—Estaba pensando acerca de cómo ha crecido Margit, y en el hecho de que Ti y tú os marchéis…, pero tenéis que iros. —Cogió su mano y la retuvo—. También debéis conocer la parte oankali que hay en vosotros. Pero casi no puedo soportar la idea de perderme lo que puede que sea el último año de tu niñez.
—Yo esperaba poder llegar a más resistentes —dijo él.
Ella no le contestó. No hablaba con él de sus viajes en busca de los resistentes. A veces le advertía que fuese prudente, y contestaba a sus preguntas, si él se las hacía. Akin podía ver que ella estaba preocupada por esos viajes. Pero no hablaba de ello…, como tampoco lo hacía él. En una ocasión, cuando ella había salido del poblado para una de sus excursiones a solas, él la había seguido. Cuando finalmente la había alcanzado, la había hallado sentada en un tronco caído, esperándole. Viajaron juntos durante varios días, y ella le había contado su historia… el porqué su nombre se había convertido en una palabrota entre los resistentes angloparlantes, y cómo la culpaban de lo que los oankali les habían hecho, porque ella era la persona que los oankali habían elegido como instrumento a través del cual trabajar: había tenido que despertar a grupos de humanos de la animación suspendida, y debido ayudarles a comprender la nueva situación. Sólo ella sabía hablar el oankali entonces. Sólo ella podía abrir y cerrar las paredes y usar su fuerza, multiplicada por los oankali, para protegerse y proteger a los demás. Esto era suficiente para convertirla en una colaboracionista, una traidora, en las mentes de su propia gente. Había sido una cosa fácil y sin problemas el echarle todas las culpas a ella, le explicó. Los oankali eran poderosos y peligrosos, pero ella no.
Ahora se enfrentó a él:
—No tenías modo en que llegar a todos los resistentes —le dijo—. Si quieres ayudarlos, ya tienes toda la información acerca de ellos que necesitas. Ahora, lo que te falta es saber más sobre los oankali. ¿No lo ves?
Él asintió lentamente con la cabeza, con la piel picándole allí en donde tenía zonas sensibles, pero no tentáculos que anudar y expresar así la tensión que sentía.
—Si hay algo que tú puedas hacer, ahora es el momento de averiguar qué es y cómo hacerlo. Aprende todo lo que puedas.
—Lo haré. —Comparó la larga y morena mano de ella con la suya propia, y se preguntó cómo podían haber tan pocas diferencias visibles. Quizás el primer signo de su metamorfosis fuera el crecimiento de nuevos dedos, o el que los antiguos perdiesen sus planas uñas humanas—. Realmente, no había pensado que el viaje pudiera serme útil.
—¡Conviértelo en útil!
—Sí. —Dudó—. ¿Realmente crees que podré ayudarles?
—¿Lo crees tú?
—Tengo algunas ideas.
—Guárdatelas. Has hecho bien en mantenerlas en silencio hasta el momento.
Fue bueno oírla confirmar lo que él había creído.
—¿Vendrás conmigo hasta la nave?
—Naturalmente.
—Vamos ahora.
Ella contempló la fiesta, el pueblo. La gente se había arracimado alrededor de la cabaña de invitados, donde alguien estaba contando una historia, y otro grupo había tomado flautas, tambores, guitarras y una pequeña arpa. Pronto, su música haría meterse al narrador de historias y su público dentro de una de las casas o, lo que era más probable, haría que todos se pusieran a cantar y bailar.
A los oankali no les gustaba la música. Comenzaron a resguardarse en las casas…, para preservar su oído, decían. A la mayoría de los construidos les gustaba la música tanto como a los humanos. Varios machos nacidos de oankali se habían convertido en músicos errantes, que eran más que bienvenidos en cualquier poblado comercial.
—No estoy de humor para cantar, bailar o escuchar historias —dijo Akin—. Camina conmigo. Esta noche dormiré en la nave, ya me he despedido de quien tenía que hacerlo.
Ella se alzó, dominándolo con la estatura de su gran cuerpo de un modo que a él le hacía sentirse extrañamente seguro. Nadie les habló ni se unió a ellos cuando salieron del poblado.
Chkahichdahk. Dichaan subió a la nave con Akin y Tiikuchahk. Naturalmente, habría bastado con que hubiese mandado el transbordador de vuelta a casa. Éste había comido hasta quedar ahíto y, además, le habían presentado a varias personas que recientemente habían llegado a su estado adulto. Estaba contento y no necesitaba que lo guiasen en el camino de vuelta, pero, de todos modos, Dichaan fue con ellos. Esto alegró a Akin: necesitaba a su progenitor del mismo sexo más de lo que hubiera deseado admitir.
También Tiikuchahk parecía necesitar a Dichaan. Se quedó cerca de él, a la suave luz del transbordador. Éste les había preparado, dentro de sí, una desnuda esfera gris, dejándoles que ellos decidiesen si deseaban levantar plataformas o mamparas. El aire se mantendría fresco, pues el transbordador les suministraría, eficientemente, el oxígeno que producía y se llevaría el dióxido de carbono que ellos exhalaban para su propio uso. También podía utilizar cualquier desecho que produjesen, y podía alimentarles con cualquier cosa que le describiesen, del mismo modo que podía hacerlo Lo. Incluso un niño con un único tentáculo funcional podía describir los alimentos que había comido y pedir duplicados. El transbordador los sintetizaría igual que lo hubiese hecho Lo.
Pero sólo Dichaan podía entrar en una auténtica relación con el transbordador y, a través de los sentidos de la nave, compartir su experiencia de volar a través del espacio. Naturalmente, no podía compartir lo que experimentaba hasta que no se hubiese desconectado del transbordador. Cuando lo hizo, agarró a Akin como quien coge en brazos a un niño y le mostró el espacio profundo.
A Akin le pareció estar vagando absolutamente desnudo, girando sobre su propio eje; dejando el pequeño planeta húmedo, rocoso y de dulce sabor, que siempre le había gustado, para regresar a la fuente de vida que a un tiempo era esposa, madre, hermana y refugio. Le llevaba noticias de uno de sus hijos…, de Lo.
Pero estaba en el espacio vacío, rodeado por la oscuridad, alimentándose de la imposiblemente brillante luz del sol, cayendo lejos de la gran curvatura azul de la Tierra, notando en todo su cuerpo el gran número de lejanas estrellas. Eran roces suaves, y el Sol era una gran mano que le confinaba, amable pero inescapable. Ningún transbordador podía viajar tan cerca de una estrella y poder escapar luego a su abrazo gravitatorio. Sólo Chkahichdahk podía hacer esto, movida por su propio sol interno…, con su digestión, absolutamente eficiente, que no desperdiciaba nada.
Todo era seca y duramente claro, más intenso de lo que se podía soportar. Todo le golpeaba los sentidos. Las impresiones le llegaban como puñetazos. Era atacado, agredido, atormentado…
Al fin, todo acabó.
Akin no podría haberlo acabado. Ahora yacía, débil por el shock, sin preocuparle ya que Dichaan lo agarrase como a un niño, necesitado de su apoyo.
—Esto sólo fue un segundo —le dijo Dichaan—. Menos de un segundo. Y yo hice de filtro frente a ti.
Gradualmente, Akin fue capaz de moverse y pensar de nuevo.
—¿Por qué es así? —preguntó.
—¿Por qué el transbordador siente lo que siente? ¿Por qué experimentamos sus sentimientos tan intensamente? Eka, ¿por qué sientes tú como sientes? ¿Cómo recibiría tus sensaciones un coatí o un agutí?
—Pero…
—Él siente como siente. Sus sentimientos te dañarían, quizá llegarían a herirte e incluso a matarte, si los recibieses directamente. Y tus reacciones lo confundirían a él y lo sacarían de su ruta.
—Y, cuando sea un adulto, ¿seré capaz de percibirlos a través de él, como lo haces tú?
—¡Oh, sí! Algo con lo que nunca comerciamos es con nuestra habilidad de trabajar con las naves. Son más que socios para nosotros.
—Pero…, en realidad, ¿qué es lo que hacemos nosotros por ellas? Nos permiten viajar a través del espacio, pero podrían viajar sin nosotros.
—Nosotros las construimos. ¿Sabes?, ellas también son nosotros. —Acarició una lisa pared gris y luego se unió a ella con varios tentáculos de la cabeza, y Akin se dio cuenta de que le estaba pidiendo comida. El suministro de la misma llevaría un poco de tiempo, dado que la nave no almacenaba nada.
Cuando transportaban humanos sí que almacenaban comida, porque algunos transbordadores no tenían tanta práctica, como sería aconsejable, en el montar comidas que fuesen satisfactoriamente sabrosas para los humanos. Nunca habían envenenado a nadie ni habían dejado a nadie desnutrido, pero a veces los humanos le encontraban un sabor tan extraño a la comida que los transbordadores producían, que preferían ayunar.
—Ellas empezaron igual que empezamos nosotros —siguió Dichaan. Tocó a Akin con algunos tentáculos de la cabeza, extendidos al máximo, y Akin se le acercó, para recibir una impresión de los oankali en una de sus formas más antiguas, limitados al mundo materno y a la vida que se había originado allí. A partir de sus propios genes, y de los de otros muchos animales, habían modelado los antecesores de las naves. La inteligencia de las mismas, cuando fue necesitada, fue oankali. Y, como no había naves ooloi, su simiente siempre era mezclada dentro de los ooloi oankali.
—Tampoco hay ooloi construidos —dijo con voz queda Akin.
—Los habrá.
—¿Cuándo?
—Eka…, cuando nos sintamos más seguros acerca de ti.
Silenciado por aquellas palabras, Akin se le quedó mirando.
—¿Tan sólo de mí?
—De ti y de los otros como tú. En estos momentos, cada poblado comercial tiene uno como tú. Si tus caminatas hubieran incluido los poblados comerciales, lo habrías visto.
Tiikuchahk habló por primera vez:
—¿Por qué es tan difícil obtener machos construidos nacidos de las hembras humanas? ¿Y por qué son tan importantes esos machos nacidos de humana?
—Debe de dárseles más características humanas que a los machos construidos nacidos de oankali —contestó Dichaan—. De otro modo, no sobrevivirían dentro de sus madres humanas. Y, dado que deben de ser tan humanos, y seguir siendo machos, y finalmente fértiles, deben acercarse peligrosamente, en algunas cosas, a los machos totalmente humanos. Llevan en sí más de la Contradicción Humana que cualquier otra gente nuestra.
De nuevo la Contradicción Humana. La Contradicción, como a menudo era llamada entre los oankali. Inteligencia y comportamiento jerárquico. Era fascinante, seductora y letal. Y había llevado a los humanos a su guerra final.
—Yo no noto nada de eso en mí —afirmó Akin.
—Aún no eres maduro —dijo Dichaan—. Nikanj cree que eres exactamente lo que él quiso que fueras. Pero la gente ha de ver la expresión total de su trabajo antes de sentirse dispuesta a pasar su atención a los ooloi construidos y a darle madurez a la nueva especie.
—Entonces será una especie oankali —dijo suavemente Akin—. Crecerá y se dividirá en el modo en que siempre lo han hecho los oankali, y se llamará a sí misma oankali.
—Será oankali. Mira dentro de las células de tu propio cuerpo. Eres oankali.
—Y los humanos se habrán extinguido, tal como vosotros creéis que debe ser.
—Búscalos también a ellos dentro de tus células. De tus células en especial.
—Pero seremos oankali. Ellos sólo serán…, algo que consumimos.
Dichaan se recostó, descansando su cuerpo y dando la bienvenida a Tiikuchahk, que inmediatamente yació a su lado, con algunos de sus tentáculos craneales entremezclándose con los suyos.
—Tú y Nikanj —le dijo a Akin—. Nikanj les dice a los humanos que somos simbiontes, y tú crees que somos predadores. ¿Qué es lo que has consumido, Eka?
—Yo soy lo que Nikanj hizo de mí.
—¿Qué es lo que ha consumido él?
Akin los miró, preguntándose qué clase de comunión compartían, en la que él no tenía parte. Pero no deseaba otro doloroso y disonante fundirse con Tiikuchahk. Aún no. Eso ya sucedería, demasiado pronto, accidentalmente. Se quedó mirándoles, tratando de verlos a ambos como los vería un resistente. Lentamente se convirtieron para él en alienígenas, se transformaron en algo feo, se hicieron casi aterradores.
Agitó bruscamente la cabeza, rechazando la ilusión. La había creado antes, pero nunca tan deliberada ni tan perfectamente.
—Ellos son consumidos —dijo con voz tranquila—. Y esto está equivocado y es innecesario.
—Viven, Eka. En ti.
—¡Dejadlos vivir en sí mismos!
Silencio.
—¿Qué es lo que somos, para que podamos hacerles esto a especies enteras? ¿No somos predadores? ¿No somos simbiontes? Entonces, ¿qué?
—Un pueblo que crece, que cambia. Tú eres una parte importante de ese cambio. Eres un peligro al que quizá no sobrevivamos.
—Yo no le voy a hacer daño a nadie.
—¿Crees que los humanos destruyeron deliberadamente su civilización?
—¿Qué es lo que crees que destruiré yo?
—Nada. Tú, personalmente, no…, pero sí los machos nacidos de humana, en general. Y, no obstante, debemos teneros. Sois parte del intercambio. Y ningún intercambio ha estado desprovisto de peligro.
—¿Quieres decir que esta nueva rama de los oankali en que hemos planeado convertirnos podría acabar haciendo una guerra y destruyéndose a sí misma? —preguntó Akin, con el ceño fruncido.
—No lo creemos. Los ooloi han sido muy cuidadosos comprobando su trabajo, comprobando el trabajo de los otros. Pero, si se han equivocado, si han cometido errores y los han pasado por alto, finalmente Dinso podría ser destruido. Probablemente, Toaht sería destruido. Y sólo sobreviviría Akjai. No tiene por qué ser una guerra lo que nos destruya. La guerra es únicamente la más rápida de las muchas destrucciones con las que se enfrentaba la Humanidad, antes de que la hallásemos.
—La Humanidad debería de tener otra oportunidad.
—La tiene. Con nosotros. —Dichaan volvió su atención a Tiikuchahk—. No te he dejado probar las percepciones de la nave. ¿Quieres que lo haga?
Tiikuchahk dudó, abriendo la boca para que supieran que pensaba hablar vocalizando.
—No sé —dijo al fin—. ¿Debo probarlas, Akin?
A Akin le sorprendió que se lo preguntase. Era la primera vez que Tiikuchahk le hablaba directamente, desde que habían entrado en la nave. Ahora, examinó sus propios sentimientos, buscando una respuesta. Dichaan le había sobresaltado, y le molestaba que lo arrastrasen tan súbitamente a otro tema. Y, sin embargo, Tiikuchahk no había hecho una pregunta frívola…, debía responder.