Todos los sueños de la humanidad se han hecho realidad.
Bienvenidos a la era de la Séptima Estructura Mental, la era de la Segunda Inmortalidad, medio millón de años en el futuro, cuando el sistema solar entero ha sido terraformado, Júpiter luce como un segundo Sol y la humanidad se ha dividido en centenares de ramas: desde Invariantes hasta Taumaturgos, desde Composiciones hasta Señoriales, y desde Cerebelinos hasta Tritónicos. Bajo la benévola tutela de los sofotecs, inteligencias artificiales, y con recursos y tiempo casi infinitos a su disposición, la Ecumene Dorada es libre y próspera como nunca en la historia. Pero no todo va bien en el paraíso, como descubrirá Faetón Primo, de la Casa Radamanto, cuando sepa que cientos de años de su vida han sido borrados de su memoria y de la del resto de la Ecumene. En una sociedad que ha abolido el crimen, ¿qué acto puede haber sido tan horrible como para merecer un castigo tan contundente?
John C. Wright
La edad de oro
La edad de oro - 1
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22.04.12
Maquetado.
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01.05.12
Retoques.
Del original
Título
The Golden Age: A Romance of the Far Future
Fecha de publicación
2002
De la traducción
Traducción
Carlos Gardini
Fecha de publicación
09.2004
ISBN
978-84-96173-14-9
Descripción: 320 p. 23x16 cm
Encuadernación: rúst.
Materia/s: F - Ficción Y Temas Afines
Agrupados por formación del sistema nervioso (neuroforma)
Entidades autoconscientes bioquímicas
Neuroforma básica:
Faetón Primo de Radamanto, Escuela Señorial Gris Plata.
Helión Reliquia de Radamanto, progenitor de Faetón, fundador de la Escuela Señorial Gris Plata, y Par.
Dafne Tercia Semi Radamanto, esposa de Faetón.
Gannis Cien Mentes Gannis, Escuela Sinergista Sinoética, Par.
Atkins Vingt-et-un Reglamentario, soldado.
Neuroformas no estándar:
Vafnir de la Estación Equilateral de Mercurio, Par.
Jenofonte de Lejanía, Escuela de la Composición de Neuroforma Tritónica, llamados los neptunianos.
Xingis de Nereida, también llamado Diomedes, Escuela Gris Plata.
Neuroforma de organización alterna (llamados Taumaturgos):
Ao Aoen, Maestro Soñador, Par.
Neo Orfeo el Apóstata, protonotario y presidente del Colegio de Exhortadores.
Orfeo Miríada Averno, fundador de la Segunda Inmortalidad, Par.
Neuroforma de integración talámico-cortical (llamados Invariantes):
Kes Sennec el Lógico, Par.
Neuroforma cerebelina:
Rueda-de-la-Vida, matemática ecológica, Par.
Verdemadre, la artista que organiza la representación ecológica en Lago Destino.
Composiciones de mente colectiva:
Composición Caritativa, Par.
Composición Armoniosa, del Colegio de Exhortadores.
Composición Belígera (desbandada).
Entidades autoconscientes electrofotónicas
Sofotecs:
Radamanto, casa señorial de la Escuela Gris Plata, capacidad de un millón de ciclos.
Estrella Vespertina, casa señorial de la Escuela Roja, capacidad de un millón de ciclos.
Nabucodonosor, asesor del Colegio de Exhortadores, capacidad de diez millones de ciclos.
Sabueso, detective consultor, capacidad de cien mil ciclos.
Monomarcos, abogado procesalista, capacidad de cien mil ciclos.
Aureliano, anfitrión de la Celebración, capacidad aproximada de cincuenta mil millones de ciclos.
La Enéada consiste en nueve grupos de sofotecs, cada uno con una capacidad superior a los mil millones de ciclos, entre ellos Mente Bélica, Mente Oeste, Oriente, Austral, Boreal, Noroeste, Sudoeste y otros.
Mente Terráquea, la consciencia unificada en la cual todas las máquinas terráqueas y las máquinas en órbita cercana a la Tierra participan de cuando en cuando; capacidad de un billón de ciclos.
Era tiempo de mascarada.
Era la víspera de la Alta Trascendencia, un acontecimiento tan solemne y significativo que sólo se podía celebrar cada mil años. Gentes de todo nombre e iteración, fenotipo, composición, consciencia y neuroforma, gentes de cada escuela y época habían acudido a celebrarla, a acoger la transfiguración, a prepararse.
Los meses previos al gran acontecimiento se caracterizaron por el fasto, la festividad y la ceremonia. Formas energéticas que vivían en la magnetosfera polar norte del Sol, y duquefríos de los cinturones de Kuiper, más allá de Neptuno, se reunían en Vieja Tierra, o enviaban sus representantes a través de la Mentalidad; acudieron celebrantes desde cada planeta y luna del sistema solar, desde cada estación, vela, hábitat y retícula de cristal magnético.
Ninguna raza humana o posthumana de la Ecumene Dorada estaba ausente. Se invitó a personalidades ficticias y reales. Reconstrucciones asistidas de paladines y sabios, magnates y filósofos, muertos o borrados, recorrían de noche los bulevares de la ciudad palacio de Aureliano, tomando el brazo de semidiosas extrapoladas a partir de futuros superhumanos imaginarios, o con lamias de ojos lánguidos pertenecientes a mórbidos universos alternativos no concretados, y paseaban o bailaban entre monumentos y esculturas energéticas, fuentes, hipnoartefactos y fantasmas, todo bajo una luna plateada, erizada de ciudades, más grande que la luna que habían conocido épocas anteriores.
Y aquí y allá, brillando como estrellas en los canales activos de la Mentalidad, había relapsos que habían regresado de elevados estados transhumanos de la mente, trayendo consigo formas de pensamiento o construcciones matemáticas inexpresables en palabras humanas, rondados por recuerdos de lo que había logrado la última Trascendencia, febriles con sueños de lo que depararía la próxima.
Era un tiempo de alegría.
No obstante, aun en esos días dorados, había quienes no estaban satisfechos.
En la noche centésimo primera de la Celebración Milenaria, Faetón se alejó de las luces y la música, del movimiento y del alborozo de la dorada ciudad palacio, y salió a la soledad de los bosquecillos y jardines. En esa época de alegría, no las tenía todas consigo y no sabía por qué.
Su nombre completo era Faetón Primo Radamanto Humodificado (realce) Incompuesto, Indepconsciencia, Neuromorfa Básica, Escuela Señorial Gris Plata, Era 7043 («Nuevo Despertar»).
Esa noche habían escogido el ala occidental de la ciudad palacio de Aureliano para una Presentación de Visiones de la élite de la Mansión Radamanto. Faetón había recibido la invitación a participar en el panel de jueces de sueños y, ansioso de experimentar las historias futuras que se presentarían, había aceptado gustosamente. Había pensado que esa velada representaría en miniatura, para la Casa Radamanto, aquello que la Alta Trascendencia de diciembre representaría para toda la humanidad.
Pero quedó defraudado. El desfile de adocenadas y trilladas extrapolaciones había agotado su paciencia.
Había un futuro donde todos los hombres eran registrados como información cerebral en un cristal lógico de diamante que ocupaba el núcleo de la Tierra; en otro futuro, toda la humanidad existía en las hebras de un despliegue arborescente de velas y paneles que formaban una esfera de Dyson alrededor del Sol; un tercero prometía titánicas viviendas para billones de mentes y supermentes en el frío absoluto del espacio transneptuniano —el frío era necesario para cualquier obra de ingeniería subatómica realmente precisa— pero con raíles o ascensores de material inconcebiblemente denso que se extendían a lo largo de cientos de unidades astronómicas, por toda la anchura del sistema solar, hasta el manto del Sol, para explotar la ceniza de hidrógeno como material de construcción y para aprovechar la vasta energía del astro, por si alguna vez los ordenadores inmóviles del espacio profundo que albergaban las mentes de la humanidad necesitaban materia o energía.
Cualquiera de estas visiones tendría que haber sido sobrecogedora. Las obras de ingeniería estaban presentadas con exquisito detalle. Faetón no podía identificar aquello que deseaba, pero sabía que no quería ninguno de esos futuros que le ofrecían.
No habían invitado a Dafne, su esposa, que era sólo miembro colateral de la casa; y Helión, su progenitor, estaba presente sólo como versión parcial, pues su primario había acudido a un cónclave de los Pares.
Así, en el centro de una multitud bullanguera y jovial de telepresencias, maniquíes y personas reales con trajes brillantes, y con las cien altas ventanas de la Sala de Presencia pobladas por el fulgor de futuros monótonos, y con mil canales que lo acribillaban con mensajes, requerimientos e invitaciones, Faetón comprendió que estaba totalmente solo.
Afortunadamente estaban en mascarada, y él podía asignar su rostro y su papel a una copia de seguridad de sí mismo. Se puso un disfraz de Arlequín, con encaje en la garganta y antifaz en el rostro, y se escabulló por una entrada lateral antes que los lugartenientes o escuderos de honor de Helión pensaran en detenerlo.
Sin una palabra ni una señal para nadie, Faetón partió y atravesó parques y jardines silenciosos en el claro de luna, acompañado sólo por sus pensamientos.
Anduvo largo rato, hasta llegar a un sitio que nunca había visto. Más allá de los jardines, en un vallecito aislado, entró en un bosquecillo de árboles de copa plateada. Caminó despacio por el bosquecillo, las manos entrelazadas a la espalda, oliendo el aire y mirando las estrellas a través de las hojas. La corteza oscura y granulosa era como seda negra en la penumbra, y las hojas tenían una superficie espejada. Cuando soplaba la brisa nocturna, los reflejos del claro de luna ondeaban como las aguas de un lago plateado.
Faetón tardó un instante en notar lo que había de raro en esa escena. Las flores estaban abiertas, aunque era de noche, y se volvían hacia un planeta brillante que estaba por encima del horizonte.
Intrigado, Faetón se detuvo y señaló con dos dedos el tronco más cercano, haciendo el gesto de identificación. Evidentemente los protocolos de la mascarada también regían para los árboles, pues éstos no dieron ninguna explicación ni información.
—Vivimos en una edad de oro, la era de Saturno —dijo una voz a sus espaldas—. No es de extrañar que nuestro humor sea saturnino.
A poca distancia había alguien que tenía apariencia de un hombre de rostro arrugado. Usaba una túnica tan blanca como su cabello y su barba, y se apoyaba en un bastón. Durante las mascaradas, Faetón no tenía ningún archivo de reconocimiento disponible en la mente, así que no podía averiguar a qué nivel onírico, composición o neuroforma pertenecía el anciano. Faetón no sabía cómo actuar. A una ficción informática uno podía decirle o hacerle cosas que una persona real, una telepresencia o incluso un parcial habrían considerado impertinentes o groseras.
Por las dudas, optó por una respuesta cortés.
—Buenas noches. ¿Esta exhibición tiene un significado oculto? —preguntó, señalando el bosquecillo.