—La eternidad es mucho tiempo, Luz. De nuevo hablas sin comprender ni lo más mínimo lo que dices —contestó con furia, incapaz de mirarla.
—Perfecto —dijo ella, mostrando una determinación mayor de la que creía posible y que acentuó la ira que había en sus palabras—. Ambos estaremos condenados
ad eternum
.
—¡No! —gritó, y todo el dolor que sentía se filtró en su voz sin que pudiera evitarlo, mezclándose con su furia—. Yo estaré condenado eternamente, tú dejarías de ser lo que eres. ¿En serio crees que si tu condena supusiera mantenerte a mi lado eternamente no lo consentiría? Por favor, Luz, soy el maldito Diablo, no tu puñetero ángel de la guarda. Si eso conllevara que pudiera tenerte conmigo, lo haría, no lo dudes ni por un instante. No comprendes las consecuencias. Nada de lo que ahora eres permanecería en tu alma, salvo aquello más retorcido que hubiera en tu interior. No quedaría curiosidad, amor, generosidad. Nada. Sólo odio, dolor y rencor. Dejarías de ser tú, sólo habría sufrimiento.
—¿Y cuál es mi pecado para recibir semejante castigo? —escupió las palabras, indignada—. ¿Qué tipo de Dios me condenaría por amarte?
—Ese mismo al que sé que prefieres seguir ignorando —dijo y se volvió, enfrentándola de nuevo, dejándole ver su verdadera naturaleza, y sintió otra vez el miedo creciendo en su interior—. El mismo para el que las jodidas reglas son incluso más sagradas que Su divina naturaleza. El mismo que me condenó a mí y a miles de ángeles por negarnos a someternos a Su voluntad. El mismo cuyos ángeles parecen empeñados en matarte, aunque, por todos los demonios, te juro que no sé por qué.
—¿Qué es lo que pretendes? —preguntó y se acercó a él, desafiante, y, por primera vez, la valentía de Luz surgió por encima del miedo que sentía, y él no pudo más que sentirse orgulloso de ella—. Quieres que rompa el sello que te ata ¿eso es todo? Bien, cuál es el problema, estoy segura de que podrías haber conseguido que hiciera eso sin que yo me diera ni cuenta. Tú lo has dicho, eres el maldito Diablo.
—No es tan sencillo. —Sonrió—. Si fuera así ya lo habría hecho ¿no crees? Puedo influir en ti, pero no en tus decisiones.
—Pero no lo has hecho.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó y avanzó hacia ella, satisfecho de las nuevas emociones que había en su interior, absorbiéndolas, dispuesto a presionarla al máximo, a llevarla a enfrentarse a lo que no quería admitir, a ir más allá de lo que su razón jamás le había permitido—. Cómo sabes que no he guiado tus pasos desde que llegaste a aquí. Qué te hace pensar que no fui yo quién te empujó a seguir investigando en esta dirección a pesar de la negativa del profesorucho ese al que consideras tu amigo. Dime, Luz, ¿cómo sabes que esos sentimientos que hay en tu interior y por los que dices que estás dispuesta a condenarte eternamente realmente te pertenecen? ¿Cómo sabes que no los alimenté para que crecieran como lo han hecho y acabaras metiéndome en tu cama?
—Puedo ser muchas cosas, pero no soy imbécil —replicó con rabia. El miedo y la confusión habían crecido de nuevo en ella, pero no lo suficiente para menguar su determinación ni la ira que sentía—. Es posible que pueda no saber si lo que siento es real, pero sé lo que sientes tú y por eso mismo sé que no lo has hecho.
—¿Y cómo explicas que de la noche a la mañana desapareciera el dolor que te había estado ahogando desde que murió tu marido? —Sintió el estremecimiento de Luz y un miedo nuevo, diferente, creciendo en su alma, mientras él se acercaba más a ella, acorralándola—. ¿Cómo explicas que la angustia que te ha torturado durante toda tu vida se esfumara, que el vacío en tu interior desapareciera?
Todo el terror que había habido en ella se convirtió en confusión y las ideas se agolparon en su mente, abrumándola. Sintió una a una sus emociones, torturándose con el sufrimiento que le provocaban y que a la vez le daban la fuerza necesaria para seguir adelante, para hacer que entendiera qué era él en realidad, para forzarla a enfrentarse a una verdad que la superaba y que su mente racional seguía negándose a admitir. Luz retrocedió, apoyándose en la pared y dejándose caer en el suelo, confundida, al tiempo que su temor aumentaba y su cabeza juntaba cada una de las piezas de lo que había ocurrido. Él avanzó hacia ella, lentamente, y se detuvo antes de estar demasiado cerca, dejándose llevar por los recuerdos que había en su mente.
—Tú lo has dicho, sabes lo que siento por ti —habló despacio, en un susurro, deseando que comprendiera—. También sabes que soy el ser más egoísta que ha pisado jamás este mundo. Tu alma está ligada a mí de algún modo que no soy capaz de comprender, pero es así hasta el punto de que el sello sagrado puede afectarte casi con tanta intensidad como a mí. Eso es lo que te ocurrió la primera vez que fuiste a la Cueva del Diablo. No ha sido la única, pero sí la peor. —Se agachó ante ella, buscando su mirada, que estaba fija en el suelo mientras seguía analizando sus confusos recuerdos—. Simplemente, no pude evitarlo. No soporté verte sufrir porque sentí tu sufrimiento como si fuera el mío propio.
Se quedó en silencio, observándola, sintiendo lo que ella sentía, siguiendo el hilo de sus pensamientos, y esperando a que alguna de sus emociones surgiera finalmente sobre las demás, obligándola a creer, a admitir una verdad que, de cualquier modo, tardaría mucho tiempo en asimilar.
Luz no podía apartar la mirada de las sombras que se escurrían por el suelo y trepaban por su cuerpo, enredándose en ella, acariciándola y haciéndole sentir aquella misma electricidad que recorría su piel cuando acariciaba a Ángel. Aquel ser imposible seguía ante ella, en silencio, pero era incapaz de mirarlo, incapaz de comprender, e, incluso a pesar de sus propios sentidos, incapaz de creer. Él le había arrancado el dolor por la muerte de David, aquel sentimiento que la había ahogado durante los últimos trece meses hasta casi acabar con ella, pero que era lo único que le quedaba del hombre al que había amado hasta el punto de abandonarlo todo por él. Y junto a ese dolor se había llevado también el desasosiego que siempre había habido en su interior. Estaba atemorizada, confundida e indignada porque le hubiera arrebatado algo que era parte de sí misma y se hubiera metido en su mente, manipulándola hasta un punto que era incapaz de imaginar, y, a pesar de todo, algo en ella le decía que el amor que sentía por aquel ser mitológico, que se había convertido en realidad delante de sus ojos, era verdadero. Aunque su cabeza fuera incapaz de asumir aún todo lo que le había contado, todo lo que había visto, aquella emoción permanecía inalterable. Estaban unidos. Ella estaba unida a él de algún modo que, como todo lo que le había explicado, era incapaz de comprender, que ni él mismo parecía ser capaz de entender. Un lazo entre ambos que la sobrecogía y conmovía al mismo tiempo, porque, a pesar de él, o tal vez por su causa, seguía sintiendo como propios y ciertos los sentimientos que había en ella, como si fueran lo único verdaderamente real que en toda su vida hubiera sentido.
Las sombras que se alargaban hasta ella, trepando por su cuerpo y fundiéndose en su piel, se atenuaron ligeramente y su hermoso color violeta se diluyó mostrando infinidad de tonalidades en un instante, hasta que un ligero color anaranjado se impuso sobre los demás. Siguió con la vista las lenguas de luz que surgían del cuerpo del ser que estaba ante ella, y se obligó a mirarlo, sobrecogiéndose de nuevo cuando sus ojos lo encontraron sentado frente a ella, envuelto en las mismas sombras que la rodeaban, con un gesto de absoluta soberbia, que se reflejaba también en su rostro. Nada en él era ya ni remotamente humano. El tono dorado de su piel se veía acentuado por el resplandor que desprendía. Sus manos, entrelazadas con suavidad y a la vez tan tensas que exponían cada tendón, cada músculo, tenían un aspecto similar a garras y aún así increíblemente bello. Todo su cuerpo parecía estar sometido a un esfuerzo constante, a una fuerza sobrehumana, que, a pesar de su actitud despreocupada, lo mantenía rígido, delatando la tensión de su musculatura incluso bajo su maltrecha ropa. Era tremendamente hermoso a pesar de lo terrible de su aspecto, como si cada rasgo en él, por terrorífico que fuera, no tuviera más función que la de aumentar aquella belleza que estaba más allá de todo lo que había creído posible.
Y era el mismo ser al que amaba, a pesar incluso de sentirse traicionada, casi violada, porque hubiera arrancado de su interior lo último que conservaba del amor que había sentido por David. Notó su mirada fija en ella y se obligó a mirar su rostro, que reflejaba toda la rabia y el dolor que sabía que había en su interior. El cabello oscuro cayendo a cada lado, ensombreciendo su cara, no conseguía ocultar la expresión crispada y terrible de su rostro, que no se había suavizado ni por un instante, y resaltaba aún más sus ojos imposibles, inhumanos, tan diferentes de los que conocía y a la vez tan familiares, que un temblor la recorrió cuando su mirada se fijó irremediablemente en ellos. Tal vez aquellos ojos, hechos de intenso fuego dorado, fueran lo único que quedara en él de su origen divino, aunque todo su cuerpo evidenciara cuál era su verdadera naturaleza. Sintió variar levemente el contacto de las sombras entrelazadas sobre su piel y se sorprendió cuando él le sonrió, arrogante, a la vez que las enormes alas de su espalda se movían, obligándola a fijarse en ellas. Comprendió que él no había dejado de saber ni por un instante qué sentía, qué pensaba, y aún así había permanecido inmóvil, impasible, mientras ella trataba de forzar su mente para comprender. Pero ni las dos grandes alas negras replegadas en su espalda, ni la brillante llama que era el iris de sus ojos, ni las sombras que los envolvían a ambos, podían cambiar los sentimientos que había en su interior, aunque, tal vez, esos sentimientos no fueran suyos. No tenía fuerzas ni valor para resistirse a ellos y se sentía demasiado cansada para tratar de comprender un mundo que le era completamente ajeno, más allá de lo que siempre había creído, de lo que consideraba posible.
Se levantó y avanzó hacia él, tratando de controlar el miedo que la mera existencia de aquel ser le provocaba por todo lo que implicaba. Se agachó ante él, sin apartar la mirada de sus ojos, mientras sentía crecer la intensidad del contacto de las sombras que la envolvían. Con cuidado, apartó el pelo de su rostro, descubriendo la terrible belleza que ocultaba, y se esforzó para reunir el valor suficiente, alagar su mano y acariciar aquellas impresionantes alas negras que, por un instante, temblaron por el contacto. Eran suaves y fuertes, aunque parecieran excesivamente delicadas, surcadas por gruesos nervios, unidos en los extremos en una afilada garra, que les daba un aspecto aterrador.
—Te he prometido respuestas y las tendrás —dijo él, con voz suave, casi en un susurro, profundo y aún lleno de ira.
Cerró los ojos, privándola de la luz que emanaban, y se sintió repentinamente vacía cuando las sombras que hasta aquel momento la habían abrazado se desprendieron suavemente de ella para rodearlo a él y brillar con más intensidad justo antes de oscurecerse, absorbiendo toda la luz que había en la cámara. Su mano quedó suspendida en el aire y notó como él se levantaba antes de que, lentamente, la luz azulada que había iluminado el lugar regresara, permitiéndole ver de nuevo.
Ángel estaba frente a ella, de pie, mirándola con media sonrisa arrogante. Era de nuevo el mismo hombre al que conocía y, aunque ya nada en él le pareciera humano, tampoco nada evidenciaba que fuera el ser fantástico que había tenido segundos antes frente a ella. Se levantó y fijó su vista en los ojos verdes que la miraban, llenos de una luz que no era más que un lejano reflejo del fuego dorado que antes había habido en su interior. No pudo evitar recorrer su cuerpo con la vista, incrédula, y si no hubiera sido por las rasgaduras en su ropa, antes hubiera creído que había perdido completamente el juicio a que realmente hubiera sido posible aquella transformación.
—Vamos, estamos cerca de lo que andas buscando.
Ángel comenzó a andar, despacio, a la vez que la misma luz que había llenado aquella enorme sala en la que su vida había cambiado por completo se extendía por los pasillos, iluminándolos y descubriendo cada mínimo detalle. Lo siguió, tratando de controlar el cúmulo de sentimientos en su interior, y procuró concentrarse en cada rincón, en cada pequeña característica de los pasillos que recorrían. Él caminaba ante ella, altivo y elegante, guardando una distancia que en cualquier otro momento le hubiera parecido excesiva, y que, a pesar de toda su confusión, la incomodaba. Distinguió al fondo una nueva apertura del túnel que recorrían, llena de la misma luz azulada que parecía haber inundado por completo los pasadizos que conformaban las entrañas de la ciudad e, inconscientemente, contuvo el aliento al comprender a dónde la estaba llevando.
—Es allí —indicó él, sin girarse a mirarla—. La legendaria aula del diablo. Una simple sala subterránea que vuestra imaginación, para mi propio regocijo, transformó en antesala del Infierno.
Entraron en la cámara, mucho más pequeña que la que habían abandonado minutos atrás, y se sorprendió analizando detenidamente cada pared, cada sillar, cada detalle. Todo el miedo y la confusión habían desaparecido en su interior para dejar paso a una concentración que la alivió de inmediato. Caminó acariciando las paredes con la mano, recorriendo el contorno de la sala, y descubrió una pared diferente, más tosca y descuidada, seguramente también más moderna. El aire fresco se filtraba a través de los viejos bloques aliviando el ambiente de aquella cámara.
—Esta pared separaba la cueva de los túneles, antes era una única sala, ahora comunica con el exterior. Aquí escribí el manuscrito —explicó con suavidad—. La Casa de las Muertes está a pocos minutos, siguiendo ese pasillo —señaló y ella siguió con la mirada su gesto descubriendo un corredor, más estrecho y bajo que el que los había llevado hasta allí—. El camino es prácticamente recto, aunque la salida está igualmente sellada. No encontrarás nada más que indique relación alguna entre ambos lugares, aunque esto debería ser suficiente para demostrar tu teoría. Si es que quieres seguir adelante.
—¡Por supuesto!
Ángel rió estrepitosamente y ella se sorprendió de la súbita indignación que se había filtrado en su voz. Aquella tarde se había derrumbado por completo el mundo que conocía, se había planteado y cuestionado temas que daba por hechos desde su infancia, y había dudado de todo, incluso de ella misma, pero ni por un sólo instante se le había ocurrido detener su investigación. Nada le impediría publicar sus conclusiones sobre aquel manuscrito, aunque ahora supiera que lo había escrito el mismísimo Diablo.