Cuentos completos (549 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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»—Supongo que han mirado en el cuarto de baño.

»Smith se encogió de hombros y dijo:

»—Imagino que la gente de seguridad conoce su oficio.

»Hacía casi una hora que yo estaba allí, y dijeron que no había señal alguna de ningún cámara dando vueltas por el vestíbulo. No cabía duda de que, si él llevaba su equipo, lo habrían visto fácilmente. Pero el agente de seguridad que estaba abajo no había visto a nadie que entrara con un equipo semejante, con pase o sin él. Yo indagué:

»—¿Comprobaron si él ha firmado?

»Jones meneó la cabeza.

»—No tendría que firmar si llevaba un pase. Simplemente le hacen señal de que entre.

»Smith dijo:

»—Usted no supone que saliera del ascensor en un piso equivocado, ¿verdad? Podría ser que estuviera dando vueltas perdido por ahí.

»Jones miró su reloj:

»—Tenía que estar aquí hace hora y media. ¿Cómo puede pasarse todo ese tiempo dando vueltas por un piso equivocado? No hay ningún piso en este edificio que no tenga guardias de seguridad. A nadie se le permitiría dar vueltas de un lado para otro… Y él además no lo haría. Él preguntaría. Después de todo, sabe el nombre de esta empresa y sabe en qué piso está.

»Hubo un silencio pegajoso y todos nosotros íbamos mirando nuestros relojes por turnos. Al fin, Jones murmuró un «excúsenme» y se marchó. Volvió al cabo de tres minutos y declaró:

»—Acabo de hablar con Josie…

»—¿Quién es Josie? —le pregunté.

»—La recepcionista —me contestó—. Ella jura que no ha entrado ningún cámara. De hecho, no ha entrado absolutamente
nadie
que no fuera miembro de la empresa, excepto usted, Smith, y usted, Mr. Hume.

»—¿Estuvo ella en su mesa todo el tiempo? —preguntó Smith.

»—La recepcionista insiste en que sí estuvo.

»—¿Quiere usted decir que ella no salió para empolvarse la nariz o lo que fuera?

»—Asegura que no. Dice que estuvo trabajando y atenta toda la mañana, y que no es posible que entrara nadie sin que ella le viera.

»—¿Es una mujer de fiar? —pregunté.

»Jones frunció el ceño.

»—Podemos confiar en ella. La hemos tenido en este trabajo cerca de cinco años y, si dice que nadie entró, es que nadie entró.

»—Entonces, ¿dónde está él? ¿Cómo puede perderse sólo cruzando la calle? —preguntó Smith.

»Yo indiqué:

»—Estamos eliminando todas las cosas, excepto la posibilidad de que tuviera un accidente mientras cruzaba la calle.

»Smith balbuceó, tembloroso:

»—¿Piensa usted que pudo haber sido atropellado por un coche?

»—Ya se sabe que eso ocurre —observé.

»—Tendría que haber sido algo muy serio —insistió Jones—. Siendo un profesional, él nos llamaría, o llamaría a su oficina. Aunque no pudiera moverse, encargaría a alguien que nos llamara.

»—Si estuviera consciente. Si estuviera vivo —dije yo.

»—Si hubiera sido un accidente serio en la calle, justo delante de aquí, lo sabrían en la planta baja —opinó Jones.

»—¿Lo ha preguntado alguien? —planteé yo.

»Jones dudó un par de segundos y llamó a la planta baja. No necesitó mucho tiempo. Meneó la cabeza:

»—Nadie de abajo sabe nada de un accidente.

»—Llamemos a la Policía. Ellos tendrían que tener constancia —sugirió Smith.

»Jones no parecía desear hacerlo, pero lo hizo. Eso requirió un poco más de tiempo; pero el resultado fue el mismo. Explicó que la Policía había dicho que no hubo registro de ningún accidente esa mañana en la Calle 54 y la Sexta Avenida.

»Smith insistió:

»—Entonces, ¿dónde está él?

»Me levanté.

»—Caballeros —dije—, yo no sé dónde está; pero no puedo esperar más. Tengo otras citas que cumplir, otro trabajo que hacer. Sintiéndolo muchísimo, he de marcharme. Sin embargo, me gustaría saber la respuesta a este enigma. Cuando lo averigüen, hagan el favor de telefonearme. Si son tan amables de hacerlo, volveré para llevar a cabo la grabación.

»Así que me marché… Al cabo de una hora, Smith me llamó y me explicó la situación. Una semana después, yo volví e hice aquel trabajo. Aquí está su misterio.

Los Viudos Negros miraron incrédulos a su invitado. Halsted habló por todos al preguntar:

—¿Sucedió eso realmente, Brad? ¿O quiere gastarnos una broma?

—No, no —negó Hume—. Cuanto he dicho es verdad. Palabra de
Boy scout.
Sucedió exactamente como lo he descrito.

—Bien; entonces, explíquenos lo que le sucedió al cámara.

Hume meneó la cabeza sin dejar de sonreír.

—Ustedes querían un relato de misterio y yo se lo he dado.

Son ustedes quienes han de decirme
a mí
lo que sucedió. Ya conocen los hechos. Les daré dos pistas. Nadie estaba acostado. No fue un montaje de ninguna clase. La segunda pista es que no hubo tragedia alguna. El cámara no estaba lesionado en absoluto. ¿Dónde estaba?

Gonzalo preguntó:

—¿Es que tuvo un ataque de amnesia temporal y se quedó dando vueltas por ahí?

Hume contestó:

—No; no sufrió ninguna clase de mal. Ni físico ni mental.

—Veamos —planteó Avalon, más bien sombrío—. Usted realmente no sabe en absoluto que él estuviera en el hotel…, ni en Nueva York siquiera. Nadie le vio allí aquella mañana. El pase fue enviado la noche anterior; pero apostaría que lo dejaron en la recepción para él. ¿Alguien sabe
quién
estuvo en la habitación?

Hume señaló:

—Alguien que firmó en el registro con el nombre del cámara.

—Cualquiera podría haber sido si supiera cómo se llamaba —opinó Avalon—. El cámara tenía una reserva en el hotel y alguien lo sabía. Ese alguien lo entretuvo de algún modo, se registró en su nombre y tuvo una habitación por una noche en un hotel muy lujoso a expensas de otro. El servicio del hotel encontró el equipaje allí por la mañana, cuando el impostor había salido a sus propios asuntos, pero ningún equipo de cámara. Eso, para empezar, podía significar que no lo había.

Hume se sorprendió.

—¿Por qué tendría nadie que hacer eso?

Avalon replicó:

—No lo sé. Me sería fácil inventar motivos quizá; pero no podría probar ninguno.

Trumbull intervino:

—Algún fugitivo que necesitaba un nombre falso y una habitación segura sólo para una noche…, un espía…

Drake comentó con un tono que mostraba claramente que no hablaba en serio:

—Un atentado con bomba. Necesitaba una habitación en la cual pudiera plantar una bomba.

—Caballeros —intervino Hume, echando hacia atrás su guedeja—. Ustedes
están
inventando cosas. En realidad, no se nos ocurrió localizar al botones que llevó el equipaje del cámara a su habitación; pero, si lo hubiéramos hecho, ese botones nos habría dicho que él había subido algunos artículos que parecía que podían ser un equipo de cámara. No, no; es absolutamente cierto que la persona que se registró en el hotel era la que tenía que ser.

—En ese caso —opinó Rubin—, él mismo estaba en plan de hacer alguna jugarreta. Tenía una chica a la que quería ver; algún asunto de dinero del que debía ocuparse, algo que le interesaba hacer en la gran ciudad. Cuando bajó al vestíbulo del hotel, comprobó su equipo, cogió un taxi y se marchó precipitadamente. Quizá pensó que estaría de vuelta en media hora y que le esperarían durante ese tiempo sin enfadarse demasiado. Pero tardó dos horas, porque no tuvo en cuenta el tráfico de Nueva York o se metió en algún problema que le hizo retrasarse.

Hume intervino:

—No creo que hiciera eso. El trabajo era lo primero en todo para
el Viejo Infalible.

Hubo entonces un silencio largo, pesado, mientras todas las caras se arrugaban y todos los labios se fruncían. Así se lo pareció a Hume, hasta que se dio cuenta de la excepción y comentó:

—Henry es el único que está sonriendo… Henry, ¿de qué se ríe?

Henry contestó:

—Pido excusas, señor. No quiero faltar al respeto; pero usted dijo que no hubo ninguna tragedia y se me ocurre que fue una farsa, por eso no puedo evitar reírme.

Avalon preguntó, con su voz vibrante de barítono:

—¿Tiene una solución, Henry? Si es así, suéltela.

Henry aceptó.

—¿Me lo permiten, caballeros?

El coro fue inmediato y unánime.

Henry explicó:

—Mr. Hume dejó claro que el cámara era un viejo profesional de confianza que había trabajado por todo el mundo y que se sabía que siempre había cumplido bien. Dado que no fue encontrado muerto en la habitación y que la Policía no tenía registro de ningún accidente, sólo podemos suponer que, por la mañana, él se había dispuesto a hacer su trabajo, cruzó la calle hasta el edificio de la oficina, tal como se le había indicado, fue al lugar que correspondía y colocó su equipo de televisión.

—No —protestó Avalon—. La recepcionista jura que él no entró, y Mr. Hume nos ha dicho que la recepcionista no mentía. Eso significa… Mr. Hume, por favor, perdóneme la pregunta que me veo forzado a hacer. ¿Se trata meramente de buscar una solución? Cuando usted nos dijo que la recepcionista no mentía, ¿puedo suponer que
usted
no mentía?

—Yo no mentía —declaró Hume con aplomo.

—En ese caso, Henry —sugirió Avalon—, su suposición es errónea.

—Quizá no, Mr. Avalon —contestó Henry—. Se esperaba que Mr. Hume llegara a las nueve y media de la mañana y que el cámara estuviera allí hacia las nueve, con objeto de estar preparado a las nueve y media. ¿No es cierto, Mr. Hume?

—Es cierto.

—La recepcionista se hubiera pasado en su celo profesional si hubiera llegado mucho antes de las nueve de la mañana, hora en que se abría la oficina. El cámara, sin embargo, era tan de fiar, tan eficiente y profesional, que es muy probable que llegara a las ocho y media. Eso explicaría el hecho de que la recepcionista no lo viera. Y, lo que es más, esperó que entrara un nuevo turno en el vestíbulo a las nueve de la mañana, y ésa es la razón de que nadie del turno siguiente lo viera entrar.

—La puerta habría estado cerrada —objetó Avalon—, y él tendría que haber estado esperando.

—¿De veras? Era una gran empresa de abogados, según nos han dicho, así que tenía que haber muchos abogados trabajando allí. Por lo menos uno habría llegado temprano al trabajo. Él atendería a la puerta, vería el pase del cámara, le dejaría entrar, regresaría a su propio trabajo y olvidaría todo el asunto.

Avalon inquirió:

—¿Y qué le sucedió al cámara después? ¿Se cayó por un agujero del suelo? ¿Dónde
estaba
? Nadie le vio.

—Mr. Hume —dijo Henry—, ¿puedo hacerle otra pregunta?

—Adelante, Henry.

—Considerando que era una gran empresa de abogados, ¿tenía ésta más de una sala de conferencias?

Hume inclinó la cabeza hacia atrás y se rió con gran alegría.

—Dos. Resultó, Henry. ¡Dos!

—Lo pensé —dijo Henry—. El abogado que le dejó entrar le llevó a la sala de conferencias que no era la convenida. El cámara esperó en una y usted esperó en la otra toda la mañana, y ninguno de los dos sabía dónde estaba el otro.

—¡No! —protestó Avalon—. ¿Cómo fue eso posible? ¿No salió el cámara y preguntó: ¿Dónde está la gente?

—En cierto modo, lo hizo —explicó Hume, dejando de reírse—. Utilizó el teléfono que había en aquella habitación para llamar a Jones. La secretaria de Jones contestó y dijo que Jones no estaba en su despacho…, cosa que era verdad, ya que estaba en la otra sala de conferencias preguntándose dónde se había metido el cámara. El hombre dijo que tenía que hacer una grabación para alguien, y la secretaria contestó que ella se lo diría a Jones en cuanto volviera. Sólo que Jones no volvió hasta que yo me marché… ¿Cómo lo dedujo, Henry?

—De la manera habitual —contestó Henry—. Una vez usted y los otros dos caballeros de la sala de conferencias y mis compañeros miembros de los Viudos Negros, también, hubieron eliminado todas las posibilidades complicadas, la única cosa que quedaba era algo muy sencillo, y yo simplemente lo señalé.

POSTFACIO

De todos los relatos de los Viudos Negros que he escrito, éste ha sido el que ha pedido menos esfuerzo a mi imaginación.

Sucedió de verdad. Sucedió exactamente tal y como lo he descrito en la narración. Debo decir que hizo que me diera cuenta de que soy mucho menos inteligente que Henry. Estaba perdido por completo, falto de una solución, cuando me sucedió.

Por cierto, me divirtió mucho el hecho de que este relato recibiera mucho peor trato por parte de mis lectores que cualquier otro de los que he escrito de los Viudos Negros. Qued sorprendido al ver las muchísimas personas que escribieron para poner objeciones a esta o aquella faceta del relato como improbable. Algunos incluso criticaron las direcciones de las calles que había utilizado; aunque yo di las reales que tenían los edificios.

La conclusión es que, en mis ficciones, yo tengo cuidado en hacer probables todas las cosas y en atar todos los cabos perdidos. La vida real no es sometida a tales consideraciones.

La narración apareció por primera vez en el número de octubre de 1986 del Ellery Queen's Mystery Magazine.

El bolso viejo (1987)

“The Snatched Purse / The Old Purse”

—¡William Teller! —anunció Thomas Trumbull.

Era el anfitrión en el banquete de aquel mes de los Viudos Negros y, al presentar al invitado de la noche, lo hizo con una cierta agitación. Su rostro fruncido se fijó de manera particular en Mario Gonzalo, el cual, llamativamente ataviado como de costumbre, esta vez con una chaqueta de terciopelo marrón, lo ignoró.

—¡William Teller! —dijo encantado—. ¿Es usted descendiente de Guillermo Tell, quizá?

—No, en absoluto —contestó Teller con agrado.

Tenía tez olivácea, espeso cabello negro y un copioso bigote, también negro.

—En realidad —continuó—, Tell es una simple leyenda y probablemente no existió nunca. Sin embargo, soy de procedencia suiza, y el primer nombre es frecuente en la familia, quizás en homenaje a aquel viejo granuja. En realidad, Teller es una palabra corriente alemana que significa «plato».

Geoffrey Avalon bajó la vista desde su metro ochenta y cinco y comentó:

—Los padres a menudo son sensibles a los apuros de un muchacho. Yo me salvé de ser una penosa víctima propiciatoria por el hecho de que siempre utilicé como nombre el de Jeff. En eso tuve suerte, dado que el nombre se alterna con Broderick, y es mi hijo mayor, y no yo, el que debe apechugar con él. Por suerte, siempre ha sido un joven musculoso, cosa que yo no fui nunca.

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