La Fuerza. Si pudiera utilizar la Fuerza para volar las puertas haciendo que salieran despedidas hacia el exterior y lanzarse por el hueco en un vuelo de levitación, eso tal vez le proporcionaría unos cuantos segundos de ventaja.
Luke sabía que era un plan absurdo, pero ya estaba concentrando sus reservas de energía y su fortaleza para intentarlo de todas maneras cuando un leve tintineo metálico resonó junto a su pie derecho y atrajo su atención hacia allí.
La placa del conducto de reparaciones se había desprendido limpiamente del marco y acababa de caer sobre el suelo.
Luke se metió por el hueco, volvió a colocar la placa en su sitio detrás de él —había estado asegurada con remaches, y también había un mecanismo de cierre en ella— y la sujetó de nuevo únicamente con los remaches, que incluso sin la cerradura magnética deberían bastar para mantener a raya al Pueblo de las Arenas. Las luces de seguridad aún brillaban con un débil resplandor en ese tramo, derramando de mala gana una claridad ocre que se fue desvaneciendo a su alrededor a medida que bajaba, dejando únicamente la tenue luz de las varillas luminosas colgadas de su bastón.
Luke hizo una parada en el siguiente nivel. Apoyó la frente en el panel y desplegó sus sentidos a través del metal y hacia la sala que se extendía más allá de él. No oyó ningún sonido, por lo que quitó los remaches. Después se agarró a las asas que había dentro del conducto y se impulsó hacia atrás alejándose de la compuerta mientras recurría a la Fuerza, invocándola bajo la forma de una violenta patada de energía cinética para que cayera sobre el panel por su parte exterior y lo forzara a pesar de la cerradura magnética.
El metal se dobló y se retorció en sentido contrario a los cierres exteriores, quedando lo suficientemente debilitado y fuera de su sitio para que Luke pudiera quitar el panel. Se metió por el hueco y se encontró en una zona de almacenamiento débilmente iluminada de la Cubierta 14.
Cetrespeó estaba esperándole en el compartimento de la ropa sucia.
—No he conseguido averiguar nada, amo Luke, nada… —gimió el androide—. La doctora Mingla está perdida. ¡Oh, estoy seguro de que está perdida!
Las luces del pasillo estaban apagadas. Las del compartimento de la ropa sucia habían quedado reducidas al sucio destello amarillento de las pilas de emergencia, dentro del cual los ojos de Cetrespeó brillaban como dos reflectores.
—Y al ritmo que los jawas están robando el cableado y los solenoides de esta nave —añadió Cetrespeó con puntillosa irritación—, todos estamos perdidos.
—Bueno, de momento nadie está perdido todavía.
Luke se fue dejando resbalar lentamente a lo largo de la pared y estiró su pierna entablillada, que había empezado a palpitar a pesar de toda su concentración y todas las técnicas curativas Jedi a las que podía recurrir. Tiró del faldón de su mono sujeto con cinta adhesiva que le cubría la pierna hasta separarlo y colocó otro parche de perígeno sobre su muslo. El analgésico redujo la intensidad del dolor, pero no hizo nada respecto a su terrible agotamiento. Luke se preguntó si todavía disponía de la claridad mental suficiente para llevar a cabo un examen del Bloque de Detención de la Cubierta 6, o si se le pasaría por alto algún rastro excesivamente sutil debido al puro y simple cansancio.
«Estamos hablando de gamorreanos —reflexionó después—. ¿Hasta qué punto puede ser sutil un gamorreano?»
Todos sus instintos le gritaban que buscara a Cray en las cubiertas superiores, pero Luke sabía que no podía permitirse pasar por alto ni aunque fuese la posibilidad de una pista. En el fondo, todo tenía un cierto sentido.
Respiró hondo.
—¿Estás dispuesto a registrar la cubierta de arriba, Cetrespeó?
—preguntó—. Puedo levitarte hasta el acceso de la Cubierta… Creo que es la Diecisiete.
Metió la cabeza por el hueco del pozo y echó un vistazo. La siguiente abertura parecía encontrarse como mínimo dos niveles por encima de la compuerta de la Cubierta 15.
—Muy bien, señor. Pero le sugiero que descanse un rato, amo Luke, y que me permita que vuelva a vendar esa herida de su pierna. Según mi percepción de sus signos vitales…
—Ya descansaré un rato cuando haya vuelto de la Cubierta Seis —replicó Luke—. Lo haré, te lo aseguro —añadió, rompiendo el significativo silencio de Cetrespeó—. Es sólo que… Bueno, tengo la sensación de que no disponemos de mucho tiempo.
Los huesos ya habían empezado a dolerle sólo de pensar en el descenso de todos esos niveles. Bajar un pie con todo su peso soportado por sus brazos, después desplazar los brazos hasta el peldaño siguiente para que volvieran a soportar todo su peso…
Pero su huida del Pueblo de las Arenas le había convencido de que obraba correctamente al no gastar su concentración y, posiblemente, disipar su capacidad para concentrar la Fuerza, invirtiéndola en la auto-levitación.
No tenía ni idea de cuándo necesitaría emplear todos los recursos de que pudiera disponer, o de durante cuánto tiempo tendría que depender de las escasas reservas de fortaleza que le quedaban.
Unos momentos después Luke descubrió que hacer subir a Cetrespeó a lo largo de todos esos niveles —unos diez o doce metros— y hacer retroceder el panel de la compuerta para que el androide pudiese meterse por el hueco ya le resultaba bastante difícil.
—Tenga mucho cuidado, amo Luke —le suplicó la voz de Cetrespeó bajando por el pozo.
Luke sonrió. La tía Beru solía salir corriendo detrás de él para gritarle que se llevara el poncho cuando se marchaba al Mar de Dunas en el vehículo de superficie, y nunca había imaginado que Luke se iba a cazar ratas womp y que si algo salía mal, el pasar frío por no disponer de su poncho iba a ser la más pequeña de todas sus preocupaciones.
Su sonrisa se desvaneció cuando bajó la mirada hacia la negrura del conducto. Casi toda la iluminación había dejado de funcionar, y sólo quedaban pequeños cuadrados de un débil resplandor para mostrar los sitios en que los jawas habían extraído las compuertas al utilizar aquella ruta entre cubiertas. Luke se volvió a colgar el bastón del hombro.
Ocho niveles. Un peldaño de agonía detrás de otro, uno por uno.
Un nuevo pensamiento pasó por su mente, y le hizo quedarse inmóvil y volverse para contemplar la cámara sumida en la penumbra que tenía detrás.
Durante todos sus recorridos por la nave. Luke había sentido y había sido consciente de la presencia de la inteligencia maligna de la Voluntad que seguía su rastro y detectaba sus pisadas, los latidos de su corazón y la temperatura de su cuerpo. La Voluntad observaba sus signos vitales tal como lo hacía Cetrespeó, aunque sin el nervioso deseo de protección que impulsaba al androide de protocolo. Luke estaba casi seguro de que era la Voluntad la que había cerrado algunas de aquellas puertas de la cubierta superior para guiarle hacia la emboscada del Pueblo de las Arenas. Por primera vez, tuvo la extrañísima sensación de que había algo más que la Voluntad observándole.
Desde luego, no había sido la Voluntad quien había desactivado el cerrojo interno de aquella compuerta del conducto de reparaciones.
¿O sí? ¿Habría servido todo aquello única y exclusivamente a las intenciones de la Voluntad?
No lo sabía. Pero antes de volver a introducirse en el conducto para iniciar el largo descenso, Luke le habló en voz baja y suave a la penumbra.
—Gracias —murmuró—. Gracias por ayudarme.
«Y si sólo ha sido un truco para hacerme bajar la guardia, entonces me sentiré como el Presidente de la Sociedad Galáctica de Tontos de Pueblo.»
Separó los pies del suelo, los metió por el hueco de la compuerta y empezó a descender a través de la oscuridad.
—Vamos, Chewie… ¿No le oíste decir a ese tipo esta tarde que no había nada allí arriba?
Han Solo deslizó el haz de su linterna por la silenciosa oscuridad de la Casa de Plett. El rayo de luz era mucho más potente que la claridad proyectada por la varilla de Leia, pues surgía del iluminador actínico de un contrabandista. Algo huyó velozmente en un rincón, invisible en la neblina estigia que envolvía las ruinas de la casa, y las fosas nasales de Han captaron un desagradable olor dulzón muy parecido al de la fruta podrida.
Chewbacca produjo un ronco gemido de desaprobación.
—¿Cómo, es que vas a dejarte asustar por un bichito de nada? —El haz del luminador encontró el círculo mate de la protección metálica que cubría el pozo—. Probablemente habrá montones de ellos allí abajo…
Han se arrodilló junto a la tapa y descolgó su caja de herramientas del hombro. Las luces de los jardines colgantes flotaban en las alturas y esparcían sus centelleos lejanos a través de la niebla.
Han había hecho dos llamadas a Mará Jade a través del transductor de la Holored, pero ninguna había recibido contestación. Su intento de ponerse en contacto con Leia en los archivos municipales tampoco había dado ningún resultado. Le dijeron que todavía no había llegado, lo que le pareció muy impropio de Leia, aunque entre la niebla y la oscuridad era posible que hubiera doblado por donde no debía y estuviera perdida en algún huerto. Fuera lo que fuese lo que pudiera acechar en los supuestamente inexistentes túneles ocultos debajo de la Casa de Plett, resultaba difícil imaginar cualquier peligro que pudiese caer sobre alguien que se encontraba en la superficie de aquel apacible Jardín de las Delicias envuelto en nieblas. Han se había puesto en contacto con Winter en el subespacio, le había dicho hola a Anakin y había hablado durante unos momentos con Jacen y Jaina, que no habían interrumpido ni un solo instante sus intentos de meter las manos por el campo holográfico, con lo que dejaban muy claro que no se daban cuenta de que su padre no estaba en la habitación con ellos. Pero cuando la transmisión hubo terminado y el silencio volvió a adueñarse de la casa que les habían cedido. Han comprendió cuál era el auténtico problema al que se enfrentaba.
Quería volver a la Casa de Plett y echar un vistazo.
Creía saber cómo se podía llegar a las criptas.
Al igual que Drub McKumb, pensó con sarcástica diversión, él también tenía sus «cálculos».
Chewbacca le pasó el equipo que había sacado del compartimento del
Halcón Milenario:
un generador antigravitatorio de escala-3 y un par de células de energía del tipo mochila. Han colocó el generador sobre la tapa del pozo y activó las agarraderas magnéticas, con lo que sólo consiguió descubrir que la tapa no era de duracero tal como había pensado, sino de un metal no ferroso. Eso resultaba interesante, considerando el diferencial de precios existente entre lo ferroso y lo no ferroso. Tampoco había asas.
—Bueno, supongo que tendremos que recurrir a los medios más expeditivos.
Sacó un pequeño taladro de su caja de herramientas y lo conectó a una célula de energía, y mientras lo hacía se le ocurrió preguntarse quién había puesto aquella tapa en ese sitio y cuánto tiempo llevaba allí. A juzgar por la suciedad y tierra acumulada que había en las rendijas, la tapa estaba allí desde hacía un par de años como mínimo, pero Leia le había dicho que en su visión de años anteriores el pozo había estado obstruido mediante una reja en vez de con una losa sólida, probablemente por razones calóricas.
Han siguió trabajando bajo el haz luminoso de la linterna de Chewbacca: adhirió remaches a la tapa y sujetó el generador antigravitatorio. No tenía ninguna forma de saber cuál era la profundidad de la columna de aire del pozo, pero basándose en la altura de las terrazas que se alzaban sobre el suelo del valle había calculado que debía de tener un mínimo de cien metros de longitud. Un escala-3 bastaba para la inmensa mayoría de trabajos de aquellas dimensiones, y una vez activado el generador no tuvo ninguna dificultad para levantar la tapa. La losa metálica había sido biselada hacia el interior y era más gruesa de lo que se podía esperar, lo que permitía que encajara muy bien en el reborde interior del pozo.
Nubéculas de vapores calientes impregnados por la pestilencia del azufre suspiraron alrededor de la tapa a medida que ésta iba siendo levantada, y unas cuantas hilachas se enroscaron alrededor de los pies de los intrusos mientras guiaban la tapa hasta apartarla del hueco, pero el fondo del Pozo de Plett ocultaba un manantial meramente cálido, no uno realmente caliente. Han metió el luminador en el hueco, y su claridad permitió ver gruesas almohadas de musgo y liquen sobre la reluciente humedad de la piedra oscura. El olor a fruta podrida llegó hasta ellos, mezclado con el hedor del azufre y las vaharadas acres del cloro. Chewie gruñó.
—Vale, así que apesta —dijo Han—. La sala de motores del
Halcón
también apesta cada vez que se nos rompe una cañería.
Tal como pensaba, había huecos para meter las manos tallados en la roca. Las irregularidades del mismo pozo y los gruesos bloques y abismos de sombra que creaban lo ocultaban todo más allá de los primeros metros, y las fantasmales masas de vapor que flotaban de un lado a otro rechazaban la luz devolviéndola hacia arriba. Han deslizó un anillo de cable de seguridad alrededor de la piedra vertical que había entre dos ventanas con forma de agujero de cerradura y sujetó el otro extremo a su cinturón. Chewie se envolvió la cintura con dos pasadas de cable.
—Muy bien —murmuró Han mientras se sujetaba el luminador a la pechera de su chaqueta—. Vamos a averiguar por qué es tan popular este sitio…
«Escondieron a los niños en el pozo.»
Estuvo a punto de pasar por alto la puerta que llevaba al pasadizo. Estaba incrustada en el muro del pozo justo allí donde las sombras parecían entrecruzarse sin importar de dónde viniera la luz. El calor se iba intensificando a medida que descendían, y aquel repugnante olor dulzón se volvía más fuerte con él. Han era muy consciente de los movimientos reptantes y ruidosamente líquidos que se estaban produciendo entre las capas de liquen y los depósitos minerales acumulados sobre la roca. Pero por debajo del nivel de la entrada del pasadizo, todos los asideros estaban repletos de musgo. La diferencia era lo suficientemente visible para enviarle nuevamente hacia arriba en una segunda inspección, y Han investigó con su luz cada sombra de los alrededores y lo que tenía detrás.
—Allí…
Movió la luz sobre las paredes del túnel mientras él y Chewbacca se metían por la boca ovalada. El wookie se sacudió en un movimiento lleno de incomodidad. Su áspero pelaje color tabaco se había vuelto negro al mojarse, y estaba erizado por la humedad. El haz del luminador se arrastró sobre las viejas señales que cubrían las paredes y los sitios en que el musgo del suelo había sido arrancado y había vuelto a crecer.