—¡Para, Erredós! —ordenó—. ¡Para de una vez!
El rechinar de los engranajes se detuvo.
—Retrocede.
Erredós se había quedado atascado.
—Espera un momento —dijo Leia. Llevó a cabo otro cuidadoso examen de los alrededores con su varilla luminosa, y después sacó de su bota el pequeño cuchillo que llevaba consigo y cortó varias ramas, asegurándose de que no tenían frutos antes de hacerlo, para colocarlas sobre las profundas huellas de orugas que había en el suelo embarrado—. Y ahora ve retrocediendo poco a poco.
El androide obedeció.
—¿Qué pasa. Erredós? ¿Qué ha ocurrido?
Luke entendía al pequeño androide mucho mejor que ella, aunque Leia era capaz de interpretar algunos de sus extraños zumbidos y canturreos. Pero la réplica de Erredós consistió en un rápido y casi seco trino doble que no le dijo nada.
—Bueno, no nos quedemos aquí en la oscuridad.
La forma en que las ramas cargadas de lianas y sus orquídeas fantasmales parecían curvarse para estar más cerca de ella tenía un algo de inexplicablemente inquietante que la ponía nerviosa incluso en aquel paraíso tan bien patrullado y libre de peligros. Un crujido en la oscuridad hizo que Leia diera un salto, pero no era más que un alimentador de árboles que acababa de detenerse para hacer bajar su manguera en forma de probóscide sobre las raíces de un árbol shalamán y bombear una dosis cuidadosamente medida de pasta orgánica que olía a rancio, después de lo cual reanudó su lento y cauteloso itinerario por entre los troncos.
—Veamos si podemos volver al sendero.
La oscuridad y la blandura llena de desniveles del suelo hicieron que no les resultara nada fácil. La base de Erredós estaba lastrada para proporcionarle un máximo de estabilidad, pero aunque podía moverse por terrenos accidentados mejor de lo que se habría pensado dado su aspecto, el pequeño androide no era perfecto y el peso de la base haría, si no imposible, por lo menos sí muy difícil y agotador para Leia el devolverle a la posición vertical en el caso de que perdiera el equilibrio. Hizo falta media hora de búsqueda por entre el barro, de tropezar con raíces de árboles, soportar los
yik-yik-yik
de los mecanismos antialimañas ocultos en la oscuridad y avanzar por el lecho de un humeante arroyo volcánico para que pudieran encontrar una pendiente lo suficientemente suave y un claro entre los heléchos que le permitió volver a divisar el camino.
Durante un momento Leia miró hacia arriba y vio una silueta inmóvil en lo alto de la ladera bajo el manchón de luz amarilla.
«¿Qué está haciendo ella aquí?», pensó.
Y después se preguntó por qué se había hecho esa pregunta, en el mismo instante en que la mujer daba la espalda a la luz y se alejaba rápidamente camino abajo.
¿Por qué había pensado eso? No la conocía.
¿O sí?
¿Una amiga de la escuela? Parecía tener la edad adecuada, al menos por lo que Leia había podido ver desde esa distancia y a través del efecto deformante de la neblina que se interponía entre ellas. Pero aun así. Leia descubrió que era incapaz de imaginarse ese cuerpo esbelto y de aspecto casi infantil envuelto por el uniforme azul y blanco de la Academia Selecta para Jóvenes Damas de Alderaan. Estaba segura de que nunca había visto ese océano encadenado de cabellos negros como el carbón y rectos como la lluvia recogido en las trenzas de una colegiala. Eso dejaba totalmente eliminada la posibilidad de que fuese la hija de un noble de Alderaan, ya que todas habían ido a la misma escuela.
¿Alguien del Senado? Tal vez, pero Leia había sido la senadora más joven con sus dieciocho años, y no había nadie de su edad en el Senado y, desde luego, ninguna chica. ¿La hija de un senador? ¿Una esposa? ¿Alguien a quien había conocido en una de esas interminables recepciones diplomáticas de Coruscant? ¿Alguien a quien había visto en el otro extremo de la gran sala del Emperador?
¿Alguien a quien había visto aquí?
Volvió al sendero lo más deprisa que pudo, pero ayudar a Erredós a superar el obstáculo de las abultadas raíces exigió todo su esfuerzo y atención. Cuando hubo llegado a lo alto de la pendiente y bajó la mirada hacia el sendero, la mujer ya había desaparecido.
A Cetrespeó no le gustó nada la idea.
—¡No se puede confiar en los jawas, amo Luke! Tiene que haber una escalera en alguna parte…
Luke contempló la tapa de escotilla que el jawa había extraído de la pared en una de las salas de recogida de la ropa sucia, y el pozo oscuro lleno de alambres y cableado que se extendía más allá de ella. Una escalerilla de peldaños de duracero emergía del silencioso pozo de negrura que había debajo de él, y se desvanecía al subir hacia la chimenea desprovista de luz que se extendía sobre su cabeza. Pensó en el esfuerzo físico que le exigiría izarse por esos peldaños sin poder usar su pierna izquierda y subir los peldaños uno por uno, y lo comparó con el esfuerzo mental que debería llevar a cabo para levitar usando la Fuerza. La elección no tenía nada de agradable.
Y los recuerdos de la muerte del seudo soldado de las tropas de asalto klagg tampoco.
—No me pasará nada —dijo en voz baja y suave.
—¡Pero es imposible que todas las escaleras estén protegidas con trampas! —protestó el androide—. No me gusta nada la idea de que vaya solo, amo Luke. ¿No podría esperar un poco? Tal vez consultarlo con la almohada, como dicen ustedes los humanos… Si me disculpa que lo diga, señor, a juzgar por su aspecto un rato de sueño le resultaría considerablemente beneficioso. Yo nunca lo utilizo, pero me han dicho que los humanos…
Luke sonrió, conmovido por la preocupación de Cetrespeó.
—Dormiré un rato cuando vuelva —le prometió.
Oyó cómo los ruiditos de rata que había estado produciendo la túnica del jawa cesaban en la oscuridad del pozo por encima de él, y un instante después un quejumbroso graznido de interrogación llegó hasta sus oídos.
—¿Gran señor?
—Si no sigo esta pista ahora, tal vez no tenga otra oportunidad de hacerlo. —Luke llevó a cabo una rápida inspección de la célula de energía de las varillas luminosas que había sujetado a su bastón, y después se pasó el rollo de alambre que había adherido con cinta al extremo superior de éste por encima del hombro, sosteniéndose cautelosamente en equilibrio sobre su pierna sana con las manos apoyadas en los lados de la angosta escotilla—. No me pasará nada —repitió. Sabía que Cetrespeó no le creía, naturalmente.
Metió la cabeza por la escotilla, se estiró por encima del estrecho pozo para agarrarse a los peldaños y saltó a través del vacío. Incluso ese pequeño movimiento bastó para que su pierna fuese recorrida por un destello de dolor que le dejó sin aliento a pesar de todos los efectos curativos y toda la potencia de la Fuerza que fue capaz de invocar. «No puedo desperdiciar ni un gramo de energía», pensó mientras bajaba la mirada hacia la caída aparentemente interminable del pozo.
—Tenga mucho cuidado, amo Luke…
La voz del androide subió flotando hacia él por la oscuridad.
El jawa apenas era visible, una silueta oscura que ascendía velozmente por la escalerilla como un insecto envuelto en un manto con capucha. Ya estaba muy por encima de la cabeza de Luke, y la tenue claridad de las varillas luminosas colgadas de su espalda la revelaba y la ocultaba con cada una de sus imprevisibles oscilaciones. Haces de cables y alambres rozaron los hombros de Luke mientras iba subiendo penosamente en pos del jawa, y las cañerías que parecían relucientes esófagos negros y los conductos más delgados de fibra óptica aislados por capas protectoras de aspecto gomoso se fueron acercando cada vez más a su cuerpo, como si realmente estuviera ascendiendo por el canal alimenticio de alguna bestia monstruosa. El jawa se detenía de vez en cuando para rozar los cables con los dedos de una manera que consiguió poner extremadamente nervioso a Luke. ¿Quién podía saber qué sistemas dependían de aquel trozo de alambre en particular?
Las luces de seguridad anaranjadas brillaban con un tenue resplandor aquí y allá por encima de las escotillas cerradas. Luke observó que estaban aseguradas por dentro, y vio que también estaban equipadas con las cajas oscuras de los sellos magnéticos. Aparte de en esos lugares, su ascensión se llevaba a cabo entre la oscuridad más absoluta, iluminada únicamente por las varillas de su bastón. El tubo olía primero a lubricantes y aislamiento y no tardó en oler a jawa con una intensidad realmente abrumadora, pero le faltaba el característico olor ligeramente grasiento del aire reciclado incontables veces a través de las narices y los pulmones de una tripulación viva. Incluso con las extrañas poblaciones alienígenas que se hallaban a bordo de la nave, transcurriría mucho tiempo antes de que adquiriese ese olor.
Más tiempo del que pasarían dentro de la nave.
Más tiempo del que duraría aquella extraña misión.
¿Qué había vuelto a ponerla en marcha?
Cetrespeó había colocado su complejamente articulado dedo metálico en el centro del problema, la irritante raíz de los sueños impregnados de miedo y preocupación que acosaban a Luke.
El
Ojo de Palpatine
había sido creado en secreto para un propósito secreto, una misión que se había visto frustrada. Había yacido durmiendo en su remota pantalla de asteroides en el corazón de la Nebulosa Flor de Luna durante treinta años, mientras el Nuevo Orden había planeado aquella misión, armado los cañones de la nave, programado el tozudo control de la Voluntad, se había hecho con el poder y después se había desmoronado bajo el peso de su propia implacabilidad, monomanía y codicia.
Los soldados de las tropas de asalto apostados en media docena de mundos lejanos del Borde habían envejecido y muerto.
El mismo Palpatine había muerto a manos de su pupilo oscuro.
Así pues, ¿por qué se había despertado la Voluntad?
Luke se estremeció y se preguntó si era simplemente el temor que le inspiraba la seguridad de todos los seres inteligentes de Belsavis —Han, Leia y Chewie entre ellos— la que proyectaba una sombra sobre su corazón, o si la sombra surgía de otra cosa, de alguna entidad independiente cuyo poder había percibido cuando se movía tan sigilosamente como un dianoga por debajo del agua, avanzando a través de las regiones más oscuras de la Fuerza.
El tubo terminaba en una gruesa reja metálica pintada con los chillones colores de advertencia, el negro y el amarillo. Al lado —por si alguien no captaba el aviso— había un letrero atornillado a la pared:
PARRILLA DE ENCLISIÓN. NO SIGA SUBIENDO. PELIGRO.
Más allá de los barrotes Luke pudo entrever un conducto de reparaciones lateral a través del que los cables del pozo de subida seguían avanzando como zarcillos emisarios de alguna fea parra de tallos gruesos y carnosos. Los muros del conducto brillaban con el dibujo asimétrico de cuadrados opalinos, y cada cuadrado era una letal abertura láser que aguardaba en la oscuridad.
Y justo debajo de los barrotes metálicos, un anillo de sucias huellas dactilares esparcidas alrededor de una compuerta abierta indicaba con toda claridad el curso que había seguido el jawa.
Luke se metió por el hueco para encontrarse con una claridad sólo una fracción más intensa de la que proyectaban las luces de seguridad del pozo.
Era la sala de control de los sistemas de artillería. Una hilera de consolas tras otra capturó la luciérnaga en continuo movimiento de sus varillas luminosas desde las sombras de los muros metálicos de color hollín. Pantalla tras pantalla, grandes y pequeñas, le contemplaron con sus muertos ojos de obsidiana.
En el centro del recinto había un panel del techo quitado, y una rejilla como la que había impedido seguir subiendo por el conducto de reparaciones estaba apoyada en un rincón. Luke empuñó su bastón con el extremo iluminado hacia arriba y pudo ver que el pozo seguía subiendo hasta un punto en que los amasijos de cañerías y conductos, conducciones de energía del grosor de un dedo y las anchas cintas-cable de los acopladores de ordenador fluían en un río inmóvil desde media docena de conductos laterales hasta algún nexo central situado más arriba. Bandas de color amarillo y negro recorrían el medio metro inferior del pozo, pero no había ningún letrero o aviso escrito: sólo la débil y vagamente amenazadora claridad rojiza de los indicadores y, por encima de ellos, la iridiscencia opalina de la parilla de enclisión que se alejaba en una fantasmagórica espiral hasta perderse en las tinieblas.
Un repentino tirón en su cinturón atrajo su atención. Luke bajó la mano en un gesto protector al ver que el jawa estaba tocando una de las dos espadas de luz que colgaban de su cinturón, y un instante después se dio cuenta de que era la segunda espada de luz, la que le había dado. Luke se la entregó después de un momento de vacilación, y el jawa fue corriendo hasta un punto situado justo debajo de la abertura del pozo. Colocó el arma en el suelo, pareció meditar durante unos momentos y después la desplazó unos cuantos centímetros y cambió el ángulo, en lo que estaba claro era una recreación de la posición exacta en que la había encontrado.
Luke fue cojeando hasta allí y alzó la mirada. El pozo se abría por encima de él, una angosta chimenea que respiraba muerte.
Aquel conducto llevaba hasta el corazón de la nave. Había demasiadas conducciones de energía, demasiados manojos de cables de fibra óptica y demasiadas cañerías refrigerantes de gran capacidad para que condujese a cualquier otro sitio que no fuera el núcleo del ordenador.
Luke se inclinó, manteniendo cautelosamente el equilibrio con su bastón, y cogió la espada de luz. Después se irguió y volvió a alzar la mirada hacia aquella acumulación de oscuridad.
Lo había comprendido.
Alguien había subido por aquel conducto treinta años antes.
El maltrecho caza Y que había encontrado permitió que dos personas entraran en la nave. Una había cogido el transporte y se había marchado, probablemente argumentando que debían buscar refuerzos.
La otra había sabido, o supuesto, que tal vez no dispusieran de tiempo porque la nave podía saltar al hiperespacio para empezar su misión, que el riesgo era demasiado grande y que había demasiadas cosas en juego para poder permitirse el lujo de salir de allí con vida. Y esa otra persona se había quedado, y había intentado desactivar la Voluntad.
La mortífera parrilla de enclisión parecía sonreírle, una hilera de pálidos dientes que le aguardaban.