Authors: Isaac Asimov
Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos
—No me está presentando ninguna argumentación lógica. Se limita a disparar frases como un maníaco, como un idiota delirante.
—No necesito pruebas matemáticas rigurosas. La duda razonable es suficiente. Tengo que proteger la Federación. Mire, es razonable. Los psicólogos de Dorlis no eran tan excepcionales. Tenían que avanzar paso a paso, como usted mismo señaló. Sus humanoides (no los llamemos robots) eran sólo imitaciones de seres humanos y no podían ser muy buenas. Los humanos poseen sistemas de reacción muy complejos y que no se pueden imitar; cosas como la conciencia social y la tendencia a crear sistemas éticos, u otras más vulgares, como la caballerosidad, la generosidad, el juego limpio y demás. No se pueden imitar. No creo que esos humanoides las tengan. Pero deben de tener perseverancia, lo cual implica en la práctica terquedad y agresividad, si mí opinión sobre Theor Realo es acertada. En resumen, si poseen algún conocimiento científico, no quiero que anden sueltos por la galaxia, aunque seamos miles o millones más que ellos. No pienso permitirlo.
El rostro del presidente del Consejo estaba rígido.
—¿Cuáles son sus intenciones inmediatas?
—Aún no lo he decidido. Pero creo que organizaré un aterrizaje a pequeña escala en ese planeta.
—Aguarde. —El viejo psicólogo se levantó y rodeó el escritorio. Tomó del codo al subscretario—. ¿Está seguro de lo que hace? Las posibilidades de este monumental experimento sobrepasan cualquier cálculo que podamos hacer usted o yo. No tiene ni idea de lo que va a destruir.
—Lo sé. ¿Acaso cree que me agrada lo que estoy haciendo? No es tarea para héroes. Soy psicólogo y sé lo que sucede, pero me han enviado aquí para proteger la Federación y haré lo posible para lograrlo, aunque sea un trabajo sucio. No puedo hacer otra cosa.
—Recapacite. ¡Qué sabe de los conocimientos que obtendremos sobre las ideas básicas de la psicología? Equivaldrá a la fusión de dos sistemas galácticos, lo que nos elevará a alturas que compensarán millones de veces, en conocimiento y en poder, el daño que pudiesen causar esos robots, en el supuesto de que fueran superhombres metálicos y eléctricos.
El subsecretario se encogió de hombros.
—Ahora es usted quien baraja posibilidades vagas.
—Escuche, hagamos un trato. Bloquéelos. Aíslelos con sus naves. Monte guardia. Pero no los toque. Denos más tiempo. Dénos una oportunidad. ¡Es preciso!
—He pensado en ello. Pero tendría que obtener la aprobación del Congreso y saldría muy caro, como sabe.
El presidente del Consejo se sentó bruscamente, presa de la impaciencia.
—¿De qué gastos está hablando? ¿Es que no se da cuenta de cuál sería la recompensa si tenemos éxito?
Murry reflexionó.
—¿Y si desarrollan el viaje interestelar? —preguntó, con una media sonrisa.
—Entonces, retiraré mis objeciones.
E1 subsecretario se levantó.
—Hablaré con el Congreso.
Brand Gorla observaba con rostro impasible la espalda encorvada del presidente del Consejo. Los joviales discursos ante los miembros de la expedición carecían de sustancia, y él ya estaba harto de escucharlos.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó.
El presidente tensó los hombros y no se giró.
—Envié a buscar a Theor Realo. Ese hombrecillo tonto se fue al continente oriental la semana pasada…
—¿Por qué?
El hombre mayor se enfadó ante la interrupción.
—¿Cómo puedo entender lo que hace ese fanático? ¿No ve usted que Murry tiene razón? Es una anomalía psíquica. Fue un error no vigilarlo. Si yo lo hubiera mirado dos veces, no lo habría permitido. Pero ahora regresará y no volverá a irse. —Y añadió en un murmullo—: Debía haber regresado hace un par de horas.
—Es una situación imposible —dijo Brand, en un tono neutro.
—¿Eso cree usted?
—Vamos a ver, ¿piensa usted que el Congreso aprobará que se establezca una patrulla por tiempo indefinido ante el mundo robótico? Eso cuesta dinero, y los ciudadanos galácticos no lo considerarán digno de sus impuestos. Más aún, no entiendo por qué Murry aceptó consultárselo al Congreso.
—¿No? —El presidente del Consejo se giró hacia su discípulo—. Mire, ese tonto se considera un psicólogo, la Galaxia nos guarde, y ahí está su punto débil. Se empeña en creer que no quiere destruir el mundo robótico, pero que es necesario por el bien de la Federación. Y acepta de buen grado toda solución intermedia. El Congreso no lo aceptará indefinidamente, no tiene usted que recordármelo. —Hablaba en un tono tranquilo y paciente—. Pero pediré diez años, dos años, seis meses…, lo que pueda obtener. Algo conseguiré. Mientras tanto, aprenderemos nuevos datos sobre ese mundo. De algún modo fortaleceremos nuestros argumentos y renovaremos el acuerdo cuando expire. Pondremos salvar el proyecto. —Hubo un breve silencio y añadió con amargura—: Y ahí es donde Theor Realo cumple una función crucial.
Brand aguardó en silencio.
—En ese aspecto —continuó el presidente del Consejo—, Murry fue más perspicaz que nosotros. Realo es un tullido psicológico, y también nuestra clave de todo el asunto. Si lo estudiamos a él, tendremos una imagen general de cómo son los robots. Una imagen distorsionada, por supuesto, pues él ha vivido en un entorno hostil. Pero eso podemos tenerlo en cuenta y evaluar su temperamento en un… ¡Bah! Estoy harto de este asunto.
La señal de llamada parpadeó y el presidente del Consejo suspiró. —Bien, aquí está ya. Gorla, siéntese, que me pone nervioso. Echémosle un vistazo.
Theor Realo atravesó la puerta como una exhalación y se detuvo jadeando en el centro de la habitación. Los miró a ambos con sus ojos tímidos.
—¿Cómo sucedió todo esto?
—¿Todo qué? —replicó fríamente el presidente—. Siéntese. Quíero hacerle algunas preguntas.
—No. Respóndame primero.
—¡Siéntese!
Realo se sentó. Tenía los ojos inflamados.
—Van a destruir el mundo de los robots.
—No se preocupe por eso.
—Pero usted dijo que podrían hacerlo si los robots descubrían el viaje interestelar. Lo dijo. Es usted un necio. ¿No ve…?
Se estaba sofocando. El presidente frunció el ceño.
—¿Por qué no se calma y habla con sensatez?
El albino apretó los dientes y masticó las palabras:
—Pero tendrán el viaje interestelar dentro de poco.
Los dos psicólogos se volvieron hacia el hombrecillo.
—¿Qué?
—Bien…, bueno, ¿qué se creen? —Realo se irguió con la furia de la desesperación—. ¿Creen que aterricé en un desierto o en medio de un océano y que exploré un mundo por mi cuenta? ¿Creen que la vida es un libro de cuentos? Fui capturado en cuanto descendí y me llevaron a una gran ciudad. A1 menos, creo que era una gran ciudad, aunque diferente de las nuestras. Tenía… No se lo contaré.
—¡No nos importa la ciudad! —exclamó el presidente del Consejo—. Le capturaron. Continúe.
—Me estudiaron. Estudiaron mi máquina. Y una noche me fui para contárselo a la Federación. No se enteraron de que me fui. No querían que me fuera. —Se le quebró la voz—. Y yo hubiera preferido quedarme, pero la Federación tenía que saberlo.
—¿Les habló usted de su nave?
—¿Qué podía decirles? No soy mecánico. No sé nada de la teoría ni de la construcción. Pero les enseñé a manejar los controles y les dejé mirar los motores. Eso es todo.
—Entonces no lo entenderán —comentó Brand Gorla en voz baja—. Eso no es suficiente.
El albino elevó la voz con triunfal estridencia:
—¡Oh, sí, claro que lo entenderán! Los conozco. Son máquinas. Estudiarán el problema. Trabajarán sin descanso. No cesarán jamás. Y lo conseguirán. Bastará con lo que yo les dije. Estoy seguro de que bastará.
El presidente del Consejo desvió la vista con fatiga.
—¿Por qué no nos lo contó?
—Porque ustedes me arrebataron mi mundo. Yo lo descubrí, yo solo, por mi cuenta. Y después de hacer todo el trabajo, los invité a participar y me excluyeron. Sólo recibí quejas de que había aterrizado en ese mundo y que quizá mi interferencia lo hubiera estropeado todo. ¿Por qué iba a contárselo? Averígüenlo ustedes, si son tan listos que pudieron permitirse el lujo de excluirme.
El presidente pensó amargamente: «¡Es un inadaptado! ¡Tiene complejo de inferioridad! ¡Manía persecutoria! ¡Qué bien! Todo encaja, una vez que nos molestamos en dejar de otear el horizonte para ver lo que teníamos bajo las narices. Y ahora todo está perdido.»
—De cuerdo, Realo —dijo—. Todos perdemos. Váyase.
—¿Todo ha terminado? —preguntó tensamente Brand Gorla—. ¿De veras?
—Así es. El experimento original ha terminado. Las distorsiones creadas por la visita de Realo serán tan grandes como para transformar en lengua muerta los planes que estamos estudiando. Y además… Murry tiene razón. Sí poseen el viaje interestelar, son peligrosos.
—¡No los destruirán! —gritó Realo—. ¡No pueden destruirlos! ¡No han hecho daño a nadie!
No le replicaron, y él continuó:
—Regresaré para avisarlos. Estarán preparados. Los avisaré.
Reculaba hacia la puerta, con el cabello erizado y los ojos desencajados.
El presidente del Consejo no intentó detenerlo cuando salió de la habitación.
—Déjelo ir. Era su vida. Ya no me preocupa.
Theor Realo viajó hacia el mundo robótico a tal velocidad que casi lo asfixió.
En alguna parte lo esperaba una mota de polvo, un mundo aislado donde había imitaciones artificiales de la humanidad esforzándose en un experimento que había perecido; esforzándose en pos del viaje interestelar, una meta que sería su sentencia de muerte.
Theor Realo se dirigía a ese mundo, a la misma ciudad donde lo habían «estudiado» por primera vez. La recordaba bien. Las dos palabras de aquel nombre eran las primeras que había aprendido en el idioma de los robots.
¡Nueva York!
“Blind Alley”
Sólo una vez en la historia galáctica se descubrió una raza inteligente de no-humanos.
L
IGURN
V
IER
,
Ensayos sobre historia
.
De: Agencia de Provincias Exteriores
A: Loodun Antyok, jefe de Administración Pública, A-8 Tema: Supervisor civil de Cefeo 18, Cargo administrativo de. Referencias:
(a) Ley 2515 del Consejo, del año 971 del Imperio Ga
láctico, titulada
«
Desígnacíón de funcionarios del Servicio Administrativo, Métodos y revisión de la».
(b) Directiva Imperial, Ja 2374, fechada 243/975 I.G.
1. Por autorización de referencia (a), por la presente es usted designado para el citado puesto. La autoridad del antedicho cargo de supervisor civil de Cefeo 18 se exten
derá sobre los súbditos no-humanos del Emperador que vi
van en el planeta según las condiciones de autonomía ex
puestas en referencia (b).
2. Los deberes de dicho puesto incluirán la supervi
sión general de todos los asuntos internos no-humanos, la coordinación de comisiones gubernamentales autorizadas para investigar e informar, y la preparación de informes semes
trales en todas las fases de los asuntos no-humanos.
C. Morily, jefe, AgProvExt
12/977 I.G.
Loodun Antyok escuchó atentamente y sacudió su cabeza regordeta. —Amigo, me gustaría ayudarle, pero no ha acudido a la persona indicada. Será mejor que presente esto ante la Agencia.
Tomor Zammo se reclinó en la silla, se frotó la punta de la nariz, se arrepintió de lo que iba a decir y contestó:
—Eso es lógico, pero no práctico. No puedo viajar ahora a Trantor. Usted es el representante de la Agencia en Cefeo 18. ¿No puede hacer nada?
—Bueno, incluso como supervisor civil debo trabajar dentro de los límites impuestos por la política de la Agencia.
—¡Bien —exclamó Zammo—, entonces dígame cuál es esa política! Encabezo una comisión de investigación científica, bajo autorización imperial directa y supuestamente con amplios poderes. Pero a cada recodo del camino se me interponen autoridades civiles que se justifican graznando como loros: «¡Política de la Agencia!» ¿Cuál es la política de la Agencia? Aún no me han dado una descripción satisfactoria.
Antyok no se inmutó.
—A mi juicio, y esta opinión no es oficial, así que no le servirá como testimonio, la política de la Agencia consiste en tratar a los nohumanos con la mayor decencia posible.
—Entonces, ¿qué autoridad tienen para…?
—¡Calma! De nada sirve alzar la voz. Su Majestad Imperial es un filántropo y sigue la filosofía de Aurelión. Es bastante conocido que el Emperador mismo sugirió la creación de este mundo. Puede usted apostar a que la política de la Agencia se ceñirá a las ideas imperiales. Y puede usted apostar a que no podré remar contra esa corriente.
—Caramba, amigo —comentó el fisiólogo, moviendo repetidamente sus gruesos párpados—, si adopta esa actitud perderá su empleo. No, no es que yo vaya a hacer que le expulsen. No me refiero a eso. Pero su empleo dejará de existir, porque aquí no hay nada que realizar.
—¿De veras? ¿Por qué?
Antyok era bajo, rosado y regordete, y su rostro rechoncho tenía dificultades para expresar nada que no fuera una blanda y jovial cortesía, pero ahora manifestaba gravedad.
—Usted no lleva aquí mucho tiempo. Yo sí —rezongó Zammo—. ¿Le molesta si fumo? —Tenía en la mano un puro rugoso y fuerte y chupó hasta encenderlo—. Aquí no hay lugar para el humanitarismo, administrador. Ustedes tratan a los no-humanos como si fueran humanos, y no sirve de nada. De hecho, no me gusta el término de «nohumanos». Son animales.
—Son inteligentes —señaló Antyok.
—Bien, animales inteligentes, entonces. Supongo que ambos términos no se excluyen mutuamente. Las inteligencias extrañas no pueden compartir el mismo espacio.
—¿Propone usted exterminarlos?
—¡Santa Galaxia, no! —Gesticuló con el puro—. Propongo que los tomemos como objeto de estudio y nada más. Podemos aprender mucho de estos animales si nos lo permiten. Un conocimiento que se podría aprovechar en beneficio inmediato de la raza humana. Ahí tiene usted humanitarismo. Ahí tiene usted el bien de las masas, sí tanto le preocupa ese insípido culto a Aurelión.