Non serviam. La cueva del diablo (36 page)

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Authors: Carmen Cervera

Tags: #Intriga, #Fantástico

BOOK: Non serviam. La cueva del diablo
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—¿No vas a acribillarme a preguntas? —preguntó de nuevo él, con una mezcla de rabia y burla en la voz—. ¿Qué pasa? ¿Acaso tienes miedo?

Era incapaz de responder, estaba paralizada y, aunque no podía verlo, sabía que él tampoco se había movido.

—No, no es miedo —continuó Ángel—. La mayoría en tu lugar ya se habrían desmayado. Los más valientes habrían salido corriendo. Tú, en cambio, permaneces aquí. —Hizo una pausa, que le pareció eterna, antes de continuar hablando con voz más profunda, aunque con cierta suavidad—. Siento tu curiosidad, Luz. También la lucha en tu interior. Así que, dime, qué ocurre.

Notó el aire moverse a su alrededor y su piel reaccionó, erizándose. Sus ojos empezaban a acostumbrarse a la oscuridad, pero no lo suficiente como para ver qué ocurría. Quiso ser capaz de moverse, de chillar, de hablar, pero no podía. Simplemente, era incapaz de creer lo que había visto, lo que había oído, aunque una parte de ella, que no reconocía, la obligaba a admitir la verdad que tenía ante sí misma.

—Ya veo —oyó la voz de Ángel ligeramente más lejana, se había movido—. ¿Es la oscuridad? Eso tiene fácil arreglo.

Una bella luz azulada creció paulatinamente, iluminando la cámara que se abría frente a ella, y lo vio, de pie en medio de la sala, mirándola fijamente. Sin saber cómo, consiguió moverse y adentrarse en la enorme cámara, avanzando hacia él.

—¿Mejor? —preguntó Ángel, con media sonrisa orgullosa en el rostro—. Bien, pues, dispara.

Ella seguía sin poder hablar, sólo podía contemplar al hombre que tenía delante, el mismo que conocía, al que había besado, con el que se había acostado, pero que ahora le parecía tan diferente. Su rostro estaba crispado, endurecido, y sus ojos parecían encerrar en su interior todo el odio y la ira del mundo. Toda la belleza que había contemplado en él, le pareció en aquel momento incluso mayor, sobrenatural. Sintió miedo, pánico, pero de inmediato, el objeto que él continuaba sosteniendo, despreocupado, mientras aquellas extrañas sombras rojizas ascendían por su brazo, llamó su atención, y todo su miedo se transformó en incredulidad primero, y curiosidad después.

—¿Qué ocurre, Luz? —La voz de Ángel se suavizó, llenándose de nuevos y extraños matices—. ¿El escepticismo te impide saciar tu curiosidad?

No era capaz de apartar la mirada de Ángel, que comenzó a caminar por la cámara con movimientos lentos y elegantes, al tiempo que intercalaba miradas hacia ella y hacia el techo, como si buscara en el aire las respuestas que ella no le daba.

—No me fastidies, Luz —dijo al final, deteniéndose y fijando en ella su mirada con una asombrosa intensidad—. Tú, no. De cualquier otro humano no esperaría más que esto. ¿Qué digo? Esta reacción sería ya todo un logro —hablaba bajo, casi para sí mismo, pero la irritación que se filtraba en su voz daba a sus palabras una fuerza terrible. Comenzó a caminar de nuevo, dándole la espalda—. Pero tú no eres así. No puedes engañarme, te conozco.

—¿Qué ha pasado? —lo interrumpió ella, sin saber muy bien de dónde había sacado el valor para hacer aquella pregunta.

Ángel se detuvo en seco al oír su voz.

—Eso está mejor. —Se giró para mirarla, con una ligera y terrible sonrisa que la abrumó—. He matado a dos ángeles —añadió, alzando ligeramente una ceja, con una mueca burlona de escrutinio.

—¿Por qué?

—No hay sólo un motivo.

—Estoy convencida de ello —respondió, con todo el aplomo del que fue capaz.

—Eran ángeles, Luz. Piensa en quién soy y tendrás la respuesta.

—Ese es un solo motivo.

Ángel rió con ganas.

—¿Ves? Esta es la Luz que me gusta —exclamó, al tiempo que ella lo miraba fijamente tratando de no mostrar la inquietud que sentía, aunque él pareciera conocer cada una de sus emociones—. Querían matarte —añadió, con una repentina y fugaz seriedad—. Algo has hecho que no les gusta.

La mente de Luz se puso a funcionar, dejando de lado todos los miedos e inseguridades, y juntando todas las piezas del que, hasta aquel momento, le había parecido un rompecabezas imposible. Ángel la miraba, divertido, apoyado contra una pared, con ese gesto insolente que tan bien conocía, y que en aquel momento parecía cobrar un nuevo significado, terrible.

—Es el manuscrito —afirmó ella.

Ángel sonrió, con una mezcla de satisfacción y curiosidad, pero permaneció en silencio, escrutándola con la mirada.

—¿Por eso estás aquí? —preguntó, aunque no sonó en absoluto como una pregunta, sino como una rotunda afirmación—. ¿Qué hay en él tan importante?

—El manuscrito es un motivo, sí —contestó, claramente complacido por la pregunta—. No el único. Nunca hay sólo un motivo, ya te lo he dicho. La importancia que tiene, más allá de la genialidad del autor —apuntó, y su voz se volvió burlona mientras se agachaba en una sutil reverencia— es, simplemente, que no quieren que se dé a conocer mi versión de los hechos.

—Nunca hay sólo un motivo.

Luz escupió con rabia las palabras que Ángel acababa de repetir, y él sonrió, divertido.

—¡Eso es! —dijo con satisfacción—. Eres increíble, Luz. Única entre los tuyos, te lo aseguro, y puedes creerme, he conocido a muchos. —Ángel empezó a andar de nuevo, de un lado a otro de la sala, pensativo—. Tal vez si quinientos años atrás hubiera encontrado a alguien como tú…

—No me has contestado —lo interrumpió ella otra vez.

—Cierto. —Se detuvo ante ella, dejando unos pasos de distancia entre ambos, a la vez que su rostro recuperaba al instante la misma expresión dura e irónica—. Digamos que la versión de los hechos que escribí está un poco edulcorada. —Sonrió—. Y además, Él no es muy partidario de dar a conocer demasiados datos sobre la Creación.

—¿Datos sobre la Creación?

—Vamos, Luz, puedes hacerlo mejor. Eso apenas es una pregunta —dijo y sus ojos brillaron inmediatamente con comprensión—. ¿Estás incómoda aquí? Ciertamente, el aire está muy viciado y hace calor, aunque no se me ocurre un lugar mejor donde mantener esta conversación.

Ángel pareció dudar un instante, recorriendo con la vista la enorme cámara y, de inmediato, Luz notó cómo descendía la temperatura y el ambiente se suavizaba, permitiéndole respirar con más facilidad.

—¿Mejor? —preguntó, y ella no pudo más que asentir ante su propia estupefacción, sin ser capaz de apartar su mirada de él, que, otra vez, había fijado en ella sus ojos.

—Lo cierto, es que no tenía ninguna intención de que esta conversación tuviera lugar. Lo último que quería era esto, te lo aseguro, aunque, por otro lado, una parte de mí deseaba contártelo todo. —Comenzó a caminar de nuevo, de un lado al otro de la sala, nervioso—. Ya te lo he dicho antes, eres única. La tentación de tener esta conversación era enorme, pero sabía que no me lo podía permitir. Ahora ya está. Tampoco es que haya tenido elección, pero, en fin, tenemos todo el tiempo del mundo para saciar tu curiosidad y mi soberbia…

—Habla por ti —reprochó ella con dureza.

—Eres increíble —exclamó y se detuvo de nuevo ante ella, manteniendo la distancia—. Acabas de ver un ángel con tus propios ojos, y estás frente a mí ahora, hablando de lo Divino y lo humano, y aún dudas de la inmortalidad de tu alma. Definitivamente, increíble.

—He visto a un ángel, sí, pero le he visto morir —respondió ella, con rabia—. Y tú mismo acabas de decir que quería matarme ¿qué tipo de ángel querría matar a nadie?

Ángel negó con la cabeza, pensativo, sin dejar de observarla.

—Supongo que esa no era la mejor manera de empezar. La muerte tiene un significado distinto para ti que para mí.

—¿Puedes morir? —preguntó, interrumpiéndolo, llevada por su curiosidad.

—Técnicamente, no. Tampoco los ángeles, ni tu alma. La muerte es un concepto natural y por lo tanto afecta al cuerpo, no al espíritu.

—Tú tienes cuerpo —dijo, señalándolo.

—Llamémoslo forma corpórea —explicó él—. En todo caso no es algo natural, no es de este mundo. En mi esencia está la capacidad de adoptar diversas formas, esta es sólo una de ellas. A Su imagen y semejanza —añadió con sorna, entornando los ojos y enfatizando sus palabras al referirse a Dios, con un deje de burla—. Casi Divino, casi humano.

Luz lo miró en silencio, interrogándolo, mientras trataba de ordenar en su mente sus palabras, queriendo otorgarles un sentido que la ayudara a comprender.

—Dilo —exigió él, adivinando su pensamiento, leyéndolo tal vez.

—¿Divino?

—Soy lo que soy, Luz —respondió, y sus ojos reflejaron por un instante todo el dolor y la pena que no había en su voz—. Aunque esté condenado.

—¿Y qué eres? —preguntó ella casi en un susurro.

Ángel suspiró y se dejó caer en el suelo, sentándose apoyado contra la pared y soltando a su lado aquel objeto, que aún desprendía leves sombras anaranjadas, que se retorcían, como si quisieran buscar su cuerpo, antes de fundirse con el aire.

—El primer ser que Él creó —contestó, señalando con un leve movimiento de cabeza hacia arriba, repitiendo el gesto burlón y el tono musical al referirse a su Creador—. Un experimento que salió mal, visto lo visto. Después, mejoró la técnica.

No podía más que mirarlo en silencio, escuchando sus palabras y debatiéndose entre la incredulidad y el desconcierto.

—Está bien, le echaré un cable a tu mente racional —concedió él, con socarronería—. Soy el
bang
, del
Big Bang
. La puñetera luz que llenó el universo antes incluso de que existiera. El resultado de una jodida explosión de energía cósmica. El orden después del caos. Etcétera. Etcétera. Etcétera.

Ángel hablaba lentamente, con la voz fría y llena de sarcasmo, recreándose en cada una de sus palabras, y la realidad de aquel hombre, aquel ser, más antiguo de lo que era incluso capaz de imaginar, la sobrecogió. Pero en lugar del miedo fue la curiosidad la que se adueñó de ella, impulsándola a querer saber más, a comprender algo que estaba más allá de todo lo que consideraba posible y real.

—¿Qué hay en el manuscrito que es tan importante?

Él la miro con una expresión que no supo identificar y que provocó que un nuevo estremecimiento recorriera su espalda.

—Si tú estás aquí por él, si dos ángeles han intentado matarme… —continuó hablando, negando con la cabeza, forzándose a seguir mientras trataba de disimular la incredulidad que se filtraba aún en sus palabras, aunque todo su ser le indicaba que nada de lo que estaba pasando era irreal—. No creo que todo esto sea sólo porque hemos encontrado el maldito manuscrito.

—Evidentemente, no —contestó él, con satisfacción, levantándose del suelo con un movimiento ágil y rápido—. Al menos, ya no. Hace quinientos ochenta años mi manuscrito fue motivo suficiente para que las malditas huestes celestiales se movilizaran al completo. —Resopló con un exagerado gesto lleno de incredulidad mientras comenzaba a caminar de nuevo, de un lado a otro de la sala, con movimientos lentos y elegantes, mientras gesticulaba con teatralidad, aumentando el sentido de sus palabras—. Actualmente, ya nada hay en esos puñeteros papeles, que, por cierto, jamás debí escribir, que pueda implicar cambio alguno para vosotros. De acuerdo, es posible que ellos no quieran que sepáis mi versión de los hechos pero, dime, ¿quién hoy en día la creería? ¿Qué cambiaría? —preguntó y se detuvo un instante, fijando sus ojos en ella, que creyó reconocer en ellos una ira infinita escondida detrás de toda su ironía—. ¡Absolutamente nada! —se respondió y echó de nuevo a andar, más rápido, con rabia—. Y los cuatro trucos alquímicos que contiene, ¡bah, bobadas! Vosotros solitos habéis inventado la jodida bomba nuclear, las armas bacteriológicas, químicas, virales… Debo reconocer que habéis llegado a sorprenderme con vuestro puñetero afán de destrucción. —Resopló de nuevo y la miró fugazmente antes de continuar—. El asunto de la Creación, y el maldito misterio de la vida que tanto os inquieta, también conseguiréis resolverlo, tarde o temprano, no vais mal encaminados. Es sólo una cuestión de tiempo…

—¿Entonces, qué?

Ángel caminó hacia ella, mirándola con lo que pensó que era satisfacción u orgullo, y se dejó caer, sentándose en el mismo lugar de antes, junto a aquel objeto plateado que seguía en el suelo, brillando y desprendiendo las mismas sombras anaranjadas, que de nuevo parecían buscarlo para envolverse en él.

—Me equivoqué —confesó, con media sonrisa, clavando en ella sus ojos con asombrosa intensidad—. Jamás debí dejar un testimonio escrito de mi puño y letra, algo tan mío que podría utilizarse en mi contra. No pensé en el riesgo, sólo en la necesidad de transmitir el mensaje, y en vista de que a los malditos arcángeles no les hizo gracia que ejerciera de profesor, se me ocurrió la que ha sido, con diferencia, la peor idea de mi existencia.

—¿Por qué? —insistió Luz, cuando él se quedó, de pronto, callado y con la mirada perdida, mientras trataba de asumir la verdad escondida en todas las leyendas que la habían llevado a encontrarse en aquella cámara, ante aquel ser que hasta sólo unos instantes antes pensaba que no podía existir.

—Me robaron el jodido manuscrito —dijo, sonriendo con una mezcla de ironía y diversión pero aún con un ligero brillo de rabia en los ojos, que continuaban fijos en ella—. Sí, no te sorprendas, los santos arcángeles, cuando se trata de salirse con la suya, hacen lo que sea. —El rostro de Ángel se relajó y toda sombra de diversión desapareció cuando continuó hablando, otra vez con los ojos llenos de recuerdos—. Gabriel tuvo una genial idea, la única buena en toda su existencia, debo añadir, y creó un sello. Un puñetero sello sagrado, que no sólo me impide acercarme al manuscrito, sino que también añade una nueva condena sobre mí, al parecer, poco condenado ser —explicó, y la rabia y el odio, que había contenido, asomaron de nuevo en su mirada, fija ahora en el vacío—. Y por primera vez, en más tiempo del que eres capaz de comprender, los arcángeles tuvieron algún tipo de poder sobre mí. —Suspiró—. Gabriel, en un alarde de genialidad, que, seguramente, no se volverá a repetir jamás, procuró que todos ellos pudieran manipular el dichoso sello que puso sobre mi espíritu y mandarme, con un solo gesto, al más horrible de los abismos, o si lo prefieres, —la miró de pronto, con un gesto terrible— al jodido Infierno.

—Pero si no puedes acercarte al manuscrito…

—Vosotros, al encontrarlo, rompisteis los dos primeros sellos, el que protegía la cripta y el del cofre. —Ángel la interrumpió—. El tercero está directamente sobre el manuscrito, y tú, al fotografiarlo, lo has divido. Lo has debilitado. Ahora, al descubrir la verdad, al preguntarme y permitirme contarte lo que de otra manera no podría decirte, lo has atenuado incluso más.

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