eso tiene que acabar —observó Halsted muy serio—. Intentar comprar a los terroristas es la manera de hacerles ver que pueden sacar un provecho. Si los rehenes se venden a un precio, ellos tomarán más rehenes siempre que vayan cortos de fondos.

—Naturalmente, y nuestra respuesta adecuada es hacer que el procedimiento resulte caro para los que toman rehenes. Se les deben causar bajas —opinó Gonzalo.

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