Una semana en Las Vegas es como entrar de pronto en el túnel del tiempo, es una regresión a finales de los cincuenta. Lo cual resulta perfectamente comprensible cuando ves a la gente que viene aquí, los Grandes Gastadores de sitios como Denver y Dallas, junto con las convenciones del Club Nacional de Alces (no se permiten negros) y la Asamblea de Pastores Voluntarios de Todo el Oeste. Son gente que se vuelve literalmente loca sólo con ver una pura vieja que se queda en bragas y sale cabrioleando de la pista al lánguido son de «September Song».
Hacia las tres entramos en el aparcamiento de aquel restaurante de Las Vegas Norte. Yo andaba buscando un ejemplar del
Times
de Los Angeles, para tener noticias del mundo exterior, pero una rápida ojeada al puesto de periódicos convirtió esta idea en un chiste malo: en Las Vegas Norte no necesitan
Times
.
—A la mierda los periódicos —dijo mi abogado—. Lo que necesitamos en este momento es café.
Le di la razón, pero de todos modos robé un ejemplar del
Sun
de Las Vegas. Era del día antes, pero daba igual. La idea de entrar en un bar sin un periódico en las manos me ponía nervioso. Siempre estaba la sección deportiva. Conectarse con los resultados del béisbol y los rumores del fútbol profesional norteamericano: «Matones Golpean Bart Starr en Chicago; Packers Busca Acuerdo»… «Namath Quits Quiere Ser Gobernador de Alabama»… un especulativo reportaje en la página cuarenta y seis sobre un novato sensacional llamado Harrison Fire, de Grambling: corre los cien en nueve justos, ciento cuarenta kilos en pleno desarrollo.
«Este Fire promete, desde luego», dice el entrenador. «Ayer antes del entrenamiento, deshizo un autobús Greyhound sólo con las manos, y anoche se liquidó un vagón de metro. Es ideal para la televisión en color. Yo no soy de los que tienen favoritos, pero parece que tendremos que hacerle un sitio.»
Sin duda. Hay siempre sitio en la televisión para un hombre capaz de convertir a la gente en gelatina en nueve justos… Pero pocos de ésos había reunidos aquella noche en aquel café de La Vegas Norte. Teníamos el local sólo para nosotros… lo cual resultó ser una suerte, pues nos habíamos tomado de camino otra dos cápsulas de mescalina cuyos efectos empezaban a manifestarse.
Mi abogado ya no vomitaba, ni se hacía el enfermo siquiera. Pidió café con la autoridad del hombre muy acostumbrado al servicio rápido. La camarera parecía una puta muy vieja que hubiese encontrado por fin su lugar en la vida. Era evidente que estaba
al cargo
del local. Nos miró con manifiesta desaprobación cuando nos instalamos en los taburetes.
Yo no preste mucha atención. El café parecía un puerto bastante seguro frente a las tormentas que nos asediaban. Hay sitio que entras (en este tipo de actividad) y sabes que va a ser jodido. Los detalles son lo de menos. Lo que sabes, con toda seguridad, es que el cerebro empieza a tararear vibraciones brutales en cuanto te acercas a la puerta de entrada. Va a suceder algo disparatado y malo. Y te afectará a ti.
Pero nada había en la atmósfera del North Star Coffee Lounge que me pusiese en guardia. La camarera se mostraba pasivamente hostil, pero a eso ya estaba acostumbrado. Era un mujer grande, no gorda pero grande en todos los sentidos. Brazos grandes y vigorosos, mandíbula de camorrista. Una especie de caricatura gastada de Jane Russell: cabeza grande y pelo oscuro, cara acuchillada con barra de labios y un pecho doble/E 48 que debía haber sido espectacular, veinte años antes, cuando ella quizá fuese de las Mamás del capítulo de Berdoo de los Angeles del Infierno… pero ahora iba embutida en un sostén elástico color rosa, gigantesco, que resaltaba como una venda a través del sudado rayón blanco del uniforme.
Seguramente estaría casada con alguien, pero yo no estaba con ánimos de especular. Lo único que quería de ella aquella noche era una taza de café solo y una hamburguesa de veintinueve centavos con pepinillos y cebollas. Sin molestias, sin charla… sólo un sitio para descansar y recuperarse. Ni siquiera sentía hambre.
Mi abogado no tenía periódico ni ninguna otra cosa en que centrarse. Así que, por puro aburrimiento, Se centró en la camarera. Ella estaba preparando como un robot lo que habíamos pedido, cuando él atravesó su corteza pidiéndole «dos vasos de agua helada… con hielo».
Mi abogado bebió el suyo de un largo trago, luego pidió otro. Vi que la camarera se ponía tensa.
Que se joda, pensé. Estaba leyendo los chistes.
Unos diez minutos después, cuando trajo las hamburguesas, vi que mi abogado le entregaba una servilleta con algo escrito. Lo hizo con toda naturalidad, sin ninguna expresión especial en la cara. Pero por las vibraciones advertí que nuestra paz estaba a punto de hacerse añicos.
—¿Qué era eso? —le pregunté.
El se encogió de hombros, sonriendo vagamente a la camarera que estaba allí de pie, a unos tres metros de distancia, al fondo de la barra dándonos la espalda mientras leía la servilleta. Por fin, se volvió y miró… Luego, avanzó resueltamente y le tiró la servilleta a mi abogado.
—¿Qué es esto? —masculló.
—Una servilleta —dijo mi abogado.
Hubo un instante de desagradable silencio, y luego la camarera empezó a chillar:
—¡Yo no aguanto esa mierda! ¡Sé lo que significa! ¡Maldito macarra, gordo cabrón!
Mi abogado cogió la servilleta, miró lo que había escrito en ella y volvió a colocarla en la barra.
—Es el nombre de un caballo que tuve —dijo tranquilamente—. ¿Qué demonios le pasa a usted?
—¡Hijoputa! —gritó ella—. He tenido que aguantar mucha mierda aquí, pero desde luego no se la aguanto a un macarra mestizo.
¡Dios mío! pensé. ¿Pero qué pasa? No perdía de vista las manos de aquella mujer, pues temía que cogiese cualquier cosa cortante o pesada. Cogí la servilleta y leí lo que el cabrón había escrito en ella con meticulosas letras rojas:
«¿Belleza de la Puerta Trasera?»
Los interrogantes estaban subrayados.
La mujer chillaba de nuevo:
—¡Paguen la consumición y lárguense! ¿O quieren que llame a la policía?
Busqué la cartera, pero mi abogado se había bajado ya del taburete sin apartar un instante los ojos de la mujer… Luego buscó debajo de la camisa, no en el bolsillo, y de pronto sacó el Mini-Magnum Gerber, una desagradable hoja plateada que la camarera pareció entender instantáneamente.
Se quedó helada. Los ojos frenéticamente fijos en el cuchillo. Mi abogado, sin dejar de mirarla, avanzó unos dos metros por el pasillo y alzó el receptor del teléfono público. Cortó el cable y luego volvió con el receptor a su taburete y se sentó.
La camarera no se movió siquiera. Yo estaba estupefacto de sorpresa, y no sabía si echar a correr o reír a carcajadas.
—¿Cuánto vale ese pastel de merengue? —preguntó mi abogado. Hablaba con naturalidad, como si acabara de entrar allí y estuviera pensado qué pedir.
—¡Treinta y cinco centavos! —dijo cortante la mujer. Tenía los ojos desorbitados por el miedo, pero, al parecer, el cerebro le funcionaba a un nivel motriz básico de supervivencia.
Mi abogado soltó una carcajada.
—Me refiero a
todo
el pastel —dijo.
Ella lanzó un gemido.
Mi abogado puso un billete en el mostrador.
—Pongamos cinco dólares —dijo—. ¿Vale?
Ella asintió, absolutamente paralizada, viendo a mi abogado dar vuelta a la barra y sacar el pastel de detrás del cristal. Me dispuse a salir.
Era evidente que la camarera estaba conmocionada. Sin duda la visión del cuchillo, que había aparecido en el calor de la discusión, había disparado malos recuerdos. Su mirada vidriosa indicaba que le habían hecho algún corte en el cuello. Cuando nos fuimos, seguía aún quieta allí, víctima de aquella parálisis.
NOTA DEL EDITOR:
En este punto de la cronología, parece ser que el doctor Duke pierde por completo el control. El manuscrito esta tan desordenado que nos vimos obligados a buscar la grabación original y a transcribirla literalmente. No pretendimos introducir ninguna corrección en esta parte, y el doctor Duke ni siquiera quiso leerla. Además no hubo forma de localizarle. La única dirección/contacto que teníamos en este período era una unidad telefónica móvil situada en algún punto de la Autopista 61… y todas las tentativas de localizar a Duke en ese número resultaron infructuosas.
En pro de la honradez periodística, publicamos la sección siguiente tal como salió de la cinta (una de las muchas que el doctor Duke presentó con objetivo de verificación junto con su manuscrito). Según la cinta, esta sección sigue a un episodio en el que participaban Duke, su abogado y una camarera de un restaurante nocturno de Las Vegas Norte. El motivo de la conversación que sigue parece venir de la creencia (que comparten Duke y su abogado) de que tendrían que buscar el Sueño Americano en un lugar que quedase claramente fuera de los confines de la Conferencia de Fiscales de Distrito Sobre Narcóticos y Drogas Peligrosas.
La transcripción comienza en algún lugar de los arrabales del nordeste de Las Vegas… yendo por Paradise Road en la Ballena Blanca…
Abogado:
Boulder City queda a la derecha. ¿Es una ciudad?
Duke:
Sí.
Abogado:
Vamos a Boulder City.
Duke:
Está bien. Vamos a tomar café en algún sitio…
Abogado:
Aquí mismo. Puesto de Tacos de Terry, USA. Puedo ir a por un taco. Dan cinco por billete.
Duke:
Resulta muy sospechoso. Preferiría ir a un sitio en que costaran cincuenta centavos cada uno.
Abogado:
No… a lo mejor ésta es la última ocasión que tenemos de conseguir tacos.
Duke:
…necesito tomar un café.
Abogado:
Yo quiero tacos…
Duke:
Cinco por un dólar, eso es como…
cinco hamburguesas
por un dólar.
Abogado:
No… no juzgues un taco por el precio.
Duke:
¿Crees que podemos fiarnos?
Abogado:
Creo que sí. Hay hamburguesas por veintinueve centavos. Los tacos son a veintinueve centavos. Es un sitio barato, nada más.
Duke:
Trata tú con ellos…
(Aquí aparecen sonidos confusos. — Editor)
Abogado:
…hola.
Camarera:
¿En qué puedo servirle?
Abogado:
Bien, ¿ustedes tienen tacos?, ¿verdad? ¡Son tacos mejicanos o simples tacos normales! Quiero decir: ¿ustedes les ponen chile y demás cosas de ésas?
Camarera:
Los tenemos de queso y de lechuga, y tenemos salsa, sabe, que se les pone encima.
Abogado:
Quiero decir si garantizan ustedes que son tacos mejicanos auténticos.
Camarera:
…No sé. Oye Lou, ¿tenemos tacos mejicanos auténticos?
Voz de mujer desde la cocina:
¿Qué?
Camarera:
Tacos mejicanos auténticos.
Lou:
Tenemos tacos. No sé los mejicanos qué serán.
Abogado:
Sí, bueno, sólo quiero asegurarme de que recibo exactamente lo que pago. Creo que son cinco por dólar… Bueno, me llevaré cinco.
Duke:
Tacoburguesa, ¿qué es eso?
(Ruidos de motores diesel de camión. — Editor)
Abogado:
Es una hamburguesa con un taco en medio.
Camarera:
…en vez de relleno.
Duke:
Un taco de panecillo.
Abogado:
Apuesto a que estos tacos que tienen ustedes son sólo hamburguesas con cáscara en vez de panecillo.
Camarera:
No sé…
Abogado:
¿Hace poco que trabaja aquí?
Camarera:
Hoy es el primer día.
Abogado:
Ya me parecía, es la primera vez que la veo aquí. ¿Va a la universidad por aquí?
Camarera:
No, yo no voy a la universidad.
Abogado:
¡Oh! ¿Y por qué no? ¿Está usted enferma?
Duke:
Dejemos eso. Vinimos aquí a por tacos.
(Pausa.)
Abogado:
Como abogado tuyo, te recomiendo la chileburguesa. Es una hamburguesa con chile.
Duke:
Demasiado fuerte para mí.
Abogado:
Entonces te aconsejo una tacoburguesa. Prueba ésa.
Duke:
…el taco lleva carne. Probaré ésta. Y ahora un poco de café. Ahora mismo, sí. Así podré tomarlo mientras espero.
Camarera:
¿Quiere sólo una tacoburguesa?
Duke:
Bueno, probaré, quizá quiera dos.
Abogado:
¿Tiene usted los ojos verdes o azules?
Camarera:
¿Cómo dice?
Abogado:
¿Verdes o azules?
Camarera:
Cambian.
Abogado:
¿Como los lagartos?
Camarera:
Como los gatos.
Abogado:
Ah, sí, los lagartos cambian el color de la piel…
Camarera:
¿Algo para beber?
Abogado:
Cerveza. Y tengo cerveza en el coche. Toneladas. Los asientos de atrás están llenos.
Duke:
No me gusta mezclar cocos con cerveza y hamburguesa.
Abogado:
Bueno, pues entonces a estos cabrones los partiremos… en medio mismo de la autopista. ¿Queda por aquí Boulder City?
Camarera:
¿Boulder City? ¿Azúcar?
Duke:
Sí.
Abogado:
Estamos en Boulder City, ¿eh? ¿O muy cerca?
Duke:
No sé.
Camarera:
Está ahí. Ese letrero dice Boulder City, ¿no? ¿No son de Nevada?
Abogado:
No. Nunca habíamos estado aquí. Estamos viajando.
Camarera:
Pues no tienen más que seguir esa carretera de ahí.
Abogado:
¿Y hay ambiente en Boulder City?
Camarera:
No me pregunte. Yo no sé…
Abogado:
¿Hay juego?
Camarera:
No sé. Es un pueblo pequeño.
Duke:
¿Dónde queda el casino?
Camarera:
No sé.
Abogado:
Un momento, ¿de dónde es usted?
Camarera:
De Nueva York.
Abogado:
Y sólo lleva aquí un día.
Camarera:
No, llevo más tiempo.