Cuentos completos (120 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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Forase asintió con la cabeza.

—¡Terrícolas, estáis locos de atar! Al menos, este episodio nos ha enseñado algo a todos.

—¿Qué?

—Nunca te líes con un grupo de chalados —dijo Forase, recurríendo nuevamente a la lengua terrícola—. ¡Pueden estar más chalados de lo que piensas!"

* Al revisar mis cuentos para preparar este libro, me encontré con que «La novatada» era el único cuento publicado del cual yo no recordaba nada sólo por el título. Ni siquiera lograba acordarme al releerlo. Si me hubieran dado el cuento sin mi nombre y me hubieran pedido que lo leyera para adivinar el autor, creo que habría fracasado. Tal vez eso quiera decir algo.

Me parece, sin embargo, que la historia va dirigida contra la serie del
Homo Sol
.

Tuve mejor suerte con Frederíck Pohl en el caso de otro cuento, “
Superneutrón
», que escribí a finales del mismo mes de febrero en que escribí «
Máscaras
» y «
La novata
da
». Se lo presenté el 3 de marzo de 1941 y él lo aceptó el 5 de marzo.

En aquella época, menos de tres años después de presentar mí primer texto, me estaba impacientando con tanto rechazo. Al menos, la noticia de la aceptación de «
Superneutrón
» la consigno en mi diario con un «era hora de que vendiera un cuento, cinco semanas y media después del último».

Sentencia de muerte (1943)

“Death Sentence”

Brand Gorla sonrió incomodado.

—Es una exageración.

—¡No, no, no! —exclamó el hombrecillo albino y de ojos rosados y saltones—. Dorlís era grande cuando ningún humano había entrado en el sistema vegano. Era la capital de una confederación galáctica más vasta que la nuestra.

—Pues bien, digamos que era una antigua capital. Admitiré eso y dejaré el resto a un arqueólogo.

—Los arqueólogos no sirven. Lo que he descubierto necesita un especialista en su propio campo. Y tú estás en el Consejo.

Brand Gorla tenía dudas. Recordaba a Theor Realo de 1a universidad: una criaturilla blanca e inadaptada de expresión huraña. Había pasado mucho tiempo, pero recordaba que el albino era raro. Eso resultaba fácil de recordar. Y seguía siendo raro.

—Trataré de ayudar —dijo Brand— si me explicas qué quieres.

Theor lo miró fijamente.

—Quiero que presentes ciertos datos ante el Consejo. ¿Lo prometes?

—Aunque decida ayudarte, Theor, te recuerdo que sólo soy un miembro menor del Consejo de Psicólogos. No tengo mucha influencia.

—Debes intentarlo. Los datos hablarán por sí mismos —replicó el albino. Le temblaban las manos.

—Adelante.

Brand se resignó. El hombrecillo era un viejo compañero de universidad. Uno no podía ser tan arbitrario.

Se reclinó en el asiento y se relajó. La luz de Arcturus brillaba a través de las altas ventanas, diluida por el vidrio polarizador. Aun esa versión desleída de la luz solar resultaba excesiva para los ojos rosados del albino, que se hizo sombra en ellos mientras hablaba.

—He vivido en Dorlis durante veinticinco años, Brand. Me he internado en sitios cuya existencia nadie conocía y he descubierto cosas. Dorlis fue la capital científica y cultural de una civilización mayor que la nuestra. Sí, lo fue, y sobre todo en psicología.

—Las cosas pretéritas siempre parecen más grandes —sentenció Brand, con una sonrisa condescendiente—. Hay un teorema que encontrarás en cualquier texto elemental. Los estudiantes lo llaman el Teorema de DIOS. Ya sabes, se refiere a «Días Idos óptimos Son». Pero continúa.

Theor se molestó con aquella digresión. Ocultó una sonrisa irónica.

—Siempre se puede desechar un dato inquietante con una designación peyorativa. Pero dime, ¿qué sabes de ingeniería psicológica?

Brand se encogió de hombros.

—No existe eso. Al menos, no en el sentido matemático riguroso. La propaganda y la publicidad constituyen una forma tosca de ingeniería psicológica, y a veces bastante efectiva. ¿A eso te refieres?

—En absoluto. Me refiero a experimentos reales, con muchedumbres de personas, en condiciones controladas y durante un período de años.

—Se ha hablado de esas cosas, pero no es factible en la práctica. Nuestra estructura social no podría resistirlo y no sabemos lo suficiente para establecer controles efectivos.

Theor contuvo su excitación.

—Pero los antiguos sí sabían lo suficiente. Y establecieron controles.

Brand reflexionó, escéptico.

—Asombroso e interesante; pero ¿cómo lo sabes?

—Porque encontré los documentos. —Hizo una pausa—. Todo un planeta, Brand. Un mundo entero escogido, poblado con seres bajo estricto control desde todos los ángulos. Estudiados, clasificados y sometidos a experimentos. ¿Entiendes?

Brand no notaba ninguno de los síntomas del desequilibrio mental. Quizás una investigación más atenta…

—Tal vez lo hayas interpretado mal. Eso es totalmente imposible. No se puede controlar a humanos de ese modo. Demasiadas variables.

—De eso se trata, Brand. No eran humanos.

—¿Qué?

—Eran robots, robots positrónicos. Un mundo entero de ellos, Brand, con nada que hacer salvo vivir y reaccionar y ser observados por un equipo de psicólogos que sí eran reales.

—¡Es descabellado!

—Tengo pruebas…, porque ese mundo robótico aún existe. La Primera Confederación se hizo trizas, pero ese mundo robótico continuó. Aún existe.

—¿Y cómo lo sabes?

Theor Realo se levantó.

—¡Porque he pasado allí los últimos veinticinco años!

El presidente del Consejo se apartó la toga formal de borde rojo y metió la mano en el bolsillo buscando un puro largo, torcido e indudablemente extraoficial.

—Ridículo —gruñó— y totalmente descabellado.

—Exacto —dijo Brand—, y no puedo exponerlo ante el Consejo sin más. No escucharían. Primero tengo que explicárselo a usted y, luego, si me puede apoyar con su autoridad…

—¡Demonios! Nunca oí nada tan… ¿Quién ese ese tipo?

Brand suspiró.

—Un chiflado, lo admito. Estudió conmigo en la Universidad de Arcturus y entonces era ya un albino excéntrico. Totalmente inadaptado, un fanático de la historia antigua, uno de esos especímenes que no se cansa de insistir cuando una idea se le mete en la mollera. Alega que pasó veinticinco años en Dorlis. Tiene la documentación completa sobre toda una civilización.

El presidente del Consejo lanzó una furiosa bocanada de humo.

—Sí, lo sé. En los seriales telestáticos el aficionado brillante es siempre quien hace los grandes descubrimientos. El independiente. ¡Demonios! ¿Ha consultado usted al Departamento de Arqueología?

—Por supuesto. Y con un resultado interesante. Nadie se preocupa de Dorlis. No es sólo historia antigua, sino un asunto de quince mil años, prácticamente un mito. Los arqueólogos prestigiosos no pierden el tiempo con eso. Se trata precisamente de lo que descubriría un ratón de biblioteca con una mente empecinada. Claro que si resulta que es correcto Dorlís se convertirá en el paraíso de los arqueólogos,

El presidente frunció el rostro en una mueca de asombro.

—Es muy poco halagüeño para el ego. Si hay alguna verdad en todo esto, la Primera Confederación debía de tener una comprensión de la psicología tan superior a la nuestra que apareceríamos como unos imbéciles apáticos. Además, hubieran tenido que construir robots positrónicos que estarían setenta y cinco órdenes de magnitud por encima de cualquier cosa que nosotros hayamos concebido. ¡Santa Galaxia! Piense usted en la matemática requerida.

—Mire, he consultado con todo e1 mundo. No le plantearía este problema si no estuviera seguro de haber verificado todos sus aspectos. Acudí a Blak primero, y él es asesor matemático de Robots Unidos. Dice que no hay límite para estas cosas. Dado el tiempo, el dinero y el avance en psicología, y subrayo esto, esos robots se podrían construir ahora mismo.

—¿Qué pruebas tiene él?

—¿Quién? ¿Blak?

—No, no. Ese amigo suyo. El albino. Usted dijo que tenía documentos.

—En efecto. Los traigo conmigo. Tiene documentos, y su antigüedad es innegable. Los he hecho revisar una y otra vez. Yo no sé leerlos, desde luego. Y no sé si alguien sabe, excepto el propio Theor Realo.

—Eso nos deja sin alternativas. Tenemos que creer en su palabra.

—Sí, en cierto modo. Pero según él sólo puede descifrar fragmentos. Dice que tienen relación con la antigua lengua de Centauro, así que he puesto lingüistas a trabajar en ello. Se puede descifrar. Sí la traducción de Theor no es correcta lo sabremos.

—De acuerdo. Déjemelos ver.

Brand Gorla sacó los documentos forrados en plástico. El presidente del Consejo los puso a un lado y buscó la traducción. Soplaba volutas de humo mientras leía.

—¡Uf! —fue su comentario—. Y los demás detalles están en Dorlis, supongo.

—Theor sostiene que hay dos centenares de toneladas de proyectos en total sobre la configuración del cerebro de los robots positrónicos. Aún están en el sótano original. Pero eso no es lo más importante. Él estuvo en el mundo robótico y tiene fotos, grabaciones y toda clase de detalles. No están unificados, y evidentemente es obra de un lego que no sabe casi nada sobre psicología. Aun así, se las ha apañado para conseguir datos suficientes que demuestran que el mundo donde estuvo no era…, bueno…, natural.

—Y usted tiene ese material.

—Todo. La mayor parte está microfilmado, pero he traído el proyector. Aquí tiene sus lentes.

Una hora después, el presidente del Consejo dijo:

—Mañana convocaré a una reunión y presentaré esto.

Brand Gorla sonrió.

—¿Enviaremos una comisión a Dorlis?

—Siempre y cuando la universidad nos otorgue fondos para semejante asunto —respondió en tono seco el presidente—. Déjeme este material, por favor. Deseo estudiarlo un poco más.

Teóricamente, el Departamento Gubernamental de Ciencia y Tecnología ejerce el control administrativo de toda la investigación científica. Sin embargo, los grupos de investigación pura de las grandes universidades son entidades plenamente autónomas y, como norma general, el Gobierno no cuestiona esa autonomía. Pero una norma general no es necesariamente una norma universal.

En consecuencia, aunque el presidente del Consejo gruñó, se enfureció y protestó, no hubo modo de negarle una entrevista a Wynne Murry. El título completo de Murry era el de subsecretario responsable de psicología, psicopatía y tecnología mental. Y era un psicólogo de reconocida trayectoria.

Así que el presidente del Consejo todo lo que podía hacer era lanzarle una mirada furibunda, pero nada más.

El subsecretario Murry ignoró con buen humor esa mirada, se frotó su larga barbilla y dijo:

—Se trata de un caso de información insuficiente. ¿Podemos expresarlo así?

—No entiendo qué información desea usted —respondió en un tono frío el presidente—. Lo que opina el Gobierno sobre las asignaciones universitarias tiene un carácter únicamente asesor, y debo decir que en este caso el consejo no es bien recibido.

Murry se encogió de hombros.

—No hay ningún problema con la asignación. Pero no se puede salir del planeta sin permiso del Gobierno. Ahí es donde entra en juego la información insuficiente.

—No hay más información que la que le he dado.

—Pero se han filtrado ciertos rumores. Y tanto secreteo me parece pueril e innecesario.

El viejo psicólogo se sonrojó.

—¡Secreteo! Si usted no conoce el modo de vida académica, no puedo ayudarle. Las investigaciones, sobre todo las de cierta importancia, no se hacen ni se pueden hacer públicas hasta que se hayan efectuado progresos irrebatibles. Cuando regresemos, le enviaré copias de los documentos que usted desee publicar.

Murry meneó la cabeza.

—No es suficiente. Usted va a ir a Dorlis, ¿verdad?

—De eso hemos informado al Departamento de Ciencias.

—¿Por qué?

—¿Por qué quiere saberlo?

—Porque se trata de algo importante o de lo contrario no iría el presidente del Consejo. ¿Qué es toda esa historia acerca de una civilización más antigua y un mundo de robots?

—Bueno, eso ya lo sabe usted.

—Sólo ciertas vaguedades que hemos podido reunir. Quiero los detalles.

—Ahora no conocemos ninguno. No los sabremos hasta que estemos en Dorlis.

—Entonces, iré con usted.

—¿Qué?

—Ya me entiende. Quiero saber los detalles.

—¿Por qué?

—Ah —dijo Murry, levantándose—, ahora es usted quien hace preguntas. En este momento no viene al caso. Sé que las universidades no simpatizan con la intervención gubernamental y sé que no puedo esperar colaboración voluntaria por parte del mundo académico; pero, por Arcturus, esta vez conseguiré apoyo, por mucho que usted se oponga. Su expedición no irá a ninguna parte a menos que yo vaya en ella representando al Gobierno.

Dorlis no es, desde luego, un mundo impresionante. Su importancia para la economía galáctica es nula, se encuentra lejos de las grandes rutas comerciales, sus nativos están atrasados y son incultos y posee una historia oscura. Sin embargo, entre las pilas de escombros que se amontonan en este mundo antiguo, hay vagos testimonios de una lluvia de fuego y destrucción que arrasó al Dorlis de otros tiempos, la gran capital de una gran federación.

Y en medio de esos escombros había hombres de un mundo más reciente que curioseaban e investigaban y trataban de entender.

El presidente del Consejo meneó la cabeza y se echó hacia atrás su cabello grisáceo. Hacía una semana que no se afeitaba.

—El problema es que no tenemos un punto de referencia —dijo—. Supongo que podemos descifrar el idioma, pero no se puede hacer nada con las anotaciones.

—A mí me parece que se ha avanzado mucho.

—¡Palos de ciego! Conjeturas basadas en las traducciones de su amigo albino. Me niego a basar mis esperanzas en eso.

—¡Pamplinas! Usted consagró dos años a la Anomalía Nimiana y hasta ahora le ha dedicado sólo dos meses a esto, que es mucho más importante. Lo que le preocupa es otra cosa. —Brand Gorla sonrió desagradablemente—. No hace falta ningún psicólogo para darse cuenta de que está hasta la coronilla de ese tipo del Gobienro.

El presidente del Consejo cortó la punta de un puro de una dentellada y la escupió a un metro de distancia.

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