Ritos de Madurez (32 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Ritos de Madurez
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—¿Deseas a Dehkiaht?

—Me gusta. Nos ha ayudado, y me siento mejor cuando anda cerca. Si yo fuera como tú, probablemente querría conservarlo.

—Yo quiero.

—Él también te desea a ti. Dice que eres la persona más interesante que ha conocido. Creo que te ayudará.

—Si te conviertes en hembra, podrías unirte a nosotros…, aparearte con él.

—¿Y tú?

Apartó la vista.

—No puedo imaginar cómo me sentiría si lo tuviese a él y no a ti. Lo que he sentido de él, en parte…, eras tú.

—No sé. Nadie sabe aún lo que seré. Aún no puedo sentir lo que tú sientes.

Logró impedirse entrar en discusión. Tiikuchahk tenía razón: normalmente, él pensaba en Ti como hembra, pero su cuerpo era neutro. No podía sentir como él sentía. Y, a pesar de que eran naturales, se sentía asombrado por sus sentimientos. Ahora que Tiikuchahk no era una fuente constante de irritación y confusión, podía empezar a sentir acerca de ella del modo en que la gente acostumbraba a pensar en sus compañeros de camada más íntimos. No sabía si, realmente, deseaba tenerla como a una de sus compañeros de trío… Ni siquiera sabía si un macho errante, como se suponía que iba a ser él, tendría compañeros. El caso es que, ahora, la idea de atriarse con ella le parecía correcta. Ella, Dehkiaht y él mismo. Ése era el modo en que debía ser.

—¿Sabes lo que ha decidido la gente? —le preguntó.

Tiikuchahk agitó la cabeza en un gesto muy humano.

—No.

Tras un tiempo, Dehkiahtk y el Akjai se separaron, y el ooloi subadulto se subió a la larga y ancha espalda del Akjai.

—Venid a uniros a nosotros —le gritó Dehkiaht.

Akin se alzó y comenzó a caminar hacia ellos. Sin embargo, tras él, Tiikuchahk no se movió.

Akin se detuvo, se volvió para darle la cara.

—¿Tienes miedo? —preguntó.

—Sí.

—Sabes que el Akjai no te hará daño.

—Me hará daño si cree que el hacérmelo es necesario.

Eso era cierto: el Akjai le había hecho daño a él con el fin de enseñarle…, y le había enseñado más de lo que él se daba cuenta.

—De todos modos, ven. —Ahora deseaba tocar a Tiikuchahk, atraerla hacia él, reconfortarla. Nunca antes había deseado hacer una cosa así. Pero, a pesar del impulso, descubrió que, en realidad, no deseaba tocarla. El ooloi no querría que la tocase. Dehkiaht no lo querría tampoco.

Volvió hacia ella y se sentó a su lado.

—Te esperaré —le dijo.

Tiikuchahk enfocó en él, con sus tentáculos anudándose de un modo lastimoso.

—Ve con ellos —le pidió.

Él no dijo nada. Siguió sentado junto a ella, confortablemente paciente, preguntándose si temía a la unión porque podría hallarse tomando decisiones que aún no se sentía preparada para tomar.

Dehkiaht se limitó a echarse sobre las espaldas del Akjai, y éste siguió acurrucado, descansando sobre su vientre, aguardando. Los humanos decían que nadie sabía aguardar tan bien como los oankali. Los humanos, quizá recordando sus anteriores cortos períodos de vida, tendían a apresurarse sin razón.

No supo cuánto tiempo había pasado cuando Tiikuchahk se alzó; él se apresuró a colocarse a su lado. Enfocó en ella y, cuando ella se movió, la siguió hasta el Akjai y Dehkiaht.

El Akjai hizo que su cuerpo adoptara la familiar curva y animó a Tiikuchahk y Akin a sentarse o recostarse contra él. Les dio a cada uno un brazo sensorial, y también le dio otro a Dehkiaht cuando éste se deslizó por una de sus placas para colocarse junto a ellos.

Entonces fue cuando Akin tuvo la primera noticia de lo que los demás habían decidido. Notaba ahora lo que no había sido capaz de sentir antes: que los otros lo veían a él como algo que habían ayudado a crear.

Se suponía que él tenía que decidir el destino de los resistentes. Se suponía que él tenía que tomar la decisión que los Dinso y los Toaht no podían tomar. Se suponía que él tenía que estudiar lo que debía de hacerse, y convencer a los demás de ello.

Había sido abandonado a los resistentes cuando éstos lo habían secuestrado, para que así pudiese estudiarlos como ningún adulto podría, como ningún construido nacido de oankali podría. Todo el mundo conocía los cuerpos de los resistentes, pero nadie conocía su modo de pensar como Akin. Nadie, excepto otros humanos. Y no se les podía permitir a éstos que convencieran a los oankali de que llevasen a cabo esa cosa, profundamente inmoral y antivida, que Akin había decidido que tenía que ser hecha. Los demás habían sospechado lo que decidiría…, lo habían temido. No lo hubiesen aceptado, si él no hubiera sido capaz de sembrar la confusión y lograr un cierto acuerdo entre los construidos, tanto nacidos de oankali como de humana.

Deliberadamente, habían depositado en Akin el sino de los resistentes…, el destino de la raza humana.

¿Por qué? ¿Por qué no en una de las hembras nacidas de humana? Algunas de ellas ya eran adultas antes de que él naciese.

El Akjai le facilitó la respuesta aun antes de que él se diese cuenta de haber hecho la pregunta:

—Eres más oankali de lo que piensas, Akin…, y mucho más oankali de lo que pareces por tu aspecto. Y, sin embargo, eres muy humano. Te aproximas a la Contradicción más de lo que nadie se había atrevido a llegar antes. Eres tanto de ellos como puedas ser, y tanto de nosotros como tu ooan se atrevió a hacerte. Eso te deja con tu propia contradicción. Y eso también te convirtió en la persona más apropiada para elegir por los resistentes…, para escoger entre una muerte rápida o una muerte larga y lenta.

—O la vida —protestó Akin.

—No.

—Una oportunidad de vida.

—Sólo por un tiempo.

—¿Estás seguro de eso…, y aun así hablaste en mi favor?

—Yo soy Akjai. ¿Cómo puedo negarle a otro pueblo la seguridad de un grupo Akjai? Incluso cuando para este pueblo eso sea una crueldad. Compréndelo, Akin: es una crueldad. Tú y aquellos que les ayudéis les daréis las herramientas para crear una civilización que se destruirá a sí misma con tanta seguridad como la hay en que la fuerza de la gravedad va a mantener a su nuevo mundo en órbita alrededor de su sol.

Akin no halló la menor señal de duda o incertidumbre en el Akjai. Creía realmente en lo que estaba diciendo. Creía saber que, de hecho, la Humanidad estaba condenada. Ahora o más tarde.

—El trabajo de tu vida será decidir por ellos —continuó el Akjai—, y luego actuar según tu decisión. El pueblo te dejará hacer lo que creas que es correcto. Pero no debes de hacerlo basándote en la ignorancia.

Akin agitó la cabeza. Podía notar la atención de Tiikuchahk y Dehkiaht centrada en él. Pensó por un tiempo, tratando de digerir la indigerible certidumbre del Akjai. Había confiado en él, y él no le había fallado. No mentía. Podía estar equivocado, pero únicamente si todos los oankali estaban equivocados. Su certidumbre era la certidumbre de los oankali. Una certidumbre de la carne. Habían leído los genes humanos y predicho el comportamiento de la Humanidad. Sabían lo que sabían.

Y, no obstante…

—No puedo no hacerlo —dijo—. Trato, una y otra vez, de decidirme a no hacerlo, pero no puedo.

—Te ayudaré a hacerlo —dijo de inmediato Dehkiaht.

—Busca una compañera hembra a la que puedas estar especialmente unido —le dijo el Akjai—. Akin no se quedará contigo. Eso lo sabes.

—Lo sé.

Ahora el Akjai volvió su atención hacia Tiikuchahk:

—Tú no eres tan infantil como te gustaría ser.

—No sé lo que seré —contestó Ti.

—¿Qué es lo que sientes acerca de los resistentes?

—Secuestraron a Akin. Le hicieron daño y me hicieron daño. No quiero tener que preocuparme por ellos.

—Pero te preocupan.

—No quiero que sea así.

—Eres en parte humana. No deberías de tener esos sentimientos hacia un grupo tan grande de humanos.

Silencio.

—He encontrado maestros para Akin y Dehkiaht. También te enseñarían a ti. Aprenderías a preparar un mundo muerto para la vida.

—No quiero hacerlo.

—¿Qué es lo que quieres hacer?

—No…, no lo sé.

—Entonces haz esto. El conocimiento no te hará ningún daño aunque luego decidas no usarlo. Debes de hacer esto. Durante demasiado tiempo ya te has refugiado en el no hacer nada.

Y eso fue todo. Por algún motivo, Akin no se animaba a seguir discutiendo con el Akjai. Y recordó que, sin importar cuál fuera su aspecto, el Akjai seguía siendo un ooloi. Con aromas, toques y estimulaciones neurales, los ooloi manipulaban a la gente. Enfocó con desconfianza a Dehkiaht, preguntándose si se daría cuenta de cuándo lo empezaría a motivar con algo más que con palabras. La idea le perturbaba y, por primera vez, ansió volver a iniciar sus caminatas errantes.

IV - HOGAR
1

Por un tiempo, la Tierra le pareció salvaje y extraña a Akin: una profusión de vida que casi resultaba aterradora en su complejidad. En Chkahichdahk sólo había una profusión potencial, almacenada en los recuerdos de la gente y en los bancos de grabaciones de semillas, células y genes. La Tierra aún era en sí misma un gran banco biológico que estaba equilibrando su ecología con un poco de ayuda oankali.

Akin no podría hacer nada en el cuarto planeta, Marte lo llamaban los humanos, hasta después de su metamorfosis. También su entrenamiento había ido tan lejos como era posible antes de la transformación. Así que sus maestros lo habían mandado a casa. Tiikuchahk, ahora en paz con él y con ella misma, pareció alegre de volver al hogar. Y Dehkiaht, simplemente, se había pegado a Akin. Cuando Dichaan había ido a por Akin y Tiikuchahk, ni él mismo sugirió dejar atrás a Dehkiaht.

No obstante, una vez llegaron a la Tierra, Akin notó que debía apartarse de Dehkiaht, alejarse de él por un tiempo. Deseaba ver a algunos de sus viejos amigos resistentes, antes de su metamorfosis…, antes de cambiar tanto que les resultase irreconocible. Tenía que hacerles saber lo que había decidido, lo que podía ofrecerles. También necesitaba aliados humanos respetados. Primero pensó en la gente que había conocido durante sus viajes al azar…, hombres y mujeres que lo conocían como un macho bajito, casi humano. Pero no deseaba verlos, aún no.

Se sentía atraído hacia otro lugar…, un lugar en donde la gente apenas si lo reconocería. No había estado allí desde que tenía tres años. Iría a Fénix…, a ver a Gabe y a Tate Rinaldi, allá en donde había comenzado su obsesión por los resistentes.

Instaló a Dehkiaht con sus padres, y se dio cuenta de que Tiikuchahk parecía estar pasando más y más tiempo con Dichaan. Contempló esto con tristeza, dándose cuenta de que estaba perdiendo por segunda vez a su más próxima compañera de camada, perdiéndola por última vez. Si más tarde elegía ayudar a la transformación de Marte, no sería como una compañera o una posible compañera: se estaba convirtiendo en macho.

Fue a ver a Margit, que ahora tenía un color marrón, y estaba atriada, preñada y contenta.

Les pidió a sus padres que buscasen una compañera hembra para Dehkiaht.

Y luego partió hacia Fénix. Sobre todo, deseaba ver a Tate mientras aún tuviese aspecto humano. Deseaba decirle que había cumplido con su promesa.

2

Fénix seguía siendo más una pequeña ciudad que un pueblo, pero era una ciudad más descuidada. Akin no pudo evitar el comparar el Fénix que recordaba con el actual.

Había basura por las calles: hojarasca, residuos de comida, trozos de madera, ropas y papeles. Era obvio que algunas de las casas estaban vacías. Un par de ellas habían sido demolidas en parte, otras parecían estar a punto de hundirse.

Akin entró abiertamente en la ciudad, tal como siempre había entrado en las poblaciones de los resistentes. En una ocasión, mientras lo hacía, le habían disparado. Ese incidente sólo había resultado ser para él una dolorosa molestia: un humano hubiera muerto, Akin se limitó a salir corriendo y luego curarse él mismo. Lilith le había advertido que no debía dejar ver a los resistentes cómo se curaba su cuerpo…, que la visión de unas heridas cerrándose a simple vista podía asustarlos. Y, cuando estaban asustados, era cuando los humanos eran más peligrosos y resultaban más impredecibles.

Cuando caminó por la calle principal de Fénix, había rifles apuntándole. Así que, ahora, la ciudad estaba armada. Podía ver a la gente y sus armas de fuego a través de las ventanas, aunque parecía que ellos estaban tratando de no dejarse ver. Las pocas personas que trabajaban u holgazaneaban por la calle le miraron. Al menos un par de ellos estaban demasiado borrachos como para darse cuenta de su llegada.

Armas ocultas y borracheras descaradas.

Fénix se estaba muriendo. Uno de los borrachos era Macy Wilton, que había hecho de padre de Amma y Shkaht. El otro era Stancio Roybal, el esposo de Neci, la mujer que había querido amputar los tentáculos sensoriales de las dos niñas. ¿Y dónde estaban Kolima Wilton y Neci? ¿Cómo podían dejar que sus compañeros…, sus esposos, estuvieran inconscientes o semiconscientes, tirados por el barro?

¿Y dónde estaba Gabe?

Llegó a la casa que había compartido con Tate y Gabe y, por un momento, tuvo miedo de subir los escalones del porche y llamar a la puerta con los nudillos, al modo humano. La casa estaba cerrada y parecía bien cuidada, pero…, ¿quién viviría ahora en ella?

Un hombre armado con un rifle salió al porche y miró hacia abajo. Era Gabe.

—¿Habla usted inglés? —inquirió, apuntando con el arma a Akin.

—Siempre lo he hablado, Gabe. —Hizo una pausa, para dar tiempo al hombre de mirarle bien—. Soy Akin.

El hombre se quedó contemplándolo, estudiándolo primero desde un ángulo, luego moviéndose un poco para verlo desde otro. Después de todo, Akin había cambiado, se había hecho adulto. Gabe seguía teniendo el mismo aspecto.

—Temí que estuvieras en las colinas o en otro poblado —dijo Akin—. Nunca tuve la preocupación de que no me reconocieras. Y he vuelto para cumplir una promesa que le hice a Tate.

Gabe no dijo nada.

Akin suspiró y se dispuso a esperar. No era probable que nadie le disparase mientras se mantuviese quieto, con las manos a la vista, nada amenazador.

Se fue reuniendo gente alrededor de Akin, esperando algún signo de Gabe.

—Regístralo —le dijo Gabe a uno de ellos.

El hombre pasó burdamente sus pesadas manos por sobre el cuerpo de Akin. Era Gilbert Senn. En otro tiempo, él y su esposa Anne habían estado del lado de Neci en la opinión de que los tentáculos sensores debían de ser eliminados. Akin no le habló, sino que siguió esperando, con los ojos fijos en Gabe. Los humanos necesitaban la mirada visible y fija de los ojos. Los machos la respetaban y las hembras la hallaban sexualmente interesante.

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