Ritos de Madurez (34 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Ritos de Madurez
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Ella trató de reír.

—No crees que él vaya a entrar, ¿no? Realmente, si alguien tratase de separarnos, eso podría matarte.

—No lo hará. Hace mucho que aprendió a no hacer cosas así.

—De acuerdo. No te dormirás tan rápido como lo harías con un ooloi, porque no puedo aguijonearte para dejarte inconsciente. Tengo que convencer a tu cuerpo para que haga todo el trabajo. Ahora, quédate quieta.

Colocó un brazo alrededor de ella, para mantenerla en posición cuando perdiese el conocimiento, luego llevó la boca al lado de su cuello. Desde ese momento, sólo fue consciente del cuerpo de ella…, de sus órganos dañados y las fracturas mal soldadas…, y de la reactivación de su vieja enfermedad, la de Huntington. ¿Sabría esto? ¿Acaso la enfermedad le habría provocado la caída? Podía ser. O quizá ella se hubiera tirado por el abismo, deliberadamente, buscando escapar de la enfermedad.

Se había magullado y torcido los ligamentos de su espalda. Se había dislocado uno de los discos de cartílago que había entre las vértebras de su nuca. Se había roto la rodilla izquierda de un modo feo. Sus riñones estaban dañados, ambos riñones…, ¿cómo había podido hacerse todo esto? ¿Desde qué altura se habría caído?

Su muñeca izquierda se había roto, pero se la habían enyesado y casi se había curado. También había dos fracturas de costillas, casi curadas.

Akin se perdió en su trabajo…, en el placer de hallar daños y estimular la propia habilidad curativa del cuerpo de Tate. Animó a su cuerpo a producir una enzima que desactivaba el gene de Huntington. A la larga, ese gene volvería a ser activo. Debía hacer que un ooloi eliminase esa enfermedad de un modo permanente, antes de abandonar la Tierra. Él no podía reemplazar ese gene mortal o engañar a su cuerpo para que emplease genes que ella no había utilizado desde su nacimiento. No podía ayudarla a crear nuevos óvulos, limpios del gene de Huntington. Lo que había hecho hasta el momento para suprimir los efectos de ese gene era todo lo que se atrevía a hacer.

3

La interrupción por parte de Gabe de la cura de Tate produjo la única disrupción en su memoria que Akin hubiese experimentado jamás. Después, lo único que recordaría de lo sucedido sería la repentina agonía.

A pesar de su advertencia al hombre, a pesar de las seguridades dadas por Tate, Gabe entró en la habitación antes de que la cura hubiese terminado. Más tarde, Akin se enteró de que Gabe había entrado porque habían pasado horas sin que se escuchase un solo sonido de Akin o Tate. Tenía miedo por Tate, temía que algo hubiese ido mal, y sospechaba de Akin.

Halló a Akin, aparentemente inconsciente, con su boca aún pegada al cuello de Tate. Ni siquiera parecía respirar. Tampoco lo parecía Tate. La carne de ella estaba fría…, casi helada; y eso aterró a Gabe. Creyó que ella se estaba muriendo, temió que ya estuviese muerta. Se dejó llevar por el pánico.

Primero trató se soltar a Tate, alertando a Akin, a algún nivel, de que algo iba mal. Pero la atención de éste se hallaba demasiado metida en Tate. Apenas había empezado a desligarse, cuando Gabe le golpeó.

Gabe temía el aguijonazo de Akin. No podía agarrarlo y tratar de apartarlo de Tate. Por eso, intentó separarlo con fuertes y rápidos puñetazos.

El primer golpe casi hizo que Akin se soltara de Tate. Le hizo más daño del que jamás le hubiese hecho otra cosa, y no pudo evitar el pasarle parte de este dolor a Tate.

Y, sin embargo, logró no envenenarla. No supo en qué momento, ella empezó a aullar. Automáticamente, siguió sosteniéndola. Esto, y el hecho de que era el más fuerte aunque Gabe fuera el más voluminoso, le permitió retirarse primero del sistema nervioso de Tate y luego de su cuerpo sin sufrir graves daños…, y sin matar. Luego, le asombraría el haber hecho esto. Su maestro le había advertido de que los machos no tenían el control necesario para hacer estas cosas. Los machos y las hembras oankali evitaban curar, no sólo porque no eran necesarios como sanadores, sino también porque era más probable que ellos, y no un ooloi, matasen por accidente. Podían ser impulsados a matar, no intencionadamente, por las interrupciones, e incluso por los sujetos a los que intentaban curar, si las cosas iban mal. Hasta el mismo Gabe se había puesto en peligro. Akin hubiera debido aguijonearlo ciegamente, por reflejo.

Y, no obstante, no lo hizo.

Su cuerpo se enroscó en un dolorosamente apretado nudo fetal, y se quedó así, vulnerable y más completamente inconsciente de lo que jamás lo hubiera estado.

4

Cuando Akin fue capaz de volver a percibir el mundo a su alrededor, descubrió que no podía ni moverse ni hablar. Yacía como congelado, dándose apenas cuenta de que, a veces, había humanos a su alrededor. Lo miraban, a veces se sentaban a su lado, pero no lo tocaban. Durante un tiempo no supo quiénes eran…, o dónde estaba él. Luego, compararía este período al de su primerísima infancia: era un tiempo que recordaba, pero en el que no había tomado parte. Claro que, al menos, de bebé le habían alimentado, lavado y tenido en brazos. Ahora ninguna mano lo tocaba.

Lentamente, se fue dando cuenta de que dos de las personas le hablaban. Eran dos hembras, ambas humanas: una pequeña, pálida y de cabellos amarillos. Otra algo más alta, morena y bronceada por el sol.

Se alegraba cuando estaban con él.

También temía su llegada.

Le excitaban. Sus aromas le llegaban muy adentro y le atraían hacia ellas. Y, a pesar de ello, no podía moverse. Yacía, sintiéndose atraído, más y más, y estaba absolutamente inmóvil. Era un tormento, pero lo prefería a la soledad.

Las hembras le hablaban. Al cabo de un tiempo llegó a darse cuenta de que eran Tate y Yori. Y recordó todo lo que sabía de Tate y Yori.

Tate se sentaba muy cerca de él y decía su nombre. Le contaba cómo se sentía, cómo estaban madurando las cosechas, y qué era lo que estaba haciendo distinta gente de la población. Cosía o escribía mientras estaba con Akin. Llevaba un diario personal.

También Yori escribía un diario, pero el de ella se convirtió en un estudio sobre Akin. Ella misma se lo dijo. Le explicó que él estaba en plena metamorfosis y que, aunque ella nunca antes había visto una metamorfosis, se la habían descrito. Por de pronto, ya tenía pequeños tentáculos nuevos en su espalda, en su cabeza, en las piernas. Su piel era ahora gris, y estaba perdiendo el cabello. Añadió que él debía de hallar un modo en que decirles si deseaba ser tocado. Le contó que Tate estaba bien, e insistió en que tenía que encontrar un medio de comunicarse. Dijo que harían por él cualquier cosa que pidiese. Ella misma se ocuparía de que así fuese. Y le dijo que no debía de preocuparse por quedarse solo, porque ella se cuidaría de que siempre hubiese alguien con él.

Esto lo reconfortó más de lo que ella podría haber imaginado. La gente que se estaba metamorfoseando tenía poca tolerancia hacia la soledad.

Gabe se sentó a su cabecera. Él y las dos mujeres habían alzado el banco en que yacía y lo habían llevado sin moverle del mismo hasta una pequeña habitación soleada.

A veces, Gabe lo tentaba con alimentos o agua. No podía saber que el aroma de las mujeres tentaba a Akin más fuertemente que cualquier otra cosa que Gabe pudiese ponerle cerca. Hubiera deseado tomar alimentos antes de caer en el sueño, si hubiera entrado normalmente en su metamorfosis habría comido, luego dormido. Había oído que los ooloi no dormían seguido durante buena parte de su segunda metamorfosis. Lilith le había dicho que Nikanj había dormido la mayor parte del tiempo, pero que se despertaba, de vez en cuando, para comer y hablar, tras lo cual caía finalmente en otro profundo sueño. Los machos y las hembras se pasaban durmiendo la mayor parte del tiempo de su única metamorfosis. Ni comían, ni orinaban, ni defecaban. Las mujeres hacían vibrar a Akin, enfocaban su atención; pero los olores de comida y agua no le interesaban. Se fijaba en ellos porque eran intermitentes. Eran cambios en el medio ambiente, de los que no podía dejar de darse cuenta.

Gabe le traía plantas, y, al cabo de un tiempo, se dio cuenta de que esas plantas eran algunas de aquellas que le había gustado comer cuando era más joven, las plantas con las que Gabe le había visto alimentarse en el bosque. El hombre se acordaba. Eso le complació y moderó algo el repentino sobresalto que sintió un día, cuando Gabe le tocó.

No hubo previo aviso. Del mismo modo que Gabe había decidido entrar en la habitación y separar a Akin y Tate, así decidió hacer una de las cosas que Yori les había dicho, a Tate y a él, que no debían de hacer.

Simplemente, colocó su mano en la espalda de Akin y lo sacudió.

Tras un momento, Akin tuvo un estremecimiento. Sus nuevos y pequeños tentáculos sensoriales se movieron por primera vez, alargándose, de un modo reflejo, hacia la mano que los tocaba.

El hombre apartó la mano de un tirón. No le hubieran hecho daño, pero él no lo sabía, y Akin no podía decírselo. Gabe no volvió a tocarlo.

Pilar y Mateo Leal se turnaron en la vigilancia de Akin. Eran los padres de Tino. Mateo había matado a gente por la que Akin había sentido mucho cariño. Por un tiempo, su presencia le hizo sentirse muy incómodo; luego, dado que no tenía elección, Akin se ajustó a ello.

A veces, también se sentaba junto a él Kolina Wilton, pero nunca le hablaba. Un día, para su sorpresa, Macy Wilton se sentó junto a ella. De modo que aquel hombre no siempre estaba tirado en la calle, borracho.

Macy regresó varias veces. Mientras velaba a Akin tallaba la madera, y los aromas de sus maderas eran un previo aviso de su llegada. Comenzó a hablarle a Akin: especulando acerca de lo que podía haberles pasado a Amma y Shkaht, especulando acerca de los niños de los que algún día sería padre, especulando sobre Marte.

Esto le dijo a Akin, por primera vez, que Tate y Gabe habían hecho correr la historia, la esperanza que él les había traído.

Marte.

—No todo el mundo quiere ir —le dijo Macy—. Y yo creo que están locos si se quedan aquí. Yo daría cualquier cosa para que el homo sapiens tenga una nueva posibilidad. Lina y yo iremos. ¡Y no te preocupes por esos otros!

De inmediato, Akin empezó a preocuparse. No había modo en que apresurar la metamorfosis. El iniciarla de un modo tan traumático casi lo había matado. Ahora, no podía hacer otra cosa más que esperar. Esperar y pensar que, cuando los humanos estaban en desacuerdo, a menudo se peleaban; y, cuando se peleaban, demasiado a menudo se mataban los unos a los otros.

5

La metamorfosis de Akin seguía y seguía. Estuvo en silencio e inmóvil durante meses, mientras su cuerpo se reestructuraba, por dentro y por fuera. Oyó, y automáticamente quedó en su memoria, discusión tras discusión sobre su misión, su derecho a estar en Fénix, el derecho de la Humanidad sobre la Tierra. No había una resolución; había maldiciones, gritos, amenazas, luchas, pero no una resolución. Luego, un día, el silencio terminó: hubo una incursión. Hubo disparos. Un hombre resultó muerto. Se llevaron a una mujer.

Akin escuchó el estrépito, pero no supo lo que estaba sucediendo. Pilar Leal estaba con él. Se quedó con él hasta que el tiroteo hubo terminado. Entonces, lo dejó por unos momentos para asegurarse de que su esposo estaba bien. Cuando regresó, él estaba tratando, desesperadamente, de hablar.

Pilar lanzó un breve chillido de susto, y él supo que debía de estar haciendo algo que ella podía ver. Él podía verla a ella, olería, pero, de algún modo, estaba como distanciado de sí mismo. No tenía una imagen propia, así que no estaba seguro de si estaba haciendo que alguna parte de su cuerpo se moviera. La reacción de Pilar le decía que así era.

Consiguió emitir un sonido, y saber que era él quien lo había emitido. No era más que un graznido ronco, pero lo había causado deliberadamente.

Pilar se acercó lentamente hacia él y lo miró.

—¿Estás despierto? —preguntó en español.

—Sí —dijo él, y jadeó y tosió. No tenía fuerzas: se podía oír a sí mismo, pero aún se sentía distanciado de su propio cuerpo. Trató de enderezarse y no pudo.

—¿Te duele? —preguntó ella.

—No. Débil. Débil.

—¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo traerte?

Durante varios segundos no pudo contestar.

—Tiros —dijo por fin—. ¿Por qué?

—Bandoleros. ¡Bastardos malnacidos! Se llevaron a Rudra. Mataron a su esposo. Nosotros matamos a dos de ellos.

Akin deseó hundirse de nuevo en el refugio de la inconsciencia. No se estaban matando los unos a los otros a causa de la decisión sobre Marte, pero seguían matándose los unos a los otros. Siempre parecía haber una razón para que los humanos se matasen los unos a los otros. El iba a darles un nuevo mundo…, un mundo duro que les exigiría cooperación e inteligencia. Si no tenían ambas cosas, era seguro que Marte los aniquilaría. ¿Sería bastante reto como para distraerlos el tiempo suficiente para que pudieran salir, no ellos pero sí las generaciones sucesivas, de su Contradicción?

Se notó más fuerte, y trató de hablarle otra vez a Pilar. Descubrió que se había ido. Ahora era Yori quien estaba con él; debía de haberse quedado dormido. Sí, tenía guardado un recuerdo de Yori entrando, de Pilar informándola de que había hablado y luego marchándose. De Yori hablándole, hasta que al fin se había dado cuenta de que estaba dormido.

—¿Yori?

Ella se sobresaltó, y él se dio cuenta de que también se había quedado dormida.

—Así que estás despierto —comentó.

El inspiró profundamente.

—Aún no se ha acabado. Todavía no puedo moverme mucho.

—¿Deberías intentarlo?

Él trató de sonreír.

—Lo estoy intentando. —Y, un momento más tarde—: ¿Lograron rescatar a Rudra?

No conocía a esa mujer, aunque recordaba haberla visto durante su estancia en Fénix: era pequeña y morena, con un liso cabello negro que le hubiese llegado hasta el suelo si no lo llevase recogido. Ella y su esposo eran asiáticos, procedentes de un lugar llamado Sudáfrica.

—Han ido algunos hombres tras ella. No creo que hayan regresado todavía.

—¿Hay muchas incursiones?

—Demasiadas. Cada vez más.

—¿Por qué?

—¿Por qué? Bueno, pues porque estamos tarados. Eso es lo que dijo tu gente.

Nunca antes la había escuchado hablar con tanta amargura.

—Antes no había tantos ataques de los merodeadores.

—Cuando tú eras niño la gente aún tenía esperanzas. Y nosotros éramos más poderosos. Además…, entonces nuestra gente no había empezado a hacer sus propias incursiones.

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