Una parte de la programación del androide de protocolo consistía en comprender no sólo el lenguaje, sino también las costumbres y biologías de las distintas razas inteligentes de la galaxia. Cetrespeó comprendía que la intensa competencia sexual para atraer la atención de la hembra alfa era la explicación oculta bajo la escandalosa violencia de la sociedad gamorreana y también comprendía que, biológica y socialmente, los gamorreanos no tenían más elección que comportarse, pensar y sentir tal como lo hacían, pero aun así el androide sintió un momentáneo destello de simpatía hacia los prejuicios irracionales de la doctora Mingla contra los individuos que se comportaban exactamente tal como habían sido programados para comportarse.
Cetrespeó dejó sin efecto los limitadores de las ranuras del sistema de alimentación con unas cuantas órdenes muy sencillas —el lenguaje era absurdamente fácil de dominar—, y solicitó veinte galones de melaza escala-5. Cuando los recipientes de medio galón empezaron a aparecer detrás de los escudos de plexi, Cetrespeó los fue sacando uno por uno y se los pasó a Nichos, quien los llevó al pasillo donde Pothman aguardaba con el trineo. Un gran número de morrts, que habían sido desprendidos de sus anfitriones durante la pelea y que se sentían evidentemente atraídos por el olor azucarado de la melaza, vinieron corriendo a investigar.
—¡Fuera de aquí! —exclamó Cetrespeó, moviendo irritadamente las manos de un lado a otro—. Oh, qué criaturas tan repugnantes… ¡Largo!
Los morrts se irguieron sobre sus patas traseras y le contemplaron con sus negros ojillos mientras sacaban y metían rápidamente las lenguas por las lanzas con dientes de sus probóscides, pero aparte de esa reacción no prestaron más atención a sus gestos. Los gamorreanos, que estaban aplastándose alegremente las cabezas los unos a los otros con las mesas, ni siquiera le miraron.
Cuando Cetrespeó hubo sacado el último recipiente al pasillo sumido en la oscuridad, se encontró con que Nichos, Pothman y el trineo se habían pegado a la pared para dejar pasar a una columna armada de affitecanos. Cetrespeó contó 188 alienígenas, «armados» con escobas, fragmentos de androides PU diseccionados, (rozos de cañería y carabinas láser a las que se habían extraído las células de energía, todo ello materialmente echado al hombro como si fuera el armamento más temible que se pudiera concebir.
—Deeeeeerecha… ¡Media vuelta! Paso ligero… ¡Ar!
La voz seca e imperiosa del comandante de los affitecanos hizo vibrar el aire mientras la columna se desvanecía en la negrura impenetrable del pasillo.
—Realmente, que el amo Luke desee sacar a lodos los pasajeros de este navío antes de destruirlo me parece muy loable —dijo el androide de protocolo con desaprobación mientras colocaba el último recipiente de melaza sobre el trineo—, pero debo admitir que siento unas cuantas dudas acerca de si es factible.
Un cuenco de cerveza salió volando por el hueco de las puertas del comedor y se estrelló contra la pared, esparciendo su contenido en todas direcciones.
—Tiene que haber una alternativa a hacer estallar la nave.
—Ninguna que sea totalmente segura y que no presente riesgos de fallar.
—No tiene por qué ser totalmente segura —dijo Luke con creciente desesperación—. Sólo… lo suficiente. Inutilizar los motivadores. Desactivar los cañones.
—La persona que la ha llamado y que ha aprendido, a manipular la Fuerza hasta este punto vendrá en su búsqueda, Luke. Y esa persona es muy poderosa. Puedo sentirlo. Lo sé.
Luke también lo sabía.
—La estructura de combate tiene que ser destruida, Luke, y hay que destruirla lo más pronto posible. Se necesitan dos personas, y una de ellas ha de ser un Jedi… El Jedi utiliza la Fuerza para interferir el funcionamiento del mecanismo de disparo de la parrilla de enclisión colocada sobre el techo de la sala artillera durante el tiempo suficiente para que la otra persona pueda subir. Así es como íbamos a hacerlo Geith y yo. Tanto si eres tú quien sube como si lo hace Cray, puedo explicaros qué interruptores hay que mover y qué núcleos hay que sobrecargar en cuanto se llega arriba. El que se quede abajo… Hay una cápsula expulsable para misiones de emergencia en el hangar al final del pasillo junto a la sala artillera. No conocía su existencia cuando Geith…, cuando Geith y yo… —Su voz, tembló y pareció tropezar con el nombre del amante que la había abandonado para que muriese, pero Callista logró recuperarse y siguió hablando—. Bien, lo que importa es que luego descubrí que estaba allí. Se le puede instalar una botella de oxígeno, y la persona que se quede abajo podrá llegar hasta ese tubo siempre que corra lo suficientemente deprisa.
Hubo un silencio moldeado por la presencia de Callista junto a él.
—Tiene que hacerse de esa manera, Luke. Tú lo sabes, y yo lo sé. —No inmediatamente. Más tarde, sí, cuando haya tenido tiempo de…
—No hay tiempo.
Luke cerró los ojos. Todo lo que decía Callista era verdad. Lo sabía, y también sabía que Callista era consciente de que él lo sabía.
—Te quiero, Callista —fue lo único que pudo decir por fin.
¿A quién le había dicho esas mismas palabras? A Leia, en una ocasión, antes de saber que… Y seguía queriéndola, y de una forma bastante parecida. Aquello era algo que nunca había sentido, y que nunca había sabido que fuera capaz de llegar a sentir.
—No quiero que…, que mueras.
La boca de Callista sobre la suya, sus brazos alrededor de su cuerpo… El sueño había sido real, más real que algunas experiencias vividas en carne y hueso. Tenía que haber una forma de…
—Luke, morí hace treinta años —dijo Callista con dulzura—. No soy más que… Me alegra que hayamos podido compartir estos momentos. Me alegra haberme quedado aquí para…, para conocerte.
—Tiene que haber una forma —insistió Luke—. Cray…
—¿Qué puede hacer Cray?
Luke giró sobre sí mismo al oír la nueva voz. Cray estaba apoyada en el quicio de la puerta del despacho, como si no estuviera muy segura de poder sostenerse en pie por sí sola. La manta plateada que medio ocultaba su uniforme sucio y lleno de desgarrones relucía como si fuese una armadura, y las señales del agotamiento, la amargura y la muerte de la esperanza eran tan profundamente visibles en su rostro como si hubieran sido hechas por un cuchillo.
—¿Convertirla en lo que es Nichos? ¿Canibalizar partes de los ordenadores, juntar la memoria suficiente mediante cableados y conexiones improvisadas para digitalizarla y permitir que tengas junto a ti esa ilusión de metal para recordarte lo que no es tuyo…, y no puede ser tuyo? Puedo hacerlo…, si es lo que quieres.
—Dijiste que Djinn Altis te mostró…, que te enseñó a transferir tu yo, tu consciencia, tu…, tu realidad a… otro objeto. Lo has hecho con esta nave, Callista. Estás realmente aquí, sé que estás aquí…
—Estoy aquí —dijo ella en voz baja y suave—. El núcleo central es lo bastante grande y tiene los suficientes circuitos y energía para ello. Pero una cosa de metal, una cosa programada y digitalizada… No es humana y no puede ser humana, Luke. No de la manera en que yo soy humana ahora.
—No de la manera en que tú y yo somos humanos. —Cray fue hacia ellos, y su cabellera rubia desprendió destellos de fuego bajo la luz grasienta—. No de la manera en que Nichos de humano. Nunca debí haberlo hecho, Luke —siguió diciendo—. Nunca tendría que haber tratado de ir en contra…, en contra de lo que tenía que ocurrir. Mi lema siempre fue «Si no funciona, entonces utiliza un martillo más grande». O un chip más pequeño. Nichos… —Cray meneó la cabeza—. No se acuerda de haber muerto, Luke. No recuerda ninguna clase de transición. Y por mucho que yo ame a… Nichos…, y por mucho que él me ame a mí… Sigo volviendo a eso. No es Nichos. No es humano. Intenta serlo y quiere serlo, pero la carne y los huesos tienen su propia lógica, Luke, y la maquinaria… Bueno, sencillamente no piensa de la misma manera.
Su boca se contorsionó en una mueca fugaz. Sus ojos oscuros estaban tan terriblemente helados como el vacío del espacio.
—Si quieres que te fabrique algo que contenga una versión digitalizada de sus recuerdos, de su consciencia… Pero no será la consciencia que está viva a bordo de esta nave. Y tú lo sabrás, y yo lo sabré. Y esa versión digitalizada también lo sabrá.
—No —dijo Callista, y Luke, aunque a través de una neblina de pena y dolor que apenas le dejaba ver, siguió dándose cuenta de que tanto él como Cray volvieron la mirada hacia el mismo sitio, como si Callista estuviera allí.
Y, en realidad, casi estaba allí.
—Gracias, Cray —siguió diciendo Callista —…… Y no pienses que no me siento tentada. Te amo, Luke, y quiero… No quiero tener que dejarte, incluso si eso significa… ser lo que soy ahora, para siempre. O ser lo que Nichos es ahora, para siempre. Pero no tenemos elección. No disponemos de tiempo. Y cualquier componente, cualquier ordenador que saques de esta nave, Cray, también llevará a la Voluntad en su interior. Y si desconectaras el armamento, si inutilizaras los motivadores, si arrancaras los núcleos, si dejaras al Ojo flotando en la oscuridad del espacio hasta que pudieras encontrar alguna forma de construir otro ordenador o androide que no estuviera conectado a la Voluntad… Creo que la Voluntad te mentiría acerca de su incapacitación. Creo que esperaría hasta que le hubieras dado la espalda, y que entonces buscaría a quienquiera que la ha llamado.
—Tiene que ser destruida, Luke. Tiene que ser destruida ahora, mientras todavía podemos hacerlo.
«No —estaba gritando Luke dentro de su mente—. No…»
Callista había dicho que le amaba.
Y Luke sabía que tenía razón.
—Yo subiré por el pozo, Luke —dijo Cray con voz cansada—. Tu dominio de la Fuerza está a muchos mundos de distancia del mío —añadió, y Luke abrió la boca para empezar a protestar—, pero no creo que pudieras levitar tan lejos, y yo no podría sostenerte el tiempo suficiente para que consiguieras subir con una pierna inútil. Si los tres vamos a perder la vida, no podemos correr el riesgo de que te quedes sin fuerzas a la mitad del trayecto.
Luke asintió. El escaso descanso de que había podido disfrutar había hecho que se sintiera más fuerte, pero impedir que el dolor de su pierna se adueñara por completo de su mente ya consumía toda la Fuerza que podía invocar. Luke pensó que probablemente sería capaz de interferir el funcionamiento de la parrilla, pero a pesar de lo que le había enseñado Yoda, la levitación requería enormes cantidades de energía.
—Podemos programar el transporte para que despegue con el Pueblo de las Arenas dentro —continuó diciendo Cray—, siempre que sigas insistiendo en sacarles de la nave.
—Si es posible, sí —dijo Luke—. Creo que será posible, en cuanto Cetrespeó y…, y Nichos —Luke titubeó al pronunciar el nombre de su amante delante de ella, pero la única reacción de Cray fue apartar los ojos de su rostro— vuelvan con la melaza. Después podrá ser localizado y remolcado hasta Tatooine.
—Triv y Nichos pueden pilotar una lanzadera cada uno. En cuanto hayan salido del campo de interferencias de la nave, podrán enviar señales de emergencia, aunque alguien tendrá que facilitarles el trabajo desprogramando a los gamorreanos…, por no mencionar el convencer a los affitecanos de que no son soldados de las tropas de asalto. Y también se están multiplicando, ya sabes.
—Lo sé —dijo Luke, y suspiró.
—¿Cómo vas a arreglártelas para meter a los kitonaks en las lanzaderas?
—Creo que también he encontrado una forma de conseguirlo —dijo Luke.
Estaba pensando que al igual que no podía subir su bastón por el conducto junto con su cuerpo, y de la misma manera que no podría moverse con la suficiente rapidez entre las distintas estaciones del núcleo del ordenador, probablemente tampoco sería capaz de recorrer el largo pasillo hasta la cápsula de emergencia antes de que estallaran los motores.
Pero también comprendía que eso era un mero tecnicismo.
—Callista…
No sabía qué le habría dicho. Habría intentado convencerla, una vez más, de que permitiese que Cray intentara crear alguna clase de recipiente computerizado para su mente y sus recuerdos, sus pensamientos y su corazón. Habría intentado convencerla de que debía escapar.
Pero el banco en el que estaba sentado se bamboleó de repente con una sacudida tan violenta que casi le arrojó al suelo, y las irías náuseas del flujo gravitatorio tiraron de su vientre y lo llenaron de vértigo.
Otra sacudida, y Luke agarró un cuenco-lámpara mientras Cray pillaba el otro al vuelo a medio camino del suelo. Todos sintieron la vibración zumbante que surgía de muy lejos y se iba difundiendo a través de los huesos de la nave, y percibieron el repentino tirón que indicaba un cambio en el flujo de la energía.
—Ya está —murmuró Callista—. El hiperespacio.
Han ya tenía un mal presentimiento incluso antes de que él y Chewie subieran el tramo de peldaños que llevaba hasta la casa sin luces.
—Lo lamento muchísimo, general Solo. —El bith que estaba al frente del Departamento de Registros del Centro Municipal, así como de los archivos de ventas, facturas y pensiones de los trabajadores de las tres grandes corporaciones propietarias del ordenador central de Plawal, inclinó su cabeza color masilla en forma de cúpula entre el leve temblor del campo holográfico y clavó sus enormes ojos, negros y tan brillantemente lustrosos como el aceite, en el punto donde la imagen holofónica de Han aparecía delante de él—. Su Excelencia no parece estar en el edificio.
Han volvió la mirada hacia los angostos rectángulos de los ventanales y la niebla negra, atravesada únicamente por los borrosos manchones de las luces de los huertos. Chewbacca, que estaba inmóvil junto al cristal, volvió la cabeza y emitió un sonido a medio camino entre el gemido y el gruñido.
—¿Puede decirme cuándo se fue?
Han pensó que incluso cabía la posibilidad que Leia hubiera hecho un alto en el Barro Burbujeante —que servía pasteles de carne bastante decentes— para cenar, aunque siempre prefería estar acompañada a la hora de la cena.
—Le pido disculpas —dijo cortésmente el bith—. Su Excelencia no parece haber estado en el edificio en todo el día.
—¿Cómo?
—No existe ningún registro de entrada de su tarjeta de acceso en ninguno de los bancos de archivo, y tampoco ha…
—¡Quiero hablar con Jevax!
El bith inclinó la cabeza.