El silencio volvió a adueñarse de la cúpula, roto únicamente por el suave susurrar de los árboles y el leve tintineo de la maquinaria mil veces remendada de Pothman, un sonido que hizo que Luke se acordara de su infancia en Tatooine.
Pothman guardó silencio durante unos momentos más, de espaldas a ellos y con la mirada clavada en la mochila que había depositado sobre el arcón que tenía delante.
—No lo sabíamos —respondió por fin—. No se nos dijo. Por aquel entonces pensé que se trataba de… Bien, sabía que era mi deber. Ahora…
Se volvió hacia ellos, y Luke pudo ver que su expresión se había ensombrecido.
—Supongo que algo salió mal —siguió diciendo—. Alguien se enteró después de todo a pesar de que todo el mundo afirmaba que era imposible, dado que el Emperador era el único que lo sabía. Ya llevábamos casi un año aquí cuando empecé a preguntarme si el Emperador no se habría olvidado de nosotros. Cuando vi llegar vuestra nave… En fin, sentí nuevas esperanzas. Pensé que por fin se habría acordado, que había enviado exploradores para que averiguaran si aún había tropas por aquí.
Sus robustas manos juguetearon distraídamente con las correas de la mochila.
—Pero si no os ha enviado el Emperador, entonces… Bueno, no soy estúpido y sé que da igual quien metiera la pata e hiciera fracasar la misión, porque ahora nadie querrá que se le recuerde que existió. Lo cual significa que mi presencia podría resultar francamente molesta, ¿comprendes?
Se echó la mochila a la espalda y fue hasta el catre en el que Luke yacía acostado sobre las colchas adornadas con plumas y las mantas de supervivencia plateadas.
—Mi señal no tiene la potencia suficiente para que alguien pueda llegar a captarla fuera del sistema —dijo—. Pero si conseguimos reparar vuestros motores, entonces… Bien, ¿crees que podríais dejarme en algún sitio lo bastante remoto para que no puedan encontrarme? Me alegra mucho volver a ver caras humanas. Yo era el armero de la compañía y ya sé que todo habrá cambiado mucho durante estos años, pero sigo siendo muy hábil con las manos y además me he convertido en un excelente cocinero. Puedo encontrar trabajo. Ha pasado mucho tiempo…
«No está intentando obligarnos a hacer un trato con él —pensó Luke, cada vez más asombrado—. Nada de "O me sacáis de esta roca o no conseguiréis que os preste ni un solo destornillador". Nos da todo lo que tiene sin poner condiciones, y no espera nada a cambio.»
—Sí, ha pasado mucho tiempo —dijo con dulzura—. El Emperador ha muerto, Triv, y el Imperio se ha desmoronado. Te llevaremos a tu hogar o adonde quieras, a la Nueva República o hasta un puerto desde el que puedas subir a una nave que vaya a los Sistemas del Núcleo, o a cualquier otro sitio al que desees ir.
—Estamos perdidos.
Cetrespeó dio la espalda a los diales de los tanques de oxígeno que se iban llenando lentamente y se volvió hacia Nichos, que estaba esparciendo meticulosamente el contenido de un tubo sellador sobre los parches de reparaciones con la oscura hierba de la pradera ondulando alrededor de sus rodillas. El espacio entre el casco interno y el externo se había llenado automáticamente con espuma de emergencia y Nichos había hecho unos cuantos remiendos rápidos en el casco interno durante el largo vuelo hasta Pzob, pero si querían tener alguna posibilidad de saltar al hiperespacio tenían que asegurarse de que el casco externo recuperaba un máximo de estanqueidad.
—¡Oh, estoy casi seguro de que el amo Luke y la doctora Mingla han caído en una trampa! —El androide dorado movió frenéticamente la mano que no sostenía el pesado cilindro del que brotaban los parches—. La presencia de ese soldado de las tropas de asalto sólo puede obedecer a una razón: forma parte del apoyo de superficie a la base oculta en el campo de asteroides. ¡Y en un lugar tan aislado como éste! ¿Qué pueden hacer contra quinientos cuarenta soldados de élite, con el amo Luke en tan mal estado? ¡Por no hablar de los androides de rastreo, los interrogadores, el equipo de vigilancia y las trampas automatizadas!
—Las lecturas de energía no eran lo bastante elevadas, así que no puede haber nada de todo eso que acabas de mencionar —observó Nichos mientras cerraba la válvula de absorción del tanque.
—¡Una base escondida alteraría sus lecturas energéticas, naturalmente! —exclamó Cetrespeó con creciente desesperación—. ¡Nos desmontarán para utilizar nuestras piezas y sistemas, nos enviarán a las minas de arena de Neelgaimon o a las factorías orbitales de Ryloon! Si andan escasos de repuestos, nos…
—Nada de «nos», Cetrespeó. —Nichos cogió el cilindro de parcheo de la mano del androide dorado y empezó a recorrer el maltrecho flanco del
Ave de Presa,
examinando las abolladuras y buscando grietas—. Destruirte sería un comportamiento totalmente ilógico por su parte. Yo, en cambio…
Cuando estaba con Luke o Cray o con sus amigos de la Academia de Yavin, Nichos trataba de utilizar las expresiones faciales programadas en el complejo laberinto de su memoria, pero Cetrespeó ya se había dado cuenta de que ni siquiera se molestaba en intentarlo cuando estaba con otros androides. Lo que acababa de decir era terrible, pero no había ninguna tristeza perceptible ni en sus ojos azules ni en su voz.
—Tú y Erredós habéis sido programados y diseñados para unos propósitos muy específicos, él para reparar maquinaria y entenderla, y tú para entender e interpretar lenguajes y culturas —siguió diciendo Nichos—. Yo, en cambio, he sido programado única y exclusivamente para ser yo mismo y para reproducir con la máxima exactitud todos los conocimientos, instintos y recuerdos de un cerebro humano determinado y las experiencias de una vida humana. Si piensas en ello aunque sólo sea durante unos momentos, enseguida comprendes que eso no tiene ninguna utilidad para nadie.
Cetrespeó guardó silencio. Ya había entendido que Nichos no esperaba recibir ninguna contestación, pues entre los androides la conversación tiende a ser mayoritariamente informativa y a estar casi totalmente desprovista de factores sociales o de cortesía. Aun así, y al igual que le ocurría cuando hablaba con un humano, se sintió obligado como mínimo a discrepar, aunque también sabía que Nichos tenía toda la razón.
—Así pues —siguió diciendo el cuasi-hombre—, si Luke y Cray han caído en una trampa tal como dices y si tú y yo también estamos destinados a ser capturados, probablemente yo sea el único que está perdido de los dos. Creo que el metal de esta zona parece haber quedado bastante debilitado por la abolladura
Nichos devolvió el cilindro de parcheo a la mano intrincadamente mecanizada del androide de protocolo.
Erredós —o cualquier otro androide de los muchos que conocía Cetrespeó— no habría sido capaz de emitir semejante afirmación sin referirse previamente a un micrómetro interecoico. Pero Cetrespeó ya había observado que los humanos no sólo estaban dispuestos a tomar tales mediciones «a ojo», sino que era bastante frecuente que alcanzaran una considerable precisión, algo que lógicamente no deberían haber sido capaces de hacer.
Cetrespeó seguía intentando obtener una alineación de probabilidades acerca de en qué convertía eso a Nichos cuando una voz le llamó a gritos desde el otro lado de la pradera, y Cetrespeó giró sobre sí mismo para sentir un inmenso alivio al ver a la doctora Mingla. el amo Luke —y, por fortuna, sosteniéndose de nuevo sobre sus pies y no flotando sobre el maltrecho trineo antigravitatorio encima del que le habían sacado de la nave— y aquel extraño soldado de las tropas de asalto que parecía actuar en solitario y que se había introducido en la nave cuando Cetrespeó y Nichos estaban en el almacén. El soldado había prescindido de su armadura y su desintegrador, y los había sustituido por un arco y flechas y un atuendo tejido con toscas fibras vegetales que resultaba muy típico de las culturas primitivas.
Lo cual significaba que había tribus locales, probablemente gamorreanos, todas ellas hostiles y dispuestas a disfrutar enormemente despedazando a los dos androides y desmontando la nave para poder utilizar el metal.
Estaban perdidos.
Los gamorreanos aparecieron mucho antes de que las reparaciones les hubieran permitido recuperar ni la mitad de potencia motriz que necesitarían para despegar. Luke fue tenuemente consciente de su presencia a través del doloroso palpitar fruto del agotamiento que retumbaba dentro de su cabeza, básicamente bajo la forma de una curiosa sensación de que se les acababa el tiempo y de que alguien intentaba decirle algo. Pero el canalizar la Fuerza para acelerar su curación y el mareo que seguía experimentando cada vez que se movía demasiado deprisa se combinaron para hacer que el mensaje le resultara excesivamente difícil de entender. Estaba acostado sobre la espalda debajo de una de las consolas del puente, comprobando el cableado con un medidor para averiguar qué filamentos seguían siendo capaces de aguantar el flujo de energía. Dejó el medidor en el suelo, cerró los ojos y se relajó, permitiendo que las imágenes de siluetas desgarbadas y extrañamente cautelosas que avanzaban a través de las oscuras sombras proyectadas por aquellos árboles monstruosos fueran acudiendo a su mente.
—Tenemos visita.
Salió —cautelosamente— de debajo de la consola y fue lo más deprisa posible a reunirse con Nichos y Cray, que estaban reparando los sistemas del estabilizador a través de la escotilla de emergencia de estribor.
Una mirada al rostro de Cray le informó de que ella también había notado que ocurría algo extraño.
—Cerrad la escotilla y meteos en la nave —dijo.
Una flecha chocó con el casco y se partió a unos centímetros de su rostro. Luke giró sobre sí mismo —con lo que el mundo entero pareció tambalearse debajo de él—, lanzó un chorro de fuego desintegrador hacia el bosque para que los gamorreanos tuvieran que agachar la cabeza, y se apresuró a meterse por la escotilla mientras el primer grupo de siluetas salía de sus refugios.
Si se los contempla teniendo como telón de fondo los mundos civilizados, los gamorreanos aparecen como criaturas torpes y de reacciones más bien lentas. Eso es, por lo menos en parte, un resultado de su estupidez: los gamorreanos sólo entienden una parte muy pequeña de lo que ocurre a su alrededor, y siempre tienden a tirar las cosas a menos que estén calculando utilizarlas como armas si se da la feliz casualidad de que se produzca algún tipo de altercado. En los bosques de un mundo primitivo con el que estaban ampliamente familiarizados, los cuerpos gigantescos y repletos de músculos se movían con una aterradora velocidad, y los rostros porcinos de cuyas bocas caían torrentes de saliva no mostraban ni inteligencia ni la necesidad de poseerla.
Los gamorreanos vieron lo que deseaban, y atacaron.
Hachas y piedras se hicieron añicos sobre la escotilla una fracción de segundo después de que se cerrara con un seco chasquido metálico. Luke se bamboleó, cada vez más mareado, y Cray y Nichos le agarraron de los brazos para llevarle, medio a rastras y medio en volandas, a lo largo de la pasarela de emergencia y hasta el puente, donde Triv Pothman estaba inclinado sobre la consola principal para observar a través del visor de cristalina a los atacantes que hacían llover un diluvio de golpes sobre los flancos de la nave.
—Es la tribu de los gakfedds —informó el experto en asuntos locales sin inmutarse—. ¿Veis a ese chicarrón de ahí? Es Ugbuz, el macho alfa del grupo.
Un gamorreano gigantesco estaba golpeando la escotilla con un hacha fabricada con una plancha de blindaje ennegrecido que había sido sujetada a una rama de ferrimadera tan grande como la pierna de Luke. El casco del gamorreano estaba cubierto de plumas y trocitos de cuero seco, y Luke necesitó un momento para comprender que los «trocitos de cuero» eran orejas de gamorreanos.
—El del collar de microchips es Krok, el segundo esposo de Mandonak, la mujer de Ugbuz. Conociendo a Mandonak, seguro que lo está observando todo desde el bosque…
—¿Les conoces? —preguntó Cray, visiblemente sorprendida.
Pothman sonrió.
—Por supuesto, mi hermosa dama. —Seguía sosteniendo en sus manos el soldador y el indicador de tensiones que había estado utilizando cuando Luke bajó a advertir a los demás—. Fui esclavo en su aldea durante casi dos años. Dentro de un minuto veremos… Aja, aquí están.
Un segundo grupo de gamorreanos acababa de salir de entre los árboles que se alzaban al otro extremo del gran claro. Las criaturas recién llegadas no tenían nada que envidiar al primer grupo en lo tocante a suciedad, pelaje y capacidad para babear, y llevaban armaduras que combinaban las pieles multicolores de reptil con restos metálicos que estaba claro habían sido robados o recuperados de la base imperial que ya llevaba unos treinta años pudriéndose en las profundidades del bosque.
—Los klaggs —anunció Pothman—. Mirad allí, entre los árboles… Ésa es Mugshub, su matriarca. Al igual que Mandonak, está asegurándose de que no se dejen llevar por el entusiasmo hasta el extremo de destruir nada que tenga algún valor. Y además… —Pothman tensó los puños y fingió flexionar los brazos en una pantomima de virilidad y exhibición muscular—. ¿Quién quiere pelear cuando no hay chicas presentes para presenciar el espectáculo? Nadie, puedo asegurároslo.
El segundo grupo de gamorreanos se lanzó sobre los que estaban muy ocupados aporreando el flanco de la nave. Ugbuz y los otros machos de la tribu de los gakfedds se volvieron contra los recién llegados, y no tardó en producirse un auténtico enfrentamiento a gran escala.
—Los klaggs me tuvieron prisionero durante un año después de que lograra escapar de los gakfedds —dijo Pothman con una afable sonrisa—. Tanto los unos como los otros son un pueblo realmente horrible.
Los cinco ocupantes de la nave —Luke, Pothman, Cray, Nichos y Cetrespeó— se habían alineado a lo largo de la consola, y todos habían inclinado la cabeza para poder contemplar la batalla campal a través del visor.
—Bien, creo que ya podemos seguir reparando los motores —dijo Pothman pasados unos momentos—. No pueden entrar en la nave, pero seguirán luchando unos con otros hasta que esté demasiado oscuro para ver, y en ese momento podremos encender las luces y terminar los trabajos externos.
—¿No ven bien en la oscuridad? —preguntó Cray.
Ugbuz agarró a un macho más pequeño por el pescuezo y lo lanzó contra los demás sin prestar ninguna atención a las salvas de dardos y rocas que caían a su alrededor como un temible diluvio.