Los hijos de los Jedi (25 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Los hijos de los Jedi
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Y Cetrespeó ni siquiera sería capaz de hacer eso.

Un lisiado y un androide de protocolo. Luke se apoyó en la pared durante un momento, intentando no pensar en los morados del rostro de Cray y en cómo su cuerpo se había rebelado contra la presa brutal del guardia, e intentó borrar de su memoria la expresión que había visto en los ojos de Nichos.

Mañana, a las trece horas…

Reanudó su cojeante avance. El klagg había estado intentando subir. Las paredes de aquella cubierta —o de aquella sección de la cubierta, que parecía acoger las instalaciones de reparación de los cazas TIE— eran de un color más oscuro que las de las zonas de tripulantes de abajo y los techos eran más bajos, pero carecían de las vigas metálicas que había visto en la transmisión del vídeo.

«¿Un hangar? —se preguntó—. ¿Un almacén?» Un corredor sumido en la negrura más absoluta se alejaba hacia su derecha. Luke oyó ruido de pies en la lejanía, y vio el brillo amarillento de rata de los ojos de un jawa. Estaban royendo lentamente la nave, y acabarían devorándola. No tenía nada de extraño que la Voluntad hubiera ordenado a Ugbuz que los exterminara. Pero Luke sospechaba que fuera cual fuese el resultado final de las depredaciones de los jawas, sólo mataría a la tripulación viva. Nada que los jawas pudieran hacer— ningún daño, ninguna muerte entre quienes iban a bordo— evitaría que la luna de combate saltara al hiperespacio cuando creyera que nadie estaba mirando. No tendría ningún efecto sobre su capacidad para hacer volar por los aires la ciudad de Plawal —y. probablemente y como medida de precaución, las otras poblaciones de Belsavis—, dejándola reducida a polvo y barro.

Había visto lo que el Imperio dejó de Coruscant, de Mon Calamari y de los Sistemas de Atravis. Había percibido el espantoso alarido que se había difundido a través de la Fuerza cuando Carida había estallado, y había sentido como si todos los órganos se le estuvieran rompiendo dentro del cuerpo.

Luke pensó que para evitar eso era capaz de ir a la parrilla de enclisión y hacer su propio intento de destruir el corazón mecánico de aquel monstruo.

Probó suerte con una puerta, y cuando se negó a abrirse avanzó cojeando por el pasillo y probó otra y otra más hasta que encontró una que respondió a su orden. En aquella parte de la nave había luz, y el aire, aunque químico, tenía el olor levemente ozonoso del oxígeno nuevo y limpio que todavía no había circulado entre un centenar de pulmones. Encontró otra taza de café del comedor en el suelo, pero no había ni rastro de los klaggs. Tampoco había ni rastro de la consciencia de Cray.

Orientarse le resultaba bastante difícil, y examinar la nave de una manera adecuadamente metódica también era muy difícil debido a las puertas blindadas de protección cerradas que obstruían algunos pasajes. Luke se vio obligado repetidamente a moverse en círculos a través de despachos, compartimentos de recogida de ropa sucia y salas, contando los giros y las puertas abiertas a medida que avanzaba. Ser un chico del desierto le había hecho aprender muy pronto a orientarse mediante las particularidades más efímeras, y su adiestramiento como Jedi había agudizado y reforzado aquella capacidad hasta un grado casi sobrenatural, pero había kilómetros de pasillos y centenares de puertas idénticas. Los PU-80 ejecutaban pacientemente sus rondas a lo largo de los paneles murales, eliminando tiznes y manchas casi invisibles, por lo que marcar físicamente su camino con tiza o aceite de motor habría carecido de objeto. Los MSE correteaban de un lado a otro para cumplir con sus tareas automatizadas, tan indistinguibles uno de otro como los bepps meticulosamente clonados que crecían en los tanques hidropónicos de Bith. Luke había oído la expresión «iguales como dos bepps» durante toda su vida sin haber conocido nunca a nadie capaz de afirmar que disfrutara comiendo aquellos cubos de seis centímetros exactos de arista, color rosa pálido, nutritivamente equilibrados y totalmente insípidos.

Al final de un pasillo sumido en la oscuridad había un cuadrado de luz pegado a una pared. Unas sombras se movieron a través de él, y los agudos oídos de Luke captaron el murmullo de unas voces. Tener que moverse apoyado en una muleta hacía que el silencio quedara totalmente descartado, pero Luke avanzó muy despacio y se mantuvo a una distancia prudencial mientras desplegaba sus sentidos para escuchar e ir captando las palabras.

Un instante después se relajó. Aunque estaban diciendo cosas del estilo de «Todas las portillas artilleras despejadas, comandante» y «Recibiendo informes sobre la situación de los exploradores, señor», la musicalidad un poco ceceante de las voces —varias octavas más altas que las de los niños humanos— le indicó que acababa de tropezar con un enclave de affitecanos.

La sala era alguna clase de modulo de operaciones de sistemas, más probablemente relacionado con los conductos de agua y reciclaje de la nave que con su armamento. Eso no importaba en lo más mínimo a los affitecanos, desde luego. Los esplendorosos habitantes de Dom-Brad-den —aquellas criaturas cubiertas de pétalos, mechones y borlas sobre las que aleteaban centenares de zarcillos y brotes— estaban inclinados sobre los circuitos trazadores y los procesadores de inventarios, pulsando los teclados que no daban ninguna respuesta y clavando la mirada en las pantallas apagadas con la solemne concentración de guardias imperiales en una misión encomendada por Palpatine en persona.

Y tal vez creían estar llevando a cabo una misión así. Luke jamás había logrado entender muy bien a los affitecanos.

Se apoyó en el umbral y se preguntó si se daban cuenta de que las palancas no se movían, los diales no giraban y las pantallas que tenían delante se hallaban tan muertas como una pizarra mojada.

—Prepárese para lanzar los cazas TIE, teniente —canturreó el affitecano que resultaba obvio que estaba al mando, una criatura color púrpura repleta de delicadas arrugas y fruncimientos con halos de pelaje blanco que subrayaban la exuberancia amarilla de sus estámenes.

El teniente —dieciséis tonos distintos de naranjas, amarillos y rojos y tan enorme y redondeado como un barril— aferró palancas con sus garras y produjo un asombroso oratorio de efectos de sonido, ni uno solo de los cuales guardaba la más mínima relación con ningún ruido mecánico que Luke hubiera oído en su vida.

Por lo que Luke había podido ver hasta el momento, los affitecanos, a diferencia de los gamorreanos, no pretendían hacer daño a nadie. La parte consciente de su mentalidad, suponiendo que poseyeran alguna, estaba totalmente sumergida en los sueños del Servicio Espacial Imperial, y no se hallaba dividida entre el sueño y la realidad.

—¡Están disparando contra nosotros, capitán! —gritó una hermosa criatura amarilla y azul—. ¡Torpedos de plasma aproximándose a los escudos deflectores de babor!

Tres o cuatro affitecanos emitieron lo que sin duda imaginaban que eran ruidos de explosiones —gruñidos ahogados como truenos lejanos y gritos muy agudos—, y todas las criaturas de la sala se bambolearon locamente de un lado a otro como si la nave acabara de recibir un impacto de lleno, agitando sus pétalos y aletas y desprendiendo polen blanco y dorado que se extendió por el aire como nubes de polvo luminoso.

—¡Devuelvan el fuego! ¡Devuelvan el fuego! ¿Sí?

Los sensores del capitán, tan finos y delicados que parecían encajes, se volvieron hacia Luke como tallos de hierba en una pradera agitada por la brisa cuando éste fue cojeando hasta él y le saludó.

—Mayor Calrissian. Servicios Especiales. 22911-B. ¿Dónde tienen al saboteador rebelde que han arrestado?

—¡En la zona de retención de la Cubierta Seis, naturalmente! —gritó el capitán, y la información brotó de un mínimo de seis bocas funcionando en exquisita armonía—. ¡No puedo perder el tiempo respondiendo a esa clase de preguntas! ¡Están haciendo una carnicería con mis hombres!

El enorme barrido con que la criatura acompañó sus palabras abarcó el umbral que había detrás de ella. Luke rozó el sensor de apertura y quedó horrorizado y perplejo al ver los cuerpos desmembrados de cuatro o cinco affitecanos esparcidos sobre mesas, sillas y escritorios en la salita que había al otro lado del umbral. Alguien había activado el rociador de prevención de incendios del techo, ajustando las aberturas de tal forma que una fina llovizna de olor un tanto metálico caía sobre cuanto había en el recinto y repiqueteaba con un chasquear líquido sobre los charcos del suelo. Los miembros y los sistemas nerviosos arrancados de cuajo estaban desarrollando brotes entre los charcos, esbeltos péndulos amarillos que ya empezaban a doblarse bajo el hinchado peso de un arco iris de bulbos carnosos.

—¡El hiperimpulsor no podrá aguantar mucho más, capitán! —exclamó alguien que resultaba obvio interpretaba el papel de ingeniero de la nave.

—¡Más cazas rebeldes aproximándose, señor! —añadió un artillero—. ¡Formación en A, a las diez por estribor!

Todos los affitecanos corrieron hacia las consolas inactivas y empezaron a emitir zumbidos y trinos con un entusiasmo tan solemne como si crear esos sonidos fuera la actividad más importante del universo.

Luke salió de la sala y volvió cojeando al pasillo, pensando en lo que acababa de decirle el affitecano.

Cubierta 6. Muy por debajo de ellos…, y no cabía duda de que el klagg había estado intentando subir. Aun así…

¿Serían los klaggs los que habían causado semejantes estragos entre los affitecanos?

Luke pensó que era una posibilidad. Intentó abrir una puerta, y después se desvió a través de una zona de almacenamiento (seguía sin haber vigas visibles en el techo) y fue por una galería de observación que se alzaba sobre un hangar vacío. Los restos de los affitecanos no parecían tanto calcinados como arrancados y cortados. ¿Qué efectos produciría el fuego de un desintegrador sobre aquella carne vegetal tan suave que parecía seda?

Luke se detuvo en un cruce e intentó orientarse. Otra puerta se negó a abrirse —una que tenía la vaga sensación de que había estado abierta antes—, enviándole de regreso a un pasillo de intersección, un compartimento de recogida de la ropa sucia y a lo largo de un pasillo que terminaba en otra puerta blindada.

«Ya he estado aquí», pensó Luke. Sabía que había estado allí antes. Y aquella puerta había estado…

Se detuvo, y sintió cómo se le erizaba el vello de la nuca.

Estaba captando el olor del Pueblo de las Arenas.

«Idiota —pensó mientras un escalofrío helaba todo su cuerpo—. Si los transportes recogieron jawas en Tatooine, tendrías que haber sabido que había una probabilidad de que también hubieran recogido algunos ejemplares del Pueblo de las Arenas mientras estaban allí. Unos cuantos incursores tusken… ¿Por qué no?»

Habían estado en aquel pasillo hacía tan sólo unos minutos. Los sistemas de recirculación atmosférica todavía no habían eliminado su olor. Eso significaba que podían estar detrás de él, siluetas altas y delgadas envueltas en harapos que parecían espantapájaros brutalmente malignos momificados en la arena, o podían estar agazapados en uno de los compartimentos sumidos en la oscuridad, escuchando los ecos que Luke creaba al arrastrar los pies desde detrás de una de esas muchas puertas que los gamorreanos, o los affitecanos, o los jawas habían forzado.

La gran mayoría de rifles de los tusken eran modelos baratos montados y manipulados por fabricantes ilegales en Mos Eisley y vendidos a los incursores por intermediarios sin escrúpulos. No eran nada precisos y hacían que resultara muy difícil obtener disparos limpios, pero en aquellos pasillos incluso un disparo que fallase el blanco podía llegar a ser fatal.

Todavía podía olerles. Si hubieran acabado de pasar por allí, los recirculadores ya tendrían que haber eliminado las vaharadas que desprendían sus atuendos color tierra.

Luke volvió por donde había venido, forzando sus sentidos al máximo para que captaran incluso el rastro más insignificante. Creyó oír un débil chirriar de metal sobre metal al otro lado de la última esquina que había doblado, y en ese mismo instante un movimiento atrajo su atención hacia el pasillo de intersección que tenía delante. Un ratón-androide que venía a toda velocidad por el pasillo se detuvo de repente, como si sus sensores acabaran de identificar algo que estaba por delante de él y que la esquina ocultaba a los ojos de Luke. Un instante después el diminuto androide invirtió el sentido de su marcha y salió disparado en dirección opuesta, iniciando una veloz huida impulsada por el pánico.

Luke se lanzó hacia la sala más próxima mientras un estallido de fuego de rifle desintegrador calcinaba los paneles a su alrededor. El Pueblo de las Arenas sabía que su emboscada había sido detectada. Luke oyó sus pisadas casi totalmente silenciosas en el pasillo mientras golpeaba el control manual de las puertas, cruzaba el recinto tan deprisa como pudo —era alguna especie de sala comunal, con un visilector y un dispensador de café— y salía por la puerta del otro lado para encontrarse con un camarote y dos catres como aquel en el que había recuperado el conocimiento. Había dos catres y una puerta. Palos gaffa y arietes improvisados empezaron a golpear la puerta de la sala y Luke probó suerte con otra puerta, un conducto para dejar caer la ropa sucia como aquel al que le había llevado el jawa en el pozo de reparaciones.

El panel que conducía hasta el pozo de reparaciones se negaba a ceder. Luke oyó el estrépito indicador de que la puerta de la sala acababa de ser derribada y una frenética explosión de fuego de saturación dentro del recinto, el chasquido del visilector al estallar y el siseo de las cañerías del sistema contra incendios que reventaban. Nunca tendría una posibilidad de llegar a emplear su espada de luz. El chorro de Fuerza que dirigió contra la compuerta mural consiguió abollarla, pero los remaches de seguridad del otro lado aguantaron el impacto. Luke recordó haber visto las cajas negras de cerraduras magnéticas en otras compuertas de los pozos.

La puerta tembló y vibró. Hubo un ruido ensordecedor y otro estridente chisporroteo cuando la cerradura fue sometida al fuego de los rifles, y la puerta se abrió un par de centímetros. Los haces desintegradores entraron rugiendo por la rendija y devastaron la pequeña parte de la habitación accesible a través de ella, pero por desgracia la habitación no podía ser más pequeña. Los rebotes salieron disparados en todas direcciones y se extinguieron con un enloquecido sisear sobre las paredes, y Luke se acurrucó en un rincón e intentó acumular la Fuerza suficiente para evitar que esos disparos incontrolados acabaran friéndole. Podía mantener más o menos alejado aquel diluvio aleatorio, pero en cuanto el Pueblo de las Arenas consiguiera abrir la puerta lo suficiente para asar toda la habitación…

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