Non serviam. La cueva del diablo (34 page)

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Authors: Carmen Cervera

Tags: #Intriga, #Fantástico

BOOK: Non serviam. La cueva del diablo
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Sánchez permaneció en silencio, hurgando en su libreta y tomando indescifrables notas, mientras el inspector Carvajal le preguntaba a Luz sobre la última vez que había visto a Marcos Vicente y si había notado algo extraño en su comportamiento. Ella contestó a todas sus preguntas, mientras recordaba el almuerzo a deshoras con el historiador y la tarde en el Departamento de Historia, el mismo día que habían llegado los análisis de datación de las piezas, había discutido con Alfonso y, posiblemente, habían robado la colección. Marcos había abandonado el departamento justo después de que Alfonso se fuera, junto a algunos de los técnicos. Había estado trabajando en los resultados de los análisis, como los demás, y lo único extraño que ella había podido notar en su comportamiento era su innegable voluntad de permanecer en el proyecto, incluso si no podía seguir la línea de investigación que deseaba. Aunque aquello en ningún modo podía ser calificado como una actitud poco habitual, cuando lo más importante para la mayoría de académicos era conseguir el mayor reconocimiento posible por la publicación de los resultados fruto de su participación en proyectos como aquellos, a pesar de que en ocasiones no se llegara ni de lejos al fondo de la investigación. Marcos le había dejado claro que, al igual que ella, sospechaba de una más que evidente conexión entre los hallazgos de la cripta y la leyenda de la Cueva del Diablo, e igualmente se había mostrado dispuesto a convencer a Alfonso para ahondar en esa teoría. No obstante, no había intervenido en la discusión que Luz y Alfonso habían mantenido, de igual modo que anteriormente no había dudado en aparcar sus pesquisas en torno a la leyenda de la cueva cuando Alfonso se lo había pedido.

—No, de ningún modo veo capaz al doctor Marcos Vicente de robar un material como este —contestó, convencida y algo sorprendida por la pregunta del inspector Sánchez, que por primera vez había abierto la boca desde que había entrado en la sala.

—¿Desde cuándo se conocen? —preguntó con brusquedad el inspector con pinta de militar que había llevado la conversación hasta el momento.

—Hace más de diez años —respondió, tratando de recordar la primera vez que había coincidido con él—. Trabajamos juntos en algunos proyectos antes de que yo…

—¿Ha mantenido un contacto constante con el señor Vicente? —la interrumpió Sánchez, con la vista en su libreta de notas.

—No, simplemente hemos colaborado en algunas ocasiones —explicó, y Carvajal asintió mientras Sánchez apuntaba algo descuidadamente en su libreta.

Luz no comprendía por qué insistían tanto en su relación con Marcos ni el interés que podían tener aquellos dos policías en el historiador, aunque tampoco sabía qué podía haberles contado él. De todos modos, era incapaz de imaginarse a aquel académico señalando con el dedo hacia ella, no porque confiara en una supuesta lealtad, sino porque ella no suponía una competencia directa para él. Sus campos de trabajo estaban demasiado alejados para que ella fuera un obstáculo, y aquel era el único motivo por el que alguien como Marcos podría pretender señalar a otro académico en un asunto tan grave como ese.

—¿Está segura de que no ha visto al señor Vicente desde el lunes? —preguntó Carvajal, con voz algo más profunda, más seria, como si se tratara de una cuestión crucial, aunque ya le había preguntado al menos cinco veces por la última vez que había visto a Marcos. Ella asintió—. ¿Y no ha estado usted en el domicilio del señor Vicente en Salamanca desde su llegada a la ciudad?

—No, nunca he estado en su casa, ni ahora ni en ninguna ocasión anterior.

El inspector Carvajal cogió con un gesto rápido y firme la descolorida carpeta de delante de Sánchez y rebuscó en su interior, alternando miradas entre los documentos que guardaba, mientras ella lo miraba con curiosidad, sin comprender a dónde querían ir a parar con aquellas preguntas.

—¿Qué puede decirme de esto? ¿Reconoce alguna de estas marcas? —preguntó, y, con un golpe, puso sobre la mesa la carpeta abierta frente a ella.

Luz miró la carpeta y no pudo evitar sorprenderse al ver cuatro fotografías que mostraban el interior de una casa, la de Marcos, imaginó, desordenada y con los muebles revueltos y descolocados. Las paredes, blancas y desnudas, estaban manchadas con enormes trazos rojos.

—¿Es sangre? —preguntó asombrada, con la vista aún en las imágenes que tenía delante, tratando de comprender lo que veía.

—No —contestó Sánchez con rotundidad—. Pero tampoco es pintura…

—El laboratorio está trabajando en ello —interrumpió el otro inspector—. ¿Reconoce estos dibujos?

Por supuesto que los reconocía. Las fotografías mostraban diversas habitaciones de la casa, todas igualmente destrozadas, revueltas y decoradas con aquellos trazos rojizos que, sin lugar a dudas, habían sido copiados del manuscrito. En las últimas páginas del legajo, junto a las numerosas fórmulas y extrañas explicaciones en las que aún no había tenido tiempo de trabajar, había una serie de signos que todavía no había identificado. Los había copiado en su libreta para trabajar en ellos, pero se la habían robado la noche anterior a la desaparición del manuscrito. Ahora, al verlos allí, ampliados y en aquel intenso rojo, reconoció algo que antes había pasado por alto. Aquellos símbolos parecían sellos mágicos, como los que aparecían en algunos viejos grimorios para invocar a los demonios. No eran iguales que los sellos de la Clave Menor de Salomón, estaba segura de ello, pero tampoco podía negar el parecido, y no comprendía cómo no se había dado cuenta antes.

—Aparecen en el manuscrito de la cripta, el que han robado —musitó, analizando aún las imágenes.

—¿Y éstas? —preguntó el inspector Carvajal, moviendo con ambas manos las imágenes y descubriendo otras cuatro fotografías.

Luz asintió, sin dar crédito a lo que veía. Los cuadros que debían de haber decorado aquellas paredes, ahora marcadas de rojo, tenían en su parte posterior símbolos, dibujados en negro, que no podían ser otra cosa que letras del alfabeto de Malaquías.

—Es escritura angélica, el alfabeto de Malaquías —contestó después de un rato, incapaz de retirar la vista de aquellas imágenes.

—¿Qué utilidad tienen estos símbolos? —preguntó Sánchez, y su voz le pareció más segura y confiada de lo que ella recordaba.

—¿Utilidad? —dijo, sorprendida, fijando su vista primero en un inspector y luego en el otro. Sánchez asintió—. Ninguna, que yo sepa…

—¿No se usa en ceremonias o algo así? —preguntó Carvajal—. Alguna secta, tal vez.

—Algunos libros medievales lo incluyen como parte de antiguos ritos, hechizos o invocaciones —contestó, de manera automática—. Si algún fanático lee uno de esos libros no quiero imaginarme qué uso podría llegar a darle a este alfabeto.

Los inspectores se interesaron en los rituales de los viejos grimorios y Luz les explicó, con toda la paciencia de la que fue capaz, algunas de las supuestas funciones que los antiguos tratados de ocultismo recogían en sus páginas, y se sorprendió al encontrar una nueva posible conexión entre el manuscrito y los viejos rituales mágicos. ¿Acaso podría dar aquel legajo las instrucciones para una supuesta invocación al mismísimo Lucifer? Trató de no pensar en ello mientras respondía a todas y cada una de las preguntas de los inspectores, que, finalmente, le explicaron que Marcos había desaparecido, sin dejar rastro, igual que Anabel Ruiz. Aunque aquellos signos encontrados en su casa eran una prueba más que evidente de las diferencias entre ambas desapariciones, o al menos, eso era lo que aquellos dos hombres le dijeron, mientras seguían mostrándole las fotografías, antes de indicarle que podía marcharse y pedirle que, si se le ocurría algún otro posible significado de aquellos signos, se lo comunicara de inmediato.

—De todos modos, señora Martín, le agradecería que nos informara si tiene usted intención de abandonar Salamanca —dijo Carvajal, que sostenía abierta la puerta del cuarto invitándola a salir, mientras Sánchez la miraba despectivamente de arriba abajo desde la silla en la que permanecía sentado.

—Por supuesto —respondió, antes de salir de la habitación y dejar atrás a los dos inspectores y las terribles fotografías.

Capítulo X

L
OS sellos que usaba Legión para sus artimañas dibujados en las paredes de la casa del historiador no eran ninguna buena noticia, aunque, de momento, la desaparición de aquel profesorcillo absurdo sirviera para que la policía dejara en paz a Luz durante una temporada. Al menos, hasta que encontraran el cadáver de aquel pobre desgraciado, porque, si Legión estaba envuelto en aquello, nada bueno podía haberle pasado al tal Marcos. No es que Ángel lamentara especialmente su pérdida, no le había sido de ninguna utilidad durante el tiempo que había estado investigando sobre las piezas de la cripta, prácticamente lo había llevado de la mano hasta la Cueva del Diablo, y le había puesto en bandeja todas las evidencias que necesitaba para que entendiera con qué estaban trabajando. Aún así, el muy idiota, se había limitado a esconder en una caja todos sus informes y olvidarlos. Pero Luz estaba muy preocupada por él y eso lo inquietaba. Los recuerdos que conservaba en su mente de las fotografías que le habían mostrado en la comisaría eran increíblemente claros, y él no pudo evitar sorprenderse de lo mucho que la había afectado impactado a aquellas imágenes, aunque ella no estuviera dispuesta a demostrarlo.

Desde que se habían encontrado en el restaurante del hotel, Luz le había estado explicando con detalle todas las preguntas de los dos policías que la habían interrogado y sus propias conclusiones sobre el tema, pero no había mencionado, ni en una sola ocasión, la inquietud que sentía por el posible paradero del historiador. Después de almorzar parecía más tranquila, aunque en realidad no lo estuviera, y Ángel se recostó en su silla, escuchándola atentamente, mientras trataba de averiguar hasta qué punto le había afectado la extraña desaparición del profesor. Nada en su rostro o en su modo de hablar revelaba el desasosiego que sentía, pero la simple nitidez de las imágenes del piso del historiador en su mente eran una muestra del impacto que le había provocado. Era evidente que para ella no era lo mismo rebuscar entre libros de ocultismo, magia y demonología, que enfrentarse a todo ello en una situación real y ver los símbolos que tanto conocía en un lugar distinto a las páginas de un viejo tratado, aunque no creyera que ninguno de esos sellos tuviera poder alguno. Aquellos mismos dibujos, que a cualquier humano que hubiera conocido su significado y creído en su poder, le hubieran puesto los pelos de punta, a ella no le causaban impresión alguna, y a pesar de eso las imágenes que había contemplado permanecían gravadas a fuego en su memoria, como si una parte de ella comprendiera algo que su razón le negaba.

Luz hablaba sobre los motivos por los que los sellos podrían haberse convertido en la macabra decoración del domicilio de su colega, y sus teorías abarcaban desde que el propio profesor se hubiera vuelto completamente loco, hasta que una secta satánica lo hubiera secuestrado y hubiera robado la colección de objetos. La ansiedad que ella sentía ante esas absurdas ideas lo golpeaba e inquietaba, aunque sabía que, en realidad, el nerviosismo de Luz no era ni una minúscula parte del que debería sentir si comprendiera la terrible verdad que encerraba el uso de los malditos sellos en aquel domicilio.

—Tal vez el manuscrito ocultaba una guía para invocar a Lucifer —murmuró Luz, desanimada por no poder comprobarlo, y Ángel tuvo que hacer un increíble esfuerzo para ocultar una sonrisa—. Marcos podría haberlo descubierto y, vete tú a saber por qué, intentarlo y…

—¿Y qué? —la interrumpió él, divertido—. ¿El Diablo contestó a su llamada, apareció en su piso, y se lo llevó a él y todo lo que había robado?

Luz rió ante el despropósito de aquella idea, pero Ángel sintió de nuevo su preocupación por el paradero de Marcos y se estremeció.

—Evidentemente, no, pero por algún motivo dibujó los sellos en las paredes…

—¿Crees que quería invocar al Diablo? —preguntó, y Luz asintió, aunque sus ojos mostraban lo poco que la convencía esa posibilidad—. ¿Y por qué habría llenado la casa de escritura angélica? Además, tampoco sabemos si fue él quién pintó los sellos.

Era evidente que ella no estaba dispuesta a darse por vencida y a él no le importaba seguirle el juego, aunque no pudiera llegar al fondo del asunto. Ángel sabía que el historiador no había robado las piezas, quien lo hubiera hecho conocía mucho más que él sobre el manuscrito y trabajaba mano a mano con Legión. Además, se había tomado demasiadas molestias en la casa del profesor. Los sellos de aquel maldito demonio no eran una simple firma, y la escritura angélica esparcida por la casa, oculta tras los cuadros, era una protección contra el espíritu al que se había invocado, algo que ninguno de los humanos ineptos que adoraban a Legión, pensando que era el Príncipe de las Tinieblas, se habría preocupado en hacer. Fuera quién fuera que había montado ese tinglado tenía conocimientos de primera mano sobre cómo realizar los rituales, y no le importaba ni lo más mínimo dejar una señal inequívoca de lo que había estado haciendo. Era, en definitiva, un problema más que sumar a una larga lista.

—No puedo creer que Marcos robara las piezas…

Por primera vez desde que se habían encontrado para almorzar el rostro de Luz reflejó parte de la inquietud que guardaba en su interior, y Ángel comprendió que su preocupación no era únicamente por la desaparición del profesor, sino porque pudiera haber sido él quién robara el manuscrito y los objetos, motivado por la invocación que creía que contenía el relato.

—Averiguarlo es el trabajo de la policía —dijo, tratando de tranquilizarla—. El tuyo es bajar a los túneles para demostrar la conexión de la cripta con la leyenda de la cueva.

—Cierto. —Los ojos de Luz se iluminaron y mostraron ese brillo que la curiosidad encendía en su mirada—. Aunque no he tenido tiempo para preparar un plano…

—Ya me he ocupado yo de eso —la interrumpió y ella lo miró con severidad justo antes de que él supiera que se había dado por vencida—. No te queda más remedio que dejar que te acompañe, aunque, por supuesto, siempre puedes aplazar la excursión.

Luz intentó protestar, y trató de convencerlo, ya sin esperanza alguna, de que no necesitaba ayuda y era perfectamente capaz de bajar ahí sola. Evidentemente que lo era, pero él no estaba dispuesto a dejarla sola bajo ninguna circunstancia, y mucho menos sabiendo que en cualquier momento un ángel, supuestamente indisciplinado, o un demonio antiguo y descontrolado con demasiadas ganas de notoriedad, pudiera acabar con su vida sin que ella fuera capaz de reaccionar. Ángel disfrutó de destrozar uno a uno sus argumentos hasta que, finalmente, ella cedió, llegando a reconocer, incluso, que agradecía la compañía en su excursión subterránea.

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