—No hemos vigilado el rebaño juntos, señor.
Era su réplica habitual en esa clase de circunstancias. Me incliné hacia Alice y le susurré:
—Sabe de lo que habla…
Ella soltó una carcajada. Fausteri nos lanzó una mirada glacial.
Dunker prosiguió, eximiéndose de paso de responder al comentario del consultor.
—El test que les propongo debe obligatoriamente prepararse, porque requiere de la presencia de al menos tres personas. Aunque no deben ser forzosamente consultores. En la práctica, pueden incluso hacer que intervenga cualquiera —dijo riendo nerviosamente.
Nos había picado la curiosidad. Nos preguntábamos de qué se trataba.
—El test se basa en el principio según el cual la verdadera confianza en uno mismo es independiente de la mirada ajena —continuó—. Es una característica personal, anclada en uno. Se corresponde con una especie de fe inquebrantable de la persona en su valía, en sus capacidades, y no puede por tanto cuestionarse por críticas exteriores. Al contrario, una confianza en uno mismo indebida o simulada no resiste a un entorno hostil, y la persona pierde una buena parte de sus facultades… Pero ya he hablado demasiado. ¡Un buen ejemplo vale más que mil palabras! Necesito un voluntario de entre ustedes…
Recorrió con los ojos el grupo, una sonrisita indefinible en los labios. Las miradas se volvieron hacia el suelo o se perdieron en el vacío.
—Lo ideal sería un miembro del equipo de selección contable porque necesito alguien bueno en matemáticas…
La mitad de los asistentes se relajó, mientras que la otra mitad se crispó un poco más. El cerco se cerraba alrededor de nosotros. Se tomó su tiempo y adiviné un placer sádico en esa espera que nos imponía.
«¿Qué se propone?»
Era evidente que nadie respondería a semejante invitación sin saber qué le iba a caer encima.
—Bueno, entonces, me obligan a designar yo mismo al voluntario…
Creo que los nazis hacían eso mismo, invocando la responsabilidad del otro en lo que se aprestaban a infligirle.
—Veamos…
Adopté una expresión lo más indiferente posible, dejando mi mirada errar por la cubierta de mi
Closer
. ¿De verdad Angelina Jolie tenía los pechos caídos por la lactancia? Apasionante tema… Se podría haber oído una mosca volar en la sala. El ambiente se estaba tornando irrespirable. Sentí la mirada insistente de Dunker presionando en mi dirección.
—Señor Greenmor.
Me había tocado… Se me heló la sangre. Debía resistir, no desfallecer. Para variar, iba a hacerme pasar en público su test de pacotilla. ¿Y si era una venganza? Sin duda Larcher le había informado de nuestro encontronazo durante la última reunión comercial. ¿A lo mejor quería ponerme coto, quitarme las ganas de volver a empezar, hacerme pasar por el aro?
«Conservemos la calma. No capitular. No darle ese placer.»
—Venga, Alan.
«Estamos buenos, me llama por mi nombre de pila. Para ablandarme, sin duda. Para que no esté a la defensiva. Redoblemos la vigilancia.»
Me levanté y avancé hacia él. Todos los ojos estaban clavados en mí. La aprensión, todavía palpable hacía unos segundos, había dado paso a la curiosidad. Estaban en un espectáculo, en resumen. Tal vez incluso en el Coliseo… Miré a Dunker. «
Ave, Caesar, morituri te salutant…
» No, no tenía en absoluto madera de gladiador.
Me señaló una silla, colocada frente al grupo a dos metros de él. Me senté, tratando de parecer a la vez indiferente y seguro de mí mismo, pero no era fácil…
—He aquí cómo vamos a proceder —dijo dirigiéndose al grupo—. Primero, hay que precisar al candidato que es un juego y que nada de lo que vamos a decirle se corresponde con la realidad: es sólo porque el test así lo requiere. Es importante informarle para no tener luego problemas. La prensa ya nos maltrata suficiente en este momento…
¿Qué iba a hacerme? Sentía que no iba a ser divertido… Debía resistir a cualquier precio.
—Mi papel —prosiguió— va a ser hacerle al señor Greenmor preguntas de cálculo mental bastante simples.
¿De cálculo mental? Vale, esperaba algo peor. Sabría apañármelas.
—Durante ese tiempo —continuó—, ustedes van a decirle cosas… más bien… poco aduladoras, críticas, reproches… En fin, brevemente, su objetivo es minarle la moral diciéndole todas las cosas desagradables que se les pasen por la cabeza relativas a él. Sé que algunos de entre ustedes conocen poco a Alan, o incluso no lo conocen en absoluto. No tiene importancia. De todas formas, una vez más, no traten de decirle verdades, sólo críticas desagradables para intentar desanimarlo.
¿Qué era aquel disparate? ¿Un linchamiento público?
—No veo el interés de ese test —señalé.
—Es evidente: el candidato que posee una auténtica confianza en sí mismo no se turbará en absoluto por los reproches que no son justificados.
Comprendí sobre todo que Dunker había visto en mí al sujeto ideal que le serviría para destacar. Aquel degenerado había sentido evidentemente que era bastante sencillo desestabilizarme. Estaba casi seguro de triunfar brillantemente con su demostración, de impresionar a la galería a mi costa. No era necesario que yo participase… No, no debía hacerlo. No tenía nada que ganar, y todo que perder… De prisa, debía encontrar una excusa, cualquiera, para retirarme.
—Señor Dunker, este test me parece difícilmente aplicable en la selección… No es muy… ético.
—Eso no supone ningún problema, pues se muestran sus intenciones de manera transparente. Por otra parte, el candidato es libre de aceptar o no.
—Precisamente, nadie aceptará.
—Señor Greenmor, es usted consultor, ¿no es así?
Odio a la gente que te hace preguntas de las que conocen la respuesta de antemano sólo para que les confirmes sus afirmaciones.
Me contenté con mirarlo a los ojos.
—Por tanto, debería saber que los candidatos están dispuestos a hacer muchos esfuerzos para conseguir un puesto bien situado…
«No debo dejar que me lleve a su terreno. Siempre tendrá respuesta para todo. Deprisa. Debo encontrar otra cosa. En seguida… o… decir la verdad.»
—No me apetece participar en este ejercicio —dije levantándome.
Un murmullo corrió entre los asistentes. Estaba orgulloso de haber tenido el valor de negarme. Sin duda, no lo habría tenido pocas semanas antes.
Ya había dado tres pasos en dirección a mi sitio cuando me llamó:
—¿Conoce usted la definición de falta grave en derecho francés, señor Greenmor?
Me quedé paralizado, dándole todavía la espalda. No respondí. En la sala se hizo el silencio absoluto. Un silencio pesado. Tragué saliva.
—Una falta grave —prosiguió en un tono odioso— se define como la intención del empleado de perjudicar a su empleador. Una negativa a participar en este test sería perjudicial para mí, pues eso minaría mi demostración ante todo el equipo reunido especialmente para la ocasión… No es ésa su intención, ¿no es así, señor Greenmor?
Seguí mudo, todavía dándole la espalda. La sangre golpeaba en mis sienes.
No había necesidad de un croquis. Conocía perfectamente las consecuencias de una falta grave: nada de indemnización por despido, nada de preaviso, y pérdida de la indemnización por vacaciones no disfrutadas… Debería marcharme inmediatamente, con las manos vacías.
—¿No es así, señor Greenmor? —repitió.
Tenía la impresión de que mi cuerpo formaba un bloque de hormigón de dos toneladas anclado al suelo. Mi mente estaba vacía.
—Decídase, Greenmor.
¿Realmente tenía elección? Era… bastante horrible. «No debería haberme negado de primeras. Ahora no estaría en esta posición humillante…» La única salida era hacer su estúpido test. Debía dominarme, tragarme el orgullo. «Vamos…, vamos…» Hice un esfuerzo sobrehumano y… me volví. Todas las miradas hacían presión sobre mí. Volví a la silla sin mirar a Dunker y me senté silenciosamente, los ojos clavados en un punto del suelo. Estaba ardiendo. Me zumbaban los oídos. Tenía que recuperar la ventaja deprisa. Olvidar la vergüenza. Volver en mí. Recuperar la energía. Canalizarla. Respirar. Sí, eso era. Respirar… Calmarme.
Dunker se tomó todo el tiempo del mundo y luego empezó a desgranar sus órdenes de cálculo.
—¿9 por 12?
No debía apresurarme a responder. No era su alumno.
—108.
—¿14 más 17?
—31.
—¿23 menos 8?
Me esforcé para ralentizar todavía más la cadencia de mis respuestas. Debía centrarme, recuperar fuerzas. Tendría necesidad de ellas.
«Zen…»
—15.
Manoteó en dirección al grupo para invitarlo a formular críticas.
Yo seguía evitando sus miradas. Oí toses, un runrún incómodo y… ninguna palabra. Dunker se levantó de un salto en su dirección.
—Es su turno, ¡vamos! Deben decir todo cuanto se les pase por la cabeza…, aspectos negativos del señor Greenmor.
Ahora volvía a ser «señor».
—Estén tranquilos —añadió dirigiéndose al grupo—, les recuerdo que no intentan decir verdades. Por otra parte, todos sabemos que Alan destaca por sus cualidades. Es sólo un juego, por imperativo del test. ¡Suéltense, vamos!
Estábamos buenos, ahora era Alan. Casi como su colega. Y no tenía más que cualidades. Qué manipulador… Qué miserable.
—¡Eres malo!
La primera crítica acababa de estallar.
—¿8 por 9? —se apresuró a preguntar Dunker.
—72.
—¿47 por 2?
—94.
—Más, más —le soltó al grupo acompañando sus palabras de alharacas.
Increpaba a mis colegas como un general que exhorta a sus tropas para que salgan de las trincheras y vayan a combatir bajo el fuego enemigo.
—¡No sabes contar!
Segunda crítica.
—¿38 entre 2?
Me tomé un momento de respiro para romper el ritmo que él intentaba imponer.
—19.
—¡Venga! ¡Vamos!
Parecía que gritara a un grupo de personas que empujaran un coche averiado para llevarlos a alcanzar la velocidad que les permitiría poner en marcha el motor.
—¡No sirves para esto!
Hasta ahí, las críticas me dejaban indiferentes. Sonaban muy falsas, mis colegas todavía estaban más molestos que yo…
—¿13 por 4?
—52.
—¡Aficionado!
—¿37 más 28?
—¡Qué lento!
—65.
—¡Más deprisa! ¡Suéltense! —gritaba Dunker en dirección al grupo.
—¡Lento!
—¿19 por 3?
—¡Tardón!
—¡Tortuga!
—57.
—¡Eres nulo en cálculo!
Dunker lucía ahora una sonrisa de satisfacción.
—¿64 menos 18?
—¡Qué mal!
—¡No sabes contar!
—¡Qué torpe!
Los ataques empezaban a estallar de todas partes.
Tenía que concentrarme en las preguntas de Dunker. Olvidarme de los demás. No escucharlos.
—46.
—¡Mediocre!
—¡Blandengue!
—¡Cuentas a dos por hora!
—¡Lento!
La máquina se embalaba. Todo el mundo me gritaba a la cara al mismo tiempo. Dunker había ganado.
—¡23 más 18?
—¡No lo conseguirás!
«No escucharlos. Visualizar las cifras. Nada más que las cifras: 23, 18.»
—¡Eres un incapaz!
—¡Pero qué lento!
Risas sórdidas en la sala…
—¡Vago!
—¡Que no es lo tuyo!
—¡Eres nulo en matemáticas!
—¡No tienes ni una oportunidad, estás apañado!
—¡Acabado!
Se volvían fieras excitadas, se picaban con el juego.
—¿23 más 18? —repitió Dunker, todo sonrisas.
—42, no…
La sonrisa se acentuó más aún.
—¡Has fallado!
—¡No sabes ni contar!
—41.
—¿12 más 14?
—¡No vas a conseguirlo!
—¡Eres un inútil!
—¡Eres penoso!
«12 más 14.12, 14…»
—24. ¡26!
—¡Inútil, más que inútil!
—¿8 por 9?
—¡Qué malo!
—62. No… 8 por 9, 72.
—¡No te sabes ni las tablas de multiplicar!
Titubeé. Debía centrarme de nuevo, dejar a un lado mis sentimientos.
—¿4 por 7?
—¡Inepto!
—¡No lo conseguirás!
—¡No lo sabes!
—¡Eres un fracasado!
—¿4 por 7? —repitió Dunker.
—¡Incapaz!
—Veinti… cuatro.
—¡Te estás equivocando!
—¡Eres un incompetente!
—¡Zoquete!
—¡Tonto del haba!
—¿3 por 2?
—¡Ah, ah! ¡No sabe contar!
—¡Pedazo de inútil!
—¡Eres un lastre!
—¡Inepto!
—¡3 por 2!
Risas, pesadas, horribles. Algunos se partían. Yo ya no sabía dónde estaba.
—¿2 más 2?
—¡No se sabe la tabla del 2!
—¡Inútil! ¡Inútil! ¡Inútil!
—¡Zopenco!
—¡Subnormal!
—¿2 más 2? —repitió Dunker, eufórico.
—Pues…
—¿2 más 2? —se emocionó Dunker.
—¡Pedazo de inepto!
Dunker se interrumpió violentamente, se levantó de un brinco e hizo callar al grupo.
—Bien, ya basta.
—¡Incompetente!
—Paren, basta, basta…
Me sentía aturdido, reventado. Me sentía terriblemente mal. Dunker se había dado cuenta de ello de repente y había detenido el juego. Aquello se había descontrolado tremendamente, se sabía responsable de ello y debía de ser consciente de los riesgos que corría.
—Hemos terminado —dijo—. Hemos ido un poco demasiado lejos… No hay que hacerlo en la práctica…, pero aquí nos hemos topado con alguien fuerte… Podemos permitírnoslo, ¿no es así? Bueno, les propongo que aplaudamos a Alan por su valor. ¡No era una prueba fácil!
El grupo, sacado brutalmente de su trance, con aire confundido, aplaudió débilmente. Vi que Alice tenía los ojos llenos de lágrimas.
—¡Bravo, amigo mío! Se las ha apañado usted bien —dijo Dunker, palmeándome en la espalda mientras yo dejaba el sitio.
H
uí de la oficina entre la multitud, dispensándome de acabar la jornada; nadie se atrevería a reprochármelo. Giré a la izquierda en la acera y pisoteé el pavimento con un paso rápido sin tener en mente una dirección concreta. Debía sacudirme el estrés.
La horrible experiencia me había descentrado por completo, y sentía una violenta cólera contra Dunker. ¿Cómo podría mirar a mis colegas a la cara cuando me cruzara con ellos? Aquel cabrón me había humillado en público. Me las pagaría, y muy caro. Encontraría la manera de hacer que se lamentara de jugar de ese modo con la gente. El hecho de que el test hubiese demostrado mi falta de confianza en mí mismo me situaba paradójicamente en una posición de fuerza: la situación se había descontrolado, y Dunker era el responsable. Sin duda estaba en condiciones de causarle algunas preocupaciones en el plano jurídico, y debía de ser consciente de ello. Me había vuelto casi intocable. Recibí un sms de Dubreuil y encendí mi cigarrillo prescrito. Él sabría ayudarme en mi venganza, seguro. Pero ¡si sólo pudiera dejar de ordenarme fumar cada dos por tres! Fumar está bien cuando lo decide uno, no cuando se lo exigen…