Abogado:
¿Y a dónde va usted aquí? ¿Le gusta ir a nadar un poco o algo así?
Camarera:
Sí, al lado de mi casa.
Abogado:
¿Cuál es la dirección?
Camarera:
Bueno, hay que… ejem… aún no está abierta la piscina.
Abogado:
Permítame que se lo explique, que le haga un resumen, si es posible. Andamos buscando el Sueño Americano y nos han dicho que quedaba por aquí cerca. Bueno, andamos buscándolo porque nos mandaron aquí desde San Francisco, y por eso nos dieron ese Cadillac blanco, pensaron que con él podríamos…
Camarera:
Oye, Lou, ¿Sabes dónde queda el Sueño Americano?
Abogado:
(a Duke) Está preguntándole a la cocinera si sabe dónde está el Sueño Americano.
Camarera:
Cinco tacos, una tacoburguesa. ¿Sabes dónde está el Sueño Americano?
Lou:
¿Cómo? ¿Qué es eso?
Abogado:
Bueno, no sabemos, nos mandaron aquí de San Francisco, a buscar el Sueño Americano, para una revista, un reportaje.
Lou:
Ah, ¿Se refiere a un sitio?
Abogado:
Que se llama Sueño Americano.
Lou:
Será el antiguo Club del Psiquiatra…
Camarera:
Creo que sí.
Abogado:
¿El antiguo Club del Psiquiatra?
Lou:
Ese Club está en Paradise… ¿hablan en serio?
Abogado:
Sí, claro, desde luego. Miren ese coche… ¿tengo yo cara de tener un coche como ése?
Lou:
Podría ser el que llamaban el Club del Psiquiatra… era una discoteca…
Abogado:
Puede que fuese.
Camarera:
Está en Paradise, desde luego…
Lou:
Ese Club era de Ross Allen. ¿Sigue siendo él el propietario?
Duke:
No sé.
Abogado:
A nosotros lo único que nos dijeron fue id y no paréis hasta encontrar el Sueño Americano. Coged ese Cadillac blanco e id a buscar el Sueño Americano. Queda por la zona de Las Vegas.
Lou:
Eso tiene que ser el antiguo…
Abogado:
…y es un reportaje bastante tonto, pero en fin, por ello nos pagan.
Lou:
¿Tienen que sacar fotos, o…
Abogado:
No, no… nada de fotos…
Lou:
…o alguien les mandó a una especie de caza de patos?
Abogado:
Es una especie de caza del pato salvaje, más o menos, pero nosotros, personalmente, somos gente muy seria.
Lou:
Eso tiene que ser el Antiguo Club del Psiquiatra, pero ahora allí sólo van traficantes, pasotas y toda esa grey.
Abogado:
Pues puede que sea. ¿Es un local nocturno o abren de día?
Lou:
Oh,
nunca cierran
, querido. Pero no es un casino.
Duke:
¿Qué clase de sitio es?
Lou:
Queda en Paradise, sí, el Antiguo Club del Psiquiatra de Paradise.
Abogado:
¿Se llama así, el Antiguo Club del Psiquiatra?
Lou:
No, así es como se llamaba antes. Pero no se quién lo compró… la verdad es que yo nunca he oído llamarle el Sueño Americano. Era algo relacionado con… no sé… es un bar mental, adonde van todos los drogadictos.
Abogado:
¿Un bar mental? ¿Quiere decir una especie de clínica mental?
Lou:
No, querido. Es donde van todos los traficantes y vendedores, andan todos por allí. Allí van todos los chavales pirados, y demás… Pero no lo llaman como ustedes dicen, el Sueño Americano.
Abogado:
¿Tiene idea de cómo puede llamarse? ¿O dónde queda más o menos?
Lou:
Justo entre Paradise y Eastern.
Camarera:
Pero Paradise y Eastern son paralelas.
Lou:
Sí, pero yo se que saliendo de Eastern, y yendo hacia Paradise…
Camarera:
Sí ya sé, pero entonces tendría que ser saliendo de Paradise y dando vuelta por Flamingo, viniendo hacia acá. Creo que cualquiera puede indicarles…
Abogado:
Estamos alojados en el Flamingo. Creo que ese sitio del que hablan, por la forma como lo describen, quizá pudiese ser…
Lou:
No es sitio de turistas.
Abogado:
Bueno, por eso me mandaron a mí. El es el que escribe: yo soy el guardaespaldas. Porque supongo que será un sitio…
Lou:
Esos chavales están chiflados…
Abogado:
No hay problema.
Camarera:
Sí, hacían falta nuevas leyes.
Duke:
¿Violencia las veinticuatro horas del día? ¿Eso es lo que hay allí?
Lou:
Exactamente. Veamos, aquí está Flamingo… Demonio, no sé cómo indicarlo, voy a hacerlo a mi modo. Justo aquí, en la primera gasolinera, en Tropicana, tuercen a la derecha.
Abogado:
Tropicana a la derecha.
Lou:
La primera gasolinera en Tropicana. Cogen a la derecha en Tropicana y siguen hasta Paradise, y entonces verán un edificio negro grande, está todo pintado de negro y tiene una forma muy rara.
Abogado:
Seguir por Tropicana, después Paradise, un edificio negro…
Lou:
Y a un lado del edificio hay un letrero que dice Club del Psiquiatra, pero están reformándolo completamente todo aquello.
Abogado:
Está bien, queda bastante cerca…
Lou:
Si puedo hacer algo más por ustedes, queridos… no sé si es ese sitio o no. Pero lo parece. Creo que siguen una buena pista, muchachos.
Abogado:
Bueno. Es la mejor pista que nos han dado en estos dos días, hemos preguntado a muchísima gente.
Lou:
…puedo hacer un par de llamadas y asegurarnos.
Abogado:
¿De veras?
Lou:
Claro, llamaré a Allen y le preguntaré.
Abogado:
Hombre, si pudiese, se lo agradecería.
Camarera:
Cuando bajen a Tropicana, no es la primera gasolinera, es la segunda.
Lou:
Hay un letrero grande justo al final de la calle, que dice Avenida Tropicana. Siguen recto y cuando lleguen a Paradise, sigan también recto.
Abogado:
Muy bien. El edificio negro grande, seguir por Paradise. Drogas y violencia las veinticuatro horas del día…
Camarera:
Mire, ¿ve?, aquí está Tropicana, y ésta es la carretera de Boulder que sigue por aquí así…
Duke:
Bueno, entonces eso queda muy dentro de la ciudad.
Camarera:
Bueno, aquí está Paradise que se bifurca por allí. Paradise, Sí. Nosotros estamos aquí. Miren, ¿ven?, ésta es la carretera de Boulder… y aquí está Tropicana.
Lou:
No sé, ese encargado de allí es un fumeta también…
Abogado:
Bueno, está bien, es una pista.
Lou:
Se alegrarán de haber parado aquí, muchachos.
Duke:
Sólo si lo encontramos.
Abogado:
Sólo si escribimos el artículo y lo publicamos.
Camarera:
Oigan, ¿por qué no pasan dentro y se sientan?
Duke:
Estamos procurando consumir todo el sol posible.
Abogado:
Ella tiene que hacer una llamada telefónica para enterarse de dónde está exactamente.
Duke:
Ah, claro. Bien, bien, vamos dentro…
NOTA DEL EDITOR (Cont.):
Fue imposible transcribir las grabaciones de lo que siguió debido a que estaban empapadas en un líquido viscoso. Los gruñidos y sonidos incomprensibles tienen una cierta consistencia, sin embargo, e indican que casi dos horas después, el doctor Duke y su abogado localizaron por fin lo que quedaba del «Antiguo Club del Psiquiatra»: una inmensa losa de hormigón chamuscado y fisurado en un solar vacío lleno de yerbas altas. El propietario de una gasolinera de enfrente dijo que aquel local se había «quemado» hacía unos tres años.
Mi abogado se fue al amanecer. Estuvimos a punto de perder el primer vuelo a Los Angeles porque yo no podía encontrar el aeropuerto. Quedaba a menos de treinta minutos del hotel, estaba seguro de ello. Así que salimos del Flamingo a las siete y media exactamente… pero, por alguna razón, olvidamos girar en el semáforo que hay frente al Tropicana. Seguimos luego derechos por la carretera, que corre paralela a la pista principal del aeropuerto, pero por el
otro
lado de la terminal… y no hay manera de cruzar de una a otra legalmente.
—¡Maldita Sea! ¡Nos hemos perdido! —gritaba mi abogado—. ¿Qué diablos
hacemos
aquí, en esta maldita carretera? El aeropuerto queda ahí.
Señalaba históricamente hacia el otro lado de la tundra.
—No te preocupes —dije—. No he perdido un avión en mi vida.
Sonreí al llegarme el recuerdo.
—Salvo una vez en Perú —añadí—. Había pasado ya la aduana, pero volví al bar a charlar con aquel coquero boliviano… y de pronto oí que se ponían en marcha los grandes motores del 707, así que salí corriendo hacia la pista e intenté subir a bordo, pero la puerta quedaba justo detrás de los motores y habían quitado ya la escalerilla. Mierda, los motores me hubieran dejado frito como tocino… pero yo estaba completamente fuera de mí. Desesperado por subir a bordo.
»Los polis del aeropuerto me vieron acercarme y se colocaron formando una barrera a la puerta. Yo a toda marcha, derecho hacia ellos. El tipo que me acompañaba gritó: ¡No, es demasiado tarde! ¡No lo intentes!
»Vi que los polis me esperaban, así que aminoré la marcha como para indicarles que había cambiado de idea… pero cuando vi que Se
relajaban
, hice un brusco cambio de ritmo e intenté pasar entre aquellos cabrones.
Hice una pausa, reí entre dientes y luego seguí.
—Dios mío, era como correr a toda marcha en un armario lleno de monstruos del Gila. Y aquellos desgraciados casi me matan. Recuerdo únicamente que me cayeron encima cinco o seis porras al mismo tiempo, y que un montón de voces me gritaban: ¡No! ¡No! ¡Es un suicidio! ¡Paren a ese gringo loco!
»Desperté unas dos horas después en un bar del centro de Lima. Me habían tumbado en uno de esos reservados tapizados de piel que tienen forma de media luna. Allí al lado estaba todo mi equipaje. Nadie lo había abierto… así que me volví a dormir y a la mañana siguiente cogí el primer vuelo.
Mi abogado me oía sólo a medias.
—Mira —dijo—, me gustaría saber más de tus aventuras en el Perú, pero no
ahora
. En este momento, lo que quiero es llegar a esa maldita pista.
Ibamos a bastante velocidad. Yo estaba buscando una salida, algún tipo de carretera de acceso, un carril que llevase por la pista hasta la terminal. Estábamos a unos ocho kilómetros del último semáforo y no había tiempo para dar la vuelta y volver hasta allí.
Sólo había un medio de llegar a tiempo. Pisé los frenos y metí la Ballena en el foso lleno de yerba que había entre los dos carriles de la carretera. La zanja era demasiado profunda para entrarle derecho, así que la cogí en ángulo. La Ballena estuvo a punto de volcar, pero conseguí mantener las ruedas girando y pasamos laboriosamente al otro lado y logramos llegar al otro carril. Por suerte, estaba vacío. Salimos de la zanja con el morro del coche alzado en el aire como el de un hidroavión… Saltamos luego a la carretera y seguimos rectos por el campo de cactos del otro lado. Recuerdo que nos cargamos una valla y la arrastramos unos cientos de metros, pero cuando llegamos a la pista controlábamos completamente la situación… y continuamos aullando a casi cien por hora en primera, y fue como una carrera hasta la terminal.
Mi única preocupación era la posibilidad de que nos aplastase como a una cucaracha un DC 8, al que probablemente no veríamos hasta tenerlo encima. Me preguntaba si podrían vernos desde la torre. Probablemente, pero, ¿por qué preocuparse? Yo seguí pisando a fondo. No tenía sentido dar la vuelta ya.
Mi abogado iba cogido al parabrisas con las dos manos. Le miré de reojo y vi el miedo en sus ojos. Estaba pálido, y comprendí que no le hacía muy feliz aquella maniobra, pero avanzábamos tan deprisa por la pista (luego cactos, luego pista otra vez) que me di cuenta de que comprendía nuestra situación: ya habíamos superado el punto en que pudiese discutirse si aquella maniobra era oportuna o no; estaba ya hecho y nuestra única esperanza era llegar al otro lado.
Miré el reloj y vi que faltaban tres minutos quince segundos para el despegue.
—Hay tiempo de sobra —dije—. Coge tus cosas. Te dejaré al lado del avión.
Se veía ya el gran reactor Western rojo y plata como a un kilómetro delante de nosotros… y por entonces corríamos sobre suave asfalto, pasada ya la pista de entrada.
—¡No! —gritó mi abogado—. ¡Es imposible! ¡Si salgo de aquí me crucificarán! ¡Me llevaré yo toda la culpa!
—No digas tonterías —dije—. Tú les explicas que estabas haciendo autoestop para venir al aeropuerto y que yo te recogí… y que no me conoces de nada. Qué coño, esta ciudad está llena de Cadillac descapotables blancos… y voy a pasar por allí tan deprisa que no van a ver ni la matrícula.
Nos acercábamos al avión. Vi que los pasajeros ya estaban subiendo, pero de momento nadie se había fijado en nosotros, que nos aproximábamos por aquella dirección tan insólita.
—¿Estás listo? —dije.
Lanzó un gruñido.
—¿Por qué no? —dijo él—. ¡Pero que sea rápido, por amor de Dios!
Se puso a examinar la zona de carga, luego señaló:
—¡Allí! Déjame detrás de aquel camión grande. Métete detrás y yo saltaré donde no puedan vernos, luego puedes largarte.
Asentí. De momento todo estaba a nuestro favor. Nin una señal de alarma o de persecución. Me pregunté si aquello pasaría constantemente en Las Vegas: coches llenos de pasajeros que llegaban con retraso, las ruedas rechinando desesperadamente sobre la pista de aterrizaje, dejando samoanos de ojos desorbitados que arrastraban misteriosas bolsas de lona y saltaban a los aviones en el último segundo y se perdían atronando en el crepúsculo.
Quizá sí, pensé. Quizás estas cosas sean normales en esta ciudad…
Me metí detrás del camión y apreté los frenos sólo lo suficientemente para dar a mi abogado tiempo a saltar.