—Lo siento —le dijo Luke en voz muy baja a esa columna de sombras que le esperaba—. Ojalá hubiera estado aquí para ayudarte.
La mujer habría necesitado ayuda, desde luego.
Hizo girar el arma entre sus dedos, sabiendo instintivamente que había sido construida y empuñada por una mujer. A juzgar por las proporciones del arma, la mujer tenía las manos grandes y los brazos muy largos. Yoda le había dicho que los antiguos Maestros Jedi podían llegar a saber una cantidad de cosas realmente asombrosa acerca de un Caballero Jedi con sólo examinar la espada de luz cuya construcción suponía la última prueba a la que debían enfrentarse los Jedi.
Alguien se había entretenido en grabar una delgada hilera de
tsaelke
de bronce, los gráciles cetáceos de cuello largo de los profundos océanos de Chad III, alrededor del asa.
—Ojalá pudiera haberte conocido —dijo Luke en voz aún más baja que antes.
Se colgó la espada de luz del cinturón y empezó a buscar la forma que aquella mujer —su colega y compañera de enseñanzas Jedi— había empleado para acceder al control de artillería.
Sólo había una entrada y consistía en el pozo de un turboascensor que se negó a responder a la presión de Luke sobre el botón de llamada, pero supuso que era el camino que había utilizado la mujer. Luke sabía que le bastaría un pequeño esfuerzo para cortocircuitar las puertas y hacer que se abrieran. Desde allí tendría acceso a las cubiertas de abajo, ya fuese mediante una cuerda —que podía ser confiscada de cualquier almacén— o mediante la levitación, si quería correr el riesgo de imponer un gasto de energía tan grande a las pequeñas reservas con que contaba. Se preguntó si se podría usar la Fuerza —como podía hacerse a veces— para mantener apartadas las hebras de relámpagos azulados que formaban la parrilla de enclisión durante el tiempo suficiente para que pudiera recorrer el pozo y llegar hasta el núcleo del ordenador de la nave.
Pensar en intentarlo hizo que sintiera un escalofrío.
Y una vez en el núcleo, resultaría bastante sencillo provocar una sobrecarga y destruir el
Ojo de Palpatine
tal como tendría que haber sido destruido hacía treinta años…
Y como no había sido destruido.
Luke recordó los gritos que había lanzado el klagg mientras sangraba e iba quedando calcinado en una muerte horrible sobre la escalerilla.
La Jedi que había subido por aquel conducto había vivido el tiempo suficiente para dañar el gatillo de activación de la nave, y había acabado muriendo en el núcleo mientras la Voluntad quedaba con vida. ¿Por qué habían ocurrido las cosas de aquella manera? ¿Porque la Jedi no había sido lo bastante fuerte? ¿Porque no tenía la experiencia suficiente?
¿O sería tal vez que la parrilla de enclisión era algo que no podía ser vencido ni siquiera por la fortaleza de un Maestro Jedi?
Una manecita recubierta de suciedad se cerró sobre su manga.
—No bueno, no bueno… —El jawa intentó arrastrarle en dirección al pozo de reparaciones que volvía a descender, y señaló el cuadrado oscuro que se abría en el techo—. Malo. Morir mucho.
«Morir mucho…» Luke pensó en los jawas, y en las asquerosas aldeas eternamente rivales y enfrentadas de los klaggs y los gakfedds, que estaban reestableciendo las pautas de su mundo natal a bordo de la nave y en los términos de lo que habían pasado a creer que eran. Pensó en los kitonaks de la sala de reconocimiento, que aguardaban pacientemente a que sus orugas chooba vinieran arrastrándose para meterse dentro de sus bocas, y en el affitecano muerto en el suelo, y en los talz que se protegían la espalda unos a otros —¿contra quién?— mientras llevaban agua a los tripodales.
Y comprendió que destruir la nave iba a ser la parte más sencilla.
Cetrespeó estaba sentado delante de la pantalla de comunicaciones en el despacho del contramaestre. Un extremo de un largo cable flexible desaparecía en la parte de atrás del cráneo del androide, y Cetrespeó estaba hablando con un serio tono de irritación en su voz mecánica.
—Máquina estúpida, tienes enclaves de formas de vida alienígenas por todas partes. ¿Qué quieres decir con eso de que
No hay formas de vida ajenas a las intenciones de la Voluntad?
¿Por qué no echas un vistazo al apartado 011-733-800-022 del Registro Estándar Galáctico?
Luke tenía apoyado un hombro en la jamba de la puerta, y era consciente de que Cetrespeó tenía tan poca necesidad de dirigirse a la Voluntad en voz alta como de utilizar el lenguaje humano para comunicarse con Erredós. Pero Cetrespeó estaba programado para interactuar con formas de vida civilizadas y para pensar como una forma de vida civilizada, y la afición a charlar era uno de los rasgos distintivos de prácticamente todas las civilizaciones con las que se había encontrado Luke.
A Cetrespeó le encantaba hablar.
—¿Qué quieres decir con eso de que no hay formas de vida correspondientes a ese número del Registro a bordo? ¡Tienes a sesenta y seis gamorreanos residiendo aquí!
—Eso ya lo he probado yo. Cetrespeó.
Luke entró en la sala. Le dolía todo el cuerpo a causa de la compensación que le exigía caminar apoyándose en el bastón y del conjunto de movimientos inusuales y repetidos agónicamente una y otra vez que había debido llevar a cabo al subir por los peldaños de la escalerilla a fuerza de brazos.
Cetrespeó se volvió hacia él en otra peculiaridad humana innecesaria, ya que sus receptores auditivos eran capaces de captar, e identificar, los pasos y la respiración de Luke a dieciocho metros de pasillo de distancia.
—Según la Voluntad, no hay alienígenas a bordo de esta nave —dijo Luke en un tono entre cansado y sarcástico—. Según la Voluntad, tampoco existe ninguna concentración de cuerpos con una temperatura de ciento cinco grados, que es la normal en los gamorreanos. Y tampoco existen las de cuerpos con temperaturas de ciento diez, dieciséis u ochenta y tres grados, lo cual significa que no hay ni un solo jawa, kitonak o affitecano por los alrededores. Pero he encontrado una forma de llegar a los niveles superiores sin…
Un triple timbrazo resonó desde el altavoz montado en la pared a la derecha de Luke, y luces verdes destellaron en el vacío de ónice de una pantalla de comunicación interna de diez centímetros instalada encima del escritorio.
—Atención todo el personal —dijo una musical voz de contralto—. Atención todo el personal. Mañana a las trece horas se retrasmitirá una Audiencia de Seguridad Interna por todos los canales de la nave. Mañana a las trece horas se retrasmitirá una Audiencia de Seguridad Interna por todos los canales de la nave.
La pantalla cobró una vida inesperada. Dentro de ella Luke vio la imagen de Cray, con las manos atadas y la boca sellada por una tira plateada de cinta adhesiva para motores, sus ojos oscuros muy abiertos y llenos de miedo y furia, inmovilizada entre dos soldados gamorreanos —klaggs, a juzgar por sus cascos— ridiculamente uniformados que la mantenían sujeta por los codos.
—La observación de esta audiencia es obligatoria para todo el personal. La negativa a la observación o el rehuirla serán considerados como un acto de simpatía con las intenciones dañinas del sujeto.
Después del primer segundo de perplejidad Luke concentró su atención en el fondo, la textura y el color de las paredes que había detrás de Cray y sus centinelas. Vio que eran más oscuras que las de las cubiertas de la tripulación y que no tenían un acabado tan limpio, y también se fijó en la relativamente escasa altura de los techos y en que las vigas, remaches y conductos estaban a la vista. Un rincón de una cabaña improvisada se introducía en el encuadre, parte de una caja de embalaje con sorosub-divisiún de importaciones escrito con rotulador encima y un techo hecho con lo que parecía una lona de supervivencia. «Es la aldea de los klaggs», pensó.
Nichos estaba inmóvil junto a la cabaña con un perno de sujeción adherido a su pecho y una expresión de horror impotente en los ojos
—Todo el personal que tenga evidencias que presentar contra el sujeto debe hablar con el Representante de Vigilancia de su división lo más pronto posible. Cuando sea descubierto, cualquier negligencia en esta materia será considerada como un acto de simpatía con las intenciones dañinas del sujeto.
Cray logró soltarse el brazo izquierdo de la presa del gamorreano y le propinó una potente patada en la espinilla. El klagg se dio media vuelta y la golpeó con la fuerza suficiente para que Cray hubiera caído al suelo si él y el otro guardia no hubiesen seguido cogiéndola de los brazos. El rostro de Cray y el hombro visible a través de los desgarrones de la chaqueta de su uniforme ya mostraban otros morados. Luke vio la mirada de agonía que Nichos le lanzó, pero el hombre-androide no hizo ningún movimiento o esfuerzo, ni para ayudar ni para consolar.
Luke sabía que le resultaba imposible debido al perno de sujeción.
Los guardias ya estaban sacando a la semi-inconsciente Cray del encuadre cuando la pantalla se oscureció. Nichos seguía donde estaba, con sus ojos como única parte viva de su rostro inmóvil.
—Lo siento, hijo, pero hemos recibido órdenes.
Ugbuz cruzó sus enormes brazos sobre el pecho y contempló a Luke con una mirada tan dura como el pedernal en la que no había ni la más pequeña sombra de pena. El jefe de los gakfedds asintió para sí mismo, como si estuviera saboreando las órdenes o la sensación de haberlas recibido, en un gesto tan extraña e inquietantemente humano que Luke sintió cómo se le erizaba el vello de la nuca.
—Sí, ya sé que tenemos que acabar con esos klaggs hijos de cerda… —La frase surgió de los labios porcinos como si fuese una sola palabra, un fragmento preservado de la parte de Ugbuz que seguía siendo un gakfedd—. Pero tenemos órdenes de encontrar a los saboteadores rebeldes antes de que causen daños en la nave.
Sus ojos se entrecerraron, implacables, amarillos y feroces, y estudiaron a Luke como si se acordase de que era Luke quien les había impedido seguir torturando al jawa.
Luke desplegó el poder de la Fuerza y lo concentró con un gesto casi imperceptible de su mano.
—Pero es vital que localicemos la fortaleza de los klaggs inmediatamente.
Era como tratar de coger con una sola mano una piedra mojada dos veces más grande de la distancia máxima que podían llegar a abarcar sus dedos. Luke podía verlo en los ojos de Ugbuz. No estaba intentando influir sobre el jabalí gamorreano, sino sobre la potencia de la Voluntad.
—Claro, claro, es vital, condenados klaggs hijos de cerda, pero tenemos órdenes de encontrar a los saboteadores antes de que puedan causar daños en la nave.
Era un círculo sin fin programado. Luke sabía que no conseguiría abrirse paso a través de él, por lo menos no con su cuerpo temblando de agotamiento y su mente dolorida por el esfuerzo que le exigía mantener a raya el trauma y la infección. La frente del gigantesco gamorreano se arrugó en un fruncimiento lleno de suspicacia.
—Y ahora vuelve a explicarme por qué hiciste que dejáramos marchar a ese saboteador.
Un clamor de voces procedente del comienzo de la aldea llegó a sus oídos antes de que Luke pudiera responder. Ugbuz giró velozmente sobre sí mismo con la mandíbula inferior apuntando hacia adelante y chorros de saliva colgando de sus gruesos colmillos.
—¡Hemos pillado a unos cuantos! —aulló.
Sacó su desintegrador de la funda que colgaba de su cadera y echó a correr hacia el rectángulo oscuro del umbral que daba al pasillo. Otros gakfedds salieron a la carrera de las chozas erigidas por todo el cavernoso recinto, poniéndose cascos y cogiendo hachas, carabinas láser, armas vibratorias y desintegradores. Dos de ellos habían sacado cañones iónicos de algún sitio, y uno blandía un lanzador de misiles portátil.
—Puedo comprender su razonamiento, amo Luke. —Cetrespeó avanzó detrás de él con un presuroso chirrido mientras Luke seguía a Ugbuz, avanzando mucho más despacio que el jefe gamorreano—. Ya hemos perdido la iluminación en casi toda la Cubierta Once, y cada vez resulta más difícil encontrar una terminal de ordenador que funcione. Si los jawas no son detenidos, acabarán poniendo en peligro el sistema de apoyo vital de toda la nave.
Estaban pasando por delante de la choza de mayores dimensiones cuando la matriarca Matonak salió de ella, sus inmensos brazos cruzados entre el primer y el segundo par de pechos y sus mugrientas trenzas enmarcando un rostro repleto de arrugas, mordeduras de morrts, suspicacia y disgusto. Matonak chilló irritadamente algo en gamorreano y lanzó un voluminoso escupitajo sobre el suelo. Cetrespeó inclinó su cuerpo en una pequeña media reverencia ante ella.
—Estoy totalmente de acuerdo, señora —dijo—. Sí, estoy total y absolutamente de acuerdo con usted… Los jawas no son rivales dignos de un verdadero jabalí. Está muy enfadada —añadió como explicación, volviéndose hacia Luke.
—Ya lo había adivinado.
—Te levitaré hasta la primera compuerta de la Cubierta Catorce —dijo Luke cuando hubieron llegado al conducto de recogida de la ropa sucia—. Yo me encargaré de la Cubierta Quince. Sabemos que el klagg estaba intentando subir por la escalerilla cuando la trampa acabó con él, por lo que sabemos que su aldea se encuentra por encima de nosotros. Busca cualquier señal de los klaggs: pisadas, sangre, ropas desgarradas…
A esas alturas, Luke ya sabía que había tantas probabilidades de que los gamorreanos buscaran sus peleas dentro de la tribu como fuera de ella.
—Puedo asegurarle que lo intentaré, señor —respondió humildemente el androide—. Pero con los PU Ochenta cumpliendo tan bien su deber en lo concerniente a la limpieza de los suelos y las paredes, no va a resultar nada fácil seguir pistas.
—Haz todo lo que puedas. —Luke pensó que aquello habría resultado más fácil si Cray hubiera seguido siendo dueña de sí misma en vez de haber olvidado su verdadera identidad cuando se la habían llevado—. También tienes que buscar la clase de paredes que vimos como fondo en el anuncio del vídeo. La lona y la caja de esa cabaña tienen que haber salido de los Almacenes de la Misión, así que haz una anotación en tu cerebro si ves algo que se les parezca. Ah, no olvides inspeccionar los almacenes de equipo regular de la armada, que son independientes de los de las tropas de asalto. Volveré para bajarte por el conducto a las veintidós horas.
Cuando llegó a la Cubierta 15, Luke descubrió que por desgracia Cetrespeó tenía toda la razón en lo referente a los PU-80 y la misión de mantener impoluto el
Ojo de Palpatine
que tan tenazmente llevaban a cabo. Encontró media docena de bandejas y tazas del comedor —los MSE las habían frotado hasta sacarles brillo, pero las habían dejado allí donde fueron arrojadas—, pero no descubrió ninguna evidencia más de por dónde podían haberse movido los klaggs. Comprendió que debería enfrentarse a una laboriosa búsqueda que le exigiría recorrer las cubiertas una por una, buscando signos físicos de la presencia de los klaggs mientras trataba de percibir alguna huella, algún susurro de resonancia mental reconocible procedente de Cray.