Post Mortem (9 page)

Read Post Mortem Online

Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

BOOK: Post Mortem
12.41Mb size Format: txt, pdf, ePub

Marino: «¿Qué más? Por ejemplo, a usted le gusta mucho el teatro y en este momento actúa en una obra. ¿Le interesaban a ella estas cosas?».

«Muchísimo. Es una de las cosas que me fascinaron de ella cuando nos conocimos. Dejamos la fiesta, la fiesta en la que nos habíamos conocido, y nos pasamos horas paseando por el campus. Cuando le comenté los cursos que estaba siguiendo, me di cuenta de que sabía mucho de teatro y empezamos a hablar de obras y cosas así. Yo entonces estaba estudiando la obra de Ibsen y comentamos la cuestión de la realidad y la ilusión, lo que es auténtico y lo que es desagradable en los individuos y en la sociedad. Uno de los temas más habituales de Ibsen es la sensación de alienación del hogar. O sea, la separación. Hablamos de eso.»

»Y me dejó sorprendido. Jamás lo olvidaré. Se rió y me dijo: "Vosotros los actores creéis que sois los únicos capaces de entender estas cosas. Muchos de nosotros experimentamos los mismos sentimientos, el mismo vacío, la misma soledad. Pero nos faltan los instrumentos para expresarlo con palabras. Y seguimos adelante y luchamos. Los sentimientos son los sentimientos. Creo que los sentimientos de la gente son bastante parecidos en todo el mundo".

»Entonces nos enzarzamos en una discusión e iniciamos un debate amistoso. Yo no estaba de acuerdo. Algunas personas sienten las cosas con más intensidad que otras y algunas sienten cosas que los demás no sentimos. Esa es la causa del aislamiento, la sensación de estar al margen, de ser distinto...»

Marino: «¿Eso es algo que le atrae?».

«Es algo que comprendo. Puede que no sienta todo lo que sienten los demás, pero comprendo los sentimientos. Nada me sorprende. Si usted estudia literatura, arte dramático, entra en contacto con un amplio espectro de emociones humanas, de necesidades e impulsos, buenos y malos. Yo me identifico por naturaleza con los personajes, siento lo que ellos sienten y actúo tal como ellos lo hacen, pero eso no significa que tales manifestaciones sean un reflejo de lo que yo siento. Creo que si algo me hace sentir distinto de los demás es mi necesidad de experimentar estas cosas, mi necesidad de analizar y comprender el amplio espectro de las emociones humanas que acabo de mencionar.»

Marino: «¿Puede usted comprender las emociones de la persona que le ha hecho eso a su esposa?».

Silencio.

Casi inaudiblemente: «Dios bendito, no».

Marino: «¿Está usted seguro?».

«No. Quiero decir, sí, ¡estoy seguro! ¡No quiero comprenderlo!»

Marino: «Sé que es muy duro para usted pensar en eso, Matt. Pero nos podría ayudar mucho si nos diera alguna idea. Por ejemplo, si usted estuviera preparando el papel de un asesino de este tipo, ¿cómo sería este hombre...?».

«¡No lo sé! ¡El muy asqueroso hijo de puta! —la voz de Petersen se quebró de rabia—. ¡No sé por qué me hace esta pregunta! ¡Los policías son ustedes! ¡Son ustedes los que tienen que saberlo!»

Petersen enmudeció bruscamente como si se hubiera levantado la aguja de un disco.

La cinta se pasó un buen rato girando sin que se oyera otra cosa que no fueran los carraspeos de Marino o el rumor de una silla empujada hacia atrás.

Después, Marino le preguntó a Becker: «¿No tendrías por casualidad otra cinta en el coche?».

Entonces Petersen musitó algo; me pareció que estaba llorando: «Tengo un par de cintas en el dormitorio».

«Vaya —dijo la fría voz de Marino, arrastrando las palabras—, es muy amable de su parte, Matt.»

Veinte minutos más tarde, Matt Petersen entró de lleno en el tema del hallazgo del cuerpo de su mujer.

Fue horrible oír y no ver. No podía haber ninguna distracción. Me dejé llevar por la corriente de sus imágenes y recuerdos. Sus palabras me conducían a zonas oscuras en las que no deseaba entrar.

La cinta seguía girando.

«...Pues estoy seguro, no llamé primero. Nunca lo hacía, simplemente me marchaba. No me entretenía ni nada de eso. Tal como digo, salí de Charlottesville en cuanto terminó el ensayo y se guardaron los decorados y los trajes. Debían de ser casi las doce y media. Tenía prisa por regresar a casa. No había visto a Lori en toda la semana.

»Eran cerca de las dos cuando aparqué delante de la casa y mi primera reacción fue ver las luces apagadas y darme cuenta de que ella se había ido a dormir. Tenía un horario de trabajo muy duro. Un turno de doce horas y veinticuatro horas libres, un turno que no coincidía con el horario biológico de los seres humanos y que nunca era el mismo. Trabajó el viernes hasta el mediodía, hubiera tenido libre el sábado, es decir, hoy. Y mañana hubiera trabajado desde la medianoche hasta el mediodía del lunes. El martes lo hubiera tenido libre y el miércoles hubiera vuelto a trabajar desde el mediodía hasta la medianoche. Ése era el esquema.

»Abrí la puerta principal y encendí la luz del salón. Todo parecía normal. Retrospectivamente, puedo decir que no tenía ninguna razón para buscar fuera de lo corriente. Recuerdo que la luz del pasillo estaba apagada. Me fijé porque ella solía dejarla encendida para mí. Tenía la costumbre de entrar directamente en el dormitorio. Si ella no estaba muy cansada, aunque casi siempre lo estaba, nos sentábamos en la cama, a tomar una copa de vino y charlar. Permanecíamos despiertos hasta altas horas de la madrugada y después nos levantábamos tarde.

»Me extrañó. Sí. Algo me extrañó. El dormitorio. Al principio casi no vi nada porque la luz... la luz estaba apagada, claro. Pero me di cuenta inmediatamente de que pasaba algo. Fue como si lo intuyera antes de verlo. Tal como intuyen las cosas los animales. Creí percibir un olor, pero no estuve seguro y todavía me pareció más extraño.»

Marino: «¿Qué clase de olor?».

Silencio.

«Estoy tratando de recordar. Lo noté vagamente. Pero fue suficiente para desconcertarme. Un olor desagradable. Dulzón, pero como a podrido. Raro.»

Marino: «¿Quiere decir un olor de tipo corporal?».

«Similar, pero no exactamente. Dulzón. Desagradable. Acre y como de sudor.»

Becker: «¿Un olor que ya había percibido otra vez?».

Una pausa.

«No, no es que lo hubiera percibido otra vez, no creo. Era débil, pero creo que lo noté más porque no podía ver ni oír nada cuando entré en el dormitorio. Todo estaba en silencio. Lo primero que me llamó la atención fue ese olor tan raro. Se me ocurrió pensar, curiosamente se me ocurrió pensar que... a lo mejor, Lori había comido algo en la cama. No sé. Era como de barquillo, como de jarabe. Pensé que, a lo mejor, estaba indispuesta, que había comido algo y le había sentado mal. Porque a veces se daba atracones de comida. Cuando estaba nerviosa, le daba por comer cosas que engordan. Aumentó varios kilos cuando yo empecé a ir y venir de Charlottesville...»

Ahora la voz le temblaba muchísimo.

«Era un olor repugnante, malsano, como si ella estuviera indispuesta y se hubiera pasado todo el día en la cama. Eso hubiera explicado que las luces estuvieran apagadas y ella no me hubiera esperado despierta.»

Silencio.

Marino: «Y entonces, ¿qué ocurrió, Matt?».

«Entonces mis ojos empezaron a acostumbrarse a la oscuridad y no comprendí lo que estaba viendo. La cama surgió en la oscuridad y no comprendí por qué la colcha estaba colgando de aquella manera tan rara. Y ella. Tendida en aquella posición tan rara y sin nada encima. Dios mío. Pareció como si el corazón quisiera escaparse de mi pecho antes de darme cuenta. Y cuando encendí la luz y la vi... me puse a gritar, pero no pude oírme la voz. Como si gritara dentro de la cabeza. Como si el cerebro hubiera salido del cráneo y flotara por el aire. Vi la mancha en la sábana, el color rojo, la sangre que le salía de la nariz y la boca. La cara. No pensé que fuera ella. No era ella. Ni siquiera se parecía a ella. Era otra persona. Una broma, una jugada de mal gusto. No era ella.»

Marino: «¿Qué hizo usted a continuación, Matt? ¿La tocó o cambió de sitio alguna cosa del dormitorio?».

Una prolongada pausa y después el rumor de la rápida y afanosa respiración superficial de Petersen:

«No, quiero decir, sí. La toqué. No pensé. Le toqué el hombro, el brazo. No recuerdo. Estaba caliente. Pero, cuando quise tomarle el pulso, no le encontré las muñecas. Porque estaba tendida encima de ellas, las tenía atadas a la espalda. Le toqué el cuello y vi el cordón hundido en su piel. Creo que intenté comprobar si le latía el corazón u oír algo, pero no recuerdo. Lo comprendí. Comprendí que estaba muerta. Por su aspecto, tenía que estar muerta. Corrí a la cocina. No recuerdo lo que dije y ni siquiera recuerdo si marqué un número de teléfono. Pero sé que llamé a la policía y empecé a pasear arriba y abajo. Entraba y salía del dormitorio. Me apoyé contra la pared y lloré y hablé con ella. Hablé con ella hasta que llegó la policía. Le dije que no permitiera que eso fuera verdad. Me acercaba a ella, me apartaba y le suplicaba que no fuera verdad. Esperaba que llegara alguien. Me pareció que transcurría una eternidad...»

Marino: «Los cordones eléctricos, la manera en que ella estaba atada. ¿Cambió algo, tocó los cordones o hizo algo? ¿Lo recuerda?».

«No, quiero decir, no recuerdo si hice algo. Pero no creo. Algo me lo impidió. Algo me dijo que no tocara nada.»

Marino: «¿Tiene usted un cuchillo?».

Silencio.

Marino: «Un cuchillo, Matt. Encontramos un cuchillo, un cuchillo de supervivencia con una piedra de afilar en la funda y una brújula en el mango».

Confuso: «Ah, sí. Lo compré hace años. Uno de esos cuchillos que se compran por correo y que valen quinientos noventa y cinco dólares o algo así. Lo solía llevar cuando iba de excursión. Tiene una caña de pescar y cerillas dentro del mango».

Marino: «¿Dónde lo vio por última vez?».

«Encima del escritorio. Estaba en el escritorio. Creo que Lori lo usaba como abrecartas, A lo mejor, se sentía más segura teniéndolo a mano. Por eso de que se quedaba sola por las noches. Le dije que podríamos tener un perro. Pero ella es alérgica.»

Marino: «Si entiendo bien lo que me dice, Matt, el cuchillo estaba encima del escritorio la última vez que usted lo vio. ¿Cuándo fue eso? ¿El sábado pasado, el domingo en que usted estuvo en casa y cambió la persiana de la ventana del cuarto de baño?».

Ninguna respuesta.

Marino: «¿Se le ocurre a usted algún motivo por el cual su esposa hubiera podido cambiar de sitio el cuchillo, guardándolo, por ejemplo, en un cajón o algo por el estilo? ¿Lo había hecho alguna vez?».

«No creo. Llevaba meses encima del escritorio, junto a la lámpara.»

Marino: «¿Puede usted explicarme por qué encontramos este cuchillo en el último cajón de la cómoda, debajo de unos jerséis y al lado de una caja de condones? Supongo que es su cajón, ¿verdad?».

Silencio.

«No. No puedo explicarlo. ¿Allí lo encontró usted?»

Marino: «Sí».

«Los condones. Llevan un montón de tiempo allí —una risa hueca, casi un jadeo—. Desde antes de que Lori empezara a tomar la píldora».

Marino: «¿Está usted seguro de eso? ¿De lo de los condones?».

«Pues claro que estoy seguro. Empezó a tomar la píldora a los tres meses de casarnos. Nos casamos poco antes de mudarnos aquí. Hace menos de dos años.»

Marino: «Mire, Matt, tengo que hacerle unas cuantas preguntas de tipo personal y quiero que comprenda que no pretendo acosarle ni ponerle en una situación embarazosa. Pero tengo mis motivos. Hay cosas que tenemos que averiguar por su propio bien. ¿De acuerdo?».

Silencio.

Oí que Marino encendía un cigarrillo. «Muy bien, pues. Los condones. ¿Mantenía usted relaciones fuera del matrimonio? Con alguna otra persona quiero decir.»

«Rotundamente, no.»

Marino: «Usted vivía fuera de la ciudad durante la semana. Yo en su lugar hubiera sentido la tentación de...».

«Bueno, yo no soy usted. Lori lo era todo para mí. No tenía ningún lío con nadie.»

Marino: «¿Alguien que actuaba en la obra con usted tal vez?».

«No.»

Marino: «Verá, es que estas cositas se suelen hacer. Quiero decir, forman parte de la naturaleza humana, ¿de acuerdo? Un hombre tan bien parecido como usted... seguramente las mujeres se lo rifaban. ¿Quién se lo podría reprochar? Pero si usted se veía con alguien, tenemos que saberlo. Podría haber alguna conexión».

Casi inaudiblemente: «No, ya se lo he dicho, no. No podría haber ninguna conexión a no ser que me acusen de algo».

Becker: «Nadie le está acusando de nada, Matt».

El rumor de algo deslizándose sobre la superficie de la mesa. El cenicero tal vez.

Y Marino preguntando: «¿Cuándo fue la última vez que mantuvo relaciones sexuales con su esposa?».

Silencio.

La voz de Petersen, temblando: «Dios mío».

Marino: «Ya sé que es asunto suyo, y muy personal. Pero tiene que decírnoslo. Tenemos nuestros motivos».

«El domingo por la mañana. El domingo pasado.»

Marino: «Usted sabe que se efectuarán pruebas, Matt. Los científicos lo examinarán todo para poder averiguar los grupos sanguíneos y hacer comparaciones. Tendremos que hacerle pruebas de la misma manera que hemos tenido que tomarle las huellas dactilares. Para poder clasificar las cosas y saber lo que es suyo, lo que es de su esposa y lo que quizás es de...».

La cinta terminaba bruscamente. Parpadeé y pareció que mis ojos se concentraban en algo por primera vez en muchas horas.

Marino extendió la mano hacia la grabadora, la apagó y sacó las cintas.

—Después —terminó diciendo— lo llevamos al Hospital General de Richmond para hacerle las pruebas de sospechoso. En estos momentos, Betty le está analizando la sangre a ver qué encontramos.

Asentí con la cabeza, mirando hacia el reloj de pared. Eran las doce del mediodía. Me sentía asqueada.

—No está mal, ¿eh? —Marino reprimió un bostezo—. Se da cuenta, ¿verdad? Le digo que este tipo no es trigo limpio. Algo tiene que haber en un tipo que es capaz de permanecer sentado así después de haber descubierto a su mujer de esta manera y es capaz de hablar tal como él lo hace. La mayoría de la gente apenas habla. En cambio, él se hubiera pasado hablando hasta Navidad si yo le hubiera dejado. Muchas palabras bonitas y mucha poesía, si quiere que le diga la verdad. Es listo. Si quiere usted mi opinión, aquí la tiene. Es tan listo que me causa repeluzno.

Me quité las gafas y me di masaje en las sienes. Tenía el cerebro recalentado y me ardían los músculos del cuello. La blusa de seda bajo la bata de laboratorio estaba empapada de sudor. Mis circuitos estaban tan sobrecargados que lo único que deseaba era apoyar la cabeza sobre los brazos y dormir.

Other books

On Palestine by Noam Chomsky, Ilan Pappé, Frank Barat
The Gathering Flame by Doyle, Debra, Macdonald, James D.
Physical by Gabriella Luciano
The Venetian Judgment by Stone, David
Dangerous Waters by Juliet E. McKenna
The Iron Witch by Karen Mahoney
Slip Gun by J.T. Edson
Abuse of Chikara (book 1) by Stanley Cowens