—Viene alguien —susurró Gabe.
—Gilbert Senn —le dijo Akin al oído—. Lleva buscando desde hace algún tiempo. Si nos quedamos quietos, quizá no nos encuentre.
—Pero, ¿cómo sabes que es…?
—Sus pisadas. Siguen sonando igual que cuando yo estaba aquí. Está solo.
En silencio, Akin terminó su trabajo y retiró de Gabe los filamentos de sus tentáculos sensoriales.
—Ya puedes moverte —dijo—, pero no lo hagas.
Akin también podía moverse un poquito más, aunque dudaba que pudiera caminar.
Al pronto, Gilbert Senn los halló…, prácticamente tropezó con ellos, y los vio a la luz del incendio y de la luna. Dio un salto hacia atrás, apuntándoles con el rifle.
Gabe se sentó. Akin se agarró a Gabe para incorporarse y logró no caerse cuando lo soltó. Podía apresurar los procesos corporales de todo el mundo, excepto los suyos propios. Gilbert Senn lo miró, y luego evitó cuidadosamente el volver a mirarle. Bajó el rifle.
—¿Estás bien, Gabe? —preguntó.
—Muy bien.
—Estás quemado.
—Lo estaba. —Gabe lanzó una mirada a Akin.
Gilbert Senn siguió teniendo buen cuidado de no mirar a Akin.
—Ya veo. —Se volvió hacia el fuego—. Desearía que eso nunca hubiera pasado; nunca hubiésemos querido quemar tu casa.
—¿Y quién me dice que no le has pegado fuego tú? —murmuró Gabe.
—Ha sido Neci —dijo rápidamente Akin—. Ella y el hombre que quería entrar en casa para verme. Los oí.
El rifle se alzó de nuevo, esta vez apuntando únicamente a Akin.
—Tú estáte callado —ordenó.
—Si él muere, moriremos todos —comentó suavemente Gabe.
—De cualquier modo, todos moriremos. ¡Pero algunos de nosotros hemos elegido morir libres!
—Habrá libertad en Marte, Gil.
Las comisuras de la boca de Gilbert Senn apuntaron hacia el suelo. Gabe agitó la cabeza y le dijo a Akin:
—Cree que tu idea de Marte es una trampa. Un modo fácil de reunir a los resistentes, para usarlos en la nave o en los poblados oankali de la Tierra. Mucha gente cree eso.
—Éste es mi mundo —dijo Gilbert Senn—. Nací aquí, y moriré aquí. Y, si no puedo tener hijos humanos…, totalmente humanos, prefiero no tenerlos.
Aquél era un hombre que habría ayudado a cortar los tentáculos sensores de Amma y Shkaht. No le gustaría tener que hacer aquello a unas hembras, a unas niñas, pero creería honestamente que era lo que debía hacerse.
—Marte no es para ti —le dijo Akin.
El rifle tembló.
—¿Cómo?
—Marte no es para nadie que no lo quiera. Representará trabajo duro, riesgo y reto. Algún día será un mundo humano, pero nunca será la Tierra. Y tú necesitas la Tierra.
—¿Crees que me vas a influenciar con tu psicología infantil?
—No —contestó Akin.
—No quiero volver a oíros hablar de eso ni a ti ni a Yori.
—Si me matas ahora, ningún humano irá a Marte.
—De todos modos, no irá ninguno.
—La Humanidad vivirá o morirá, según lo que hagas tú ahora.
—¡No!
El hombre deseaba disparar contra Akin. Quizá jamás hubiese deseado algo con más fuerza. Era posible que incluso hubiera salido al campo en la esperanza de hallarlo y así poder pegarle un tiro. Ahora no podía hacerlo, porque quizá le estuviese diciendo la verdad.
Tras un largo rato, Gilbert Senn se dio la vuelta y se dirigió hacia el incendio.
Al poco rato, Gabe se alzó y se sacudió.
—Si eso fue psicología, fue jodidamente buena —dijo.
—Fue literalmente la verdad.
—Temía que fuera eso. Gil casi te dispara.
—Pensé que quizá lo hiciera.
—¿Podría haberte matado?
—Sí, con la bastante munición y la suficiente persistencia. O quizá me hubiera obligado a matarlo yo a él.
Gabe se inclinó para recogerle.
—Te has convertido en demasiado valioso como para que corras riesgos como éste. Conozco a tipos que no hubieran dudado en volarte la cabeza. —Se sacudió de nuevo, sacudiendo también a Akin—. ¡Dios! ¿Qué es esta porquería con la que me has untado? ¡Parece jodida mierda!
Akin no contestó.
—¿Qué es? —insistió Gabe—. Hiede.
—Carne chamuscada.
Gabe se estremeció y no dijo nada.
Tate aguardaba al borde del bosque, en medio de un grupito de gente. Mateo y Pilar Leal estaban allí…, ¿cómo se tomaría Tino el verlos de nuevo? ¿Cómo se tomarían ellos el verle con Nikanj? ¿Se quedaría él con sus cónyuges y sus hijos, o se marcharía con la gente que estaba con sus padres? No era muy probable que Nikanj lo dejase ir, o que él pudiera sobrevivir mucho sin Nikanj. Incluso era probable que Marte hiciera para Tino más aceptable la elección que había hecho de vivir con los oankali, pues ya no estaría colaborando a que la Humanidad creciera y se desarrollase para borrarse de nuevo de la existencia…, aunque tampoco estaría ayudando a darle forma a su nuevo mundo.
Yori estaba allí, en compañía de Kolina Wilton y Stancio Roybal. Ya sobrio, Stancio parecía cansado y enfermo. Y había gente a la que Akin no reconocía…, gente nueva. También estaba Abira, a quien recordaba como una mano bajando desde una hamaca y alzándolo.
—¿Dónde está Macy? —preguntó Gabe cuando dejó en tierra a Akin.
—No ha venido —contestó Kolina—. Confiábamos que estuviera contigo, ayudándote a traer a Akin.
—Salió cuando oyó a Neci y a su amigo prender el fuego —dijo Akin—. Después de eso, le perdí la pista.
—¿Estaba herido? —quiso saber Kolina.
—No lo sé. Lo siento.
Ella pensó por un momento:
—¡Tenemos que esperarle!
—Le esperaremos —afirmó Tate—. Él sabe dónde encontrarse con nosotros.
Se metieron más adentro en la selva, a medida que la luz del incendio se hacía más intensa.
—Mi casa está ardiendo —dijo Abira mientras los demás miraban—. No pensé que fuera a tener que volver a ver arder una casa mía.
—¡Alégrate de no estar dentro de ella! —dijo uno de los desconocidos. Akin supo de inmediato que al hombre le caía mal Abira. Los humanos se llevarían con ellos sus amistades y enemistades, y quedarían encerrados con unas y otras en Marte.
El incendio ardió durante toda la noche, pero Macy no llegó. Sí lo hizo alguna otra poca gente. Yori les había pedido a la mayoría que viniesen. Era ella la que impedía que los otros les disparasen en cuanto los divisaban. Si disparaban contra alguien, tendrían que irse de inmediato, antes de que el disparo atrajese enemigos.
—Tengo que volver —dijo por fin Kolina.
Nadie dijo nada: quizás estaban aguardando a que ella hablase.
—Podrían estar reteniéndolo —dijo al fin Tate—. Y podrían estar esperándote.
—No, no con ese fuego…, no pueden estar pensando en mí.
—Hay algunos que sí. Ésos que se apoderarían de ti y te venderían si creyesen que iban a poder salirse con la suya.
—Iré yo —dijo Stancio—. Probablemente nadie se haya ni dado cuenta de que me he ido de la ciudad. Lo encontraré.
—Yo no puedo irme sin él —afirmó ella.
—Pues tenemos que irnos pronto —le informó Gabe—. Gil Senn casi mata a Akin allá en el maizal. Si tiene otra oportunidad, quizás apriete el gatillo. Y sé que hay otros que no dudarán, y que se pondrán a buscarnos en cuanto haya luz.
—Que alguien me dé un arma —dijo Stancio.
Uno de los desconocidos se la dio.
—También yo quiero una —dijo Kolina. Estaba mirando al fuego y, cuando Yori le alargó un rifle, lo tomó sin girar la cabeza, pero dijo—: ¡Mantened sano y salvo a Akin!
Yori la abrazó.
—Mantente sana y salva. Y tráenos a Macy; puedes hallar el camino.
—Al norte hasta el gran río, luego al este a lo largo de la orilla. Lo sé.
Nadie le dijo nada a Stancio, así que Akin le hizo acercarse a él. Gabe lo había dejado sentado, apoyado contra un árbol, y ahora Stancio se puso en cuclillas ante él, sin que claramente le importara su apariencia.
—¿Me dejas que te haga un rastreo? —le pidió Akin—. No tienes buen aspecto, y para lo que vas a hacer quizá necesites estar… muy en forma.
Stancio se encogió de hombros.
—No tengo nada que puedas curar.
—Déjame echarte una mirada. No te hará ningún daño.
Stancio se irguió.
—Eso de Marte, ¿va de veras?
—Va de veras. Es otra oportunidad para la Humanidad.
—Entonces, tú ocúpate de eso…, y no te preocupes por mí.
Se echó el rifle al hombro y caminó hacia el fuego, con Kolina.
Akin los miró hasta que hubieron desaparecido al otro lado del borde del maizal. Nunca más volvió a ver a ninguno de los dos.
Al cabo de un tiempo, Gabe lo alzó, se lo colgó sobre un hombro y comenzó a caminar. Mañana o pasado, Akin ya sería capaz de andar. Por el momento, se limitó a mirar, por sobre la espalda de Gabe, cómo los otros empezaban a seguirle, en fila india. Se dirigieron hacia el norte, en dirección al río. Allí, girarían hacia el este, camino de Lo. En menos tiempo de lo que probablemente pensaban, algunos de ellos estarían a bordo de transbordadores con destino a Marte, para contemplar cómo se iniciaban allí los cambios y ser testigos del nacimiento del nuevo mundo para su pueblo.
Quizá fue el último en ver la nube de humo tras ellos, y a Fénix aún ardiendo.
Octavia Estelle Butler (22 de junio de 1947 – 24 de febrero de 2006) fue una escritora estadounidense de ciencia ficción. Ganó los premios Hugo y Nébula. En 1995 se convirtió en la primera escritora de ciencia ficción en recibir el título "Genius" de la Fundación MacArthur.
En español se ha publicado su relato Bloodchild ("Hijo de la sangre"), así como la trilogía de Xenogénesis: Amanecer, Ritos de madurez e Imago y sus Libros de las Parábolas: La Parábola del Sembrador y La Parábola de los Talentos.