—No les consientas nada a esos cerdos —gritó—. Recuérdalo, si tienes algún problema siempre puedes mandar un telegrama a la Gente Justa.
Rió entre dientes.
—Sí… Explicando mi Posición —dijo—. Algún tonto del culo escribió un poema sobre eso. Puede que sea un buen consejo si uno tiene mierda en vez de sesos.
Le hice un gesto de despedida.
—Vale —dije, saliendo de allí.
Ya había localizado un hueco en la gran valla y, con la Ballena en primera, me lancé a por él. A1 parecer, nadie me perseguía. No podía entenderlo, la verdad. Mire por el espejo y vi a mi abogado meterse en el avión, sin señal de lucha… y luego pasé las puertas y salí al tráfico madrugador de Paradise Road.
Giré a la derecha en Russell, luego a la izquierda por Maryland Parkway… y, de pronto, me vi cruzando en cálido anonimato el campus de la Universidad de Las Vegas… no había tensión alguna en aquellos rostros. Me paré en un semáforo en rojo y por unos instantes me vi perdido en un súbito resplandor de carne que inundó el paso de peatones: esbeltos y vigorosos muslos, minifaldas rosas, jóvenes pezones en sazón, blusas sin mangas, largos mechones de pelo rubio, labios rosas, ojos azules… todos los signos de una cultura peligrosamente inocente.
Sentí la tentación de acercarme y empezar a mascullar proposiciones obscenas: «Eh, guapísima, ven, vamos a hacer locuras tú y yo. Sube a este Cadillac y larguémonos a mi suite del Flamingo, allí nos chutaremos un pelotazo de éter y nos comportaremos como animales salvajes en mi piscina en forma de riñón…»
Seguro que lo haríamos, pensé. Pero por entonces ya estaba fuera de allí, entrando por el carril de giro para desviarme a la izquierda en Flamingo Road. De vuelta al hotel, a hacer inventario. Tenía buenas razones para creer que se avecinaban problemas, que había abusado un poco de la suerte. Había violado todas las normas fundamentales de la vida en Las Vegas: había estafado a sus habitantes, había ofendido a los turistas, había aterrorizado al servicio.
Creía que la única esperanza que me quedaba ya era la posibilidad de que nos hubiésemos excedido tanto en nuestros números, que nadie en posición de bajar el martillo sobre nosotros pudiese llegar a Creérselo. Sobre todo después de habernos inscrito en aquella conferencia de la policía. Cuando hagas algo en Las Vegas procura hacer algo gordo. No pierdas el tiempo con travesuras de poca monta, infracciones de tráfico o faltas. Hay que ir derecho a la yugular. A1 delito, y a ser posible gordo.
La mentalidad de Las Vegas es tan groseramente atávica que un delito de mucha envergadura suele pasar desapercibido. Un vecino mío se tiró hace poco una semana en la cárcel de Las Vegas por «vagancia». Tiene unos veinte años, pelo largo, cazadora vaquera, mochila… un
vagabundo
claro, un tipo de la Carretera sin duda. Un sujeto totalmente inofensivo; se dedica únicamente a andar por el país buscando aquello que todos creíamos que teníamos bien enganchado en los sesenta… una especie de viaje Bob Zimmerman.
Yendo de Chicago a Los Angeles, sintió curiosidad por Las Vegas y decidió acercarse a echar un vistazo. Sólo quería cruzar la ciudad, dar un paseo y ver el ambiente del Strip… sin prisas, ¿para qué apresurarse? Y estaba allí en una esquina, cerca del Circus-Circus, mirando la fuente multicolor, y paró un coche patrulla al lado.
Zas. De Cabeza al talego. Ni llamada telefónica, ni abogado, ni acusación.
—Me metieron en el coche y me llevaron a comisaría —contaba—. Me metieron en un cuarto grande lleno de gente y me mandaron que me quitara toda la ropa antes de empapelarme. Yo de pie frente a una mesa grande, de lo menos dos metros de altura, con un poli sentado allí que me miraba desde allá arriba como una especie de juez medieval.
»Aquello estaba lleno de gente. Había unos doce presos; y el doble de policías. Y unas diez mujeres policías. Tenías que pasar por medio del cuarto, luego sacar todo lo que llevaras en los bolsillos y colocarlo en la mesa y luego desnudarte… con todos
mirando
.
»Yo no tenía más que unos veinte pavos, y la multa por vagancia era de veinticinco, así que me colocaron en un banco con la gente a la que iban a encerrar. Nadie me molestó. Era como una cadena de montaje.
»Los dos tipos que iban inmediatamente después de mi eran melenudos. Gente del ácido. También les habían cogido por vagancia. Pero cuando empezaron a vaciar los bolsillos quedaron todos pasmados. Tenían entre los dos ciento treinta mil dólares, casi todo en billetes grandes. Los polis no podían creerlo. Aquellos dos no paraban de sacar fajos y más fajos de billetes y echarlos en la mesa… los dos desnudos y encogidos allí, sin decir nada.
»Los polis perdieron el control al ver tanto dinero. Empezaron a cuchichear unos con otros; cojones, no había modo de empapelar a aquellos tíos por “vagancia”. Así que les acusaron de “sospechosos de evasión de impuestos”.
»Nos llevaron a todos a la cárcel, y aquellos dos tíos se volvían locos. Eran traficantes, claro, y tenían todo el material en el hotel… así que tenían que salir de allí antes de que los polis descubrieran dónde se alojaban.
»Le ofrecieron a uno de los guardianes cien billetes por salir y traerles al mejor abogado de la ciudad… al cabo de unos veinte minutos estaba allí, pidiendo a gritos
habeas corpus
y toda esa mierda… En fin, yo intenté hablar con él, pero el tipo tenía una cabeza unidimensional. Le dije que podía pagar una fianza e incluso pagarle algo a él si me dejaban llamar a mi padre a Chicago, pero él estaba demasiado ocupado intentando sacar a aquellos otros tíos.
»Al cabo de unas dos horas volvió con un guardia y dijo: “Vamos”. Y se fueron. Uno de los tíos me había dicho, mientras esperaban, que aquello les iba a costar treinta mil dólares… y supongo que así fue, pero, ¡qué demonios! Era barato comparado con lo que les habría pasado si no consiguen salir.
»Al final me dejaron mandarle un telegrama a mi viejo que me mandó un giro de ciento veinticinco dólares… pero la cosa duró siete u ocho días. No estoy seguro del tiempo exacto que estuve allí, porque no había ventanas y nos daban de comer cada doce horas… Cuando no puedes ver el sol pierdes la noción del tiempo.
»Tenían setenta y cinco tíos en cada celda… eran locales grandes con una taza de water en el centro. Te daban un jergón cuando entrabas y dormías donde querías. El tío que me tocó al lado llevaba treinta años metido allí por asaltar una gasolinera.
»Cuando por fin salí, el poli de la mesa cogió otros veinticinco dólares de lo que me había mandado mi padre, además de lo que yo debía de multa que me habían puesto por vagancia,. ¿Qué podía decir yo? El tío los agarró sin más. Luego me dio los setenta y cinco restantes y dijo que había un taxi esperándome fuera para llevarme al aeropuerto. Y cuando entré en el taxi, el con ductor me dijo: “No hacemos paradas, amigo. Y le aconsejo que no se
mueva
hasta que lleguemos al aeropuerto”.
»No moví ni un músculo. Me habría pegado un tiro. Estoy seguro. Fui directamente al avión y no dije una palabra a nadie hasta que supe que estábamos fuera de Nevada. Amigo, es un sitio al que yo
nunca
volveré.
Estaba yo cavilando sobre esta historia cuando entraba con la Ballena Blanca en el aparcamiento del Flamingo. Cincuenta pavos y una semana en la cárcel sólo por estar en una esquina y actuar de un modo raro… ¿qué clase de increíbles penas, Dios mío, escupirían sobre mi? Repasé las diversas acusaciones… pero, en esencia, en puro lenguaje legal, no parecían tan graves.
¿Violación? Eso sin duda podríamos eliminarlo. Yo jamás había deseado a aquella condenada chica, y desde luego no le había puesto una mano encima siquiera. ¿Fraude? ¿Robo? Siempre podía: proponer un «arreglo». Pagar. Decir que me habían enviado allí el
Sports Illustrated
y arrastrar luego a los abogados del Time, Inc., a un pleito de pesadilla. Tenerles liados durante años con una ventisca de autos y apelaciones. Atacarles en lugares como Juneau y Houston, luego hacer constantes solicitudes de traslado de jurisdicción, pasar a Quito. Nome, Aruba… mantener la cosa en movimiento, hacerles correr un círculo, obligarles a entrar en conflicto con el departamento de contabilidad, etc…
NOMINA DE GASTOS POR ABNER H. DODGE,
CONSEJERO JEFE
Asunto: 44.000, 12 dólares… Gastos especiales, a saber: perseguimos al acusado, R. Duke, por todo el hemisferio occidental y conseguimos hacerle comparecer por fin a juicio en un pueblo de la costa norte de una isla llamada Culebra, en el mar Caribe, donde sus abogados obtuvieron un laudo según el cual todos los trámites posteriores deberían diligenciarse en lengua de la tribu caribe. Enviamos tres hombres a Berlitz para que aprendiesen dicho idioma, pero diecinueve horas antes de la fecha prevista para que se iniciase el proceso, el acusado huyó a Colombia, donde estableció su residencia en un pueblo pesquero llamado Guajira, cerca de la frontera venezolana, donde el idioma oficial de la jurisprudencia es un oscuro dialecto llamado «guajiro». Después de varios meses, conseguimos trasladar el expediente allí, pero entonces el acusado había pasado a residir en un pueblo prácticamente inaccesible de las fuentes del Amazonas, donde estableció poderosas conexiones con una tribu de cazadores de cabezas llamados «jíbaros». Se envío río arriba a nuestro corresponsal en Manaos, para localizar y contratar a un abogado nativo que supiese jíbaro, pero la búsqueda se ha visto obstaculizada por graves problemas de comunicación. Nuestra oficina de Río manifiesta su grave preocupación por la posibilidad de que la viuda del mencionado corresponsal en Manaos acabase obteniendo una sentencia ruinosa (debido a la parcialidad de los tribunales locales) que ningún jurado de nuestro país consideraría en modo alguno ni razonable ni saludable siquiera.
Desde luego. Pero, ¿qué es sano o saludable? Sobre todo aquí en «nuestro propio país»… en la desdichada era de Nixon. Todos estamos ya conectados a un viaje de
supervivencia
. Se acabó la
velocidad
que alimentó los sesenta. Los estimulantes se han pasado de moda. Este fue el fallo fatal del viaje de Tim Leary. Anduvo por toda Norteamérica vendiendo «expansión de la conciencia» sin dedicar ni un solo pensamiento a las crudas realidades carne/gancho que estaban esperando a todos los que le tomaron demasiado en serio. Después de West Point y del Sacerdocio, el LSD debió parecerle muy razonable… pero no produce gran satisfacción saber que él mismo se preparó su propia ruina, porque arrastró consigo al pozo a muchos otros, a demasiados.
No es que no se lo merecieran: recibieron todos sin duda que se merecían. Todos aquellos fanáticos del ácido patéticamete ansiosos que creían poder comprar Paz y Entendimiento a tres billetes la dosis. Pero su fracaso es también nuestro. Lo que Leary hundió con él fue la ilusión básica de un estilo de vida total que él ayudó a crear… quedando una generación de lisiados permanentes, de buscadores fallidos, que nunca comprendió la vieja falacia mística básica de la cultura del ácido: el desesperado supuesto de que alguien (o al menos alguna
fuerza
) se ocupa de sostener esa Luz allá al final del túnel.
Es la misma mierda cruel y paradójicamente benevolente que ha mantenido en pie tantos siglos a la Iglesia Católica. Es también la ética militar… una fe ciega en una «autoridad» más sabia y superior. El Papa, El General, El Primer Ministro… y así sucesivamente hasta… Dios.
Uno de los momentos cruciales de los años sesenta fue cuando los Beatles unieron su suerte a la del Maharishi. Como Dylan yendo al Vaticano a besar el anillo del Papa.
Primero los «gurus». Luego, cuando eso no funcionó, vuelta a Jesús. Y ahora, siguiendo la pista instinto-primitivo, toda una nueva ola de dioses de comuna tipo clan como Mel Lyman, Regidor de Avatar, y Cómo Se Llama quien dirige «Espíritu y Carne».
Sonny Barger nunca llegó a darse cuenta del todo, pero anduvo muy cerca de convertirse en un rey del infierno. Los Angeles del Infierno jodieron el asunto en 1965 en la zona Oakland-Berkeley, cuando dieron salida a los instintos reaccionarios y hamponescos de Barger, y atacaron una manifestación antibelicista. Esto planteó un cisma histórico en la entonces Creciente Marea del Movimiento Juvenil de los años sesenta. Fue la primera ruptura abierta entre los Greasers
[11]
y los Melenudos. Y la importancia de esta ruptura puede verse en la historia de los SDS, que al final se destruyeron a sí mismos como organización, en la tentativa, condenada de antemano al fracaso, de conciliar los intereses de los tipos de clase baja/trabajadora, los motoristas marginados y los activistas de clase alta y clase media estudiantes de Berkeley.
Quizá nadie que estuviera inmerso en este ambiente podría haber previsto las implicaciones del fracaso Ginsberg/Kesey, que no lograron convencer a los Angeles del Infierno para que se unieran a la izquierda radical de Berkeley. La escisión final llegó en Altamont cuatro años después, pero por entonces hacía mucho que estaba clara la cosa para todos, salvo para un puñado de drogotas de la industria del rock y para la prensa nacional. La orgía de violencia de Altamont no hizo más que dramatizar el problema. Las realidades estaban ya fijadas; se consideraba la enfermedad mortal e incurable, y las energías de El Movimiento hacía mucho que se habían disipado agresivamente en la lucha por la autoconservación.
Ay; este terrible galimatías. Desagradables recuerdos y malas recurrencias, alzándose a través del tiempo niebla de la calle Stawan… no hay solaz para los refugiados, no tiene objeto mirar atrás. La cuestión, como siempre, es
ahora
…
Pues bien, estaba yo tumbado en mi cama del Flamingo, y me sentía de pronto peligrosamente desfasado en mi entorno. Estaba a punto de suceder algo desagradable, de eso estaba seguro. La habitación parecía el escenario de algún desastroso experimento zoológico que hubiese incluido whisky y gorilas. El espejo de más de tres metros estaba todo roto, pero seguía colgando allí sin desmoronarse todavía… desagradable prueba de aquella tarde en que mi abogado perdió el control y se lanzó con el martillo de partir cocos a destrozar el espejo y todas las bombillas.
Las luces las habíamos repuesto con un paquete de luces de árbol de Navidad rojas y azules que compramos en Safeway, pero no había posibilidad de sustituir el espejo. La cama de mi abogado parecía un nido de ratas calcinado. El fuego había consumido la mitad de arriba, y el resto era una masa de alambre y material carbonizado. Por suerte, las camareras no se habían acercado a la habitación desde aquel horrible enfriamiento del martes.