—Es posible, si puedes lograr un consenso. Pero, si logras un tal consenso, quizá descubras que has elegido un trabajo para toda tu vida.
—¿Acaso ese trabajo para mí no fue elegido, hace ya muchos años?
El Akjai dudó.
—Conozco eso. Los Akjai no tuvimos nada que ver en esa decisión de dejarte durante tanto tiempo entre los resistentes.
—No creía que hubieseis tenido nada que ver. Nunca me ha sido posible hablar de ello con nadie que yo crea que participó en la toma de esa decisión…, que escogió separarme de mi más cercana compañera de camada.
—Y, aun así, ¿harás el trabajo que fue elegido para ti?
—Lo haré. Pero lo haré por los humanos, y por la parte de humano que hay en mí. No por los oankali.
—Eka…
—¿Crees que debería mostrarte lo que yo puedo sentir, todo lo que puedo sentir con Tiikuchahk, mi más cercana compañera de camada? ¿Debería mostrarte todo lo que he tenido con ella? Todos los oankali, todos los construidos, tienen algo que, reunidos los oankali y los construidos, decidieron negarme a mí.
—Muéstramelo.
Akin se sobresaltó de nuevo. Pero, ¿por qué? ¿Qué oankali se negaría a recibir una nueva sensación? Recordó para el Akjai toda la chirriante, cortante disonancia de su relación con Tiikuchahk. Duplicó las sensaciones en el cuerpo del Akjai, junto con la revulsión que le hacían sentir, y la necesidad que tenía de evitar aquella persona a la que tan próximo debía haberse sentido.
—Pienso que Tiikuchahk casi desearía ser un macho para evitar tener cualquier sentimiento sexual —acabó.
—El manteneros separados fue un error —aceptó el Akjai—. Ahora puedo ver por qué se hizo, pero fue un error.
Con anterioridad, sólo la familia de Akin había dicho esto. Y lo habían dicho porque él era uno de ellos, y les dolía verle dolido. Les dolía ver a la familia desequilibrada por un par de compañeros de camada emparejados que no habían logrado emparejarse. La gente que nunca había tenido compañeros de camada cercanos o cuyos compañeros de camada próximos habían muerto no dañaban tanto el equilibrio como lo hacían compañeros de camada cercanos que no lograban conexionarse.
—Deberías regresar con tus parientes —le dijo el Akjai—. Hazles buscaros un joven ooloi para ti y para tu compañera de camada. No deberías de pasar por tu metamorfosis, con tanto dolor separándote de tu compañera de camada.
—Ti hablaba de hallar a un joven ooloi, antes de que la dejase para venir a estudiar contigo. No creo que pudiera soportar el compartir con ella un ooloi.
—Lo harás —le dijo el Akjai—. Es preciso. Vuelve ya, Eka. Puedo sentir lo que tú sientes, pero no importa. Algunas cosas duelen. Ahora regresa y reconcíliate con tu compañera de camada. Después vuelve a mí y te hallaré nuevos maestros…, gente que conozca los procesos de transformar un mundo frío, seco y sin vida en algo en lo que puedan sobrevivir los humanos.
El Akjai estiró su cuerpo y rompió el contacto con él. Cuando Akin se quedó quieto, mirándolo, no deseando abandonarlo, se dio la vuelta y fue él quien se marchó, abriendo el suelo bajo su cuerpo y hundiéndose en el agujero que había practicado. Akin dejó que el agujero se cerrase por sí mismo, sabiendo que, una vez estuviese sellado, no hallaría al Akjai hasta que él quisiese ser hallado.
El ooloi subadulto era un pariente de Taishokaht, y su nombre personal en este estadio de su vida era Jah-dehkiaht. Dehkiaht había estado viviendo con Tiikuchahk y la familia de Taishokaht, esperando a que él regresase de su estancia entre los Akjai.
El joven ooloi parecía asexuado, pero no olía a asexuado. No desarrollaría sus brazos sensoriales hasta su segunda metamorfosis. Esto hacía que su aroma aún resultase más asombroso y desconcertante.
Nunca antes se había sentido Akin excitado por el aroma de un ooloi. Le gustaban, pero únicamente se había sentido atraído sexualmente por las mujeres construidas o humanas. Y, de todos modos, ¿qué podía hacer por uno, sexualmente hablando, un ooloi inmaduro?
Akin dio un paso atrás en el momento en que captó el olor del ooloi. Miró a Tiikuchahk, que estaba con el ooloi y se lo había presentado, con clara ansiedad.
No había nadie más en la habitación. Akin y Dehkiaht se miraron el uno al otro.
—No eres lo que pensaba —susurró el ooloi—. Ti me lo dijo, me lo mostró…, y aun así no lo entendí.
—¿Qué es lo que no entendiste? —preguntó Akin, dando otro paso atrás. No quería sentirse tan atraído por alguien que, claramente, estaba ya tan bien relacionado con Tiikuchahk.
—Que tú mismo eres una especie de subadulto —le contestó Dehkiaht—. Tu estadio de crecimiento es más parecido al mío que al de Ti.
Aquello era algo que nunca antes le había dicho nadie. Casi le hizo olvidar el aroma del ooloi.
—Según dice Nikanj, aún no soy fértil.
—Tampoco lo soy yo. Pero en los ooloi esto es tan obvio, que nadie podría llamarse a engaño.
Para su propio asombro, Akin se echó a reír. Igual de repentinamente, se calmó.
—No sé cómo funciona esto —admitió.
Silencio.
—Nunca antes quise que funcionara. Ahora sí quiero. —No miró a Tiikuchahk. No podía evitar mirar al ooloi, aunque temía que pudiese descubrir que sus motivos para desear el éxito tenían poco que ver con él o con Tiikuchahk. Nunca se había sentido tan desnudo como ahora ante aquel ooloi inmaduro. No sabía qué hacer o decir.
Se le ocurrió que estaba actuando exactamente del mismo modo en que lo había hecho la primera vez que se había dado cuenta de que una mujer resistente estaba tratando de seducirlo.
Inspiró profundamente, sonrió y agitó la cabeza. Se sentó en una plataforma.
—Estoy reaccionando de un modo muy humano a una cosa muy inhumana —dijo—: A tu aroma. Si puedes hacer algo para suprimirlo, te agradecería que lo hicieses. Está confundiéndome de una jodida manera.
El ooloi alisó sus tentáculos corporales y se dobló sobre otra plataforma.
—No sabía que los construidos dijesen palabrotas.
—Uno habla como oyó mientras crecía. ¿Qué efecto te causa a ti este aroma, Ti?
—Me gusta —respondió Tiikuchahk—. Hace que no me importe el que estés en esta habitación.
Akin trató de considerar esto, sobreponiéndose al distrayente aroma.
—Sí, a mí también apenas me deja darme cuenta de que estás en la habitación.
—¿Lo ves?
—Pero…, esto…, si se puede evitar, yo no quiero sentirme así todo el tiempo.
—Tú eres el único de los de aquí que podría hacer algo al respecto —le dijo Dehkiaht.
Akin hubiera deseado estar de vuelta con su maestro Akjai, un ooloi adulto que jamás le había hecho sentirse así. Ningún ooloi adulto le había hecho sentirse así.
Dehkiaht le tocó.
No se había dado cuenta de que el ooloi se le hubiera acercado. Así que literalmente saltó. Se sintió más ansioso que nunca de tener una satisfacción que este ooloi no le podía dar. Sabiéndolo, la frustración casi le hizo apartar de un empujón a Dehkiaht; pero él era un ooloi: tenía aquel increíble aroma. No podía ni empujarlo ni golpearle. En lugar de ello hizo una finta, apartándose de él. Lo había tocado tan sólo con su mano, pero aun esto era demasiado. Así que llegó hasta una de las paredes externas de la habitación antes de poder detenerse. El ooloi, claramente sorprendido, se limitó a mirarle.
—No tienes ni idea de lo que estás haciendo, ¿verdad? —le preguntó Akin. Jadeaba un poco.
—Creo que no —admitió el ooloi—. Y todavía no puedo controlar mi aroma. Quizá no pueda ayudaros.
—¡No! —dijo muy alto Tiikuchahk—. Los adultos dijeron que nos podías ayudar…, y a mí me ayudas.
—Pero le he hecho daño a Akin. No sé cómo dejar de hacerle daño.
—Tócale. Compréndelo del modo que me has comprendido a mí. Entonces sabrás cómo.
La voz de Tiikuchahk impidió a Akin pedirle al ooloi que se marchase. Sonaba…, no sólo aterrada, sino también desesperada. Era su compañera de camada, tan atormentada por la situación como lo estaba él. Y era una niña. Mucho más infantil aún que él: más joven, y realmente eka.
—De acuerdo —dijo, infeliz—. Tócame, Dehkiaht. Me quedaré quieto.
Se mantuvo quieto, contemplándolo en silencio. Casi le había golpeado. De no haberse retirado con tanta rapidez, posiblemente le hubiera pegado, haciéndole daño, y entonces, muy probablemente, el ooloi le hubiera aguijoneado en un acto reflejo, causándole a su vez un gran dolor. Y, claro, ahora Dehkiaht necesitaba algo más que las palabras de Akin para estar seguro de que éste no volvería a hacer una cosa así.
Se obligó a caminar hacia Dehkiaht. Su aroma le hacía desear correr hacia él y abrazarlo. Su inmadurez y su relación con Tiikuchahk le hacían desear correr en la otra dirección, huyéndole. De algún modo, consiguió cruzar la habitación y llegar hasta él.
—Échate —le dijo el ooloi—. Te ayudaré a dormir. Cuando haya terminado, sabré si puedo ayudarte de algún otro modo.
Akin se recostó en la plataforma, ansioso por hallar el descanso en el sueño. Los ligeros toques de los tentáculos de la cabeza del ooloi eran un estímulo casi insoportable, y el sueño no le llegó tan rápidamente como debería. Al fin se dio cuenta de que su estado de excitación hacía que el sueño le resultase imposible.
El ooloi pareció entender esto al mismo tiempo. Hizo algo que Akin no fue lo bastante rápido como para ver lo que era, y de repente ya no estuvo excitado. Y luego ya no estuvo despierto.
Akin se despertó solo.
Se alzó, sintiéndose ligeramente adormilado pero sin cambio alguno, y vagó por la vivienda de Lo Toath, buscando a Tiikuchahk, a Dehkiaht, a cualquiera. No encontró a nadie hasta que salió fuera. Allí, la gente se ocupaba de sus asuntos, como habitualmente, en medio de un paisaje que parecía un tranquilo e increíblemente cuidado bosque. Los verdaderos árboles no crecían tan altos como estas proyecciones, con aspecto de árbol, de la nave; pero la ilusión de estar en un terreno ondulado y boscoso era inescapable. Aquello era, pensó Akin, demasiado civilizado, demasiado planificado. Aquí no había posibilidad de escapadas, en busca de nuevos alimentos, para los niños con ansias de explorar: la nave les daba comida cuando se la pedían y, una vez se la enseñaba a sintetizar un alimento, jamás lo olvidaba. No había plátanos, o papayas, o piñas que cortar, ni mandioca que arrancar, ni boniatos que excavar; no había aquí ninguna cosa viviente que creciese, como no fueran los apéndices de la nave. Claro que, por ejemplo, se podían hacer crecer perfectos «boniatos» en los pseudoárboles, si un adulto oankali o construido se lo pedía a Chkahichdahk.
Alzó la vista hacia las ramas que se extendían sobre su cabeza, y no vio colgar de los pseudoárboles otra cosa que los habituales tentáculos verdes, finos como cabellos, productores de oxígeno.
¿Por qué estaba pensando en tales cosas? ¿Sería nostalgia del hogar? ¿Dónde estaban Dehkiaht y Tiikuchahk? ¿Por qué lo habían dejado solo?
Acercó la cara al pseudoárbol del que había emergido y lo probó con su lengua, permitiendo que la nave lo identificase y así le diese cualquier mensaje que hubieran dejado para él.
La nave lo hizo: «Espera», decía el mensaje. Nada más. Entonces, no lo habían abandonado. Lo más probable era que Dehkiaht hubiera llevado lo que había aprendido de Akin a algún ooloi adulto, para que se lo interpretase. Probablemente, cuando regresase, su aroma sería aún todo un tormento. Tendría que cambiárselo un adulto…, o tendrían que cambiarlo a él. Hubiera sido más fácil que los adultos hubiesen hallado, directamente, una solución para Tiikuchahk y para él.
Entró de nuevo, para esperar, y de inmediato supo que Dehkiaht, al menos, había regresado.
Lo podría haber hallado sin usar la vista. De hecho, su aroma lo dominaba de tal modo que apenas si podía ver, oír o sentir nada. Era aún peor que antes.
Descubrió que sus manos estaban sobre el ooloi, aferrándolo como si esperase que fueran a arrebatárselo, como si fuera de su absoluta propiedad.
Luego, de un modo gradual, fue capaz de irlo dejando ir, capaz ya de pensar y enfocarse en otra cosa que no fuera su anonadante aroma. Se dio cuenta de que volvía a estar tendido. Tendido al costado de Dehkiaht, apretado contra él, y muy cómodo.
Contento.
El aroma de Dehkiaht seguía siendo interesante, aún le resultaba excitante, pero ya no era dominante. Deseaba permanecer junto al ooloi, se notaba posesivo sobre su persona, pero ya no estaba tan totalmente enfocado en él. Le gustaba. Había sentido lo mismo por las mujeres resistentes, que le habían dejado hacer el amor con ellas, y que lo veían como algo más que un contenedor de esperma, que esperaban que fuese fértil.
Inspiró profundamente y disfrutó con los muchos y suaves contactos de los tentáculos de la cabeza y el cuerpo de Dehkiaht.
—Mejor —suspiró—. ¿Seguiré así, o tendrás que irme reajustando?
—Si te quedases así, nunca harás trabajo alguno —le dijo el ooloi, aplastando, divertido, sus tentáculos libres contra la piel—. No obstante, esto es bueno…, especialmente después de lo otro. Tiikuchahk está aquí.
—¿Ti? —Akin alzó la cabeza sobre el cuerpo del ooloi—. No había…, no te noto.
Ella le dedicó una sonrisa humana.
—Yo sí te noto, pero no más que a cualquier otra persona de la que esté cerca.
Sintiéndose extrañamente despojado, Akin tendió la mano por encima de Dehkiaht para tocarla.
El ooloi le tomó la mano y se la volvió a colocar al costado.
Sorprendido, Akin enfocó todos sus sentidos en él.
—¿Por qué te preocupa si toco a Ti o no? No eres maduro y no nos hemos atriado.
—Sí, no formamos un trío, pero sin embargo me preocupa. Sería mejor si, durante un tiempo, no os tocaseis el uno al otro.
—No…, no quiero estar ligado a ti.
—No podría ligarte. Esto es lo que me confundió tanto. Volví con mis padres, para mostrarles lo que había aprendido acerca de ti, y pedirles su consejo. Ellos dicen que no se te puede ligar. No has sido construido para ser ligado.
Akin se apretujó contra Dehkiaht, queriendo estar más cerca de él, aceptando con satisfacción el inadecuado brazo de fuerza con que el ooloi le rodeó. No era propio de los oankali el colocar brazos de fuerza alrededor de la gente, o el acariciar con manos de fuerza. Alguien debía de haberle dicho a Dehkiaht que, tanto humanos como construidos, hallaban reconfortantes tales gestos.