Non serviam. La cueva del diablo (41 page)

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Authors: Carmen Cervera

Tags: #Intriga, #Fantástico

BOOK: Non serviam. La cueva del diablo
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—No lo había dudado ni un instante —dijo él, aún entre risas, antes de que la seriedad regresara de golpe a su rostro—. Pero si quieres seguir con esto, y de paso hacerme el favor de liberarme del ingenio de Gabriel, tienes que ir con más cuidado del que piensas. Nada puedes hacer tú contra un montón de ángeles que, vete a saber por qué, han concluido que tienen que matarte. De eso ya me ocuparé yo, matar ángeles es mi especialidad, y eso no es ni de lejos lo más complicado.

—Los sellos en el piso de Marcos —comprendió, y se estremeció al pronunciar en alto aquellas palabras.

—Exacto. Todo suele empeorar cuando os da por jugar con ángeles y diablos. —Los gestos y la voz de Ángel se agravaron, llenándose de nuevo de duro sarcasmo, pero dejando entrever la rabia real y el dolor que había en él—. No sé de qué va esta historia, pero antes me fío de mil demonios desquiciados que de un solo humano obsesionado. —Resopló, y fijó de pronto los ojos en ella, antes de girarse y echar a andar con rabia—. Sé que Gabriel, para variar, ha hablado más de la cuenta, y que los humanos en los que confió le han salido rana. Si es que tiene un ojo…

—¿Alguien más sabe…? —lo interrumpió, sorprendida.

—En realidad no puedo saber qué saben. —Ángel se encogió de hombros—. La paloma mensajera no suele ser generosa en detalles. Además, una cosa es lo que ella les haya contado y otra lo que hayan interpretado. —Bufó, negando con la cabeza—. La cuestión es que estoy seguro de que los tipos que te atacaron en el callejón buscaban las fotografías que, afortunadamente, no encontraron. Y ten por seguro que seguirán buscándolas. Aunque no sé para qué narices las quieren ahora que tienen el manuscrito, pero, después de la desaparición del historiador y el espectáculo en su piso, puedo hacerme una idea.

—¿Tienen el manuscrito?

Él asintió, pensativo.

—Antes has dicho que nadie sabía a dónde había ido a parar —protestó ella.

—Y no lo saben —contestó, despistado, como si aquella conversación repentinamente hubiera dejado de interesarle—. Yo tampoco, pero sé quién no lo tiene. El resto es evidente.

—¿Para qué podrían quererlo?

—Tú misma lo has dicho esta mañana y ya te he explicado que, por defecto y sin excepción, a la que Gabriel abre más de la cuenta la boca las consecuencias suelen ser todo lo contrario de lo que esperaba. Claro que eso suele ser divertido, salvo cuando acaba involucrándome.

—Quieren invocar al Diablo. —Las palabras salieron de su boca sin pensar y él asintió, con un gesto de burlona obviedad.

—Alguien debería explicaros algún día que eso no es posible. Aunque, si lo fuera, tampoco surtiría efecto. ¿Por qué narices creéis que estoy aquí abajo, por acudir como un perro faldero cuando mi amo me llama? —Resopló, airado—. Pero sí, eso es lo que quieren esos imbéciles que tienen mi manuscrito, y no me extrañaría que pensaran que lo han conseguido.

—¿Cómo? —preguntó y Ángel fijó otra vez en ella sus ojos, con una nueva intensidad.

—Digamos que un demonio descerebrado tiene sueños de grandeza —explicó, quitándole importancia a sus palabras con un gesto de la mano antes de acercarse a ella—. Lo que debe preocuparte no es lo que esos idiotas crean ni el porqué, sino el peligro que supone para ti que sepan que tienes las fotografías. No tengo intención de permitir que te pase nada, pero que fueras con cuidado facilitaría las cosas. No te fíes de nadie. Ni de tu sombra.

—No acostumbro a…

—De nadie, Luz —dijo, enfatizando sus palabras y sin dejarla terminar—. Ni de Alfonso, ni del rector de la universidad, ni del inspector de policía. —La voz de Ángel se volvió más profunda y terrible, pero con un matiz totalmente diferente de cualquiera que antes hubiera tenido—. Si quieres, no te fíes ni de mí, al fin y al cabo, sería lo más lógico que podrías hacer. No me importa mientras me asegures que hasta que esto se arregle no confiarás en nadie.

—¿Cómo no voy a fiarme de ti? —protestó— ¿Y de Alfonso…?

—¡Alfonso está influido por Uriel! —gritó Ángel, desconcertándola y sobrecogiéndola al comprender sus palabras—. Desde aquella noche en la que encontraste ahí abajo la espada del arcángel. Así que hazme el favor, o háztelo a ti misma, de no confiar en nadie.

—¿Su espada? —preguntó, confundida, al tiempo que recordaba el extraño objeto que había encontrado cuando había explorado la escalinata de la cueva de la que ahora sólo la separaba una pared de sillares.

—Ella fue quién te mandó al abismo conmigo, quería recuperar la espada que perdió cuando la encerré en la torre después de que matara a mis alumnos, y, por casualidad, nos encontró aquí. Yo estaba a tu lado, activó el sello y nos envió a los dos de golpe al Infierno. Conseguí ponerte a salvo, pero me olvidé de Alfonso —explicó, y se encogió de hombros—. Y ahora debería sacarte de aquí. Tienes mucho en lo que pensar, y yo tengo que resolver algunas cosas.

—¡Espera! —Lo detuvo cuando se dio la vuelta y echó a andar—. ¿Qué va a pasar ahora?

—No tengo ni la menor idea. —Se acercó de nuevo a ella, más de lo que lo había hecho hasta el momento, y sintió que su cuerpo se estremecía ante un contacto que no llegaba a producirse—. De momento en lo único que puedo pensar es en mantenerte a salvo y en romper de una maldita vez el sello que falta.

—¿Cómo puede romperse el sello? —preguntó, y su voz fue un susurro.

Sin apenas darse cuenta había decidido que rompería el último sello y lo liberaría de aquella carga. Era lo único que podía hacer por él, y, tal vez, lo único para conseguir que permaneciera a su lado.

—El que me quede contigo o no poco tiene que ver con el maldito sello —explicó él, y un matiz de ternura se filtró en su voz—. Tiene que ver con lo que tú seas capaz de comprender y aceptar, y con las consecuencias que pueda tener esa decisión.

—No me importan las consecuencias —replicó con rabia, y Ángel sonrió.

—A eso me refiero, aún no lo entiendes, Luz —suspiró y pareció repentinamente cansado, antes de darse la vuelta y ponerse a andar—. No hablaba de las consecuencias que tus decisiones conlleven para ti, sino de lo que impliquen para mí. Si lo que quieres es librarme del invento de Gabriel, sólo tienes que contar lo que sabes. Cuanto más descubras y cuentes, mejor —explicó, volviéndose de nuevo hacia ella, que lo seguía de cerca—. Da a conocer el contenido del manuscrito, nada más. Publica tu estudio, escribe un libro, o da una conferencia. Incluso un artículo bastaría, mientras cuentes todo lo que sepas.

—¿Eso es todo? —preguntó sorprendida, deteniéndose.

—¿Qué esperabas? —dijo, repentinamente divertido—. ¿Tener que oficiar una jodida misa negra?

Guió a Luz a través de los túneles tratando de ignorar sus emociones. Todo el miedo que había en el interior de ella parecía ridículo en comparación a la ansiedad que le había supuesto pensar en separarse de él, y apenas había podido contener la necesidad de encerrarla entre sus brazos cuando esa emoción había crecido hasta un límite que no había imaginado como posible, sorprendiéndolo y extasiándolo. Sabía que, tarde o temprano, debería enfrentarse a los sentimientos de Luz, y a los suyos, pero eso no ocurriría mientras ella siguiera en peligro. Necesitaba poder pensar con claridad sobre las opciones que tenía para poder permanecer junto a ella, y, definitivamente, le era imposible mientras estuviera más preocupado en mantenerla con vida que en averiguar cuáles eran las posibilidades para ambos.

La cercana presencia de Belial y Asmodeo, que había notado mientras le mostraba a Luz la conexión entre la dichosa cueva y la cripta de la Casa de las Muertes, se intensificó por la proximidad y la impaciencia de los dos diablos que lo esperaban en la catedral, y rompió el hilo de sus pensamientos incluso antes de llegar a la cámara de acceso a la escalera que comunicaba los viejos túneles con el templo, obligándolo a pensar en cómo mantener a Luz segura mientras él no pudiera estar con ella. Ningún tipo de engaño sería válido para mantenerla relativamente a salvo en el hotel, y menos ahora que le había dado motivos para querer ponerse a trabajar cuanto antes. Respiró profundamente y se detuvo al pie de la angosta escalera, dispuesto, finalmente, a enfrentarse a ella y hacer lo único que podía asegurarle una victoria. Negociar.

—Me están esperando fuera y no tengo más remedio que ocuparme de este asunto ahora —explicó y Luz fijó en él los ojos, llenos de curiosidad y miles de preguntas, y tuvo que esforzarse por mantenerse serio al ver su expresión—. Lo cierto es que llevan un buen rato esperándome, tanto que no sé cómo no han venido a buscarme aquí abajo. Te acompañaremos hasta el hotel y sería de gran ayuda que te quedaras en mi habitación, tranquilita, hasta que vuelva.

—¿Quiénes? —La voz de Luz fue sólo un leve murmullo, pero su determinación y curiosidad finalmente le hicieron sonreír.

—¿De verdad quieres saber eso?

Ella asintió de inmediato, casi compulsivamente.

—Son famosos —dijo, divertido— seguro que en alguno de esos libros antiguos que te sabes casi de memoria habrás leído varias historias sobre ellos, ninguna agradable.

—Acabo de saber que eres Lucifer, Heylel o Satanás, como quieras. El Diablo, no uno del montón, sino el primero de todos ellos. —Toda la determinación que había en ella por fin se mostraba en su voz y en sus ojos, tan negros y brillantes que parecían capaces de atraparlo en su interior—. Sean quienes sean estoy segura de que no sonará peor que eso. Y, aunque sea así, si tengo que caminar junto a ellos, te aseguro que prefiero saber quiénes son.

—Belial y Asmodeo —dijo, y sonrió con picardía, cuando ella simplemente asintió, manteniéndose impasible a pesar de la oleada de incertidumbre y miedo que la sacudió de inmediato—. Saciada tu infinita curiosidad, dime, ¿serás capaz de quedarte en el hotel durante algunas horas, o mejor te dejo atada a la cama?

—No veo motivo para que me tenga que quedar encerrada. Yo…

—¡Por supuesto que no lo ves! —Rió con ganas por su reacción cuando tuvo que cerrarle el paso para que no subiera las escaleras, repentinamente indignada y olvidado ya cualquier temor que hubiera habido en ella—. Pero te aseguro que lo hay. Y es un motivo más que convincente: tu propia seguridad. Si eso no te basta puedo añadir que podré ocuparme de mis asuntos con más comodidad si sé que estás medianamente a salvo.

—Supongamos que me quedo en tu habitación —dijo, hablando despacio, acercándose a él, aún con la indignación reflejada en la mirada—. Exactamente qué diferencia supondría eso para un montón de ángeles que, te recuerdo, parecen empeñados en matarme.

No pudo evitar reír por su terquedad, pero, al menos, ella misma había acabado cayendo en su propia trampa, y se sintió repentinamente satisfecho por haber ganado una negociación que, en realidad, en ningún momento había tenido opción alguna de perder.

—Puedo proteger una habitación de hotel, incluso un hotel entero, o varios, para que ningún bicho sagrado con alas, sea ángel o paloma, se te acerque. Lo que de ninguna manera puedo hacer sin provocar un mal mayor es alejarlos de toda una maldita ciudad. Esa es la simple diferencia. —Sonrió triunfante al sentir la rabia previa a la rendición en el interior de Luz—. Ahora, dime, ¿será necesario que te ate a la cama?

—En todo caso, mejor en otra circunstancia —dijo, y sonrió, maliciosa, clavando en él sus ojos, antes de agacharse y escurrirse por debajo de su brazo en un alarde de orgullo que lo llenó por completo, haciéndole sentir, por un momento, infinitamente satisfecho, a la vez que todas las intensas emociones que ella despertaba en él bulleron en su interior sólo el instante antes de verse sobrepasadas por una lujuria como jamás pensó que fuera capaz de sentir.

Sintió cómo el alivio que invadió a Luz al abandonar los corredores subterráneos se mezcló al instante con todas sus emociones. Trató de serenarse y se concentró de nuevo en las emociones de Luz, cuyo alivio inicial al salir de los túneles había dado paso a la incomodidad al llegar a la enorme nave central de la catedral y distinguir ante el altar a los dos diablos, y, de inmediato, notó también su enorme curiosidad, elevándose, y él no pudo más que satisfacerla.

—Vuestros templos son sólo eso, templos —explicó, y ella fijó otra vez sus ojos en él, deteniéndose en mitad del pasillo—. No hay nada aquí, ni en ningún santuario de cualquier religión, que pueda hacernos daño o impedirnos entrar. Como mucho son un recordatorio innecesario del Paraíso que jamás volveremos a pisar, y también uno de los pocos lugares que pueden hacernos sentir, por decirlo de algún modo, como en casa.

Ella asintió, sin apartar aún la mirada de él, que sintió de inmediato su incertidumbre y pasó despreocupado un brazo sobre sus hombros, acercándola a su cuerpo, disfrutando del ansiado contacto del que hasta aquel momento se había privado, y convenciéndose de la necesidad de hacerla sentir segura ante los dos imponentes ángeles caídos que los observaban. Al instante lo golpeó la rabia de Asmodeo y sonrió, divertido, al reconocer la expresión de comprensión en el rostro de Belial por la súbita emoción en el interior del otro diablo.

—Vamos —le susurró a Luz, dejándose llenar por sus emociones, entre las que destacaba ahora la satisfacción de sentirlo a su lado.

Caminaron hacia el altar y se detuvieron ante él, guardando las distancias con los dos diablos. Lo último que quería era que Luz se sintiera en aquel instante más incómoda de lo necesario. En especial cuando el temor que pudiera sentir por los dos seres que tenía delante, a los que miraba curiosa de arriba a abajo, se fundía con el terror que sentía hacia la imagen del Cristo Juez coronando el hermoso retablo del Juicio Final del altar, y del que apartaba temerosa la mirada.

—Salgo favorecido ¿no crees? —dijo en su oído, y ella lo miró al instante, desconcertada—. La bestia verde, esa de las fauces abiertas que engulle condenados —señaló, obligándola a mirar el fresco sobre el retablo—. Creo que el artista captó a la perfección todos mis rasgos. —Sonrió, fijando en ella sus ojos al sentir su incomodidad—. Tanta realidad hay en ese retrato como en el del Cristo que no te atreves a mirar. Ahora mismo hay otras cosas a las que deberías temer. Empezando por Asmodeo.

El diablo hizo un gesto de sumisión al instante con la cabeza, y Belial caminó hacia ellos deteniéndose delante de Luz, mirándola un instante, antes de clavar la vista en él.

—¿Qué demonios ha pasado?

—Haniel flota ahora etéreamente junto a su Padre —explicó, encogiéndose de hombros.

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