Temerario II - El Trono de Jade (18 page)

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Authors: Naomi Novik

Tags: #Histórica, fantasía, épica

BOOK: Temerario II - El Trono de Jade
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Conforme hablaba fue levantando la voz, y Hammond lanzó miradas desesperadas hacia la puerta del camarote, que estaba abierta. Roland y Dyer los observaban interesados y con ojos como platos, sin mirar las grandes bandejas de plata que llevaban.

—Ha de comprender que no podemos ponerlos en esa situación. El príncipe Yongxing ha dado una orden. Si le desafiamos abiertamente, le estaremos humillando delante de sus propios…

—Entonces hará mejor en aprender a no darme órdenes a mí, señor —respondió con enojo Laurence—, y haría usted mejor en decirle eso, en vez de hacerle recados de esta forma clandestina y…

—¡Por Dios santo! ¿Cree usted que tengo algún deseo de apartarle de Temerario? Lo único que tenemos para negociar con ellos es el hecho de que el dragón se niega a separarse de usted —dijo Hammond, que también se estaba acalorando—. Pero eso sólo no nos llevará muy lejos si no hay buena voluntad, y si el príncipe Yongxing no consigue que sus órdenes se respeten mientras estemos en alta mar, nuestra situación será justo la contraria en China. ¿Quiere usted que sacrifiquemos una alianza por culpa de su orgullo? Por no hablar —añadió Hammond, en un despreciable intento de embaucarle— de sus esperanzas de conservar a Temerario.

—Yo no soy diplomático —replicó Laurence—, pero le diré una cosa, señor: si piensa usted que es posible conseguir aunque sea una pizca de buena voluntad de ese príncipe, sin importar cuánto se arrastre ante él, es que es usted un condenado loco. Y le agradecería que se olvide de venderme castillos en el aire.

Laurence tenía la intención de despedir a Harcourt y a los demás de forma digna, pero sus invitados tuvieron que llevar solos la carga social, sin recibir ninguna ayuda de su propia conversación. Por suerte, tenía buenas reservas, y había ciertas ventajas en alojarse tan cerca de la cocina: el beicon, el jamón, los huevos y el café llegaron humeando a la mesa en cuanto se sentaron, junto con una buena ración de atún frito en rollos de bizcocho. (El resto del enorme atún era para Temerario.) También había un gran plato de confitura de cereza y otro aún más grande de mermelada de naranja. Laurence comió más bien poco, y aprovechó de buen grado la distracción cuando Warren le pidió que les enseñara un esquema de la batalla. Apartó a un lado su plato, que apenas había tocado, y les mostró con trocitos de pan las maniobras de los barcos y del Fleur-de-Nuit, y con el salero las de la
Allegiance.

Cuando Laurence y los demás capitanes salieron a cubierta, los dragones estaban terminando con su propio desayuno, algo menos civilizado. Laurence se alegró mucho al ver que Temerario estaba despierto y alerta. Tenía mucho mejor aspecto con los vendajes blancos y limpios, y estaba empeñado en convencer a Maximus de que probara un trozo de atún.

—Éste está especialmente rico, y lo han pescado esta misma mañana —insistió.

Maximus observó el pez con profunda suspicacia. Temerario se había comido ya cerca de la mitad, pero aún no le había quitado la cabeza, que yacía en el suelo con la boca abierta y la mirada vidriosa. Laurence calculó que recién pescado debía de pesar sus buenos setecientos kilos. Incluso la mitad de él seguía siendo impresionante.

Aunque dejó de serlo cuando Maximus por fin inclinó el cuello y lo cogió: toda aquella masa no era más que un bocado para él, y resultaba divertido ver cómo lo masticaba con gesto escéptico. Mientras Temerario le observaba expectante, Maximus se lo tragó, se relamió el hocico y dijo:

—Supongo que no está tan malo, siempre que no haya nada mejor a mano, pero es demasiado resbaladizo.

Temerario agachó la gorguera, decepcionado.

—A lo mejor hay que acostumbrarse a su sabor. Seguro que pueden pescarte otro.

Maximus soltó un bufido.

—No, el pescado te lo dejo a ti. ¿Hay más cordero? —preguntó, mirando al encargado del rebaño con interés.

—¿Cuántos te has comido ya? —preguntó Berkley, que estaba subiendo las escaleras y se dirigía hacia su dragón—. ¿Cuatro? Ya es suficiente. Si creces más, nunca conseguirás despegar del suelo.

Maximus le hizo caso omiso y limpió la última pata de oveja del comedero. Los demás también habían terminado, y los ayudantes del encargado empezaron a bombear agua sobre la cubierta para lavar la sangre: no tardó en organizarse una frenética reunión de tiburones debajo del barco.

El
Guillermo de Orange
estaba casi frente a ellos. Riley había cruzado hasta él para discutir con su capitán acerca de los suministros. Ahora volvió a aparecer en la cubierta y le trajeron remando de vuelta, mientras los hombres del
Guillermo
sacaban sus existencias de vergas nuevas y lona para velas.

—Lord Purbeck —dijo Riley, mientras trepaba por el costado de la
Allegiance
—, si le parece bien enviaremos la lancha a recoger el material.

—¿Quiere que lo traigamos nosotros? —preguntó Harcourt, llamándole desde la cubierta de dragones—. En cualquier caso, tenemos que sacar de aquí a Maximus y a Lily. Nos da igual transportar material que volar en círculos.

—Gracias, señor. Me harían un gran favor —dijo Riley, alzando la vista hacia ella y haciendo una inclinación, sin mostrar ninguna sospecha. Harcourt llevaba el cabello recogido y su larga trenza estaba escondida bajo la capucha de vuelo, mientras que el frac le tapaba bastante bien la figura.

Maximus y Lily levantaron el vuelo sin sus tripulaciones, dejando sitio en la cubierta para que los demás pudieran prepararse. Los equipos extendieron arneses y armaduras y empezaron a equipar a los dragones más pequeños, mientras que los dos grandes volaban al
Guillermo de Orange
a buscar el equipo. El momento de partir se acercaba, y Laurence se aproximó a Temerario cojeando. De pronto era consciente de una aguda e inesperada sensación de pesar.

—No conozco a ese dragón —le dijo Temerario, mirando hacia el otro transporte. Había una gran bestia tumbada con gesto de mal humor en la cubierta de dragones, un dragón con franjas verdes y marrones, rayas verdes en las alas y un cuello que parecía pintado. Laurence nunca había visto a ninguno de esa raza.

—Es una raza india, de una tribu del Canadá —explicó Sutton cuando Laurence le señaló aquel dragón desconocido—. Me parece que es un Dakota, si no he pronunciado mal el nombre. Tengo entendido que él y su jinete, allí no usan tripulaciones por grande que sea el animal, sólo un hombre para cada dragón, fueron capturados cuando atacaban un asentamiento fronterizo. Ha sido un gran golpe, ya que se trata de una raza muy diferente, y por lo que sé son luchadores muy fieros. Querían utilizarlo en los campos de cría de Halifax, pero creo que se acordó que una vez nosotros les mandáramos a Praecursoris, ellos nos enviarían este ejemplar a cambio. Desde luego, tiene pinta de ser una criatura de lo más sanguinaria.

—Me parece muy duro que te envíen tan lejos de casa para quedarte —comentó Temerario en tono abatido, mirando al otro dragón—. No parece nada contento.

—Tan sólo estaría sentado en los campos de cría de Halifax en vez de aquí. No hay mucha diferencia —dijo Messoria, desplegando las alas para facilitar la tarea a los hombres del arnés, que ya estaban trepando sobre su cuerpo para enjaezarla—. Todos esos campos son muy parecidos y no tienen mucho de interesante, aparte del apareamiento —añadió, con una franqueza un tanto alarmante. Era una dragona mucho mayor que Temerario, pues tenía más de treinta años.

—Eso tampoco suena demasiado interesante —replicó Temerario, y volvió a tumbarse, desanimado—. ¿Crees que me llevarán a un campo de cría en China?

—Seguro que no —lo tranquilizó Laurence. En privado, estaba decidido a impedir que Temerario sufriera ese destino, dijera lo que dijera el emperador de China o cualquier otro—. Si sólo quisieran eso, no estarían organizando todo este jaleo.

Messoria resopló con indulgencia.

—A lo mejor no te parece tan terrible si lo pruebas.

—Deja de corromper la moral de los jóvenes —el capitán Sutton le dio una palmada en broma en el costado, y luego ajustó el arnés con un tirón final—. Bien, creo que ya estamos listos. Adiós por segunda vez, Laurence —dijo mientras se estrechaban la mano—. Espero que ya hayáis tenido emociones de sobra para todo el viaje y que el resto sea menos accidentado.

Los tres dragones más pequeños despegaron uno tras otro de la cubierta (Nitidus apenas hizo que la
Allegiance
se moviera) y volaron hacia el
Guillermo de Orange.
Después Maximus y Lily volvieron para que los enjaezaran por turnos y para que Berkley y Harcourt se despidieran de Laurence. Por fin, toda la formación se trasladó al otro transporte, dejando a Temerario solo en la
Allegiance
una vez más.

Riley dio órdenes de hacerse a la vela directamente. El viento soplaba este-sureste y no era demasiado fuerte, de modo que desplegaron incluso las alas de los mástiles en una radiante exhibición de blanco. El
Guillermo de Orange
disparó una salva al pasar a sotavento, que fue respondida enseguida por orden de Riley, y los vítores de las tripulaciones cruzaron las aguas mientras los dos transportes se alejaban por fin, lentos y majestuosos.

Maximus y Lily habían levantado el vuelo para retozar con la energía de dos dragones jóvenes y recién alimentados. Se los pudo ver durante un buen rato persiguiéndose entre las nubes que se cernían sobre el barco, y Temerario continuó mirándolos hasta que la distancia hizo que parecieran simples pájaros. Entonces dio un suspiro, bajó la cabeza y se enroscó sobre sí mismo.

—Supongo que tardaré mucho en volver a verlos —dijo.

Laurence apoyó la mano en el lustroso cuello del dragón y no dijo nada. Esta despedida parecía más definitiva: sin bullicio ni ajetreo, sin la sensación de emprender una nueva aventura; sólo los tripulantes del barco, atareados y aún retraídos, y nada que ver salvo kilómetros y kilómetros de océano vacío y azul, un camino incierto hacia un destino todavía más incierto.

—El tiempo pasará más rápido de lo que crees —le dijo—. Venga, vamos a seguir con el libro.

Segunda Parte
Capítulo 6

El tiempo estuvo despejado durante la primera y más breve etapa de su viaje, con esa peculiar nitidez del invierno. El agua se veía muy oscura, el cielo sin nubes y el aire se iba calentando gradualmente según descendían hacia el sur. Pasaron un tiempo muy atareados reemplazando las vergas dañadas y colgando velas nuevas, de modo que su ritmo se incrementaba día a día conforme restauraban la nave a su antigua forma. Sólo avistaron un par de pequeños mercantes a lo lejos, que les rehuyeron, y una vez sobre sus cabezas pasó un dragón correo de servicio llevando mensajes. Sin duda era un Abadejo Gris, un animal capaz de volar largas distancias, pero estaba tan lejos que Temerario no pudo distinguir si era algún conocido.

Los guardias chinos habían aparecido puntuales al amanecer del primer día tras el acuerdo. Habían pintado una raya muy ancha para señalar un sector de la parte de babor de la cubierta de dragones. Pese a que no llevaban armas a la vista, hacían guardia allí en turnos de tres, tan formales como infantes de marina en un desfile. La tripulación se había enterado ya de la discusión, que había tenido lugar lo bastante cerca de las ventanas de popa como para que se oyera desde la cubierta. Los marineros estaban predispuestos a sentirse ofendidos con la presencia de los guardias, y aún más con la de los miembros más importantes de la embajada china, y los miraban mal a todos sin distinción, del primero al último.

No obstante, Laurence estaba empezando a distinguir rasgos individuales entre ellos, o al menos entre los que decidían subir a la cubierta. Algunos de los más jóvenes mostraban auténtico entusiasmo por el mar y se quedaban cerca de la amura de babor para disfrutar mejor de la espuma que levantaba la proa de la
Allegiance.
Uno de esos jóvenes, Li Honglin, era particularmente aventurero, y llegaba al extremo de imitar las costumbres de algunos guardiamarinas y colgarse de las vergas pese a lo inadecuado de sus ropas: los faldones de su media túnica parecían a punto de enredarse con las cuerdas, y sus botines negros tenían las suelas demasiado gruesas para adherirse bien al borde de la cubierta, al contrario que los pies descalzos o las finas alpargatas de los marineros. Sus compatriotas se alarmaban mucho cada vez que lo hacía y le urgían a que volviera a bajar con gritos y gestos apremiantes.

El resto tomaba el aire con más tranquilidad y se mantenía bien apartado de la borda. A menudo subían taburetes para sentarse y hablaban libremente entre sí en aquel lenguaje cantarín de extrañas cadencias que Laurence era incapaz de descomponer en frases —le parecía absolutamente impenetrable—, pero, pese a que la conversación directa era imposible, rápidamente se dio cuenta de que la mayoría de los asistentes no sentía una hostilidad tan fuerte contra los ingleses. Siempre eran educados, al menos en el gesto y la expresión, y solían saludar y despedirse con corteses reverencias.

Sólo omitían tales cortesías cuando estaban en compañía de Yongxing: en esas ocasiones seguían su ejemplo, y no saludaban con la barbilla ni hacían ningún otro gesto hacia los aviadores ingleses, sino que iban y venían como si no hubiera nadie más a bordo. Pero el príncipe únicamente subía a cubierta raras veces: su camarote tenía amplias ventanas y era tan espacioso que no tenía que salir de él para hacer ejercicio. Al parecer, su principal propósito para subir era fruncir el ceño y vigilar a Temerario, a quien aquellas inspecciones le daban igual, ya que casi siempre estaba dormido. Aún estaba convaleciente de la herida y se pasaba prácticamente todo el día dormitando ajeno a lo demás; de vez en cuando la cubierta retumbaba con un enorme y somnoliento bostezo, sin prestar atención a la vida del barco que se desarrollaba a su alrededor.

Liu Bao ni siquiera se permitía esas breves visitas, sino que permanecía confinado en sus aposentos de forma permanente, al menos por lo que parecía. Nadie le había visto asomar ni la punta de la nariz desde que subiera a bordo, aunque se alojaba en la cabina que había debajo de la cubierta de popa y sólo tenía que abrir la puerta principal para salir al exterior. Ni siquiera bajaba a comer ni a consultar con Yongxing, y sólo unos cuantos sirvientes iban y venían un par de veces al día trotando entre su camarote y la cocina.

Por contraste, Sun Kai rara vez pasaba encerrado un momento: salía a tomar el aire después de cada comida y siempre se quedaba en el puente un buen rato. En aquellas ocasiones en que Yongxing subía, Sun Kai siempre saludaba al príncipe con una reverencia formal, y después se mantenía discretamente apartado de su séquito de sirvientes, y ninguno de los dos conversaba demasiado. Los propios intereses de Sun Kai parecían centrados en la vida del barco y en su construcción. En particular, le fascinaban los ejercicios de artillería.

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