Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
Pero…, ¿cuál de los cuatro? Ahí está la cosa.
Rubin observó:
—Lo único seguro que se puede hacer es apartar a los cuatro de sus puestos, ponerlos donde no puedan hacer daño y mantenerlos bajo vigilancia mientras usted continúa la investigación.
—Y eso es lo que se ha hecho —informó Mountjoy—. Sin embargo, ¿no les parece a ustedes que se está haciendo un gran daño injustificado a tres personas inocentes que son norteamericanos leales y que no merecen tal trato?
—Son bajas de guerra —declaró Rubin.
Halsted protestó:
—Está usted muy áspero hoy, Manny. ¿Es que le da problemas su novela actual?
—Eso no tiene nada que ver —contestó Rubin—. Digo lo que pienso.
—Bien; lo que
yo
creo —manifestó Mountjoy— es que es mucho más importante absolver a tres inocentes que coger al culpable. Y existe una manera de hacerlo si somos lo bastante inteligentes. Supongamos, por ejemplo, que el rehén muerto conocía quién era el traidor. Él sabría, después de todo, en quién había confiado, o ante quién dejó escapar algo del asunto. Luego, fue obligado a escribir una carta que los secuestradores publicaron después. Ya saben de qué clase.
Los Viudos Negros asintieron y Halsted continuó:
—El secuestrado admite que es miembro de la CÍA y que hizo espionaje sobre los pobres grupos maltratados a los cuales pertenecen los secuestradores. Continúa confesando toda clase de fechorías y acabó denunciando al Gobierno norteamericano por no ceder a las sencillas demandas de los apresadores para que él sea dejado en libertad.
—Exacto —convino Mountjoy—. Así es. Por entonces, sin duda, había estado sujeto a alguna tortura, de modo que no publicarían una fotografía suya, como hicieron en el caso de otros rehenes. Incluso así, puede ser que él no hubiera consentido en firmar aquella carta cuya firma no ofrecía dudas, si no fuera porque el rehén del que estamos hablando esperaba darnos información delante de las narices de sus raptores.
Añadió al final de la carta que esperaba tener la suerte de que el Gobierno organizase su puesta en libertad, y dibujaba un trébol de cuatro hojas. Muy bien dibujado. Lo mataron poco tiempo después.
Avalon inquirió:
—¿Cree que el trébol de cuatro hojas tenía algo que ver con eso, Mr. Mountjoy?
—El Gobierno lo cree así. Él tenía que escoger algún signo que indicase al traidor, y hacerlo de una manera lo suficientemente sutil como para que no se dieran cuenta los secuestradores. Por desgracia, fue lo suficientemente sutil como para que se nos escapara también a nosotros. El Gobierno no ha podido averiguar el significado del trébol de cuatro hojas. Sin embargo, puede ser que el traidor lo hiciera…, que el traidor viera la carta reproducida en la televisión y se diera cuenta de que el trébol de cuatro hojas le estaba señalando directamente.
El se las arregló para enviar un mensaje a los secuestradores, quienes después siguieron torturando a su víctima y la mataron.
—Bien —observó Avalon—, un trébol de cuatro hojas es un símbolo muy conocido de buena suerte. ¿No puede ser que el pobre rehén tan sólo deseara tener la suerte de ser liberado y dibujase un trébol de cuatro hojas como símbolo de buenos augurios.
—Es posible —admitió Mountjoy—. Todo es posible. Sin embargo, el Gobierno no le da esa interpretación. El rehén era un racionalista claro, despreciaba cualquier cosa que tuviera un gustillo de esoterismo o superstición. La gente que lo conocía mejor, dice que es impensable que dibujara un trébol de cuatro hojas con la esperanza de que le trajese buena suerte.
—La desesperación hace que la gente se agarre a un clavo ardiendo —murmuró Avalon.
Trumbull comentó:
—Es un símbolo irlandés. ¿Alguno de los cuatro sospechosos es irlandés o descendiente de irlandeses? El traidor podía ser miembro del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y tener simpatía por otros grupos clandestinos de lucha.
Mountjoy meneó la cabeza con energía.
—En primer lugar, el trébol de cuatro hojas no es un símbolo irlandés. Lo es el trébol de tres hojas. Fue arrancado por San Patricio, según la leyenda, para explicarle a un rey irlandés cómo podía existir la Santísima Trinidad, un solo Dios en tres personas. El rey irlandés se convirtió, y el trébol de tres hojas pasó a ser el emblema de Irlanda. Además, ninguno de los cuatro sospechosos es en modo alguno irlandés.
Trumbull preguntó:
—¿Qué puede usted decirnos acerca de los cuatro sospechosos? No nos será posible establecer a cuál está señalando el trébol de cuatro hojas, si no sabemos nada de ellos.
—No puedo ayudar en eso —dijo Mountjoy con desánimo—.
No puedo darles sus nombres ni decirles quiénes son.
—¿Puede usted darnos los campos de sus especialidades?
—preguntó Avalon.
—No estoy seguro. Quizá me atreva a arriesgarme. —Fue levantando los dedos—: uno es historiador, otro es entomólogo, otro es astrónomo y otro es matemático. ¿Sirve de algo? A nosotros no nos ayudó para nada.
Halsted inquirió:
—¿Está usted seguro de que lo que dibujó era un trébol de cuatro hojas?
—Por supuesto que lo era. ¿Qué otra cosa iba a ser?
Halsted se encogió de hombros.
—No lo sé. Yo no lo vi. Pero era algo con cuatro cosas que salían de él. ¿Cierto?
—Entonces, ¿podía haber tratado de dibujar una estrella?
¿Un punto con rayos de luz que salían de él? Eso indicaría al astrónomo.
Mountjoy meneó la cabeza.
—Podría ser el astrónomo, según todo lo que sé, pero no por esa razón. No dibujó líneas que irradiaban, sino cuatro hojas de trébol reconocibles. El dibujo también tenía un tallo. Las estrellas no tienen tallo.
Drake preguntó:
—¿De qué clase es el matemático?
Mountjoy respondió:
—No podría decírselo. Estoy metido en ciencias políticas y todas las matemáticas que conozco apenas son suficientes para permitirme mantener en equilibrio mi talonario de cheques.
—¿Había hecho él trabajos sobre probabilidades?
—Supongo que podría averiguarlo; pero no lo sé así de repente.
—Porque lo que pasa con el trébol de cuatro hojas es que es raro. No sé qué posibilidades hay de encontrar uno si se mira a través de campos de trébol al azar; pero deben ser muy pequeñas. Cuando era muchacho, recuerdo que me tumbaba en un campo de tréboles y pasaba horas examinándolos uno por uno. Nunca encontré ninguno que tuviera cuatro hojas. Así que encontrar uno resulta notable, y es la clase de cosa que puede interesar a un matemático que está especializado en probabilidades.
Halsted, que era también matemático le contradijo:
—Eso no parece probable en absoluto. ¿Y el historiador?
¿Qué clase de historiador era?
—Ah —contestó Mountjoy—. Eso puedo decírselo a ustedes.
Escribió un libro conocido titulado… Bien, no; está claro que no se lo puedo decir. Eso lo identificaría. Digamos —añadió débilmente— que es medievalista.
—¿Está especializado en historia medieval?
—Sí. El Imperio bizantino. Los fatimitas. Cosas como ésas.
—¿Algo que tenga que ver con el trébol de cuatro hojas?
—No, que yo sepa.
—Y qué nos dice acerca del entomólogo, que obviamente estudia los insectos.
—Pues eso, que los estudia.
—¿Qué clase de insectos? ¿Abejas?
Gonzalo interrumpió.
—¿Por qué abejas, Roger?
—¿Por qué no? Las abejas vuelan desde una flor de trébol a otra flor de trébol recogiendo miel y esparciendo polen. ¿No conoce la cuarteta de Emily Dickinson: «El pedigree de la miel / no concierne a la abeja. / Un trébol en algún momento interviene en él. / ¿Es aristocracia?» Bien, pues, un trébol de cuatro hojas podría significar una abeja, lo cual aludiría a nuestro entomólogo.
Avalon planteó:
—¿Por qué un trébol de cuatro hojas en ese caso? Un trébol de tres hojas serviría lo mismo y sería más sencillo de dibujar.
Mountjoy opinó:
—No importa cuál sea. El entomólogo no se ocupaba de abejas. Trabajaba con insectos más pequeños y ni siquiera podría darles a ustedes el nombre. Él me lo dijo una vez y a mí me sonó como si saliera directamente de la
Comedia de los errores
de Shakespeare. No puedo repetirlo.
—Bien —se preguntó Rubin—. ¿A dónde nos lleva eso? El trébol de cuatro hojas no señala a nadie. Francamente, me encuentro yo mismo mirando con preferencia a la idea original de Jeff de que no era más que un símbolo de buena suerte.
El pobre hombre necesitaba suerte, y no la tuvo.
—¿El pobre hombre? —se sorprendió Halsted—. Es sólo una baja de guerra, Manny.
Rubin parecía disgustado.
—Estaba hablando en sentido teórico. Cuando pasamos a los individuos no soy más áspero que ustedes, y lo saben.
Drake comentó:
—Bien, nosotros hemos estado apremiando y torturando al pobre Sandy para que nos dijera más de lo que debería, probablemente, y poniéndolo bajo la tensión nerviosa de temer que el Gobierno pueda de algún modo averiguar que lo ha hecho. Y nosotros no hemos podido ayudarle en absoluto… Lo siento, Sandy.
—Esperen —dijo Gonzalo, haciendo balancear su silla sobre dos patas—. Todavía no hemos terminado. Me he dado cuenta de que Henry está buscando por el estante de los libros de consulta.
—Oh, es verdad —observó Trumbull—. Le preguntaremos en cuanto vuelva.
—¿De quién están hablando? —preguntó Mountjoy, frunciendo el ceño—. ¿Del camarero?
—Estamos hablando de Henry. El mejor de los Viudos Negros.
Henry volvió a tomar su sitio habitual junto a la mesa de servicio.
Gonzalo intervino:
—Bien, Henry, ¿puede ayudarnos?
—He tenido una idea, Mr. Gonzalo, referente a los tréboles de cuatro hojas.
—Díganosla.
—Los tréboles casi siempre tienen tres hojas. En alguna ocasión, un trébol crece a partir de una semilla que es ligeramente anormal y, en consecuencia, desarrolla cuatro hojas. Un cambio tan repentino entre padre y descendencia se llama una mutación —dijo Henry con tono muy educado.
—Así es —convino Halsted.
—Las mutaciones tienen lugar de cuando en cuando en todas las especies. Se puede conseguir un mirlo blanco o un ternero de dos cabezas o un bebé con seis dedos. Me atrevo a decir que la lista es infinita.
—Probablemente —murmuró Avalon.
—En su mayoría, las mutaciones son desfavorables y se consideran deformidades y distorsiones monstruosas. Sin embargo, el trébol de cuatro hojas es un ejemplo de mutación que no sólo no impresiona a la gente como deformidad, sino que es valorado y considerado como un tesoro por todo el mundo; bueno, por casi todo, como algo muy deseable, como símbolo y portador de buena suerte. Eso lo convierte en algo muy inusual como mutación y es la única mutación que puede ser fácilmente dibujada sin que repela a la gente, y hacerse de modo que no parezca nada más que un modo natural de atraer la buena suerte. Puede, por tanto, simbolizar la idea de mutación y, sin embargo, escapar a que lo perciban aquellas personas que no tengan un cierto grado de instrucción. Quienes conocen la fuerte racionalidad del rehén, deberían dejar a un lado lo de la buena suerte y aferrarse al símbolo de su mutación.
—¿A dónde nos conduce todo eso, Henry? —preguntó Trumbull.
—Para cambiar un poco de tema, Mr. Mountjoy mencionó la
Comedia de los errores
de Shakespeare. Existen dos personajes en ella llamados Antipholus. Son hermanos gemelos, uno que procede de la ciudad de Siracusa en Sicilia y otro de Efeso en el Asia Menor. ¿El nombre de Antipholus le trae algo a la memoria, Mr. Mountjoy?
—Sí —respondió Mountjoy—. Los insectos con los que estaba trabajando el entomólogo. Todavía no puedo darle a usted el nombre exacto, sin embargo.
—¿Era Drosophila?
—¡Sí! ¡Por Dios, sí!
—Es conocida comúnmente como la mosca de la fruta y es el insecto clásico utilizado para el estudio de las mutaciones.
Me parece, pues, que el trébol de cuatro hojas puede haber sido dibujado para significar mutaciones y que intentaba señalar con bastante precisión al entomólogo como traidor. Al menos, me lo parece.
—¡Cielos! —exclamó Mountjoy—. También me lo parece a mí… Lo primero que haré mañana será ponerme en contacto con algunas personas de Washington para sugerirlo… Drosophila. Drosophila. Tendré que recordar el nombre.
—Mosca de fruta será suficiente, señor —le recordó Henry—, y si se acepta la sugerencia, querría proponerle que dé a entender que se le ocurrió a usted solo. No hay por qué admitir que habló del asunto con los Viudos Negros.
A veces, me siento realmente perezoso, pienso en cualquier cosa y veo si puedo inventar una historia basándome en ella. Así pues, estaba yo en un lugar lleno de hierba en Mohonk (ver el post scriptum anterior) y me di cuenta de que éste abundaba en tréboles. Según tengo por costumbre, observé a mi alrededor tratando de descubrir un trébol de cuatro hojas. Después de unos dos segundos y medio, decidí que no había ninguno.
Nunca en mi vida he encontrado un trébol de cuatro hojas; pero he tenido bastante buena suerte incluso sin él.
Así que pensé: escribamos una historia acerca de un trébol de cuatro hojas. Y lo hice.
Sin embargo, esta vez Eleonor Sullivan, la bella editora del Ellery Queen's Mystery Magazine lo rechazó. Ella pensaba que la narración era tan exageradamente arcana que resultaba desleal para con el lector. Yo no estaba de acuerdo (nunca estoy de acuerdo con el rechazo); pero la palabra del editor es ley; y presento este relato aquí como el segundo de esta colección que hace su aparición por primera vez.
“The Envelope”
Emmanuel Rubín llegó al banquete de los Viudos Negros de un humor repugnante. Sin duda, éste no era mucho peor que su acritud habitual; pero sus ojos, magnificados por los gruesos cristales de sus gafas, relampagueaban peligrosamente.
—¡Oh! —exclamó Mario Gonzalo, anfitrión en esa ocasión—.
Alguien ha recibido un rechazo bien merecido.
—Yo
no
he recibido ningún rechazo —soltó Rubin—. Ni merecido ni inmerecido. Es mucho peor que eso.
Geoffrey Avalon bajó la mirada desde su altura de metro ochenta y cinco hasta el diminuto Rubin y dijo con su voz imponente de barítono: