—Me ha sido dicho que vagaré —explicó—. Ya ahora, cuando estoy en la Tierra, ando errante; aunque siempre acabo por volver al hogar. Temo que, cuando sea adulto, no tendré un hogar.
—Lo será tu hogar —le dijo Tiikuchahk.
—No del modo en que lo será para ti. —Casi seguro de que se convertiría en una hembra y entraría a formar parte de una familia similar a la que le había criado a él. O se juntaría con un macho construido, como él, o con sus hermanos nacidos de oankali. Incluso entonces, tendría un ooloi y niños con los que vivir. Pero, ¿con quién viviría él? La casa de sus padres seguiría siendo el único verdadero hogar que hubiese conocido.
—Cuando seas adulto —le dijo Dehkiaht—, tú mismo conocerás lo que puedes hacer. Y sabrás lo que deseas hacer. Te parecerá bueno.
—¿Y cómo sabes tú eso? —inquirió, amargamente, Akin.
—No tienes taras. Incluso antes de ir a consultar con mis padres me di cuenta de que hay una totalidad en ti…, una fuerte totalidad. No sé si serás lo que tus padres querían que fueses, pero, sea lo que sea en lo que te conviertas, estarás completo. Tendrás dentro de ti todo lo que necesites para autocontentarte. Sólo tendrás que hacer aquello que te parezca lo correcto.
—¿Abandonar a mis compañeros e hijos?
—Sólo si eso es lo que te parece correcto.
—Algunos machos humanos lo hacen. Sin embargo, a mí no me parece correcto.
—Haz lo que te parezca correcto. Ya desde ahora.
—Te diré lo que, a mí, me parece correcto. Ambos deberíais de saberlo. Es lo que a mí me ha parecido correcto, ya desde pequeño. Y seguirá siendo lo correcto, sin importar cuál resulte ser mi situación conyugal.
—¿Y por qué deberíamos saberlo?
No era ésta la pregunta que Akin se esperaba. Se quedó quieto, pensativo, en silencio. Desde luego, ¿por qué?
—Si me sueltas, ¿volveré a perder el control?
—No.
—Entonces suéltame. Para ver si aún sigo queriendo contároslo.
Dehkiaht le soltó, y él se sentó, mirándolos a ambos. Tiikuchahk, al lado del ooloi, tenía el aspecto de estar justamente en el sitio que debía. Y a Dehkiaht se le veía…, se le veía como alguien que, también a él, le resultaba aterradoramente necesario. Mirándolo, le volvieron a entrar ganas de acostarse con él. Se imaginó regresando a la Tierra sin él, dejándoselo a otra pareja, para que se atriase con él. Si así era, ellos madurarían y seguirían con él, y el aroma de sus cuerpos animaría al cuerpo del ooloi a madurar rápidamente. Y, cuando hubiese madurado, serían una familia. Una familia Toath, si se quedaban a bordo de la nave.
Y él mezclaría niños construidos para esa otra gente.
Akin se bajó de la plataforma cama y se sentó al borde de la misma. Allá le resultaba más fácil pensar. Antes de hoy jamás había tenido aquellas apetencias sexuales por un ooloi…, ni había tenido idea de cómo podían afectarle esas ansias. El ooloi decía que no podían ligarle a él. Aparentemente, los adultos deseaban estar atados a un ooloi…, para ser unidos y entretejidos en una familia. Akin estaba confuso respecto a lo que él deseaba, pero sí sabía que no deseaba que Dehkiaht fuera estimulado a madurar por otra gente. Lo quería en la Tierra con él. Y, no obstante, no quería estar ligado a él. ¿Cuánto de lo que sentía era simplemente químico…, resultado del provocativo aroma del ooloi y de su habilidad para hacerle sentirse bien a su cuerpo?
—Los humanos son más libres para decidir lo que desean —dijo en voz baja.
—Sólo creen serlo —le replicó Dehkiaht.
Sí. Lilith no era libre. Una repentina libertad la hubiera aterrorizado, aunque a veces pareciera desearla. A veces, tensaba al máximo los nexos de unión con la familia. Vagaba. Aún lo hacía, pero siempre volvía a su hogar. Por su parte, Tino probablemente se mataría si lo liberasen. Pero, ¿y qué pasaba con los resistentes? Se hacían cosas terribles los unos a los otros porque no podían tener hijos. Pero, antes de la guerra…, durante la guerra, se habían hecho cosas terribles los unos a los otros, a pesar de que sí podían tener hijos. La Contradicción Humana los tenía aferrados: la inteligencia al servicio de un comportamiento jerárquico. No eran libres. Y todo lo que podía hacer por ellos, si es que podía hacer algo por ellos, era dejarles seguir esclavizados según sus propias costumbres. Quizá la próxima vez su inteligencia estuviera equilibrada con su comportamiento jerárquico, y no se destruyesen a sí mismos.
—¿Vendrás a la Tierra con nosotros? —le preguntó a Dehkiaht.
—No —contestó éste, con voz queda.
Akin se alzó y le miró. Ni él ni Tiikuchahk se habían movido.
—¿No?
—No puedes pedírmelo en nombre de Tiikuchahk. Y Tiikuchahk no sabe aún si será macho o hembra. Así que no puede pedirlo por sí misma.
—No te he pedido que me prometieses atriarte con nosotros, cuando todos seamos adultos. Te he pedido que vengas a la Tierra. Quédate con nosotros por ahora. Luego, cuando sea adulto, espero tener un trabajo que te interesará.
—¿Qué trabajo?
—El dar vida a un mundo muerto, y luego entregar ese mundo a los resistentes.
—¿A los resistentes? Pero…
—Quiero convertirlos en los Akjai humanos.
—No sobrevivirán.
—Quizá no.
—No hay un quizá: no sobrevivirán a su Contradicción.
—Entonces, que sean ellos los que fracasen. Al menos, démosles la libertad de fallar.
Silencio.
—Dejadme enseñároslos…, no sólo sus interesantes cuerpos y el modo en que existen aquí y en los poblados comerciales de la Tierra. Dejadme mostrároslos tal como son cuando no hay oankali alrededor.
—¿Por qué?
—Porque, al menos, deberíais conocerlos antes de que les neguéis el seguro que los oankali siempre exigen para sí mismos. —Subió a la plataforma y miró de cerca a Tiikuchahk, y le preguntó—: ¿Quieres participar?
—Si —contestó solemnemente el ooloi—. Esta será la primera vez, desde que nací, en que soy capaz de tomar de ti impresiones sin que algo vaya mal.
Akin se echó junto al ooloi. Se acercó a él, con su boca contra la piel de su cuello, con sus muchos tentáculos corporales y craneales ligados a él y a Tiikuchahk. Luego, cuidadosamente, al estilo de un narrador de cuentos, les dio la experiencia de su secuestro, cautividad y conversión. Todo lo que él había sentido se lo hizo sentir a ellos. E hizo algo que no había sabido que pudiese hacer: los avasalló de tal modo que durante un tiempo él mismo fue, a la vez, cautivo y convertido. Les hizo a ellos lo que el abandono de los oankali le había hecho a él en su niñez: hizo que el ooloi entendiese, a un absoluto nivel personal, lo que él había sufrido y aquello en lo que había acabado por creer. Y, hasta que hubo terminado, ni Dehkiaht ni Tiikuchahk pudieron escapar.
Pero, cuando hubo terminado, cuando los soltó, ambos lo dejaron solo. No le dijeron nada: simplemente, se levantaron y se marcharon.
El Akjai habló con los demás en pro de Akin. Éste ni se había imaginado que su maestro fuera a hacer esto: un ooloi Akjai diciéndoles a los otros oankali que debía de haber un Akjai de los humanos. Habló a través de la nave, e hizo que Chkahichdahk mandase una señal a los poblados comerciales de la Tierra. Pidió un consenso, y luego les mostró a los oankali y construidos de Chkahichdahk lo que Akin les había mostrado a Dehkiaht y Tiikuchahk.
Tan pronto como terminó la experiencia, la gente empezó a objetar a causa de la intensidad de la misma, protestando por haber sido avasallados de tal manera, negándose a aceptar la idea de que esto pudiera haber sido la experiencia de un niño tan pequeño.
Nadie comentó la idea de un Akjai de los humanos. Por algún tiempo, ni siquiera la mencionó nadie…
Akin percibió lo que pudo a través del Akjai, echándose atrás cuando la transmisión era demasiado rápida o demasiado intensa. Cuando se echaba atrás, le parecía como si subiese hasta la superficie del agua a por aire. Se halló jadeando, casi exhausto en cada ocasión. Pero cada vez volvía, necesitando sentir lo que sentía el Akjai, necesitando seguir las respuestas de los demás. Era raro para los niños el tomar parte en un consenso por más de unos pocos segundos. Ningún niño, a no ser que estuviera muy implicado en el tema, desearía tomar parte durante más tiempo.
Akin podía notar cómo la gente evitaba el tema del Akjai de los humanos. No comprendía sus reacciones a ello: un apartarse, un ponerse al margen, una negativa, una revulsión. Esto le confundía, y trató de comunicar su confusión al ooloi Akjai.
Éste, al principio, pareció no darse cuenta de su interrogatorio sin palabras. Estaba absolutamente ocupado en la transmisión con los otros. Pero, repentinamente aunque con suavidad, aferró a Akin de modo que éste no pudiera cortar el contacto. Y transmitió su asombro, dejando saber a la gente que estaban experimentando las emociones de un niño construido…, un niño demasiado humano como para poder comprender de un modo natural sus reacciones. Un niño demasiado oankali y demasiado próximo a ser adulto como para que pudieran permitirse desdeñarlo.
Temieron por él, temieron que su búsqueda de un consenso fuera demasiado para un niño. El Akjai les dejó ver que estaba protegiéndolo, pero que sus sentimientos debían ser tenidos en cuenta. Y luego enfocó en los adultos construidos que había a bordo de la nave. Les señaló que los nacidos de humana que había entre ellos habían tenido que aprender que la comprensión de la vida de los oankali era una cosa inexpresable en sí misma. Algo que estaba por encima de todo comercio. La vida podía ser cambiada, cambiada de un modo radical; pero no destruida. La especie humana podía cesar de existir de un modo independiente, fundiéndose con la oankali. Akin, les dijo, aún estaba aprendiendo esto.
Alguien le interrumpió: ¿Podía dárseles a los humanos sus vidas independientes y permitírseles cabalgar a lomos de su Contradicción hacia sus muertes? Darles de nuevo su existencia independiente, su fertilidad, su propio territorio, era ayudarles a criar una nueva población, sólo para que se destruyese por segunda vez.
Muchas respuestas se unieron a través de la nave en una sola:
—Les hemos dado lo que podemos de las cosas que ellos valoran: les hemos proporcionado una larga vida, les hemos liberado de la enfermedad, les hemos dejado que vivan como quieran. No podemos ayudarles a crear más vida, sólo para acabar destruyéndola.
—Entonces, dejadnos hacerlo a mí y a los que elijan trabajar conmigo —les dijo Akin a través del Akjai—. Dadnos las herramientas que necesitamos, y dejadnos darles a los humanos las cosas que necesitan. Tendrán un nuevo mundo para colonizar…, un mundo difícil, que seguirá siéndolo aún después de que nosotros se lo hayamos preparado. Quizá, para cuando hayan aprendido las habilidades necesarias y hayan crecido demográficamente hasta ser los bastantes como para colonizarlo, pese menos en ellos la Contradicción. Puede que esta vez su inteligencia les detenga antes de destruirse a sí mismos.
No hubo nada. Un equivalente neurosensorial al silencio. Una negativa.
Llegó hasta ellos una vez más, a través del Akjai, luchando contra la repentina exhaución. Sólo lo mantenían consciente los esfuerzos del Akjai.
—Mirad a los nacidos de humana que hay entre vosotros —les dijo—. Si vuestra carne sabe que habéis hecho todo lo que podéis por la Humanidad, su carne debe de saber que los humanos resistentes deben sobrevivir como una especie separada, autosuficiente. ¡Su carne debe saber que la Humanidad tiene que vivir!
Se detuvo. Habría seguido, pero era el momento justo para detenerse. Si no había dicho lo bastante, si no les había mostrado lo bastante, si no había supuesto correctamente acerca de los nacidos de humana, había fracasado. Debería intentarlo de nuevo cuando fuese un adulto, o tendría que hallar gente que le ayudase a pesar de la opinión de la mayoría. Esto sería difícil, quizá imposible; pero debía de ser intentado.
Mientras se daba cuenta de que iba a ser desconectado, escudado por el Akjai, notó confusión entre el pueblo. Confusión y disensión.
—Duerme —le aconsejó el ooloi—. Eres demasiado joven para esto. Ahora argumentaré yo por ti.
—¿Por qué? —preguntó. Casi estaba ya dormido, pero la pregunta era como una picazón en su cerebro—. ¿Por qué te preocupas tú tanto, cuando ni siquiera mi grupo allegado lo hace?
—Porque tienes razón —le contestó el Akjai—. Pequeño construido, a toda la gente que sabe lo que es acabar debería permitírsele continuar, si es que puede continuar. Duerme.
El Akjai enroscó parte de su cuerpo a su alrededor, de modo que quedó tendido sobre una amplia curva de carne viva. Durmió.
Tiikuchahk y Dehkiaht estaban con él cuando despertó. También el Akjai estaba allí, pero se dio cuenta de que no había estado con él durante todo el tiempo. Tenía recuerdos del ooloi marchándose y regresando con Tiikuchahk y Dehkiaht. Mientras Akin contemplaba su entorno, vio al Akjai atraer a Dehkiaht en un alarmante abrazo, alzando por los aires al niño ooloi y agarrándolo con una docena de miembros.
—Querían aprender cosas el uno del otro —le explicó Tiikuchahk. Éstas eran las primeras palabras que le dirigía desde que les había forzado a experimentar sus recuerdos.
Se sentó y enfocó en ella, interrogativamente.
—No deberías haber sido capaz de agarrarnos y retenernos de aquel modo —le dijo—. Dehkiaht y sus padres dicen que ningún niño debería poder hacer eso.
—No sabía que pudiera hacerlo.
—Los padres de Dehkiaht dicen que es una habilidad propia de los maestros: es el modo en que, a veces, los adultos enseñan a los ooloi subadultos cuando éstos tienen que aprender algo para lo que realmente no están preparados. Nunca habían oído que lo pudiese hacer un macho subadulto.
—Pero Dehkiaht dice que eso es lo que soy.
—Sí, es lo que eres. Supongo que a las mujeres construidas nacidas de humana también se les podría llamar subadultas. Pero en eso tuyo eres el primero…, una vez más.
—Lamento que no te gustase lo que hice. Trataré de no volverlo a hacer.
—No lo vuelvas a hacer; al menos a mí. El Akjai dice que lo aprendiste aquí.
—Así debe de haber sido…, y sin que yo me enterase. —Hizo una pausa, contemplando a Tiikuchahk. Estaba sentada junto a él y, aparentemente, se encontraba cómoda—. ¿Todo está bien entre nosotros?
—Eso parece.
—¿Me ayudarás?
—No lo sé. —Enfocó intensamente en él—. Aún no sé lo que soy. Ni siquiera sé lo que quiero ser.