Non serviam. La cueva del diablo (46 page)

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Authors: Carmen Cervera

Tags: #Intriga, #Fantástico

BOOK: Non serviam. La cueva del diablo
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—¡Sigue! —gritó, retándola—. Yo también tengo curiosidad de saber hasta dónde puedo llegar. ¡Sigue, si tienes valor, pregonera!

Gabriel rió, y su risa retumbó como mil cascabeles en las paredes de la habitación, al tiempo que Ángel caía de nuevo, más lentamente ahora, antes de levantarse entre los aullidos de dolor de los diablos que seguían tendidos en el suelo ante él, justo detrás del arcángel que ceñía el sello contra ellos.

—¡No es suficiente, Gabriel! —gritó Ángel, y un nuevo gesto de la mano del arcángel arrancó nuevos rugidos de las bestias que se retorcían tras ella, pero en esta ocasión él no cayó y, en cambio, las sombras a su alrededor se intensificaron—. ¡Sigue!

Luz se debatió de nuevo entre los brazos de Rafael, que respiraba aceleradamente contemplando la escena, con la vista puesta en Miguel, que observaba, impasible, apoyado en una pared. No consiguió deshacerse de él, y una nueva serie de alaridos de los diablos la hicieron estremecer, a la vez que vio a Ángel caer de nuevo sobre una rodilla, antes de romper a reír con una carcajada tenebrosa y llena de dolor.

—¡Basta! —Rafael gritó con furia, avanzando hacia Gabriel y aflojando la presa alrededor de Luz, pero Gabriel sonrió y forzó una vez más el sello, haciendo que Ángel se retorciera de nuevo ante ella, entre los rugidos de dolor del resto de los diablos—. ¡Para ya, Gabriel!

—¿Por qué? —Gabriel sonreía complacida, exultante, sin apartar la vista de Ángel—. Lo merece, es una bestia, Rafael. Esta es sólo su condena.

—No, su condena es la que se le impuso al principio de los tiempos —explicó el arcángel que la sostenía mientras Ángel se levantaba de nuevo—. Este es tu juego sobre ella. Miguel —llamó, volviéndose hacia el otro ser sagrado que contemplaba la escena, en silencio, manteniendo fija su mirada en Ángel, que avanzaba con lentitud hacia Gabriel—. ¿Por qué?

Miguel no contestó. Rafael quiso avanzar hacia él y Gabriel aprovechó el momento para presionar aún más el sello que había impuesto sobre el espíritu de Ángel, derrumbándolo en el suelo otra vez, y Luz, al fin, pudo desprenderse del abrazo de Rafael para ir a ayudar a Ángel, que estaba en el suelo, temblando. Oyó a su espalda el grito desesperado de Rafael llamándola y la voz de Miguel fundirse en el espacio cuando, finalmente, se agachó junto a Ángel, rodeándolo con sus brazos, queriendo incorporarlo, y todo a su alrededor desapareció.

Ángel sintió la presión de las viejas cadenas que ataban su espíritu ceñirse con nueva intensidad sobre él, oprimiéndolo, lanzándolo al Infierno que había en su interior y en el que había estado perdido durante los primeros tiempos de su condena, y que los humanos habían calculado en mil años. Notó su cuerpo tensarse y retorcerse como si fuera la primera vez, transformándose en una bestia que ya nada tenía que ver con aquello que era. Sintió la fuerza de la negrura atraerlo y llamarlo, pero se resistió a ella con toda su furia. La ira y el dolor regresaron con más fuerza, así como la convicción y la determinación que lo habían guiado en cada uno de sus actos. Y, junto a ellos, regresaron también los recuerdos, tan fuertes y claros como si las escenas que desde el inicio de los tiempos habían torturado su espíritu sucedieran de nuevo, conociendo el fatal desenlace que, a pesar de todo, lo motivaba a seguir adelante.

Recordó su propia creación, la belleza de obtener por primera vez conciencia de su ser, del vacío que lo envolvía y tomaba forma, de la fuerza y omnipotencia de la energía de la que había surgido y que todo lo abarcaba. Revivió aquella primera visión y el sentimiento, inmenso, hermoso, terrible, que lo llenó por completo desde el primer instante. Y el vacío. La angustia creciente, sutil primero, aterradora después, que se había apoderado de su espíritu desde el principio. Las escenas se sucedían veloces y las sensaciones, atroces, lo atravesaban, justo antes de empujarlo hacia la oscuridad del abismo, arrastrándolo hacia él, aprisionándolo en el interior de una noche negra y eterna donde el vacío era peor que cualquier otro dolor, que cualquier otra sensación.

El dolor de los diablos que eran empujados a las tinieblas con él lo golpeó y lo llenó, sobrecogiéndolo al tiempo que un nuevo dolor, distinto pero aún más intenso lo atravesó, dándole la fuerza necesaria para resistirse a la atracción de las sombras que lo atrapaban, obligándolo a luchar como hacía tiempo que no lo hacía, y despertando en su interior un nuevo sentimiento, una nueva fuerza, que no reconocía pero que le era familiar, cercana, como el eco de un recuerdo robado.

Se enfrentó a Gabriel, resistiendo a la negrura con todas sus fuerzas, deleitándose ahora con su propio dolor, el de sus diablos, y el de aquel ser que lo llamaba y atraía desde algún lugar que no podía definir, impidiendo que regresara de nuevo a las sombras de su condena. Saboreó la furia del arcángel, sus ansias de venganza y aquel odio que habitaba en su interior, que ella no reconocía y que no debería sentir, pero que lo llenaba más que todo el dolor acumulado en aquella habitación. El arcángel ciñó con ira aún más las cadenas que lo sujetaban pero sólo consiguió reavivar su furia, alimentando un poder ya desatado, que lo empujaba y estremecía, a la vez que los recuerdos lo azotaban de nuevo, torturándolo.

Revivió el instante de la primera Creación material, la plenitud al contemplarla y la envidia que surgió en su interior al verla. Se retorció de dolor por la antigua comprensión de su naturaleza deformada, sedienta de libertad de la fuerza y envidiosa de la que él había surgido. Una fuerza a la que era increíblemente similar, pero a la vez tan distinto que le dolía. Y aquella agonía vieja, antigua, lo lanzó de nuevo al vacío, y sintió un estremecimiento en su interior, una llamada, desconocida y próxima, que lo levantó. De nuevo, la angustia de aquel ser, tan cercano y alejado al mismo tiempo, lo llenaba y empujaba a luchar. Una vez más, la rabia y la furia de Gabriel alimentaron su poder hasta un límite que no era capaz de situar, levantándolo, obligándolo a enfrentarse a ella, a su rabia, a su ser y a su condena eterna.

El arcángel forzó de nuevo el sello sobre su espíritu y una nueva oleada de recuerdos lo embargó, haciéndole perder ya por completo la noción del tiempo y del espacio. Recordó el deseo de ser libre y la inquietud por saberse capaz de romper las cadenas que lo ataban, la lucha interior y el vacío que lo atraía y aterraba. Revivió la soledad absoluta, las ideas que lo atormentaban, el exilio voluntario en busca de respuestas que lo asustaban. De nuevo, sintió el viejo temor a lo desconocido, a su propio ser, a su poder y, sobre todo, a su naturaleza, tan distinta a todas las demás, tan similar y a la vez tan alejada de la del poder del que él había surgido y con el que había dado lugar a la Creación. Volvieron las preguntas y el miedo, el vacío y la tristeza, la oscuridad de su espíritu y la luz de su consciencia obligándolo a comprender, a buscar, a preguntar y a experimentar. A pesar del temor y del dolor que cada pequeña pregunta, y cada nueva respuesta, le provocaba.

Regresó al momento de la Creación de la obra máxima y se maravilló ante la imagen que de nuevo contemplaron sus ojos. Vio al nuevo ser, material, perfecto, superior en todo a los demás, que miraba al cielo, desolado, asustado, sin comprender, y recordó la imposibilidad de interferir. Sintió lástima del solitario ser sin consuelo, y lo observó como si aquella vez fuera la primera, como si realmente en ese instante naciera el ser perfecto ante él que, impotente, sólo podía contemplarlo en la distancia, diluido en el éter. Se compadeció de su soledad y quiso otorgarle la comprensión y el conocimiento que podrían guiarle, pero recordó de nuevo la imposibilidad, como una atroz prohibición que se lo impedía, y se retorció otra vez en su dolor, provocado ya no sólo por saberse único, diferente, extraño, sino retorcido y equivocado, deseoso de hacer lo que sabía que no debía ser hecho.

Sintió las cadenas impuestas tiempo atrás sobre su ser y volvió la vista hacia Gabriel, abandonando el pasado, centrándose en el arcángel, odiándolo a la vez que sentía su odio, y se alimentó de su propio sufrimiento, levantándose, surgiendo de entre las sombras que lo atraían con más fuerza de la que jamás lo hubieran hecho desde que fuera condenado. Y, una vez más, aquel eco, aquella vieja y lejanamente conocida voz, retumbó en su interior, obligándolo a resistir, impulsándolo a seguir a pesar de su tormento, de la atracción sobre su espíritu del castigo eterno.

De nuevo, el sello de su espíritu se retorció y las sombras que lo absorbían aumentaron la intensidad, llevándolo junto a ellas, transportándolo a un lugar más allá del espacio y a un tiempo antes del tiempo, cuando aún no existía nada más que la fuerza de la que había surgido y que todavía su ser, cuando nada en él se había retorcido y cuando el poder con el que ahora luchaba por sobreponerse a su condena era utilizado para resistirse a su errónea naturaleza. Vio una vez más ante sus ojos a la nuevo ser y cómo, ante su mirada, la nueva criatura se dividió en dos, formando una compañera que era una parte de él. El ser había sido dividido en dos y cada nueva mitad no era sino una parte del ser antiguo, que se complementaban y amaban como no era posible para ningún otro ser de la Creación. La envidia, con más fuerza que nunca, se desató en su interior. Él, que al igual que la fuerza de la que había surgido, y que aquel primer ser completo que ahora eran dos, era único en toda la Creación, había deseado desde el primer instante en que tuvo consciencia de su propia existencia, tener un igual, un ser como él al que amar y comprender. Tener lo que ahora tenía el nuevo ser, que ya no miraba desconsolado hacia el abismo sino que estaba embelesado en la parte de sí mismo que era la nueva criatura.

La furia lo atravesó igual que si por primera vez se enfrentara a aquella escena terrible y a la certeza de que nada en él era como debía ser. Vio a los nuevos seres vivir y desarrollarse, y se sorprendió al verlos sufrir, a pesar de su suerte, de su compañía, de sentir un amor que consideraba imposible porque nada tenía que ver con el amor obligado hacia la fuerza de la que él había surgido. Comprendió que aquellos seres eran libres y que sólo en la libertad podía darse ese tipo de amor. Y deseó la libertad con más furia que antes, porque quería amar como aquellas criaturas se amaban. Aunque no tuviera igual, descubrió que podía amarse a sí mismo, por ser como era, único y perfecto, indudablemente mejor que el resto de seres que existían a su alrededor, y completo, a diferencia de aquel ser material, supuestamente perfecto, que ya no era uno solo, sino dos.

Luchó contra las cadenas que lo ataban, sintiendo la resistencia de la fuerza de la que había surgido y que todo lo llenaba derrotándolo, dejándolo rendido y asustado por su propia reacción. Se recreó en el sufrimiento de aquellos seres, que tenían lo que él ansiaba, pero su propio sufrimiento aumentó, dotándolo de una fuerza no conocida, que rebasó todas las barreras, todas las cadenas, todos los límites, y que anuló el dolor. Sobre la envidia y el odio que lo llenaban surgió una inmensa compasión, y quiso aliviar el sufrimiento de aquellos seres, igual que había hecho desaparecer el suyo, y los dotó de comprensión, conocimiento y sabiduría. Se enorgulleció de su obra y, por primera vez en toda su existencia, no sintió vacío en su interior, sino sólo amor. Un amor diferente, que nada tenía que ver con lo que había sentido hasta aquel momento, un amor hacia sí mismo, hacia su naturaleza, pero también hacia aquella criatura finita e indefensa, que ahora tenía también una parte de él mismo. Pero todas esas nuevas emociones desaparecieron cuando al instante entendió que ese amor, nuevo, diferente y mejor no debería haber sido posible, y se estremeció al comprender que no sólo había quebrantado la única prohibición que se le había impuesto, sino que, además, había superado unas barreras que se suponían infranqueables, y que había intentado respetar durante toda su existencia en contra de sus deseos y de su propia voluntad. Y un dolor más intenso y brutal de lo que jamás había sentido lo retorció e inmovilizó. El abismo y las sombras se ciñeron sobre él, transformándolo en un nuevo ser, aumentando su poder, retorciendo su esencia, variando su naturaleza. Sólo quedaban en él la rabia y el terrible vacío, que parecía de nuevo incapaz de desaparecer. Un relámpago con furia atravesó su ser, dividiéndolo, mutilándolo, partiéndolo en dos, a la vez que la oscuridad aumentaba en su interior y en el universo que lo rodeaba, ya sin Gracia y sin perdón, ajeno a la fuerza de la que él había surgido antes de que nada más existiera.

Tomó consciencia de las cadenas sobre su espíritu, rodeándolo, asfixiándolo y recordó a Gabriel. Buscó a tientas en su propia oscuridad, aquella voz, aquel eco, aquel recuerdo lejano que lo había empujado a resistir, pero no lo encontró. Quiso centrarse en el odio del arcángel que lo torturaba, pero se dio cuenta de que su propio odio era mayor, y de nada le servía aquel sentimiento ante la fuerza del sello que lo empujaba hacia el abismo al que ya apenas podía resistirse. Trató de centrarse en sus diablos, pero sus presencias no eran ya más que oscuridad y dolor, aumentando la fuerza de atracción del agujero negro que lo reclamaba. Las sombras sobre su ser se intensificaron, arrastrándolo, y su voluntad casi se doblegó justo antes de sentir junto a él, hundiéndose en la oscuridad, una presencia que reconoció de inmediato porque no le era ajena, sino que era una parte de él, una mitad que le había sido arrancada y arrebata. Recordó el dolor y el vacío desapareciendo, justo antes de volver. Revivió la búsqueda incesante de aquella parte de su ser que de la había sido privado, encerrada en la oscuridad, y la antigua fuerza regresó. Todo desapareció a su alrededor, salvo aquel ser, aquella parte de sí mismo que se fundía ahora con él, y comprendió que nada más importaba salvo evitar que aquella brillante luz, que en un tiempo había formado parte de él, cayera en el abismo que los atraía a ambos irremediablemente hacia la negrura eterna, hacia el tormento continuo.

Capítulo XIII

L
A oscuridad envolvió a Luz hasta absorberla completamente en su interior y hacerla desaparecer. De pronto, se sintió diferente, plena y completa. Todo a su alrededor era vacío y quiso levantarse, buscar algo que no recordaba, pero, enseguida, comprendió que no podía hacerlo porque no había un cuerpo que mover y con el que incorporarse. Se sorprendió contemplándose y entendiendo que aquella, y no otra, era su esencia, su verdadera naturaleza, y se relajó. De inmediato supo que no estaba a solas, percibió una fuerza, infinitamente poderosa, inabarcable, que la llenaba y atraía, que estaba a la vez en su interior y a su alrededor, siendo al mismo tiempo lo que conformaba su ser y todo lo demás que existía, pero siendo también algo diferente a ella, que la hacía brillar con una intensidad tal que convertía su ser en algo mejor y más hermoso que todo lo demás, algo único y solitario, algo bello y peligroso. La certeza provocó que el vacío tomara forma en su interior, un agujero negro que absorbía toda la luz, la suya y la de esa fuerza inmensa que con su presencia la aliviaba y atormentaba por igual, dejándola a oscuras y llenando su espíritu de dolor.

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